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Sobre bienes y democracia

por José Pablo Noriega de Loma

Un análisis de la democracía, en cuanto ficción y pantalla de una oligarquía real, a la luz de la filosofía antropológica.

Introducción

Presentamos ahora un nuevo escrito, una de cuyas partes es de una materia que bien podría ser llamada Agatología en cuanto que intenta tratar sobre los distintos tipos de bienes, la posibilidad de la conversión de unos en otros y su conexión. Entre ellos, tratamos de los bienes económicos y, a lo más se sugiere la posibilidad de cierto tratamiento de todos en cuanto que económicos. Por su lado, en la segunda parte se trata del socialismo como comunidad de estos bienes económicos, de la posibilidad del mismo, de su actualidad, de su conveniencia y de sus posibles contenidos democráticos. En lo que respecta a la tercera parte hemos trabajado sobre las limitaciones del concepto de democracia deliberativa.

Por otra parte, hemos renunciado a la posibilidad de una definición del mismo concepto de bien, pues nos parece extremadamente difícil, como, por ejemplo, los tratamientos filosóficos de la falacia naturalista han mostrado.

Con todo ello, hemos dado paso a unas inquietudes antiguas, que descartamos poder desarrollar más profundamente, aunque, en nuestra opinión, lo merezcan. Si tienen alguna validez y si son verdaderamente merecedoras de una continuación es algo que dejamos a la opinión del lector.

Como siempre, hemos intentado no hacer pensamiento plano, que suele plantear los problemas sin profundidad, por ejemplo proponiendo disyunciones exclusivas donde son necesarias otras posibilidades lógicas.

Sobre los bienes

A- Tipos de bienes

No vamos a definir el concepto de bien, sino que vamos a suponer que su conocimiento de manera intuitiva u ostensiva es suficiente para nuestros propósitos. Más bien nos interesa distinguir alguno de los tipos de bienes y establecer ciertas relaciones entre ellos. En este sentido, nos referiremos, por lo menos, a los siguientes: bienes materiales, bienes psicológico- sociales de los honores, bienes espirituales o religiosos, bienes culturales y bienes de la salud.

En cuanto al dinero, nos parece un bien primario, pues si lo buscamos es porque nos permite, en gran medida, el acceso al menos a parte de los otros que hemos enumerado, aunque en muchas ocasiones ha sido utilizado, y lo es todavía, para medir la riqueza y aunque no toda la riqueza sea expresable o convertible en dinero. Nos referimos, por ejemplo, en el caso positivo, a los momentos en los que se mide la renta percápita o el Producto Interior Bruto y se expresan en cantidades monetarias. Además, también hay que tener en cuenta que es parte de la expresión del capital, que es un poder.

Pasamos, entonces, a la clasificación, que no pretende se exhaustiva.

Bienes psicológico- sociales

Podemos llamar bienes psicológico-sociales a aquellos que producen en la persona humana estados de bienestar psicológico, que son consecuencia, por ejemplo, del buen trato y de los honores que se disfrutan, por dispensados. A este último respecto, la sociedad civil y el estado tienen una capacidad propia para otorgarlos y, como consecuencia, existe todo un sistema de producción social de estos bienes que está relacionado también con mecanismos de poder.

En este sentido, puede decirse que la misma sociedad civil e incluso el estado engendran un poder que, de acuerdo con sus necesidades y aspiraciones, da lugar a la generación y distribución de estos bienes en la sociedad. Estos tipos de bienes tienen tanto la utilidad positiva del buen trato y el honor, como la negativa o desutilidad del malo y del deshonor.

En lo que a esto último respecta, merece la pena comentar brevemente como desde las diferentes culturas políticas (por ejemplo desde los partidos) se administran bienes como los del prestigio, en función de que los individuos respeten los intereses de los mismos, aunque ello vaya en contra de principios que, por otra parte, dicen respetar. Este sería el caso, por ejemplo, del ejercicio real de la libertad de pensamiento. Así, por ejemplo, los tratos inadecuados que se administran a quienes ejercen realmente la disidencia

Por medio de ellos puede decirse que el estado, la sociedad civil y otros tipos de asociaciones controlan y administran poder de que disponen premiado o castigando, según sea el caso, con las recompensas o los castigos. En este nivel entran, como un elemento constitutivo y que vehicula los mismos, la conducta no verbal en sus diferentes niveles, por medio de la cual, como se ve, se controlan y promueven los tipos de bienes a los que nos estamos refiriendo. Quizá en este sentido puede decirse que existe una capacidad innata de los seres humanos (también de los animales) para comprender y recibir la dispensa de ellos, así como una tendencia innata a buscarlos y un agrado propio en recibirlos.

En este campo específico de bienes existen grandes desigualdades en su reparto (no entramos a analizar las razones). Para ello no hace falta más que apercibirse de la abundancia de ellos que tienen por ejemplo los altos dignatarios o los grandes científicos y la utilidad negativa, el mal trato que sufren los que no poseen este tipo de bienes, como los socialmente marginados.

Parece claro que las personas los ansían, los buscan y gustan de su utilidad hasta el punto de que, por ejemplo, la carrera científica tiene un gran aliciente en la búsqueda de los bienes de los honores. Igualmente, es un asunto crucial para los grandes dignatarios, pues la desutilidad en ellos puede provocar o ser un reflejo de la deposición o pérdida del poder. Con respecto a esto puede decirse en alguna medida que en las democracias es el pueblo el auténtico poseedor y administrador de este poder, por lo que, en alguna medida, el mismo es anónimo.

También tiene la característica de que puede ser producido en el seno de cualquier grupo humano: en la sociedad civil y en la familia y de manera informal, muchas veces. Así los grupos de amigos. Así el cariño que los padres dan a sus hijos y muchas más. Este es así de tal manera que puede decirse que la producción de los mismos está ubicada en muchos sitios: Tiene la característica de la multilocalidad.

Por tanto, la producción de estos bienes no está localizada en las relaciones que el hombre mantiene con la naturaleza, que permite la producción de bienes que podría ser llamados materiales, sino que es en las relaciones sociales que los hombres mantienen unos con otros donde se encuentra el origen de ellos. Ello no obsta para que entre los dos tipos de bienes se puedan establecer relaciones, como por ejemplo en una danza que, en un pueblo natural, precede a una cacería.

Bienes culturales

En el sentido que da al término la Antropología Cultural al término cultura se entiende que todo lo que hace el hombre que requiere un aprendizaje es cultura. Así cultura es el patrimonio de lo que se transmite de generación en generación por la vía del aprendizaje. En este sentido, tan cultural es un teorema matemático como el maltrato de algunos pueblos a los animales.

Nosotros no nos referiremos a este sentido de cultura, que es general o débil, sino a otra acepción, la que está en el uso cotidiano y más tradicional. De este modo, entendemos que una persona culta es la que cuenta con conocimientos, en mayor o menor medida de ciencias, artes, letras o técnicas. Así una persona sabedora de las destrezas de una o varias de estas materias, o de algunas partes que las componen es, verdaderamente, culta.

La cultura, por otra parte, es una riqueza constituida por bienes que quizá se aprecian más cuando se poseen, cuando se disfruta de ellos desde cierto conocimiento y familiaridad. También si desde esta familiaridad se comparan con otras cosas como pueden ser los entretenimientos que se frecuentan, se encuentra uno con una superioridad que se manifiesta, por ejemplo, en la fruición estética ante un poema.

Por otra parte, como ya hemos visto en otro lugar, este es un campo en el que, desde la sociedad ilustrada, pueden converger tanto creyentes como no creyentes en lo que respecta a la necesidad de su promoción y transmisión. Así, sus bienes propios parecerán como dignos de ser adquiridos tanto a creyentes como a agnósticos y a ateos. Por ello se considerará como adecuado para toda la sociedad en general, la transmisión de este tipo de bienes a las masas, que son culturalmente pobres.

Todo ello, en buena medida porque la falta de disposición de estos bienes lleva a un vacío tanto en lo que respecta al valor, como en lo que respecta al placer. Es, frecuentemente, este vacío rellenado de una manera alienante por los medios de comunicación de masas, que proponen un ocio que no es adecuado, la mayoría de las veces, para el desarrollo cultural.

Por último se ha de observar que existe en los últimos tiempos cierta incorporación de las masas a los bienes culturales (por ejemplo, con el llamado turismo cultural) pero nos parece insuficiente y no deja de ser un puro entretenimiento que no es la inspiración vital que proponemos, la cual supondría la verdadera incorporación de las masas. Con todos estos cambios podría lograrse que la falsa cultura dejara de ser una actividad de consumo más y fuera siendo sustituida por la cultura verdadera.

Bienes espirituales

Los bienes espirituales son aquellos que también tienen una utilidad psicológica que procura la relación con el Absoluto y la creencia en un futuro personal e histórico absoluto. En efecto, la creencia en una realidad actualmente perfecta, que nos proporciona amor, comprensión, paz, con la que, nos podemos relacionar como con un Tú que otorga un bienestar del que está necesitada cualquier persona humana. Por ello provee de satisfacciones propias que sirven de consuelo, de ayuda, de alegría y permiten llevar la vida con una mayor fortaleza, con estados de ánimo superiores a la tristeza, provocada de forma natural por la evidencia de la realidad del mal en el mundo, más si es vista como una realidad irremediable e insuperable.

Unida a la expuesta, la creencia en un futuro absoluto en el que sobrevivimos personalmente, un futuro en el que superamos la muerte y alcanzamos la vida eterna con la felicidad completa ayuda igualmente a superar la desutilidad y la angustia que nos acarrea la certeza de nuestra muerte física personal.

Así, en este sentido, la creencia religiosa también nos aporta una clara utilidad que se manifiesta en un bienestar psicológico que, de otra manera, no puede ser proporcionado por ninguna otra fuente. Ello contrasta claramente frente a la innegabilidad de la insatisfacción que acarrea la increencia, que naturalmente trae consigo la tristeza y la desesperanza, entre otros males.

Como se sabe, existen variados medios por los que podemos hacer llegar a nosotros estos bienes espirituales y en este sentido, parafraseando a Stuart Mill, puede hablarse de la utilidad de la religión. Estos, como hemos visto, pasan por la creencia en una realidad transcendente y superior, y en un futuro absoluto; por la oración y la meditación por medio de las cuales entramos en una relación purificadora y con evidentes efectos benéficos para nosotros, con el Absoluto; por la liturgia, mediante la que se nos exterioriza en el símbolo visible y sensible la grandeza de la Religión; etc.

Estos bienes espirituales pueden ser producidos propiamente por la persona, pero también cuentan con sistemas de producción sistemática especializada. Nos referimos, por ejemplo, a las ceremonias y demás actividades que son promovidas por las iglesias y las religiones.

Con todo, también en este campo existe la desutilidad. Nos referimos, en este caso, a las sectas y falsas religiones que destrozan el bienestar anímico, de la misma manera que en el terreno psicológico- social la utilidad negativa es reportada por el mal trato y el maltrato.

Bienes materiales

Nos parece que se puede decir que los bienes materiales son aquellos que en las sociedades desarrolladas se cambian en el mercado por el dinero, y por ello se compran, se venden, se intercambian. Son, por ello, ofrecidos por las empresas económicas, entran en los programas de oferta y demanda y han sido analizados en términos propios por la ciencia de económica.

De este modo, por ejemplo, se realiza el estudio de la conducta del consumidor, sobre su elección personal, sobre la demanda, sobre las empresas o las estructuras del mercado; también sobre las causas que conllevan su producción y las condiciones que facilitan su distribución y consumo y su maximización, tanto en su producción como en su consumo y disfrute. Igualmente, por ejemplo, su desarrollo pasa por el estudio de los factores de la producción, como la tierra y el trabajo. Todo ello lleva aparejado el análisis como los que se refieren al equilibrio general y el bienestar de las poblaciones, así como el papel que juega el estudio en su control.

Son, por tanto, estos bienes, susceptibles de políticas económicas que buscan lograr su maximización y optimización dentro del ámbito de la competencia de los estados y su legislación, que los regulan y utilizan para sus fines y para los de las poblaciones que organizan.

Señalamos, por último, que el funcionamiento y la dinámica de este tipo de bienes son los que están estudiados y explicitados por la ciencia económica, mientras que los otros tipos no lo están, o lo están tangencial u oblicuamente.

Bienes simbólicos

Los bienes simbólicos son aquellos que, en un principio, no tienen una traducción tangible. Por ello, en un principio, no parece que repercutan en el bienestar personal claramente. Serían por tanto, cierta manera, inefectivos, sino, como indica su propio nombre, casi simulacros de bien o, dicho de otra manera, ficticios.

En efecto, este tipo de bienes no se perciben esencialmente en la vida del que estaría llamado a disfrutarlos, sino más bien después de ella. Nos referimos sobre todo a los bienes que consisten esencialmente en ese premio que es permanecer en la memoria, por ejemplo por algún tipo de excelencia, de las generaciones siguientes.

Así, se expresa esta clase de bienes en algunos pueblos naturales del África negra en los que se considera que no se muere realmente mientras se perviva en la memoria de las generaciones posteriores. En nuestras sociedades no solamente se busca permanecer en la memoria de la descendencia o de los parientes y amigos, sino que en muchas ocasiones hay personas que persiguen con su trayectoria lo que se llama pasar a la historia. Es éste el mundo de la fama de que hablaba nuestro excelso poeta Jorge Manrique.

En ocasiones, como por otra parte se sabe, el logro de este bien se presenta como una consecuencia o derivación de los que hemos llamado bienes de los honores y no es perseguido de cualquier manera sino en un aspecto positivo por algún tipo de excelencia marcada, pues nadie desea inmortalizarse como un energúmeno o un criminal.

B- El marco moral de los bienes

En otros ensayos como “Democracia consecuente” o “Religión” hemos defendido que la paz es el bien absoluto y que la misericordia es la virtud que permite el logro de la primera. Por ello nos parece que tanto la una como la otra pueden ser incluidas, como normalmente se hace con los bienes políticos y morales, como marco en que se posibilita la consecución de los otros bienes (éstos más económicos) o el logro de los mismos en su grado óptimo. Esto es lo que en la ciencia económica se conoce como marco moral

Así, por ejemplo, si no existe la paz interreligiosa y, como mínimo, una cierta tolerancia (o falta de persecución religiosa) el tipo de bienes que conocemos como espirituales no pueden conseguirse o ello será más difícil. Es evidente, entonces, que en caso de guerra son mucho más escasos todos los tipos de bienes a los que nos hemos referido.

Pero, aún más, con la virtud de la misericordia se aumentan las posibilidades de consecución de la paz entre los estados en lo que se refiere a política exterior, y en política interior se eliminan también conflictos importantes que dificultan en mucha medida la prosecución de todo tipo de bienes.

Por ello, el marco moral necesario, que posibilita la paz se reforzaría si nos decidiésemos a ser misericordiosos (compasivos o caritativos) en el terreno de la política y de la religión, desbordando con nuestra práctica a la mera virtud de la tolerancia en esta otra que la supera y que minimizaría la conflictividad.

C- La interconexión entre los distintos tipos de bienes.

Podemos señalar que los tipos de bienes de que hemos hablado se encuentran interconectados, relacionados, pues no son un continuo en el que no se puedan indicar distinciones esenciales. No obstante, no vamos a intentar una sistemática de la conexión entre los distintos tipos de bienes que hemos distinguido, porque ello superaría con mucho los límites que nos hemos propuesto. Por ello nos contentaremos con señalar casos singulares en los que esta conexión se manifiesta.

Así por ejemplo, los bienes sociales preparan el acceso a los bienes materiales, como por ejemplo, sucede cuando una empresa organiza determinados actos sociales para fomentar la solidaridad entre sus grupos y miembros, todo lo cual permite aumentar la producción por la mejora en el ambiente de trabajo y en otros factores.

Al mismo tiempo, un aumento de los bienes materiales crea bienes sociales como, por ejemplo, cuando un incremento de la renta aumenta la cohesión familiar. De manera parecida, pero en dirección, contraria ocurre cuando un pueblo natural una partida de caza es preparada mediante la danza porque un aumento de la cohesión social favorece las estrategias de la caza.

Por otra parte, es de sobra conocido que un aumento de los bienes materiales también incrementa el monto de bienes psicológico- sociales. Así la posesión de riqueza material proporciona un mejor trato social, de tal manera que, en este sentido, el pobre lo es por más de una razón. Por el contrario, los millonarios acceden más fácilmente a los bienes del honor, pues su posición económica repercute en su posición en la sociedad. E incluso a los bienes simbólicos porque la excelencia en cualquier ámbito permite el acceso a dichos bienes, así por ejemplo la perduración de la memoria en las siguientes generaciones.

De la misma manera, la tranquilidad y la alegría que proporciona la asistencia a una ceremonia religiosa no solamente da acceso a los bienes espirituales, sino también a los psicológicos- sociales o, como así defendió Max Weber en su libro sobre la ética protestante y el espíritu del capitalismo abrir paso en la búsqueda de los bienes materiales.

Así pues, como puede verse, pueden admitirse muchas formas de conexión entre los distintos tipos de bienes. En conclusión, como mostramos, parece claro que podría ensayarse una sistemática de las relaciones entre las diferentes formas de bienes, pero nos conformamos con demostrar que los mismos no son compartimentos estancos y que sus interrelaciones son múltiples.

D- Los bienes económicos y la política económica

Los conceptos económicos

Existe toda una serie de conceptos económicos que, en una gran medida, han resistido al análisis cuantitativo, a la medida, aunque estén formando parte de los conceptos de la ciencia económica. Nos estamos refiriendo a conceptos tales como los de bien económico, utilidad, satisfacción o riqueza.

Generalmente, se dice en los prolegómenos de Economía que existen dos clases de bienes: los gratuitos y los económicos. Los primeros son ofrecidos por el mundo natural de una manera tal que no son escasos. Así su logro no pide ningún esfuerzo. Por el contrario, los bienes económicos son los que, por su escasez, necesitan de esfuerzo y se caracterizan por el hecho de que aportan una utilidad, que conlleva una satisfacción., así como posibilidades de posesión y acumulación en la forma de riqueza.

Pero estos últimos conceptos les son igualmente aplicables a todos los tipos de bienes a los que nos venimos refiriendo y que hemos ordenado. Así, por ejemplo, su consecución cuesta un esfuerzo, un trabajo y conllevan utilidad, que implica satisfacción. Además pueden ser acumulables. Así, por ejemplo, la concesión de un Premio Nóbel trae con ello una utilidad que se manifiesta en la satisfacción (como bien psicológico que provee el mismo), satisfacción que es acumulable a la de otros premios, al mismo tiempo que es permanente porque se perpetúa en la forma de honores continuos durante la vida del agraciado.

De la misma manera, la creencia como bien religioso o espiritual trae con ella una utilidad que consiste en la satisfacción del genuino deseo religioso. Esta satisfacción acarrea bienestar psicológico y espiritual, en cuanto a, por ejemplo, la calma y la alegría que proporciona. Estas suele permanecer en el creyente como un depósito durante toda la vida. Este bien por otra parte es incrementable por medio de la oración y la asistencia a los actos litúrgicos. Asimismo puede decirse que este tipo de bien se acumula de manera extraordinaria en ciertas personas, dando sentido y plenitud a sus vidas. Este último extremo es el de los santos.

Con respecto a lo que hemos llamado bienes materiales, las características a que nos hemos referido les son de manera muy evidente propias, pues en ellos y para ellos han sido estudiadas las aplicaciones más mensurables de la ciencia económica.

Con respecto a los otros géneros de bienes a que nos venimos refiriendo las categorías de que hablamos son igualmente predicables. Así por ejemplo, los bienes simbólicos o los bienes culturales.

A este respecto, los bienes culturales, quizá ofrezcan como característica suya que requieren un aprendizaje concreto para su valoración y que, una vez efectuado éste, difícilmente son cambiados por sucedáneos. Así, la comprensión de un cuadro de Velázquez o la lectura de un libro de Tolstoi tienen una utilidad propia, que lleva consigo una satisfacción. Son igualmente acumulables y esta acumulabilidad está conceptuada como capital intelectual, hasta el punto de que incluso puede decirse que este capital, adecuadamente invertido y con los medios que le son propios, es capaz de producir por su cuenta en la forma de descubrimientos e invenciones nuevas utilidades en las Ciencias y en las Humanidades.

Y esto a pesar de que las rutinas de investigación que imponen los estados cubra el papel, más que de hacer proliferar los descubrimientos, el de producirlos dentro de una cierta canónica de normalización, que puede llegar a obstaculizar el verdadero progreso del conocimiento, especialmente, en las Humanidades, donde la producción intelectual debería estar respaldada por ser creativa más que por otros factores.

Parecidas afirmaciones puede hacerse con respecto a la consecución de los bienes simbólicos, pues ellos también implican un esfuerzo, un trabajo y lo que ello conlleva. Así, por ejemplo, es esfuerzo de toda una vida que trae como resultado la utilidad y su consiguiente satisfacción cuando el resultado es la seguridad de permanecer en la memoria de las generaciones futuras, lo cual, a su vez, acarrea beneficios y utilidades en otros ámbitos referidos a los bienes de que estamos tratando.

Y si seguimos con las semejanzas podría igualmente hablarse de centros de producción de bienes espirituales como de la dispersión de su producción. Cabe, por ejemplo, en este sentido pensar a la oración individual o familiar como centros dispersos de producción de estos bienes y de las iglesias y monasterios de las confesiones religiosa como centros donde se concentra la producción espiritual.

En este sentido, son particularmente significativas las festividades que congregan a una gran cantidad de fieles. En efecto gracias a las ceremonias que les son propias se produce una gran alegría y paz que se difunde por el entorno social, de tal manera que los mismos fieles son portadores y productores de todo tipo de utilidades y bienes, que, en el proceso en el que se transfunden, acarrean también bienes psicológicos de muchos tipos.

Pero, por otra parte, estos bienes se agotan (al igual que otros recursos más materiales) y necesitan por ello de una renovación periódica, que se produce, por ejemplo, en las festividades religiosas. Ello, por su parte, constituye una evidencia casi empírica de la intervención del Absoluto en la historia, insuflando caridad y espíritu de paz y reconciliación en el mundo. De este modo, enriquece al mundo la vida religiosa a través del culto que de esta manera se comprende también como necesidad antropológica y como fuente de salud para el mundo.

La política económica

Se sabe, por experiencia propia, y además se puede corroborar consultando cualquier manual de economía que el estado interviene mediante las políticas que instrumentaliza en los procesos de producción, distribución y consumo de todos estos tipos de bines que estamos estudiando y, quizá especialmente, en los económicos (lógicamente mediante la política económica).

Así, por ejemplo, mediante su política religiosa puede favorecer o perjudicar los bienes que producen las religiones, según persiga, obstaculice, permita, tolere o fomente la oferta de bienes religiosos para las sociedades que organiza. Así hemos tenido manifestaciones, por ejemplo, de persecución de los bienes religiosos por parte de los países comunistas; o de tolerancia en los países democráticos o de otras lecturas en otros regímenes como los islamistas.

Por otra parte, también, a modo de ejemplo, puede señalarse que mediante la política de premios, tanto del estado como de la sociedad civil, está regulada la producción de los bienes psicológico- sociales o de los simbólicos.

Por último, en lo que atañe a los bienes materiales las regulaciones de todo tipo a que están sometidos –tanto en regímenes capitalistas como en comunistas- son de sobra conocidas y puede ser estudiados y analizados en cualquier manual que hable de política económica de los estados o de las organizaciones internacionales.

Es evidente que el nivel de análisis que estamos empleando podría ser ampliado y profundizado pero nos conformamos sólo con dejarlo apuntado.

E- La medida de la riqueza

a-

Hasta hace relativamente poco se calculaba la riqueza de un país en términos de Producto Interior bruto, que expresaba el monto de los bienes y servicios de este país en dinero. Pero desde hace algunos años el dinero no es el único patrón de medida de la riqueza y el Índice de Desarrollo Humano (I. D. H.), que también mide el índice de desarrollo de un país y es usado por Naciones Unidas, tiene en cuenta no sólo la renta per cápita, sino también la tasa de escolarización y la esperanza de vida de la población.

Así, hay países cuya esperanza de vida no llega a los 50 años y en otros este dato supera los 75. Lógicamente los primeros pertenecen a los países pobres y los segundos a los ricos. De este modo, es claro que el nivel de riqueza está estrechamente relacionado con el nivel de salud, de tal manera que a un mayor desarrollo económico corresponde, por lo general, una mayor esperanza de vida y, por tanto, una salud mejor.

Al lado de estos datos que comparan desarrollo y pobreza, existen también datos conocidos que comparan la esperanza de vida en los distintos estratos sociales de los países ricos. Entre ellos destacamos los siguientes: la mayor esperanza de vida en estos países se encuentra entre los ricos, los científicos, las personas religiosas y las mujeres.

Nos enfrentamos con el problema de la interpretación de estos datos. En este sentido, por una parte parece claro que la riqueza se expresa en que las primeras necesidades (alimentación, vestido, vivienda, sanidad…) están suficientemente satisfechas y, por ello, se explica claramente la diferencia entre desarrollo y subdesarrollo

Así pues, como conclusión puede establecerse que la riqueza material está correlacionada con una mayor esperanza de vida y ello es lógico, pues puede decirse que las actividades económicas están claramente ligadas al logro de los bienes que permiten una mayor cuantía de vida. Además puede decirse que el conato natural de un ser vivo es la prolongación de la misma vida, por lo que este conato no puede estar en contra de la búsqueda de estos bienes (también de otro tipo). Ello sería absurdo.

Pero en el caso del análisis de la estratificación por grupos de esperanza de vida en los países desarrollados cabe hacer otras consideraciones o interpretaciones. Así en cuanto al dato de la mayor mortalidad masculina, que significa que la esperanza de vida de las mujeres está unos cuantos años por encima de la de los hombres, también podemos sacar las mismas conclusiones. Es decir, existe una desigualdad por la que puede decirse que las mujeres son más ricas que los hombres, quizá debido al hecho de que las mujeres disfrutan mejores trabajos que los hombres, a que no desarrollaron hábitos como el tabaquismo o el alcoholismo, o también a una cierta superioridad natural. Es entonces lógico que unas políticas igualitarias contemplen también estos factores de desigualdad ante la muerte.

En lo que respecta a los otros datos que hemos ofrecido para los países desarrollados no nos parece que las diferencias en lo que se refiere a las primeras necesidades sean los únicos factores que explican las distancias en lo atingente a la esperanza de vida. Por el contrario, nos parece lógico acudir a otros parámetros. Es decir, hay que considerar el disfrute de otros bienes para explicar estos hechos.

Así por ejemplo, en el caso de las personas religiosas creemos que puede encontrarse una explicación en la utilidad que proporcionan los bienes religiosos o espirituales de que disfrutan, que procura sus satisfacciones específicas en bienestar espiritual y psicológico y cuyos frutos son la alegría, la confianza, la esperanza, una menos angustia y una mayor capacidad para enfrentarse con los problemas de la vida etc. Es por ello natural pensar que, teniendo en cuenta la influencia del sistema nervioso en la salud general, por las razones que hemos dicho los religiosos disfruten de una mayor cuantía de vida.

En este sentido, nos parece también que otro factor explicativo es que es precisamente un fruto de una vida religiosa también la alegría, el específico optimismo que produce, en la mayoría de las ocasiones, una independencia total con respecto al mundo de las drogas, de las legales y, por supuesto, de las ilegales.

Por otra parte, en el caso de los científicos nos parece que también podría encontrarse como causa del fenómenos que estamos analizando el hecho de que son el grupo social de mayor prestigio dentro de nuestras sociedades occidentales y que en el terreno de los bienes psicológico-sociales y de los de los honores son favorecidos en una gran medida, lo que les procura un bienestar psicológico grande. Al lado de este factor podrían añadirse otros como por ejemplo el mayor bienestar que proporciona específicamente su trabajo.

Por último, el que los ricos en términos materiales, disfruten también de esta mayor esperanza de vida creemos que se explica en general porque las personas ricas disfrutan no solamente de los bienes materiales sino de parte grande de los otros. Así, por ejemplo, la riqueza material proporciona también bienes psicológico –sociales por ejemplo por la razón evidente de que la riqueza también aporta prestigio.

b-

De todas maneras parece que existe una utilidad que es también en estos casos marginal, pues es como si la cuantía de los bienes logrados por estos grupos privilegiados, no estuviese en relación de correspondencia completa. Esto es de tal manera así, que un incremento determinado de la riqueza produce el aumento correspondiente de la esperanza de vida cada vez menor; además ocurre que, a partir de un nivel de riqueza la esperanza de vida parece que tiende a igualarse. ¿Cuál puede ser la explicación de estos fenómenos dentro de un orden del discurso natural y cuantitativo?

Con la explicación que ofrecemos no pretendemos subsumir los asuntos económicos en una especie de biologismo o etologismo, pues pensamos que cada ciencia, aunque no cerradamente, acota campos específicos y ofrece sus propias leyes. Pero sí parece claro que cualquier ciencia humana no puede negar los presupuestos biológicos del mismo ser humano, aunque estos queden transformados y subsumidos.

Por ello, la explicación que damos a la necesaria utilidad que el capital produce es la de que, en alguna manera, también en los asuntos de economía se perpetúa la ley natural (formulada por la teoría biológica) por la cual tratamos de dejar la mayor descendencia posible y por la que seguimos el instinto común a todo el reino animal. De esta manera, la riqueza significaría también una mayor posibilidad de tener una descendencia abundante.

En este sentido, se nos puede objetar que son los pobres los que, en la actualidad, tienen un mayor número de hijos, pero aquí es preciso tener en cuenta que los valores en cuanto a la crianza de los hijos han cambiado en gran manera en nuestras sociedades occidentales. Por ello, hay que hablar de descendencia que mejora la calidad de vida de los padres, pues este tipo de descendencia implica una gran inversión de esfuerzo y dinero. Así, también se introduce en este campo un concepto no solamente de cantidad sino también de cualidad.

Aún con todo, esta disparidad entre capital (riqueza en cualquier tipo de bienes) y esperanza de vida, esta irracionalidad también podría ser atenuada si distinguimos aquí también entre calidad y cantidad. A este respecto, se podría decir que los ricos en cualquiera de los tipos de bienes que hemos presentado, no sólo viven más sino también mejor. Es decir no sólo disponen de más tiempo, de más cantidad sino también de más calidad de vida.

Por otra parte, si suponemos que esta última afirmación es verdad no quiere decir que no lo sea también la obviedad que igualmente existe un trasvase de la calidad en cantidad, de tal modo que quien vive mejor también vive más.

Con todo (permítasenos una pequeña digresión) el problema de encontrar una medida aplicable a los distintos tipos de bienes persiste. Así por ejemplo, planteando la posibilidad de medir la satisfacción en términos psicológicos (con el consiguiente trasvase a una medida fisiológica) se ve claramente la dificultad de la medición en estos campos, pues el problema sería el de encontrar una unidad fisiológica adecuada, dado que el término económico de satisfacción, como se ve, casi se traduce automáticamente a la psicología.

En este sentido, desconocemos si es posible en algún tipo de caso aislado intentar alguna medida en términos de expresar bienes no materiales en términos monetarios. Así, por ejemplo, no sabemos si se podría medir el valor del buen trato en un restaurante (valga el ejemplo) si nos referimos concretamente a los bienes psicológico- sociales. Quizá fuera posible en este caso el empleo de métodos estadísticos, pero encontrar el valor monetario de una sonrisa nos parece una tarea harto difícil.

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Aún con todo, existe una desmesura entre la cantidad enorme de riquezas de todo tipo que acumulan algunos hombres y su utilidad en términos de esperanza de vida (o de su posible formulación en términos fisiológicos) y por un principio elemental que exige que esa riqueza sea portadora de una utilidad, que se compenetra con nuestro principio de racionalización de lo real (véase” Razón y realidad”). Como consecuencia, se debe postular que esta riqueza debe tener una correspondencia real. Por ello se debe reconocer que es preciso ampliar la realidad natural de los bienes económicos a otra sobrenatural que sea capaz de dar cuenta de estos bienes acumulados en forma de riqueza. Ello conlleva la defensa de la existencia real de una Sobrenaturalaza, es decir, la existencia de un orden sobrenatural en el que pueda prolongarse en forma de vida la riqueza adquirida en el bien (moralmente hablando).

Esto se daría en forma eminente en determinadas personas como, por ejemplo, los santos. De esta manera los procesos que en las distintas religiones de la tierra se dan en la beatificación de determinadas personas, tendrían un apoyo en la realidad y marcarían el reconocimiento de la existencia de esta realidad sobrenatural y de la realidad de una vida más allá de la muerte de los seres humanos, en cierta medida como consecuencia de la vida natural.

Como consecuencia, ello significaría que lo que hemos llamado bienes simbólicos no lo son tanto, pues detrás de ellos existe la realidad de una vida que se prolonga más allá de la muerte física, en determinados casos, de determinadas formas, en determinadas personas.

Como se ve, por otra parte, todo esto es congruente con lo que hemos defendido en otros ensayos en los que, por otros caminos, intentamos demostrar la existencia de una realidad sobrenatural que perfecciona todos los campos de la natural.

De otro lado, lo que mantenemos aquí también significa que las Ciencias Humanas operan (y no pueden hacerlo de otra manera) de un modo completamente distinto a como operan otras ciencias (por ejemplo, las Ciencias Formales), pues, al contrario que las otras, no están cerradas sobre sí mismas, sino que, por el contrario, su misma constitución ontológica y epistemológica exige una apertura transcendental. (Así, por ejemplo, en este ensayo).

A modo de corolario, con un movimiento en otro sentido cabe entender determinados milagros (por ejemplo, los de salud) como una intervención de lo Sobrenatural en lo Natural. Pero no como una intervención cualquiera sino como una en la cual lo Sobrenatural aporta riqueza al mundo natural bien en forma de salud. En este sentido, la intervención de lo Sobrenatural en general, también aporta otro tipo de bienes. Por ello (abarcando algo más que el puro milagro) se puede hablar de la utilidad de la oración o de la meditación, pues aquí también tenemos una evidencia casi empírica de la riqueza que aportan al mundo natural las religiones, con sus creencias, liturgias, modos y prácticas.

F-Sobre la alienación de la riqueza

Nos vamos a referir en este capítulo a la enajenación en la que nos encontramos con respecto a determinados bienes y a la posibilidad de superación de la misma. Pero no queremos entrar en él en lo referente a lo que hemos denominado bienes materiales, aunque la situación de escasez en este nivel de los pueblos del llamado Tercer Mundo (también del Cuarto), que contrasta claramente con la abundancia de ellos en el Primer Mundo, clama al cielo. Es en este sentido evidente la injusticia que se produce cuando ni las organizaciones internacionales ni los estados elaboran políticas económicas que sean capaces de acabar con el hambre y el subdesarrollo, de acabar con la conocida como geografía de la vergüenza.

Sí queremos hace unas someras observaciones sobre el tema de los bienes culturales y espirituales, sino que solamente En lo que respecta a los primeros nos parece evidente que las masas del mundo se encuentran esencialmente alejadas de ellos. En este sentido, nos parece que la ilustración de las grandes masas no rebasa el nivel puramente instrumental, es decir, el nivel en el que lo que se aprende tiene aplicación, más o menos clara o inmediata al terreno de la producción. En nuestra opinión este problema tiene sus raíces en la misma Prehistoria del hombre en el sentido de que básicamente el entretenimiento de las gentes sigue sin tener relación con la verdadera cultura.

Así, los medios de comunicación prolongan y promueven este nivel cultural, pues en vez de ejercitarse como transmisores de la cultura (la ciencia, las humanidades, el arte, la filosofía…) se sitúan en el nivel general y no hacen sino repetir los clichés en los que estamos envueltos; y, no conformes con ello, refuerzan el nivel en el que históricamente nos encontramos, culturalmente hablando.

Por otra parte, también podemos decir que las políticas educativas y pedagógicas se muestran como inadecuadas para remover los obstáculos que se oponen a la verdadera culturización de los ciudadanos. Por ello sería necesarias propuestas que permitan llevar a cabo políticas que saquen a las grandes masas de los países desarrollados de su deficiente estado cultural, que en nuestros días está movido y propiciado fundamentalmente por los mass media. Por nuestra parte, en “Pedagogía” hemos hecho nuestras propuestas.

En lo que respecta a los bienes psicológico-sociales nos parece que es posible aumentar su monto porque, en alguna medida, su producción depende exclusivamente de nosotros y de nuestra voluntad y comportamiento que, por otra parte, está modelado por los valores morales. En este sentido es claro que la producción de amabilidad, de cordialidad, de respeto, del trato sincero, del respeto da lugar a un incremento de los bienes que disfrutamos.

Esto se hace por ejemplo mediante medios no verbales, como pueden ser las entonaciones adecuadas, las sonrisas. Así, si dejásemos a un lado la exclusión, el juicio airado, la incomprensión, la culpabilización y pusiéramos en su lugar la disculpa, el perdón, la comprensión, la misericordia y la caridad nuestras relaciones sociales y políticas mejorarían en una gran medida. Todo ello significaría que seríamos más ricos, pues nuestra afectividad mejoraría en buena parte y los bienes de este campo, que se derivan de estas acciones, serían más abundantes.

Por último, nos vamos a referir a la situación de los bienes espirituales en el llamado Primer Mundo. En este sentido, por el lugar que ocupa la religión en nuestras sociedades occidentales, puede decirse que muchos de lo países en vías de desarrollo (India, por ejemplo) se encuentra en mejor situación que nosotros, pues puede afirmarse que, en cierta medida, su mayor pobreza en términos materiales es compensada por una mayor riqueza espiritual, que sirve para compensar aquellas carencias.

Con respecto a este tema puede decirse que lo que ocurre en el Primer Mundo, especialmente en Europa occidental, es que en el campo de los bienes espirituales se ha venido produciendo un retroceso en el nivel de los mismos que alcanza a amplias masas de la población, aunque la increencia sea minoritaria. Este fenómeno tiene su inicio en el siglo XVIII con la ilustración antirreligiosa, pero experimentó un gran crecimiento y maduración teórica con la aparición del ateísmo de los siglos XIX y XX. Y esto hasta tal punto, que el mundo de nuestros días experimenta en los medios de comunicación un ateísmo práctico, cuando no cierta persecución de lo religioso y de lo espiritual como su correlato, cuyo efecto más evidente es la reclusión de lo religioso en la clandestinidad de las conciencias y de los templos.

Quizá en estos resultados de nuestros días haya tenido y todavía tenga cierta dosis de culpa la misma Religión en cuanto que en numerosas ocasiones se alineó en contra del progreso científico o político y en cuanto que todavía conserva prácticas de todo tipo que no coinciden con la sensibilidad liberal de nuestros días. Aún con todo, a estos hechos no los consideramos sino adherencias que no son esenciales a la misma Religión., aunque ésta debería deshacerse de ellas. Por el contrario, pensamos más bien que se pueden defender desarrollos de las virtudes religiosas para nuestros días que situarían a la misma religión a la vanguardia de la transformación progresista de nuestras sociedades.

Por todo ello, pensamos que la enajenación de las masas de los bienes espirituales responde a la implantación de estas filosofías, falsas pero con gran influencia en la población en la que están implantadas. Lógicamente por ello deben ser consideradas como obstáculos que contribuyen al empobrecimiento de la gente.

Es entonces natural que desde la creencia y la Religión se hagan necesarias la crítica de estos planteamientos, una puesta al día de los propios y unas políticas que puedan mostrar la adecuación de la Religión a las necesidades del hombre contemporáneo. De este modo debería también ser capaz de adecuarse también a la mentalidad de nuestros días, sin por ello alterar las verdades nucleares de la fe religiosa.

Sobre la Democracia Socialista

A-

La idea socialista consiste esencialmente en que una determinada sociedad, grupo cultural o comunidad comparte sus bienes materiales y los organiza en común. Ella es una idea antigua que está defendida por Platón para la clase de los guerreros en su “República”. También está atestiguada para la primera comunidad cristiana en el libro del Nuevo Testamento “Los Hechos de los Apóstoles” y, en cierto sentido, por todo el desarrollo histórico de la Iglesia, en cuanto que los bienes pertenecen a la institución como tal y no a las personas particulares.

De este modo, puede indicarse en primer lugar que, teniendo en cuenta los hechos, el ideal socialista no es contradictorio con la religión o, incluso, que la misma lo podría incorporar a su desarrollo como ideal propio y como forma de vida. En este sentido, es lógico que haya sectores o corrientes de la Iglesia como la Teología de la Liberación que incorpora el ideal como parte esencial de su proyecto y no solamente a nivel eclesiástico sino como completamente válido para su concepto de sociedad y de estado, oponiéndose así a los desarrollos capitalistas de nuestras sociedades contemporáneas.

Aún con todo, el socialismo de la Edad Contemporánea tiene unas características específicas y ocupa todo un ciclo de dicha edad, que todavía no ha concluido. Como es sabido, de los antecedentes de la idea en la Edad Moderna ( por ejemplo los “levellers” ingleses) y en la revolución francesa (Baboeuf) , así como de los socialistas utópicos nace el socialismo marxista, que constituyó la corriente dominante del socialismo durante los siglos XIX y XX y aún del XXI. A este respecto es de sobra sabido que esta modalidad de socialismo nace tomando como punto de partida el humanismo ateo y desarrolla una fuerte, aunque errónea, crítica de la religión. Esto ha sido así hasta tal punto que buscó construir las nuevas sociedades según los modelos de este humanismo, ya desde la primera insurrección obrera de la Edad Contemporánea (la Comuna de París) que como se sabe fue magníficamente retratada por el fundador del socialismo científico.

En este orden de cosas, como es sabido, con la revolución rusa de 1917 se abre un nuevo ciclo histórico, porque triunfa el socialismo marxista en el mayor país del mundo. El esquema marxista (en este caso en su versión estalinista) parece funcionar en la nueva época que se había abierto. Efectivamente, después de la segunda Guerra Mundial se incorporan nuevos países al modelo del socialismo real (así casi toda Europa Oriental y China). Aún más, este socialismo marxista sigue avanzando con la revolución cubana, con la victoria vietnamita o con la invasión de Afganistán. De este modo el esquema de progreso de la humanidad hacia el socialismo marxista parecía funcionar y aparentaba corroborar, en una mayor o menor medida, los pronósticos de sus fundadores, Marx y Engels.

Pero, al fin, resultó que este modelo de socialismo era un gigante con los pies de barro y, repentinamente, a finales de los ochenta y comienzos de los noventa todos los regímenes comunistas de Europa (con excepción de Yugoslavia) experimentaron transiciones pacíficas pero revolucionarias hacia modelos democráticos y capitalistas. Con ello es posible que pueda afirmarse que este tipo de socialismo ha cumplido su ciclo histórico, cumplimiento que se salda con su fracaso como ideal político y social de la Humanidad.

B-

a)

Sin embargo, es evidente que el ideal socialista, aún en su versión marxista, no puede ser presentado como absurdo o irracional, aunque en la práctica haya fracasado en la mayoría de los países en los que estaba implantado como régimen. No lo es ni desde el punto de vista moral ni consideramos que lo es desde el punto de vista económico (en cuanto a propiedad colectiva y planificación económica).

Por una parte, desde el punto de vista moral puede decirse que la idea socialista es un ideal de la humanidad desde la siymploké moral de la solidaridad y la igualdad. En efecto, el socialismo se puede contemplar como un ideal de la humanidad desde dos ángulos. Desde el l primero en el sentido de que sí se considera al conjunto de la Humanidad como una fraternidad (como nosotros creemos), hemos de concluir que la búsqueda de la igualdad es el comportamiento que se sigue, pues los hermanos se sienten iguales, y esto, sin menoscabo de la tan necesaria libertad. En este sentido, la igualdad económica es una determinación más de la Idea al igual que lo son el aspecto político o el social.

Desde el segundo se estudia como una conclusión de la Idea moral de Solidaridad. Efectivamente, desde el punto de vista de la solidaridad, se levanta también el ideal moral del socialismo puesto que tanto la igualdad como la fraternidad llevan aparejadas, como conclusión de sus premisas y como ideales morales que son, la comunidad de bienes. Esto, en nuestras sociedades desarrolladas implica la socialización de los medios de producción, es decir el ideal de la comuna (de una manera más o menos lejana en el tiempo).

En conclusión, a los ideales de la Humanidad de la igualdad y la fraternidad (que ya han sido defendidos en otros trabajos) puede incorporarse el de la solidaridad, con su forma coherente y explícita que es la comuna, el estado socialista.

b)

El ideal socialista puede igualmente ser defendido desde una argumentación propiamente económica, que lleva aparejada una crítica a otros modelos económicos de propiedad privada (por ejemplo al capitalismo). Así, por ejemplo, en cuanto a la asignación de recursos la argumentación socialista critica el derroche que supone que las fuerzas del sistema capitalista sean ciegas y desordenadas. En este sentido, sustituyendo este sistema por el de la planificación central, parece claro que se podrían evitar este despilfarro, en cuanto que la planificación supone la introducción de orden.

Parece claro que, sustituyendo el sistema capitalista por el socialista, de planificación central, se evitarían gran parte de los despilfarros propios de la falta de orden. De la misma manera, parece levantarse el argumento a favor de la planificación, en cuanto que el desorden del sistema capitalista que crea crisis periódicas podría ser evitado, precisamente porque la planificación debe incluir como una parte suya lo que se debe producir y como. Así, en general, puede afirmarse que de lógica, de suyo la planificación permite un crecimiento económico más consistente, mayor y más armonioso, pues debería evitar los inconvenientes propios del capitalismo.

Por último, hay que apuntar en el terreno de los hechos, que el sistema socialista parece mostrarse capaz de sacar del atraso económico a los países que lo adoptan como fue el caso de la Unión Soviética en los años 40 y 50, años en los que los índices económicos fueron muy altos. Y, viniendo al día de hoy, esta ley parece cumplirse en China, que tiene los índices de crecimiento del PIB mayores del mundo.

C-

Así que si se encuentran tantos elementos de racionalidad en el sistema socialista, parece obligado preguntarse por qué, a pesar de ello, ha fracasado. En efecto, en nuestros días ha desaparecido como alternativa práctica para la mayor parte de los países del mundo y especialmente para Europa, donde hubo regímenes inspirados en el modelo y partidos comunistas en los países democráticos capitalistas, que buscaron la realización del modelo en sus respectivos países.

A este respecto, es difícil acertar con un diagnóstico claro, pero pueden apuntarse una serie de causas que probablemente hayan contribuido a este colapso del modelo. En primer lugar, puede decirse que la versión antirreligiosa que tomó el llamado socialismo real, no sólo provocó un descenso de la riqueza (aún expresada en términos de utilidad y satisfacción), sino que provocó la desafección de una gran parte de la población, que era mayoritariamente creyente.

En segundo lugar, tomó la forma de socialismo dictatorial, no democrático y, entendiendo la libertad como utilidad, frenó el desarrollo de la riqueza, eliminando el bien precioso de la libertad en todas sus formas, el cual es fundamental para la persona humana.

En tercer lugar, puede decirse que las formas que adoptó el proceso de transición al socialismo, fueron hechas por la fuerza y con el solo apoyo de un sector minoritario de la población. Ello necesariamente había de provocar la oposición de la mayor parte de sus poblaciones, lo cual restó capacidad de movimiento y posibilidades de libertad.

Por último, puede se considerada como causa general del fracaso de todo sistema socialista (por ello de los regímenes del socialismo real) el hecho del desarrollo moral de los individuos. Queremos decir que los parámetros económicos toman medidas positivas porque son capaces de movilizar las fuerzas de producción humanas según sus intereses; por ello, el socialismo requiere también de unos ciudadanos capaces de un desarrollo moral tal que trabajen no sólo por incentivos materiales (como en el capitalismo y otros modos de producción) sino también por el bien común, por el estado y, por ende, por el socialismo. En este sentido, creemos que sólo cuando se alcance un nivel determinado de desarrollo moral se podrá mover el gradiente de riqueza a favor de la planificación y propiedad socialista. Así, este factor se sumaría a los otros factores positivos propios del socialismo.

Todo lo dicho al respecto implicaría una defensa de las libertades y un esfuerzo por el mejoramiento moral de las personas. En este último sentido, es necesario todavía recordar el viejo precepto de amar la prójimo como a uno mismo, que, en este campo que estamos tratando, significaría que deberíamos ser capaces de trabajar tanto por la comunidad como trabajamos por nuestros propios intereses.

D-

Así pues, quizá podría ser posible recuperar, a pesar de su fracaso práctico, el ideal socialista, aunque, según nuestras opiniones, no en su forma materialista o marxista. Pero, aún con todo, se ha de tener en cuenta que existen verdades y bienes políticos que gozan de una claridad, evidencia y valor práctico mayor que el del ideal socialista. Nos estamos refiriendo al bien de la paz y a la virtud de la misericordia o caridad política, que determinan la formación de lo que hemos llamado fraternidad dialógica.

En este sentido, no puede encontrarse contradicción o incompatibilidad entre lo que hemos defendido en otros ensayos políticos y lo que mantenemos en el presente, y ello en la medida en que en los primeros nos abstenemos de propuestas concretas sobre el modelo de sociedad y defendemos una sociedad final y alternativa delimitada como consenso transcendental, acompañadas con los métodos o virtudes políticas que conducen a ella. En este sentido no existen propuestas materiales.

Así es que la democracia consecuente se dibuja a un nivel formal y metódico. Ello significa que la propuesta socialista solamente será validable si se piensa como una alternativa aceptable de manera transcendental. Por tanto su nivel de evidencia es segundo, lo cual significa que solo en un proceso en el que se demuestre su racionalidad podrá ser aplicada.

Por ello la defensa del socialismo, si fuera ello factible, se debería hacer dentro de los postulados de la democracia consecuente que implica una posición de diálogo y no de imposición, quizá con la necesaria comprensión de que es un ideal al que no se puede llegar inmediatamente sino en una lejanía histórica futura.

E-

En otro orden de cosas, como consecuencia de lo dicho con anterioridad podemos decir que el antagonismo entre sociedad socialista y religión debe desaparecer, pues para cualquier defensor de lo humano a la felicidad que puede traer una posible comuna futura, se añade la felicidad que propone la religión en cuanto superadora de los conflictos y necesidades del género humano. Por ello, sería conveniente que los antagonismos entre la izquierda y la religión tomasen el rumbo que condujese a su superación.

Es esta misma relación, cabe decir que tampoco la comuna significa la redención última de la Humanidad porque la felicidad completa sólo es accesible escatológicamente en la forma de Reino de Dios, pues solamente en éste se eliminan completamente las limitaciones de todo lo humano, sólo en él puede alcanzarse la felicidad completa y la redención última y definitiva, tal como hemos defendido en otros ensayos.

En este sentido nos parece una ingenuidad pensar que con la implantación del régimen socialista se alcanza la perfección de los tiempos, el fin de la prehistoria de la humanidad, alcanzándose un mundo redimido y sin contradicciones o desigualdades. Más bien creemos que hay que pensar el socialismo como una concreción del desarrollo de la Idea de Igualdad. En este sentido, se debe pensar que la desigualdad humana seguirá existiendo, aunque quizá con formas nuevas. Esto, a su vez, implicaría la necesidad de plantearse nuevas metas en el desarrollo de la Idea, la cual alcanzó desarrollos tempranos con el cristianismo antiguo porque con él se consideró a los hombres como iguales en la medida que son pensados como hijos de Dios.

F-

El socialismo como ideal de la Humanidad no puede ser defendido como contrario al Orden de la Libertad., sino que más bien hay que pensar que las fuerza ciegas del mercado que dictan sus leyes deberían ser controladas por el hombre permitiendo así una nueva libertad. De este modo, tampoco puede ser incompatible con las libertades políticas (de conciencia, religiosa, de expresión, de reunión…), así como con las formas de la libertad económica.

Por ello, la posible transición al socialismo debe nacer desde la libertad y el estado democrático, así como debe serlo también desde la fraternidad. Estas premisas implican que la imposición violenta generadora de conflictos y de guerra debe ser totalmente desechada y, así, el camino de la ira y la revancha se muestra como una vía inadecuada en la medida en que los medios también prefiguran el fin. Efectivamente, de una transición violenta a cualquier régimen lo normal es llegar a un sistema social violento.

Como corolario puede afirmarse que el socialismo no puede ser concebido como dictadura sino como democracia por el simple hecho de que los medios económicos que en el sistema de mercado estaban fuera del la soberanía popular se integran como un contenido de la misma. En efecto éste sería el concepto de democracia económica que, por otra parte, no puede contradecir o eliminar la democracia política.

G

Pero, como hemos señalado, que pueda resultar en la práctica el sistema socialista depende también de las decisiones individuales, en el sentido de que no se dé un comportamiento económico individual que de manera práctica asista y promueva el capitalismo. Si esto no es posible el ideal socialista permanecerá como algo inalcanzable, como una utopía.

Pero de cualquier manera, no se pueden ligar la dos grandes crisis que sufre el planeta (la crisis ecológica y climática, y la crisis del hambre) con la implantación del sistema socialista, en el sentido de que la solución de las mismas implique el paso a un sistema mundial socialista, porque el tema no se encuentra maduro en muchos aspectos y, por ello, esta transición implicaría la violencia y la guerra con las posiciones que a nivel planetario se mueven en otros órdenes de pensamiento político. Ello, entonces, significaría un mal mayor.

Por tanto, parece necesario aplazar el intento socialista y buscar un consenso que permita acabar con los dos grandes problemas a los que nos estamos refiriendo y las graves situaciones que provocan. Es, por tanto, necesaria una moratoria que busque soluciones posibles y concretas.

H

Por todo lo que hemos expuesto, como corolario, se puede concluir que las alternativas políticas en las que estamos inmersos no son transcendentales, en el sentido de que las ideas políticas no puedan realizarse de otra manera. En efecto, es posible concebir otras posibilidades, como ha podido ser el socialismo cristiano, o como puedan ser otras que puedan defender opciones diferentes o en otro sistema distinto de aquellos en los que normalmente aparecen unidas. Así por ejemplo la política exterior de un partido y la interior de otro, o sencillamente conceptos distintos de los habituales.

Pero de cualquier manera que todo ello sea, es perfectamente posible, según lo que hemos defendido en “Democracia consecuente” y en otros ensayos, entender las diferencias desde la fraternidad y avanzar por el camino del diálogo hacia un mundo mejor. Por ello sería necesario un cambio en la cultura política, hacia otra que superando la mera tolerancia avanzase hacia la misericordia política.

Sobre la Democracia Deliberativa

A)

En las sociedades europeas de la Edad Moderna y Contemporánea ha existido una enorme diferencia de criterios y opiniones sobre los problemas religiosos y políticos, atingentes a dichas sociedades. Efectivamente, según escribe Ratzinger el acuerdo religioso, político y filosófico existente en la Edad Media se rompió. Como consecuencia, en la Modernidad, nació el disenso que trajo como resultado en enfrentamiento, la búsqueda de soluciones por la vía de las armas, fundamentalmente en las Guerras de Religión, que asolaron el continente, con las consiguientes secuelas de ruina y desesperación que todos los enfrentamientos militares acarrean.

La Edad Contemporánea trasladó el desacuerdo del campo de lo religioso al político con la aparición de las doctrinas políticas correspondientes(liberalismo, socialismo, comunismo, fascismo, nacionalsocialismo…) y el nuevo desacuerdo (lo que Mc Intrye llama el desacuerdo moral contemporáneo), que prolonga el anterior, tuvo igualmente consecuencias nefastas no sólo para el continente europeo, sino para todo el mundo (también especialmente para nuestro país: Guerra Civil ) como fueron las dos guerras mundiales (en cuanto provocada por desacuerdos ideológicos, especialmente la segunda) y, por fin, la Guerra Fría, que malgastó inmensos capitales en la carrera de armamentos nucleares.

Si tenemos en cuenta estas experiencias históricas es lógico y natural que hayamos pensado y pensemos hoy en día en buscar otros métodos para la resolución de los conflictos y las diferencias políticas e ideológicas, pues la paz se presenta con toda evidencia como el bien más precioso y como bien imprescindible para el logro de cualquier otro. Por ello se han presentado y se presentan la democracia en general, y la democracia deliberativa en particular, como formas políticas, como formas de estado que permiten la resolución no violenta (o, por lo menos, con una violencia de baja intensidad como, por ejemplo, la verbal) de los desacuerdos políticos, religiosos ideológicos y de todo tipo (por ejemplo, los filosóficos).

Por otra parte, parece inconsecuente que el género humano, como especie racional que es, sea capaz de aplicar la racionalidad a los diversos problemas científicos e intelectuales, aplicación que tiene como resultado la unanimidad de ideas, criterios y soluciones, y no pueda hacer lo mismo en el campo de lo político, por ejemplo. Así, por tanto, es inconsecuente que la Humanidad, ejerciendo la razón sea capaz de llegar al acuerdo racional en los distintos terrenos científicos y no pueda lograr lo mismo con las concepciones políticas y, en general, con todo tipo de ideologías.

En este sentido, la democracia deliberativa, en sus concepciones ideales o más deseables, aparece como una alternativa que busca el acuerdo racional. Este acuerdo racional, por otro lado, puede hacerse sobre programas mínimos, y de hecho así ocurre en muchas ocasiones, o podría hacerse sobre programas máximos. En éstos el acuerdo se intenta alcanzar en lo atingente a los temas ideológicos, más generales o abstractos, en el terreno de las grandes Ideas y alternativas políticas.

Por otra parte, no consideramos que el consenso sea el fin o el método para lograr estos últimos acuerdos (aunque en la democracia deliberativa pueda ser, o lo sea, un medio para llegar ponerse de acuerdo en cuestiones de mínimos). Así, pensamos que lo más deseable, no es el acuerdo puntual, porque los programas generales son los que engendran, como consecuencia de sus principios, el desacuerdo. Luego, el verdadero acuerdo de sobre los máximos, sobre las Ideas políticas. En general, sobre las ideologías o, dicho de otro modo, sobre las filosofías (políticas y de otro tipo).

De ahí que aparezca como nuevo problema el de cómo lograr este acuerdo, a través de qué medios. En este sentido, contrariamente a ello, podría pensarse, como analiza Mannheim en el terreno de las concepciones reales, que de lo que se trata es de reconocer que existen posiciones ideológicas enfrentadas y, por ello hay que anular al oponente. Esto cuenta con el apoyo de los hechos, pues esto es lo que se ha buscado y es buscado, en la mayoría de las ocasiones, por los partidos políticos y sus líderes. Pero esto se muestra diaria y continuamente como imposible como podemos ver en las democracias, además de presentar el problema de que puede conducir a la violencia y, como última consecuencia, a la guerra. Por otra parte, ello es incompatible con la igualdad racional humana, con el hecho de que todos los hombres somos capaces de razón y con la constatación efectiva de que ello se ha logrado y se logra continuamente en otros terrenos de lo intelectual. Como consecuencia, hemos de admitir que podemos alcanzar el acuerdo y la verdad en el terreno de la Política.

No obstante, creemos que tampoco se puede defender que la razón y la verdad sean patrimonio exclusivo de un solo partido o de un solo sistema ideológico, y por ello se hace necesario reconocer que la racionalidad, aunque de manera incompleta y oblicua, puede estar presente en todos los partidos políticos y en todas las ideologías. Como consecuencia el acuerdo se perfila (aquí puede seguirse a Habermas) como producto del ejercicio de la racionalidad dialógica, en la que se debe reconocer que el adversario u oponente político, tiene también un grado de aproximación a la verdad que puede ser equivalente al de cualquiera, incluido el propio. Por tanto, como corolario, podemos decir que la democracia deliberativa implica, al menos si es consecuente, el reconocimiento de una racionalidad dialógica operante.

B)

Como resultado de lo que hemos dicho y, también de la experiencia histórica, podemos preguntarnos qué virtud puede ser necesaria para el ejercicio de lo que conocemos como racionalidad dialógica. En este sentido, tradicionalmente ha sido la tolerancia la virtud democrática por excelencia, al menos desde que Locke con su “Carta sobre la tolerancia” aunara los argumentos que, como producto de las guerras de Religión, hasta entonces se habían pergeñado a favor de la Idea política y virtud de la que estamos hablando.

En efecto, el proceso de construcción de la Idea fue consecuencia de la comprobación de la iniquidad del enfrentamiento, que conducía a la guerra por las discrepancias en las opiniones. Y realmente la construcción y la puesta en práctica del concepto de tolerancia han constituido un buen freno, que ha evitado el enfrentamiento y la guerra, al permitir una convivencia pacífica de las opiniones y un cierto diálogo entre las discrepancias.

Aún con todo, es posible considerar la posibilidad de que existiesen Ideas que, por su universalidad, gozaran de una aceptación tan universal que provocaran por sí mismas el consenso y el asentimiento general. En este sentido, la Idea que parece reunir estas condiciones parece ser la Idea de Justicia (como concepto y como virtud). Creemos que, si bien es cierto que su nombre provoca una universal aceptación, sin embargo, en su seno se encuentran diferencias notables entre las distintas concepciones o realizaciones en las que se concreta. Así, puede entenderse que se debe hacer justicia según las capacidades, según las necesidades, según los méritos…Ello demuestra que la idea no es clara ni unívoca, que en ella se prolonga el desacuerdo. A este respecto tampoco parece posible reconstruir una concepción de la idea universalizable, como el intento de Rawls ha mostrado. Y por todo esto, porque continúa el desacuerdo se hace necesario, también aquí, recurrir a la tolerancia por las razones que hemos expuesto.

Pero la tolerancia, como indica su propio nombre, lo que meramente permite es evitar el conflicto, respetar las opiniones que no son la propia, considerándolas un mal menor, al mismo tiempo que uno se aferra a las propias convicciones. Por ello nos parece que al objetivo de terminar con el desacuerdo y las consecuencias negativas que acarrea, especialmente si se hace persistente, sería posible si se eliminara o, al menos se redujera al mínimo, lo que puede llamarse voluntad dogmática. Esta se manifiesta como un deseo imperioso de imponer las convicciones políticas (o de otro tipo) sin buscar la racionalidad (sino más bien la racionalización, si usamos el concepto psicológico de Freud).

Así pues, la desaparición de la voluntad dogmática aparece como un objetivo. Para ello parece preciso ejercitarse en un diálogo que busque las razones del oponente o del adversario, un diálogo que no excluye la racionalidad de las posiciones políticas del otro ni su capacidad de expresar o acercarse a la verdad. Igualmente un diálogo que ponga en práctica la humildad intelectual y sea capaz de examinar críticamente las razones y opiniones propias hasta su revisión, si ello fuera necesario.

Así, todas estas formas de actuar que acompañan al diálogo verdadero, como resulta que tienen muchos aspectos en común y un espíritu parecido podrían ser agrupadas como una única virtud política en una democracia deliberativa, más acorde a ella que la mera tolerancia. Quizá el nombre de misericordia fuera apropiado, en cuanto que ella olvida lo que en justicia se cree merecer y busca abrirse al otro y sus razones, en un diálogo fraterno que desborda las Ideas de Justicia y Tolerancia.

C)

En otro orden de cosas, creemos que el mayor problema teórico y práctico que se le presenta a la democracia deliberativa (y, en general, a toda democracia) es el que respecta a la política que debe seguirse con los totalitarismos, tanto en los asuntos internos (relación con los partidos totalitarios) como en la política internacional (relación con los regímenes o países totalitarios). Por ello se trata de pensar en como llevar una práctica política conforme a los principios democráticos con partidos o sistemas que tienen como objetivo la destrucción de las mismas democracias.

Nuestra opinión es que, cuando se cierne sobre ella el verdadero peligro de su desaparición como sistema político, y desde una política inspirada en los principios de la tolerancia, la democracia tiene que escoger entre ser inconsecuente con sus principios (digamos ser intolerante con los intolerantes, con el totalitarismo),o desaparecer. Nos parece obvio que con estas circunstancias, siguiendo su lógica interna, el régimen político democrático tiene necesariamente que escoger entre estas dos opciones porque el totalitarismo, por sus propios principios, que crean una dinámica, claramente persigue la destrucción de la democracia.

En cambio, nos parece que desde una política inspirada en los principios de la razón dialógica y de la virtud de la misericordia, podrían ser comprendidos y asimilados los totalitarismos, por las democracias, en la razonabilidad que pudieran portar. En este sentido la virtud política de la misericordia permitiría unos niveles de diálogo que superarían los permitidos por la tolerancia. Ello podría transformar los totalitarismos, que probablemente se abrirían a los planteamientos, a las razones de la democracia para apercibirse de sus errores. Ello permitiría el diálogo.

Aún con todo, parece razonable hacerse la pregunta de qué hacer cuando la iniquidad del totalitarismo se presenta como completamente invencible e inasequible a los planteamientos democráticos. Pensamos que, por una parte, puede suponerse que con las prácticas políticas que defendemos la fuerza de las posiciones totalitarias disminuya, por ejemplo, al ver como, aunque de manera parcial y oblicuamente, se reconoce la beligerancia teórica de sus posiciones y se abre así una cierta comprensión sobre sus razones teóricas y existenciales (de origen). Como consecuencia es de suponer que el nivel de violencia y agresividad del totalitarismo, cuando menos, decrezca, aumentando el nivel de compatibilidad del mismo con la democracia. Todo ello, a su vez, traería, lógicamente, una cierta transformación del pensamiento de los partidos y de los sistemas democráticos.

D)

Nuestros planteamientos lógicamente, defienden que la verdad completa, que la racionalidad absoluta no está en ningún partido concreto, pero que, al mismo tiempo, admite que tampoco ninguno tiene posiciones totalmente falsas o irracionales porque considera que siempre existe algo válido en todos los partidos políticos e ideologías. Desde ellos interpretamos, por ejemplo, la dialéctica derecha- izquierda de las democracias deliberativas y, en general, de cualquier democracia.

La interpretación supone pensar que la verdad absoluta no está en ninguna ideología o partido político concreto, aunque tampoco ninguno de ellos se encuentra en un error total. Por ello será lógico creer que si se mantuviera una relación más dialogante entre ellos, el conflicto permanente en el que se encuentran enredados, y es productor de muchos males, se podría atenuar y entrar en vías que solucionaran el permanente disenso de nuestros sistemas políticos.

Este proceso, obviamente, implicaría una autocrítica de los partidos y las ideologías políticas, un cierto examen de sus planteamientos por todas las partes implicadas que reconociera errores y debilidades y eliminara la voluntad dogmática, pues ella es un obstáculo importante para el verdadero diálogo, en el que también se deberían reconocer los aspectos positivos del oponente. Este diálogo interno, como se puede ver, es muy necesario y conveniente en toda democracia, sin que ello implique caer en posiciones relativistas

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José Pablo Noriega de Loma



25 aniversario ¡Malvinas argentinas!

Malvinas argentinas
La revindicación de la Malvinas es un asunto que incumbe a todos los miembros de la comunidad hispana

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