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Encuentro fe y razón: Padres de la Iglesia primitiva

por Chelo Isart Hernández

La historia de Europa se basa en un concepto peculiar del hombre alumbrado en Grecia –a partir sobre todo del siglo VI a.c., cuando éste es ya consciente de su intimidad- y enriquecido por el cristianismo, pues el hombre, además, es un ser dotado de libertad, que tiende hacia un Dios infinito que le ha creado de la nada

1.- Introducción

Ratzinger: “Cuando la fe cristiana es auténtica, no mortifica la libertad ni la razón humana […], al encontrarse y dialogar puede expresarse de la mejor manera. La fe supone la razón y la perfecciona y la razón, iluminada por la fe, encuentra la fuerza para elevarse al conocimiento de Dios” (Ángelus, 28.01.07). Destacó el Papa la urgencia de “redescubrir la racionalidad humana” ante la tendencia a considerar verdadero sólo lo que se puede experimentar, pues “constituye una limitación de la razón humana y produce una terrible esquizofrenia […]. La relación entre fe y razón constituye un serio desafío para la cultura dominante hoy en el mundo occidental”.

Fides et Ratio: “la fe y la razón son como las dos alas con las cuales el espíritu humano se eleva hacia la contemplación de la verdad. Dios ha puesto en el corazón del hombre el deseo de conocer la verdad”.

Ya, en la Veritatis Splendor, Juan Pablo II había afirmado que la fe no es un complemento de la razón, sino su corazón, pues gracias a la razón natural, el hombre puede distinguir el bien del mal. No hay competencia entre una y otra, más bien todo lo contrario, pero ésta no es una idea nueva, sino lo que ha repetido la Iglesia desde los primeros Padres del siglo II. En la creación reconocen que se encuentra seminalmente la misma verdad. J. P. II, en la misma encíclica cita explícitamente a san Justino, que había hecho suya esta misma idea: “La semilla del Verbo está en toda la raza humana” (Apología II, nº 8).

“Quienes vivieron conforme al Verbo, son cristianos, aun cuando fueran tenidos por ateos, como sucedió con Sócrates y Heráclito […]; los que anteriormente vivieron sin razón se hicieron inútiles y enemigos de Cristo y asesinos de quienes viven sin razón” (Apología I, nº 46).

“La fuerza que transformó el cristianismo en una religión mundial consistió en su síntesis entre razón, fe y vida” (Ratzinger, Sorbona, Congreso “Dos mil años ¿después de qué?”, 1999). La fe cristiana se decidió por el Dios de los filósofos, el Dios del Logos frente al mito [1], pero lo saca del mundo académico y lo transforma profundamente.

2.- Antecedentes. Helenismo

La historia de Europa se basa en un concepto peculiar del hombre alumbrado en Grecia –a partir sobre todo del siglo VI a.c., cuando éste es ya consciente de su intimidad- y enriquecido por el cristianismo, pues el hombre, además, es un ser dotado de libertad, que tiende hacia un Dios infinito que le ha creado de la nada. Desde este punto de vista, el conjunto de la cultura griega posee unas resonancias muy diferentes de las que pueden despertar en nuestra alma otras culturas, como puede ser la maya, la de los pueblos polinesios o la misma cultura árabe. Ha sido considerada “clásica” desde la época alejandrina hasta el siglo XVIII [2], pero se hizo universal sólo gracias al cristianismo [3].

En la segunda mitad del siglo XVIII, los eruditos en Teología caen en la cuenta de que la civilización griega ejerció una influencia profunda en el cristianismo primitivo. El encuentro con la tradición helénica y, al mismo tiempo, su distanciamiento de ella, fue uno de los retos decisivos con que se enfrentó el cristianismo en sus albores. La nueva religión no se detiene en la frontera de Judea o del Mar Muerto, como ocurrió con el judaísmo y otras muchas religiones locales, sino que penetra en el mundo circundante, dominado por la civilización y lengua griegas. En especial la tradición cristiana alejandrina va a dar la mano a la filosofía griega y va a reunir en sí todo lo bueno del mundo anterior.

¿Por qué el cristianismo se une a la cultura griega y toma de ella lo mejor? ¿Por qué la cultura griega adoptó, al llegar a su fin, esta fe oriental que parece tan alejada de la forma clásica del pensamiento griego? ¡Son preguntas que no tienen fácil solución! Tanto si estudiamos el tema como humanistas clásicos como si lo hacemos como cristianos. Pero es un hecho evidente que de la Helenidad al Cristianismo se da una estrecha secuencia. Los estudiosos lo reconocen. El cristianismo había afirmado desde el principio que era la verdad y tal pretensión tenía que medirse con la única cultura intelectual del mundo que había logrado la universalidad: la cultura griega.

La realidad fue que los ideales griegos y la fe cristiana se mezclaron; en ambas partes había deseos de compenetración mutua (en el fondo, había una unidad final en las dos). No fue un proceso unilateral, sino que, como es lógico, se dió una influencia por ambas partes. Algunos hablan de “una paganización del cristianismo”; los más de una “anticipación” del mismo, en el sentido de una “praeparatio evangelica”, de una propedéutica. Es la actitud comprensiva de los Padres griegos. Este acontecimiento decisivo para la nueva fe fue precedido por tres siglos de expansión mundial de la civilización griega durante el período helenístico [4].

2.1.- La divinidad

Cada día son más los expertos que afirman que tampoco en lo religioso se dio ningún corte en la cultura occidental. Es cierto que, mirada con ojos cristianos, la religión griega presenta fallos e imperfecciones. Pero también nos aparece como un ingente proceso de purificación, cuyas últimas etapas se acercan misteriosamente al mundo de nuestras propias convicciones y creencias. Es cierto que, ante los ojos de un cristiano, la Helenidad debe “justificarse”.

A pesar de la imperfección que encontramos en el Panteón griego, tenemos, sin embargo, una distancia enorme entre el ordenado Panteón de los Olímpicos homéricos y la época de los oscuros orígenes indogermánicos y mediterráneos de donde procede la religión griega. Con todo, a partir del siglo VI la religión de Zeus se encuentra sometida a un proceso que la va socavando interiormente, tanto por los filósofos como por los poetas y las ideas monoteístas se hacen cada vez más fuertes [5]. Las crueles narraciones de Cronos o los amores de Zeus ejercieron a la larga unas consecuencias fatales. Este antropomorfismo de la religión, donde se hace a los dioses a semejanza de los hombres, no convenció nunca al hombre griego.

La depuración moral se verá con claridad en Píndaro:

Píndaro: “Dios de Dodoma, Dios todopoderoso, oh Padre cuyo arte sobrepasa a todos los demás” (citado en Clem. Alejandría, Strom. 5, 710). Dios puede de la noche negra hacer salir el día inmaculado y, entre las tinieblas, como en una nube sombría, ocultar el puro resplandor de la luz” (citado en Clem. Alejandría, Strom. 5, 14, 101).

“Qué cosa es Dios? El Todo” (id. citado en Clem. Alejandría Strom. 5, 14, 129).

Y en Sófocles

Antígona, por fidelidad a las leyes no escritas por hombres, se vincula radicalmente a su conciencia ética y entrega su propia vida:

“No pensaba yo que tus proclamas tuvieran tanto poder como para que un mortal pudiera transgredir las leyes no escritas e inquebrantables de los dioses. Éstas no son de hoy ni de ayer, sino de siempre y nadie sabe cuándo aparecieron” (Ant. 456 ss.).

En la tragedia de Eurípides, de forma especial, la “hybris” es cada vez más un concepto subjetivo, una falta individual. El hombre trágico tiene muchas veces remordimientos ¡no puede ser por el pecado de los dioses! (Orestes).

1.2- Filosofía

Mayores progresos se observan entre los filósofos [6]. No creer en los dioses del Olimpo era tan antiguo como la misma filosofía (Jenófanes: “volviendo la mirada a los cielos, declaró que hay un solo Dios”) [7].

Hay, pues, una serie de figuras señeras que se pueden interpretar con facilidad como precristianos: Heráclito, Pitágoras, Jenófanes, Sócrates, Platón, etc. [8]. Es verdad que estos puntos de contacto con el cristianismo, como verdadera anticipación, se dan en algunas mentes privilegiadas: la idea del Dios concebido por los filósofos puede ser incompleta, pero nunca falsa. La clara vinculación entre estas figuras y muchos valores cristianos hará que Nietzsche, en su interpretación anticristiana del helenismo, nos los vaya presentando como elementos perversos o destructores de la genuina Grecia.

La gran revolución de Platón es su Dios trascendente, inefable y desconocido; presagia ya, en cierto modo, el Dios cristiano –no tiene figura humana ni necesita de templos u ofrendas-; supone un gran paso hacia la teología helenística, aunque no se trata desde luego de un Dios personal, sino de un monoteísmo difuso. A partir de él, el sabio querrá buscar la semejanza con la divinidad lo más posible. (Teeteto, 176B):

“Dios […] es el ser más justo que existe; sólo tiene verdadera semejanza con Él aquél de entre nosotros que se hace justo en la medida de sus fuerzas”.

Con todo, el hombre griego tuvo siempre un profundo sentimiento de tristeza y de nostalgia, conciencia en todo momento de que algo le falta. Vivir así, no es ser cristiano, pero tampoco es volver la espalda al cristianismo, sino estar predispuesto, abierto a él. De un alma pagana con estas características es más fácil tener luego un alma cristiana y, con frecuencia, la mejor alma cristiana. De hecho, los cristianos no van a tener nada más que hacer que llevar hasta las últimas consecuencias las mismas doctrinas de los filósofos griegos [9].

Contemporáneo a san Pablo es Filón de Alejandría, filósofo judío del siglo I, que trata de demostrar que su religión puede entenderse en términos de la filosofía griega, justificándola así en el tribunal de la razón; absorbió toda la tradición griega y se sirvió de sus medios literarios para probar su punto de vista, no a los griegos, sino a sus compatriotas judíos [10]. Es muy importante este dato, pues muestra que toda comprensión –también entre los no griegos- necesitaba del medio intelectual que proporcionaba el pensamiento griego. Ejercerá muy pronto una influencia decisiva en la Escuela de Alejandría, en el siglo II.

1.3.-Lengua

En la primera etapa del cristianismo nos encontramos con el uso del griego desde el N. T. hasta los Padres Apostólicos. El uso de la lengua no era de ningún modo indiferente [11], pues con ella penetraba en el pensamiento cristiano todo un mundo de ideas y categorías intelectuales.

El griego se hablaba en todas las sinagogas de la costa mediterránea poblada de judíos cultos. La rápida asimilación de su ambiente por parte de las primeras comunidades cristianas se debe a que:

  • el cristianismo es de origen judío y los judíos de esta época estaban ya helenizados;
  • hacia ellos se volvieron en primer lugar los apóstoles.
Fue esa primera comunidad llamada “helenistas” (Hch 6) la que se dispersó por toda Palestina tras el martirio de Esteban. No eran propiamente griegos, aunque lo mismo que Esteban, todos llevaban nombres griegos (Felipe, Nicanor, Prócoro, Timón, Pármenas, Nicolás). Se llamaba así a los judíos que hablaban griego porque sus familias habían vivido durante mucho tiempo en un ambiente helenizado y después habían regresado a su patria. Era normal que ya antes de la muerte de Esteban hablaran del Evangelio a los no cristianos que hablaban su misma lengua y sabemos por el libro de los Hechos que constituyeron una comunidad cada vez más fuerte, hasta el punto de que tuvieron sus propios representantes en la distribución diaria de la ayuda a las viudas.

Las discusiones que mantiene Pablo con los judíos en las sinagogas, que se encontraban en todas las grandes ciudades del mundo mediterráneo, se realizan en griego y con todas las sutilezas de la argumentación lógica griega. De otro modo hubiera sido imposible acceder a este mundo. Ambas partes, por ejemplo, citan el A.T. según la traducción de la Septuaginta y no según el original hebreo.

3.- Primer encuentro. San Pablo

Desde Heráclito, y más claramente aún desde Sócrates, la filosofía se convierte en una “cura del alma”, una guía de la vida humana para proporcionar la seguridad interior que ya el hombre no encontraba fuera. Cumple, por tanto, una función religiosa. A mediados del siglo I todos saben que un filósofo es un hombre interesado en Dios. No es extraño que, en un primer momento, se interprete también el cristianismo como una filosofía, pues, cuando los griegos se encuentran con el judaísmo por primera vez en el siglo II a. C., con Alejandro Magno, llaman a los judíos siempre “raza filosófica”, debido a su monoteísmo [12]. Quizá la Sagrada Escritura no hubiera sido traducida nunca si no hubiera sido por las esperanzas de los griegos de encontrar en ella el secreto de la “filosofía de los bárbaros”.

Este uso de la lengua y las formas griegas se hace cada vez más necesario a los cristianos que quieren explicar que Cristo es la Verdad y el cristianismo la verdadera filosofía. Los apóstoles cristianos siguen, por tanto, las huellas de los filósofos griegos y toman de ellos en ocasiones sus mismos argumentos. Fue el momento decisivo en el encuentro del mundo griego y el cristiano (el futuro del cristianismo va a depender de él, en palabras del propio Benedicto XVI). San Lucas lo vio claramente cuando nos narra la intervención de Pablo en el areópago de Atenas –Hch 17, 22-23.-, centro intelectual y cultural del mundo griego clásico y símbolo de su tradición; el apóstol habla a los judíos en la sinagoga y a los griegos en el areópago; en su sermón, ante filósofos estoicos y epicúreos, alude a un altar que ha visto en la ciudad dedicado al Dios desconocido y en el que ve una oportunidad para ofrecer una base común al diálogo:

“Atenienses, veo que sois, por todos los conceptos, los más respetuosos de la divinidad. Al pasar y contemplar vuestros monumentos sagrados, he encontrado también un altar en el que estaba grabada esta inscripción: ‘Al Dios desconocido’. Pues bien, lo que adoráis sin conocer, eso os vengo yo a anunciar”.

Todo su discurso lo apoya en el conocimiento natural de Dios [13]. Lucas destaca esta intervención para mostrarnos la nueva situación. Sus argumentos están calculados para convencer a un público educado en la filosofía [14]. La discusión requería una base común; no habría sido posible de otra manera. San Pablo escogió como base la filosofía griega que era lo más representativo de la cultura griega en el momento, pero, si hay algo evidente –ya en sus cartas -, es la contraposición entre sabiduría de este mundo y la revelada en Cristo. El verdadero punto central, que desafía toda filosofía, es la muerte de Jesucristo en la cruz (¿”Acaso no entonteció Dios la sabiduría de este mundo?”, I Co 1, 20). La cruz puede dar a la razón la respuesta última que ésta busca. No es la sabiduría de las palabras, sino la Palabra de la Sabiduría la que Pablo pone como criterio de la verdad.

4.- Los Apologistas. Siglo II

La primera literatura cristiana está destinada a las comunidades cristianas. Es, pues, interna. Hemos visto cómo los primeros contactos del cristianismo con la filosofía se dieron también en sus orígenes, en plena época apostólica. Sin embargo, hasta casi mediados del siglo II se desarrolla la literatura cristiana como si la filosofía no existiera y sólo a partir del 150, cuando hombres como Justino y Melitón, salen de las escuelas filosóficas para incorporarse al cristianismo, comienzan los estudios más serios y las relaciones entre ambas. Lo que hizo que los autores cristianos se dirigieran a un auditorio no cristiano fue la cruel persecución a que se vieron sometidos en el Imperio Romano (en el siglo II, Marco Aurelio; en el III, las grandes persecuciones de Decio, Valeriano y Diocleciano).

Así pues, a mediados del siglo II surge una amplia literatura en la que los cristianos defienden su propia fe ante la mayoría pagana de la población, donde no pueden dar por supuesto aquello que van a defender [15]. La Iglesia ya no es una secta oscura, sino que se va imponiendo en todas partes; son muchos los filósofos que, como Arístides, Justino, Taciano, Hermias y Clemente, han abrazado la fe cristiana; no todos reconocen que la sabiduría clásica no tiene por qué ser incompatible con la fe, pero, al menos, sí que no era necesario prescindir del amor a la sabiduría.

Desde el comienzo se van a observar en el seno de la Iglesia dos tendencias: una formada por espíritus más abiertos, como Justino, Atenágoras, Clemente, Basilio y Orígenes, hombres preocupados de conciliar el cristianismo con la cultura antigua, tratando de ver los lazos comunes y las partículas de verdad dispersas en ella, y otra de espíritus más recelosos, como Teófilo de Antioquia, Taciano o Tertuliano, que descartaban toda posibilidad de ósmosis entre el pensamiento de judíos o paganos y el del cristianismo.

Estas relaciones cordiales duraron un tiempo, hasta casi fines del siglo II, cuando la gente más sencilla comienza a alejarse de la filosofía como consecuencia del gnosticismo, al ver una estrecha relación entre la filosofía y la herejía. En estos años toda cultura resultaba sospechosa. Con todo, no podía condenarse la filosofía sin más, pues era preciso llegar a las capas más cultas de la sociedad. El encuentro del cristianismo con la filosofía no fue ni inmediato ni fácil.

El tono es diferente a la entusiasta elocuencia cristiana anterior. Los escritores se dirigen a los que les leen con intención de saber más, a los cristianos de las clases más elevadas que, acostumbrados a la filosofía, buscan en la nueva religión una enseñanza superior, e incluso a los gobernantes del Imperio, y se enfrentan al problema desde la filosofía [16].

4.1.- San Justino

En este sentido, el Diálogo de S. Justino con Trifón es un ejemplo paradigmático de lo que es un verdadero diálogo, donde los interlocutores realizan un gran esfuerzo por entenderse. El Diálogo se inicia así:

“Veo que eres un filósofo. ¿Acaso no se dirige a Dios todo el afán de los filósofos […] o puede negarse que la tarea de la filosofía sea examinar el problema de lo divino?” [17]

Justino –nace en torno al año 100, en Palestina- nos cuenta cómo fue atraído hacia la filosofía en su juventud, cómo estudió todos los sistemas de la antigüedad y cómo ninguno le satisfizo hasta que conoció el cristianismo (Diálogo, 2, 3-6). Tras su conversión al cristianismo, no prescinde de la filosofía, pues nos dice en su Apología I, 5, 4, que Sócrates reveló a los griegos lo que Cristo enseñó a los bárbaros; sin embargo, considera que el cristianismo es la filosofía absoluta y que tiene que contribuir desde su magisterio como filósofo laico a la renovación cristiana de la sociedad: “Todo el que pudiendo decir la verdad, no la dice, será juzgado por Dios” (Diálogo, 82). Morirá mártir en torno al año 170, bajo el emperador Marco Aurelio. A través de la puerta que él abrió, en primer lugar, penetró la cultura griega en la Iglesia y da paso a la época de los grandes pensadores del cristianismo primitivo.

4.2.- San Clemente de Alejandría

En este ambiente cultural crecen también Clemente de Alejandría y su discípulo Orígenes. Nacen en un período en que la razón humana ya no tenía en sí misma la confianza que en el período clásico de poder llegar a la verdad. Se hacen notar cada vez con más intensidad nuevas formas religiosas desconocidas en el siglo V, las llamadas ”religiones de misterio”, que, a partir del siglo IV, son las que más atraen al pueblo, pues prometen una relación casi personal con la divinidad [18]. Algunas terminan en el neoplatonismo, pero la mayoría en prácticas supersticiosas, que abundan más que nunca en este siglo II, quizá por tratarse de una época de transición. Los dioses olímpicos han cedido su puesto a monstruos absurdos; la actitud ahora es la irracionalidad, creencias en la magia o el espiritismo, prácticas en boga en esta época, que conducen al pesimismo típico del siglo II d. C. [19]

Así pues, para enseñar al hombre el camino de la salvación, los filósofos paganos sólo contaban con mitos y prácticas mágicas que ocupaban el lugar de la razón en vez de asentarse en ella. Ninguna escuela supo decir el camino que debía seguir el alma para llegar a Dios. Tal vez esto explique mejor cómo, junto a la proliferación de las religiones de misterios, va a extenderse muy pronto, el cristianismo.

A estas divinidades absurdas se va a tener que enfrentar el cristianismo, en especial Clemente de Alejandría, que, desde el comienzo de su primera obra, procura arrancar al lector de las supersticiones irracionales, llevando hasta sus últimas consecuencias una fuerte polémica contra ellas (Protr. I y II).

“Las bacantes celebran a Dioniso, en delirio báquico, con ceremonias religiosas; comen carne cruda, estando poseídas por una demencia sagrada y realizan la distribución de la carne de las víctimas, después de coronarse con serpientes, mientras dan gritos de “Eva”, aquella Eva por la que sobrevino el extravío” (Protr. II, 2).

Presenta, por contraste, la actitud del Logos verdadero con el hombre:

“¿Qué quiere el Logos de Dios, el Señor y su canto nuevo […] Abrir los ojos a los ciegos, […] Es el instrumento de Dios que ama a los hombres. El Señor se compadece, educa, exhorta, amonesta, salva, custodia y nos anuncia el Reino de los cielos como añadidura en recompensa de nuestro aprendizaje. A cambio sólo obtiene de nosotros que nos salvemos. Mientras que el mal apacienta la corrupción de los hombres, en cambio, la verdad, lo mismo que la abeja, que no maltrata nada de cuanto existe, se vanagloria sólo con la salvación de los hombres. Puesto que tienes la promesa de Dios, participa de su amor al hombre: ¡participa de la gracia!” (Protr. I, 2-3).

Clemente crece en este ambiente cultural y espiritual; su experiencia filosófica fue muy rica y poco corriente, pues –nacido en el seno de una familia pagana- recorrió desde joven varios sistemas filosóficos en busca de la verdad, a la sola luz de la razón, sin que ninguno de ellos le revelara a Dios. Decepcionado por ello, tras varios años, se alejó del paganismo aborreciendo su incoherencia, hasta que, prosiguiendo en su búsqueda, se encontró con los profetas hebreos y, poco más adelante, con el cristianismo, al que se convirtió ya en su madurez. Se conoce de su vida el período que va desde el 180 –su conversión- al 202 ó 203, en que sale de Alejandría huyendo de la persecución de Septimio Severo. En el 180 le encontramos en la escuela de Alejandría, bajo la dirección de Panteno [20] (seguramente el primer maestro). Por la enseñanza que se impartía conocemos que se trataba de gente de posición elevada e intelectual. Cuando Alejandro fundó Alejandría soñaba con que en ella se daría el encuentro de dos mundos, Oriente y Occidente. Ahora va a hacerse realidad. Dos sistemas universales –la cultura griega y la Iglesia cristiana- van a unirse en la Teología alejandrina, en la persona de Clemente.

Clemente es uno de nuestros más valiosos informadores de la literatura antigua [21]. Se le considera el escritor más sabio de la Antigüedad. Dominaba muy bien a los clásicos y conocía en profundidad la obra platónica, hasta el punto de citarla siempre de memoria. Es el escritor más importante de la escuela de Alejandría. Todo nos indica, por otra parte, que se movía en un ambiente muy refinado, pues cualquiera no podía entender con facilidad su densa prosa, llena, además, de reminiscencias bíblicas, filosóficas y literarias. Sin embargo, cuando se dirige a un público de cristianos sencillos, su estilo cambia por completo, desaparece el helenismo y nos presenta más que con sencillez encantadora la doctrina evangélica.

Clemente es uno de los padres griegos más seductores, a pesar de no ser de fácil lectura por la riqueza de su lengua, por su estilo (lleno de sutiles analogías apenas perceptibles); se presenta ante el lector como filósofo y poeta, erudito y espontáneo a la vez; abunda en citas y reminiscencias clásicas, en especial de filósofos griegos [22] .

Su estilo literario va a ir muy marcado por su profesión; es el educador que no busca su lucimiento personal, sino ser útil, instruir, profundizar en el misterio de su religión. Su primera obra conservada es el Protréptico y, tal vez, la más importante, pues en ella se da por primera vez la fusión entre filosofía y cristianismo. El autor realiza una invitación apremiante a todos para que busquen la verdad y se conviertan. En toda la obra domina la alegría con que proclama la novedad del cristianismo.

Clemente debe su mayor importancia al hecho de haberse enfrentado al problema más grave de su tiempo: si podía utilizarse la filosofía griega para ponerla en armonía con el dogma cristiano. Justifica su estudio diciendo que no puede ser nociva si se utiliza como gimnasia intelectual y ve en ella la maestra de las demás ciencias y el único instrumento de llevar el alma hasta el conocimiento de la divinidad (disciplina el espíritu, purifica el alma e inculca la virtud). Lo más novedoso es cómo se sirve de la razón para hacer volver a los hombres al Creador: persigue en sus páginas una búsqueda intelectual, pues el ser hombre es, ante todo, ser racional [23]. La filosofía, por ello, se convierte en su mayor tesoro:

“El vulgo, como los niños que temen al coco, teme a la filosofía griega por miedo a ser extraviado por ella. Sin embargo, si la fe que tiene –y que no me atrevo a llamarla conocimiento- es tal que puede pederse con argumentos, ¡que se pierda!, pues con esto sólo ya confiesan que no tienen la verdad. La verdad es invencible, las falsas opiniones son las que se pierden.” (Strom. VI, 10, 80, 5).

Era preciso reconocer que la razón humana no había realizado una obra estéril. Llega a amarla tanto que construirá el edificio cristiano sobre la Biblia y la filosofía griega pagana, aunque siempre insistirá en que su religión era “la verdadera filosofía” >[24]. La pagana no refuerza la fe cristiana, sino que la defiende [25]:

“La enseñanza del Salvador es perfecta y nada le falta, porque es fuerza y sabiduría de Dios; en cambio, la filosofía griega con su tributo no hace más sólida la verdad; pero haciendo impotente el ataque de la sofística […] se dice que es con propiedad empalizada y muro de la viña” (Strom. 1, 20, 100, 1).

Explica atinadamente las relaciones entre fe y conocimiento; quizá, a veces atribuye a la filosofía griega una misión excesiva, pero siempre considera que la fe es más importante:

“La fe es algo superior al conocimiento, es su criterio” (Strom. 2, 4, 15).

Si cita en sus obras muchas opiniones filosóficas no lo hace sino para criticarlas [26] y para invitar a que los demás se aparten cuanto antes de ellas. Sólo se detiene en Platón porque éste hace de la semejanza con Dios el bien supremo [27]. También Clemente comparte que el hombre está hecho para parecerse lo más posible a Dios.

“Busco a Dios, no sus obras. ¿Qué colaborador encuentro en ti para esta búsqueda? [se dirige a la filosofía] … Platón, ¿dónde hay que seguir las huellas de Dios? […] Emprende conmigo la búsqueda del bien, pues una emanación divina [28] inspira a los hombres en general y, sobre todo, a los que pasan el tiempo en investigaciones” (Protr. VI, 68).

Así pues, la idea dominante en su obra va a ser la reconciliación de la filosofía con el cristianismo, elaborando al mismo tiempo una enseñanza científica de la fe y logrando que la nueva religión pudiera rivalizar con las demás escuelas filosóficas. El pensamiento de que no hay fe sin ciencia y viceversa dio unidad a toda su producción y con él se abre paso a la filosofía en la nueva religión, siendo considerado por ello Clemente como el fundador de la filosofía cristiana. Para Clemente, lo mismo que para Plutarco, la filosofía griega tiene como fin la teología; cree que es la “propaideia” del cristianismo, pues, mientras la filosofía viene del hombre, la “paideia” verdadera viene de Dios. Ha preparado las almas en el pasado para la recepción del Evangelio (Strom. I, 28), siendo el primero que le da esta función.

Cree que tuvo la misma función que la Ley para los judíos, pero, con todo, nunca las pone al mismo nivel. Como todos estaban de acuerdo en el origen divino de la Ley hebrea, al igualarlo ahora Clemente con la filosofía griega, queda claro que también ésta procede de Dios: Él la regaló a los griegos como preparación, como “pedagoga”. A primera vista llama mucho la atención el puesto que le concede, sin embargo, hay que tener en cuenta que, si le da alguna autoridad es porque la supone dependiente de la sabiduría hebrea (siempre más antigua). Al habla con Platón, le dice que la filosofía griega deriva de la Escritura:

“Las razas bárbaras son más sabias. Sé quiénes fueron tus maestros, aunque quieras ocultarlos. Aprendiste la geometría de los egipcios, la astronomía de los babilonios, recibiste sabios conjuros de los tracios y mucho te enseñaron los asirios. Pero las leyes verdaderas y tu opinión sobre Dios la recibiste de los mismos hebreos” (Protr., 70, 1).

Si esto es así, no había ningún inconveniente, por tanto, en estudiarla.

Su apología del cristianismo es muy diferente de otros escritores cristianos, como Justino; no se limita sólo a exponer lo absurdo e irracional de los mitos paganos, sino que también muestra la parte constructiva, la presentación positiva del cristianismo, de forma tan sincera que muy pronto se ganó la simpatía del público:

“¡Qué admirable misterio! El Señor se abaja y el hombre sube. El que cayó del paraíso recibe una recompensa mayor que la misma obediencia, el cielo” (Protr. XI, 112).

La obra que se propuso escribir Clemente constaba de tres partes: la primera se dirigía a los paganos y la concibió como una obra de propaganda, adoptando una forma literaria, usada con frecuencia por los filósofos griegos desde Sócrates, con el fin de exhortar a sus contemporáneos a salir del paganismo y llegarse a Cristo. Es el Protéptico. La segunda es un libro de moral cristiana, Pedagogo, para iniciar en la nueva vida al ya bautizado, pero recién convertido. Con la tercera, Stromata, se dirige al cristiano que ha leído ya sus obras anteriores y se encuentra preparado para recibir las más altas revelaciones. La idea de iniciación que aparece continuamente en su producción tiene su importancia. Lo mismo que en los famosos misterios de la época, también Clemente ha querido introducir al lector en su santuario y, de grado en grado, elevarlo a los supremos misterios del cristianismo.

Comienza arrancando al lector de las supersticiones mágicas populares, sin permitirle tampoco encontrar reposo entre los filósofos, pues no saben satisfacer las aspiraciones más profundas del alma humana; es preciso ir a los profetas hebreos [29].

Aunque se apoya en Platón al hablar de la divinidad, con todo su Dios se diferencia en lo esencial del Dios de los filósofos; el cristianismo se ve desde el principio como una religión muy singular; se sitúa en otro nivel y remueve todas las grandes cuestiones que afectan al hombre [30]. A la noción fría de aquél, lejano, distante, sin ninguna relación con el hombre, el Dios de Clemente es el que se abaja para salir al encuentro del hombre, el que no busca otra cosa que su salvación: “Padece y se alegra con los hombres, busca, sale al encuentro […] tiene un corazón, está ahí como amante, con todas las extravagancias de un amante. Este texto nos muestra la transformación del pensamiento puramente filosófico” [31].

“¿Por qué te animo? Estoy ansioso de que te salves. Esto quiere Cristo […] el Logos de la verdad […] el que ha construido un templo en cada hombre para establecer a Dios entre los hombres” (Protr., XI, 117, 4).

La característica más importante de su obra es la alegría. Habla con el lenguaje de un hombre que ha encontrado las mayores satisfacciones y, en su gozo, querría comunicar a todos los sentimientos que le inundan:

“¿Por qué llenar mi vida de imágenes, diciéndome que son dioses el viento, el fuego, la tierra, las piedras, maderas, el hierro, este mundo, e incluso los errantes astros? Anhelo al Señor de los vientos, al dueño del fuego, al creador del mundo, el que da la luz al sol. Busco a Dios, no sus obras” (Protr., 67, 2).

No tiene ningún reparo Clemente en afirmar que el cristianismo es la verdadera filosofía: “las puertas del Logos son “razonables” [32] y se abren con la llave de la fe” (Protr. I, 10). Pero tras el cristianismo, más que una filosofía [33], está el Filósofo, el mismo Logos; así entendía san Justino su propia fe, convencido de que no suponía de ninguna manera una ruptura con la historia anterior. De este Logos[34], habían participado ya los antiguos que acogieron algunos destellos de la Verdad:

“Imagen de Dios es su Logos […]; imagen del Logos es el hombre verdadero, el “nous” que hay en él; se dice que por esto fue hecho según la imagen de Dios y conforme a su semejanza […] Se parece al logos divino por la inteligencia de su corazón y por ella es razonable” (Protr. X, 4).

Continuamente Clemente está haciendo llamadas al hombre “lógico” para que acepte al verdadero Logos, ya que sólo por la razón se puede llegar al conocimiento de Dios. Pero, como sabe que la conversión no es fácil, se esfuerza en mostrar la belleza del Logos incitando con vehemencia a seguirle. Es muy significativo que a Clemente le guste designar a Cristo con el nombre de Logos (hasta 49 veces aparece en esta obra). Quiere que el hombre, apoyado en su logos, llegue hasta el verdadero Logos, la verdadera sabiduría, la que inspiró también a los poetas y filósofos griegos que entrevieron algo de la única verdad, pues el Logos de Dios inserta semillas de verdad en todos los hombres, por lo que muchos filósofos han vivido conforme a Él. No hay obstáculo para quien quiera conocer de verdad a Dios, pues el Logos es imagen de Dios y el hombre lo es del mismo Logos. Defiende con fuerza su fe, pero como quien había estado atrapado en el error de los mitos antiguos y acaba de encontrarse con el esplendor de la verdad. Se pone siempre en el lugar de su adversario –él estuvo mucho tiempo en este punto de vista- para poder entender mejor sus dificultades y llegar a ofrecerles una respuesta más satisfactoria. En todo momento sigue argumentos racionales, mostrando una gran simpatía por todos, pero sin aguar la doctrina en un intento de facilitar la entrada en el cristianismo. Siempre se le ve entusiasmado con la nueva fe y esta alegría le es muy fácil transmitirla. Destaca mucho su carácter optimista y positivo.

Conclusiones

Clemente cree que Dios concedió la sabiduría a los griegos para conducirlos a la salvación; varias veces insiste en su origen divino y su influencia bienhechora en la Humanidad privada de la luz de Cristo. Lo que la Ley fue para los judíos, ha sido la filosofía para los griegos. Clemente siempre procura exponer el cristianismo desde la sólida base de la razón. Sus mejores aliados van a ser Platón y la filosofía. Conservará íntegra la doctrina cristiana, sin hacer nunca concesiones[35]. Establece, asimismo, las bases del verdadero humanismo cristiano, al unir en su persona al hombre griego -por su confianza en la razón humana y su afán por conocer- y al cristiano. Sobre esta base, el hombre podía construir un mundo cristiano: el Creador todo lo hizo bien. De este modo, Clemente impidió que el cristianismo quedara aislado en el mundo de la cultura, al establecer nuevos fundamentos para sistematizar el contenido de la doctrina. Junto a Orígenes, se va a convertir en el fundador de la Filosofía cristiana.

En su pensamiento se produce por primera vez el encuentro entre la filosofía griega y el cristianismo. La fusión de la religión cristiana con la herencia cultural griega hizo que muchos se dieran cuenta de que ambas tradiciones tienen mucho en común. El cristianismo se convierte ahora en la nueva paideia, heredero de todo lo que parecía digno de sobrevivir en la tradición griega.

Por eso, la luz de la fe no es extraña a la razón, como algo que le viene de fuera; se trata de una única luz de la única verdad de Dios, que ilumina el camino de los hombres de modos diversos. De este modo, el hombre llega con la fe a la plenitud de su ser “lógico”, es decir, a gozar de una razón llena de sentido [36].

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Chelo Isart Hernández



[1] Esta oposición se daba ya en el mundo antiguo; las viejas religiones fracasan por la separación que establecen entre la fe y la razón (Cf. Ratzinger, Introducción al cristianismo, Méjico, 1996 (8ª ed.), p. 115.

[2] Con la llegada del historicismo, cambia el concepto y hasta el período más oscuro de la historia podía tener igual importancia.

[3] No es casual que al actual olvido o desdén de las raíces cristianas de Europa, le acompañe también el de la cultura grecorromana.

[4] El gran historiador, que se convirtió en el descubridor de este período griego, Johann Gustav Droysen, se dio cuenta de que, sin la evolución posclásica de la cultura griega, habría sido imposible o, al menos muy difícil, el surgimiento de una religión cristiana mundial.

[5] Jenófanes, “volviendo la mirada a los cielos, declaró que hay un solo Dios “, según Aristóteles, Metaph. A 5, 986b 21-25.

[6] Este proceso se hallaba ya prefigurado en los presocráticos (en el fondo hacían también teología, como ha mostrado claramente Jaeger.

[7] Ya los órficos tienen conciencia de su pecado y de la necesidad de purificación interior para evitar el castigo de ultratumba. El examen de conciencia era incluso prescrito por los pitagóricos y los epicúreos porque, aunque nuestras faltas queden ocultas a los ojos de los demás, no lo están ante nuestra conciencia ni ante Dios: “nada se oculta a Dios, conviene que lo sepas, él es nuestro vigilante y nada hay que Dios no pueda” (Epicarmo, fr. B, 23). De las doctrinas órficas brota también la idea de la divinidad del alma. Pero el clímax se alcanzará con Platón y Aristóteles y sus escuelas.

[8] Sócrates muere por fidelidad a sus principios; Platón asegura que existe una Justicia siempre verdadera y válida y que el justo torturado por el verdugo es más dichoso que el injusto vencedor, porque a éste le atormenta su conciencia de pecado

[9] Apolo y Dioniso son los dos símbolos del alma griega, síntesis que resulta de su contraposición. El alma dionisíaca alienta en la cultura griega en sus albores, se oculta en el período clásico intelectual y reaparece en la época helenística.

Es verdad que con Sócrates aparece en Grecia el hombre que sobrepasa los instintos, antípoda del dionisismo, negador del mito (Nietzsche lo recordaba con frecuencia). Pero ambas constantes, mito y logos, corren a la par en la historia de la cultura griega. El logos acabará imperando, por lo que no es desacertado concebir la historia de la cultura griega como el lento tránsito del mito al logos. Ambos son esenciales del alma griega; en el mito se incluyen las emociones, los sentimientos, pero también un profundo sentido de la experiencia religiosa.

[10] Curiosamente su obra la conservaron los Padres de la Iglesia, no la literatura griega y mucho menos el mundo judío. Tuvo gran interés para la Teología cristiana.

[11] El gusto por la lengua ática en todas las regiones hizo que se siguieran leyendo las obras clásicas en las escuelas (también en las escuelas cristianas). Los más autorizados de los Padres estaban de acuerdo en que se debía leer la literatura pagana clásica; no es cierto que los cristianos quemaran estas obras; la actitud de la Iglesia durante todo el período bizantino fue la contraria ¡incluso sobrevivieron las obras de Juliano el Apóstata! (sólo eliminaban las obras de los cristianos que habían caído en la herejía.

[12] Sólo la filosofía griega se podía corresponder con el monoteísmo cristiano.

[13] Clemente fue el primer autor que prestó mucha atención a las citas literarias clásicas en el N.T.. Al ser muy culto, identificó varias cartas de san Pablo, sobre todo cuando se dirige a la cultísima comunidad de Corinto. Ya san Pablo, en su Epístola a los Romanos, 2, 14-16, habla de la aportación de la sabiduría griega a la causa de la verdad.

[14] En un escrito cristiano posterior, el autor de los Hechos de Felipe, interpreta correctamente este pasaje y hace que su protagonista llegue también a Atenas y ante el mismo público que Pablo, para hablar del mismo tema: “He venido a Atenas para revelaros la paideia de Cristo” (cáp. 8, 3). Llama al cristianismo paideia de Cristo porque quiere mostrar que Éste es la continuación de la paideia griega clásica; a la vez implica que la paideia clásica está siendo superada por Cristo que es el centro de una nueva cultura. La paideia antigua se convierte en su instrumento.

[15] Los defensores del cristianismo tienen que emplear siempre argumentos filosóficos; los cristianos eran acusados de canibalismo (por comer y beber el Cuerpo y la Sangre de Cristo), de ateos (por no venerar a los dioses del Imperio), de subversión política (por negar honores divinos al Emperador). También Sócrates y Platón hicieron frente a la misma acusación de ateísmo.

[16] Justino dirige su Apología –cf. Apología I, cáp. 2- a “hombres píos y filósofos, amantes de la cultura” (= paideia).

[17] La filosofía griega no negaba en absoluto esto, sino que lo daba por supuesto.

[18] Aparece una alusión clara en el discurso de Diotima en el Banquete de Platon.

[19] Los hombres de este período exigían de la religión lo que los ritos tradicionales no les podían ofrecer: una relación más directa con la divinidad; garantía de pervivencia personal; purificación de las faltas.

[20] De los orígenes de la escuela catequética de Panteno apenas se conoce nada; seguramente pudo surgir a comienzos del siglo II, como réplica a la herejía gnóstica, siguiendo el modelo de la escuela de Justino.

[21] Muchas obras sólo conocemos su existencia por la mención que de ellas hace Clemente. Sorprende la gran cantidad de citas –de un gusto exquisito, además- con que salpica su obra y la naturalidad con que lo hace.

[22] Destaca Platón con gran diferencia, pues su filósofo preferido; llega a llamarle “Amigo de la verdad e inspirado por Dios mismo” (Strom. I, 42). Cita fijándose en el contenido, nunca por ornato o erudición.

[23] Es el primer escritor que usa la lógica como disciplina.

[24] Su uso de la filosofía se encuentra siempre subordinado a la preocupación de conservar íntegro el mensaje cristiano.

[25] J.P. II, Fides et ratio, 38.

[26] Critica con dureza, sobre todo, el epicureísmo.

[27] Admira de él su concepción de la providencia divina, la inmortalidad del alma y las penas o recompensa en el más allá.

[28] Para Clemente significa la acción del E. Santo.

[29] Ya la tradición erudita alejandrina (Filón, sobre todo) había subrayado la antigüedad de la sabiduría de oriente frente a la griega; incluso en el Timeo platónico encontramos a un sacerdote egipcio que le dice a Solón que los griegos son siempre niños.

[30] Será muy diferente del judaísmo, del que procede, y del islamismo, que no deja de ser un sincretismo de judaísmo y cristianismo, mezclado con elementos paganizantes (cf. Dalmacio, pp. 207-8).

[31] Ratzinger, Introducción …, p. 117.

[32] Capacidad del hombre para distinguir el bien del mal.

[33] “La religión cristiana no es una filosofía, es decir, un concepto impersonal; sólo se puede comparar a una pasión” (Chesterton, San Francisco, Madrid, p. 12).

[34] Algunos han querido ver en el logos de Clemente una influencia directa del de Filón, pero hoy los críticos rechazan unánimemente esta hipótesis. El filósofo judío concibió la idea del Logos para completar el hueco que la filosofía de Platón había dejado en su pensamiento: Dios era trascendente y, como tal, no podía tener ningún contacto con el hombre. Filón pensó que el Logos era el intermediario que acercaría a la materia el elemento divino, sin mezclarse nunca con ella. Para Filón no se trataba de Dios mismo, sino quizá de la Idea principal de Dios. Clemente, en cambio, afirma que el Logos es Dios mismo, Cristo (el inicio del evangelio de san Juan).

[35] J. Tixeront, Histoire des dogmes dans l’antiquité chrétienne I, París, 1915 (8ª ed.), p. 282.

[36] Cf. J.A. Martínez Camino, “Fe y razón en la Veritatis Splendor”, en Evangelizar la cultura de la libertad, Madrid, 2002, p. 301.



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