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Otro modo de hacer empresa es necesario: la Economía de Comunión

por Javier Espinosa Martínez

El Presidente de la Asociación por una Economía de Comunión en España esboza brevemente sus propuestas

El hombre ha tratado siempre de alcanzar su felicidad y bienestar. En esta búsqueda, el trabajo ha sido considerado, por lo general, un medio con el que ganar el dinero necesario para lograr esa meta. Sin embargo, el resultado casi nunca es el esperado. El hombre no acaba de encontrar la felicidad por este camino, a pesar de haberlo intentado, tozudamente, a lo largo de toda su historia. Creo que el fracaso de esta manera de entender las cosas se fundamenta en dos errores. Uno de ellos, el pensar que la felicidad se va a encontrar en aquello que se puede adquirir con dinero; el otro, el no pretender la felicidad también en el propio trabajo. Esta última razón es la más importante, porque el trabajo forma parte de la esencia misma de la persona, es su contribución a la Creación; a través de él el hombre se manifiesta a los demás, se realiza a sí mismo. Si en este ámbito se no intenta ser feliz, difícilmente podrá serlo en el resto de aspectos de la vida, teniendo en cuenta, además, que al trabajo dedicamos la mayor parte de nuestra existencia consciente.

Si centramos nuestro análisis en el mundo de la empresa, este propósito de bienestar en nuestra profesión se revela particularmente difícil, dado que el modelo que hoy impera en la sociedad se basa en las premisas de la economía neoliberal, para la cual el mercado es el regulador principal de la economía y la obtención del máximo beneficio, su regla de oro. Dentro de esta concepción económica y, por tanto, empresarial, la persona es un «recurso» más y es considerada como tal a la hora de tomar decisiones. Esto es cosa que, por otra parte, no habría de extrañarnos, visto que el «progreso» se basa, precisamente, en considerar a la persona como un objeto de usar y tirar, que a menudo comienza a molestar ya desde su concepción. En este contexto cultural y antropológico, es difícil que el hombre encuentre su felicidad.

En mis más de treinta años de dedicación al mundo de la empresa he encontrado muy pocas personas que se manifestaran satisfechas en su trabajo, que se consideraran respetadas y reconocidas. Lo habitual, en cualquier nivel jerárquico de la estructura empresarial, es sentirse presionado por los objetivos, verse como una pieza de un complejo organizativo que en muchos casos no se sabe muy bien en función de qué intereses se mueve y quién toma realmente las decisiones importantes. Si se forma parte de los estratos inferiores de la organización, el trabajador ha de limitarse a realizar aquello para lo que ha sido contratado, a recibir las órdenes que emanen de «arriba», las comprenda o no, y, por supuesto, a cumplirlas. Normalmente su opinión no cuenta. Si, por el contrario, se trata de un «ejecutivo» el precio a pagar es mucho más alto ya que se supone que «su vida» es la empresa y a ella se debe en cuerpo y alma. En cualquier caso resulta muy difícil que la persona pueda realizarse, crecer y, por tanto, ser feliz con su trabajo.

Paradójicamente, en estas condiciones la empresa topa con un grave problema porque, para sobrevivir, ha de obtener resultados, ganar cuotas de mercado y dar beneficios a sus accionistas y para ello necesita que el personal se implique, esté motivado y trabaje bien. Esto no es cosa fácil si, como ocurre normalmente, el trabajador es considerado un recurso más cuya producción tiene un precio y punto. En la cuadratura de este círculo están inmersos la mayor parte de los empresarios; a resolverlo dedican enormes esfuerzos y grandes cantidades de dinero. Hasta ahora no sé de ninguna empresa que lo haya conseguido.

Los que creemos que los hombres no son un «recurso», sino la parte esencial de la empresa y que deben ser considerados y respetados como personas, pensamos que hace falta apuntar hacia una nueva perspectiva. La Economía de Comunión propone un modelo empresarial inspirado en la encíclica Centesimus annus del Papa Juan Pablo II que responde perfectamente a esa necesidad de cambio.

La Economía de Comunión nace en el año 1991, apenas unas semanas después de publicarse la mencionada encíclica. Fue propuesta por Chiara Lubich – fundadora del Movimiento de los Focolores – en Brasil, como respuesta a las desigualdades sociales que encontró en ese país. A la vista aquella realidad, propuso la creación de empresas dirigidas por personas competentes, que fueran eficientes y que tuviesen beneficios. Una parte de éstos, un tercio, debería destinarse a cubrir las necesidades básicas de la gente del lugar y a crear puestos de trabajo que les permitiesen salir de la situación de pobreza ; otra tercera parte se destinaría a la formación de las personas en esta nueva cultura económica; el tercio restante a la supervivencia de la propia empresa.

Al estar iluminado por la Doctrina Social de la Iglesia, es un modo de hacer economía que contiene aspectos peculiares muy interesantes, de los que subrayaremos algunos:

Las personas son lo más importante

En el binomio empresarial Trabajo-Capital, lo importante es el trabajo, es decir, las personas.

        El beneficio no es lo prioritario.

El beneficio es necesario porque sin beneficio la empresa no puede subsistir, pero no es lo más importante y, por tanto, no su puede aplicar la máxima de «cuanto más beneficio mejor».

Esto supone un cambio de paradigma revolucionario en la gestión de las empresas.

Gestionar una empresa con esta orientación exige sustentarla en unos valores muy sólidos:

        El respeto a la dignidad de las personas

Salarios justos, no discriminar en razón del sexo, conciliación con la vida familiar, vacaciones, horarios

        La fraternidad

Como categoría dentro de la empresa. Como dice el profesor Zamagni, «descubrir en el otro un tú»

        La gratuidad

No poner precio a nuestros actos

        La solidaridad

Ponerte en el lugar del otro, ya sea un compañero, un cliente, un proveedor

        La reciprocidad

Como respuesta a lo que recibes de los demás

        La transparencia

Necesaria para generar confianza mutua

Los que conocemos el mundo empresarial sabemos que si estas condiciones se dan, muchos de los problemas que hoy se nos plantean estarían resueltos. Si estos valores fueran compartidos por las personas que forman una empresa, la productividad, la competitividad, la calidad, etc., se conseguirían con muchos menos esfuerzos.

Ahora bien, llevar adelante este tipo de empresa implica, obviamente , la asunción de ciertos compromisos por parte de las personas que la forman. Resulta necesario cambiar de paradigma: la «cultura del tener», que invade las prioridades del mundo consumista actual, debe ceder el paso a la «cultura del dar», que nace del amor. El hombre ha de esforzarse por escapar de esta corriente que le intenta arrastrar y transformarse en un «hombre nuevo» con la voluntad de luchar para cambiar aquello que no le gusta de la sociedad.

Es evidente que cambios tan profundos, ni son fáciles, ni son rápidos y exigen mucha constancia para que sean duraderos. Por ello la formación ha de ser uno de los pilares de cualquier proyecto empresarial de estas características. Formación en valores, formación para aprender a trabajar en equipo y formación técnica adecuada para ser eficientes, porque en ningún momento se puede olvidar que, como empresa, debe obtener beneficios y por tanto, tiene que ser competitiva. Por ello las estructuras adheridas a la Economía de Comunión han de destinar ese tercio de sus resultados económicos a la formación.

Otro aspecto importante para el desarrollo de este tipo de empresas es el liderazgo. Lo es para cualquier organización, del tipo que sea, con independencia de sus motivaciones; pero en el caso de las empresas de Economía de Comunión, el equipo directivo ha de reunir una serie de cualidades que le permitan, no sólo asumir los valores y principios que acabamos de describir, sino también vivirlos en primera persona, con rotundidad. Ha de ser el primero en ponerlos en juego a la hora de tomar decisiones; si admitimos que las personas están por encima de los beneficios, esto ha de reflejarse en la política de personal, en la política salarial, en la organización del trabajo para que todos puedan conciliar su vida laboral con la familiar; si pedimos transparencia, nosotros hemos de ser los primeros en serlo; si pensamos que la gratuidad es un valor, demos gratis, nosotros los primeros…

Apenas han transcurrido quince años desde que Chiara Lubich lanzó la idea de crear empresas que facilitaran a los pobres salir de su situación. El camino recorrido desde entonces ha sido notable, sobre todo si tenemos en cuenta que un movimiento económico de estas características necesita muchos años para que sea perceptible en la sociedad. No obstante, en este tiempo han nacido más de setecientas empresas en todo el mundo, con presencia en los cinco continentes. También el mundo universitario ha mostrado interés por este modelo: se investiga en centros académicos de países como Italia, Brasil, Alemania o Argentina; se han escrito más de un centenar de tesis sobre el tema. Por otro lado, están funcionando en el mundo nueve polos industriales inspirados en estas ideas, el último inaugurado en Italia hace unas semanas. En España acabamos de crear la «Asociación por una Economía de Comunión» que cuenta ya con unos cuarenta asociados. La puesta en marcha empresas acordes con esta filosofía es ya una realidad y otras muchas han mostrado su interés por este modo de enfocar su gestión.

Los empresarios que creemos que el hombre es mucho más que un mero objeto que produce y consume, debemos verificar si nuestro modo de hacer empresa facilita su desarrollo, su reconocimiento como persona, su felicidad, en definitiva. Si no fuera así, estaríamos colaborando a que nuestro mundo siga siendo cada día más injusto. Tenemos ante nosotros un reto, particularmente los católicos, un reto que no podemos eludir: el reto de hacer que la economía, que la empresa, este al servicio del hombre y no el hombre al servicio de la economía.o

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Javier Espinosa Martínez



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