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1873, la oportunidad de contener a un gigante

por Francisco Javier D. de Otazú

El episodio del buque corsario Virginius, de contrabando de armas yanquis para el independentismo cubano, ocasionó un momento de crísis que bien podría haber adelantado un cuarto de siglo la guerra hispano-americana. El autor lo recoge en su contexto, especulando con un futurible al final.

El lector recordará seguro el “Desastre” de 1898, que puso fin a nuestra presencia en la América caribeña y en el Pacífico. La incuria de la clase política del s. XIX se reflejó de modo evidente en Cuba. Por una parte, la restauración alfonsino-canovista se debió en gran medida a la continuada labor de lobby indiano de la finanza de origen esclavista cubano, lo que implicó cierta cerrazón social y económica en el país. Por otra parte la línea dura de Weyler, exitosa militarmente, fue substituida por otra, de contemporización, a destiempo ya. Esta misma incuria se materializó en la inferioridad naval, campo en el que no cabe improvisación jamás. El hundimiento de la escuadra de Cervera, tan digno como inútil, fue una consecuencia lógica de la corrupción; falta de presupuesto, barcos semiartillados, carbón de menor calidad...mucho más que de la legendaria oposición de barcos de madera contra imponentes acorazados yanquis. La diferencia no era tal, a juzgar por algunos especialistas, que no impidiese a nuestros barcos, más pequeños y rápidos, haber intentado en alta mar alguna iniciativa de melée a corta distancia, rápida confusa y nocturna, con impredecibles consecuencias. Cervera se equivocó pero no más que su gobierno. En tierra, cuando se planteó una defensa decidida con nuestro mausers, en las colinas de San Juan, desde la inferioridad numérica, se comprobó que la victoria no habría sido un imposible.

Pero detrás de lo accidental de los sucesos concretos, está el cimiento de los antecedentes, que a la luz de la lectura de la historia nos nace verlos casi siempre como inexorables. Con respecto a la “Guerra de Cuba”, hay dos guerras anteriores, en las que el independentismo fue apoyado solapadamente por los EEUU, que siempre ambicionaron la anexión, de tal modo que nuestra resistencia al menos sirvió para impedirla. Se trata de la “Guerra Grande”, o “de los diez años”, y una secuela, sin tanta importancia, o “Guerra Chica” o “Chiquita”, entre 1879 y 1880. Nos ocupa la primera, que tiene lugar entra 1868 y 1878 (1). . Es un periodo desastroso para España, en cuanto se cruza el cantonalismo, con las guerras carlistas, los golpes de estado con las insurrecciones...

Los insurrectos cubanos o mambises tenían el indisimulado apoyo yanqui, y su oficina central en Nueva York. Desde allí Manuel Quesada, que era su agente, tenia contactos con simpatizantes ideológicos e intereses navieros. (2)

Son tiempos de rematar la conquista del oeste, y substituir a la Francia de Napoleón III, inventor de la “latinidad”, al intervenir en Méjico a través de Benito Juárez y en Panamá, pensando en el control del istmo y del canal en detrimento de una abortada Gran Colombia.

Con dinero de la Junta cubana, Quesada compró el Virgin, un veloz vapor con dos palos construido en Escocia para los confederados en 1864. Un barco como el que usaba el célebre Rhed Bluter, en “lo que el viento se llevó”, o sea Clark Gable, para sortear el bloqueo yanqui, mandado curiosamente por un almirante de origen español, Farragut, (Ferragut en el original balear), el primero de ese empleo en los EEUU. Una curiosidad que tiene cierto paralelismo con el hecho de que el general Meade, vencedor de Lee en Gettysburg, había nacido en Cádiz.

El Virgin tenía 200 pies, o sea 70 metros de eslora, cargaba 491 toneladas. De poco calado, era ideal para costear y desembarcar discretamente. En la venta figuró un hombre de paja, Jhon Patterson, y se rebautizó el buque como Virginius.

Hombres y pertrechos, armas y municiones se mueven entre EEUU y la isla entre 1870 y 1873. El buque lleva la bandera que en cada momento convenía, con la complicidad de los cónsules yanquis. El capitán era Joseph Fray, también exconfederado. El sur dio muchos aventureros no sólo al oeste, como el cine recoge magníficamente, si no al mar. Incluso en la Guerra del Pacífico, los comandantes enemigos más diestros de Mendez-Núñez podían ser sudistas o mercenarios británicos. En la provincia de Cienfuegos, el jefe de los mambises era el legendario Henry Reeve, “el inglesito”.

En un puerto colombiano, Aspinwall, obsérvese el anglicismo, impensable en el continente sur años antes, el buque español Bazán le ve reparando calderas. Intenta su detención pero le salva el USS Kansas, arguyendo que es barco era norteamericano.

Nuestra Armada del Caribe tras su estela, el Virginus llevaba una selecta expedición rebelde; el general Bernabé Varona, el general William Ryan, un irlandés de la Unión, dos tenientes coroneles y un hermano de Céspedes (fundador de la liga Buena Fe en 1868), jefe, junto con Maceo y Máximo Gómez, de todo el movimiento secesionista. Sale el 27 de octubre de Kingston, Jamaica hacia puerto Príncipe, Haití. Los agentes españoles, bastante eficaces tanto en el Caribe como en Norte América, informan de que recoge el día 30 para el llamado Ejército Libertador de Cuba:

-300 rifles Remington. Lo más moderno entonces, modelo 1871.

-300.000 cartuchos

-400 revólveres

-880 armas blancas

-2 cañones

-Pólvora, medicinas, vestuario etc.

Apostada frente al hoy célebre Guantánamo, también por la longa manu yanqui, la corbeta de la Armada Tornado, un tres palos más veloz, persigue al Virginus, cañoneándolo y deteniéndolo finalmente. Buque, tripulación y pasajeros, 155 hombres en total, son llevados a Santiago de Cuba. El buque llevaba bandera norteamericana, y fue abordado en aguas de Jamaica, por ello británicas. Ambas potencias protestaron al comandante de Santiago, el brigadier Juan Nepomuceno Burriel. Nuestro gobernador rehusó recibirles, y sometió a consejo de guerra por piratería y rebelión respectivamente a dotación y pasaje. Resultaron 53 penas de muerte. Hay que señalar que los marineros naturales de las islas eran varios ciudadanos británicos, así como Fray, y Ryan estadounidenses. EL HMS Niobe, comandante Sir Lambton Lorraine, entró en la bahía de Santiago amenazando bombardeo si se ejecutaban las sentencias.

El problema del brigadier Burriel era doble, ya que estaba indispuesto con el nuevo gobierno republicano en Madrid, que por otra parte conjuraba parte de la propaganda yanqui, centrada en lo tiránico de las viejas monarquías europeas. Hay muchas circunstancias que señalar. Lazos de fraternidad unían fidelidades de Piquett a Pi y Margall, pero otros exoficiales de ambos bandos de la Guerra de Secesión escribían a Grant pidiendo levar nuevos regimientos. La prensa americana, siempre beligerante hasta Vietnam, extendió la pena máxima a la totalidad de los capturados. Por otra parte Londres no deseaba el expansionismo ultramarino en el Caribe, por lo que no alentó a la anexión de Cuba. Grant salía de una guerra civil y no había completado la conquista de su “propio” territorio. En ese momento tenía a Buffalo Bill anfitrionando una cacería a un gran duque ruso, y de paso se negociaba la compra de Alaska, y faltaban tres años para que los Sioux diesen un disgusto al famoso 7º de caballería de Custer. Los tribunales norteamericanos fallaron con toda honradez que el barco era corsario. La Armada española que salía de su Guerra del Pacífico, era bastante superior a la yanqui que salía de su Guerra Civil. Nuestros veteranos de las guerras carlistas no desmerecían en absoluto de los de la Guerra de Secesión. El ejército norteamericano era insignificante en categorías europeas, y A duras penas se las veía con conflictos sociales y raciales interiores, y con escurridizos indios. La adquisición de Cuba, con “¡más negros!”, parecía menos atractiva que la abundante emigración europea. En 1870 se presentó una depresión económica. La campaña electoral de Grant había sido bajo el pacífico lema “Let US Have Peace”.

El presidente Grant y su Secretario de Estado Hamilton deciden enviar un ultimátum a su embajador en Madrid, Daniel Sickles; se restituiría el barco en un máximo de doce días o se romperían las relaciones. Al mismo tiempo, el secretario de pesca americano, y el embajador español en Washington, José Polo, reunidos por el embajador inglés, pactan una alternativa; se devolvería la nave y los detenidos si se demostraba que la bandera en la ocasión de captura era norteamericana (lo que sabemos era efectivamente así). Las autoridades españolas saludarían a la bandera de dicho barco y cada estado procesaría por tráfico de armas a sus súbditos. En esos días, un tribunal de Nueva York señaló que el dueño del barco era español residente en Cuba, Quesada, y no su intermediario Patterson. Vemos en todo momento como, con toda lógica, la Justicia americana resulta más ecuánime que la prensa. Con ello se retira el requisito de rendir saludo a las “barras y estrellas”. El embajador en Madrid Sickles es retenido un día, y el ministro de Ultramar Soler, aceptó devolver barco y tripulación. El barco fue remolcado desde Cuba a Carolina del Sur, escoltado por la fragata Favorita. Como si los elementos quisieran ahorrar una humillación a España, se hundió por una tormenta justo antes de ser entregado. Los supervivientes se fueron en el USS Juniata. España se obligó a pagar una indemnización de 80.000 dólares a EEUU y Gran Bretaña. El general Burriel fue demandado a su vez por las ejecuciones, pero murió antes de la vista, probablemente fue a la tumba más herido en su orgullo que por las acciones de guerra.

Toda la publicidad, que se sumó al mismo tiempo al fusilamiento injusto de unos estudiantes de medicina por unas dudosas ofensas de independentismo, resultó dañina para la imagen de España, asociada a la perduración en la isla, de la esclavitud, no por atenuada menos anacrónica.

Hasta aquí los hechos. Permítaseme la osadía de un juego de futurible, que no por imposibles dejan de ser interesantes. Creo que España entonces no debió ceder en nada. Absolutamente. No por un orgullo cerril. El Virginius valía tanto como en el s. XVIII “la oreja de Jenkis” (*), había que sostenerse “no por el huevo si no por el fuero”. Y el “huevo” era el mar que vió nacer y morir a nuestro Imperio.

Era el momento, el último momento, de parar los pies al gigante que se construía sobre nuestro esqueleto americano. Era la última vez en que la principal potencia marítima, Inglaterra, se planteaba en serio frenar el crecimiento de los EEUU. La derrotada Francia y su vencedora, la naciente gran potencia Alemania, no jugaban un papel importante en el escenario, pero no veían con buenos ojos el apoderamiento de América central por USA. Si cedía EEUU el golpe moral a favor de España sería notable, y el fin de las expectativas del movimiento manbí de los 70. Si Grant hubiese atacado, se habría vencido con la mayor probabilidad en una guerra naval con alguna hostilidad portuaria, siendo el mayor problema acordar algún tipo de entente con Carlos VII, el rey carlista, que recordemos fue derrotado en 1876. Quizá incluso un gran desafió internacional habría sido la solución patriótica para la sangría fraticida.

Pero es sólo una especulación. La realidad es que 25 años después nada era posible ya si no “la honra sin barcos”.

•- •-• -••••••-•
Francisco Javier D. de Otazú

(1)Hay un trabajo específico y sencillo a la vez sobre el tema de Miguel del Rey, “La guerra de los diez años”, en la ed. Ristre 2003.

(2) Para el contexto de la comunicación de la masonería y los movimientos independentistas cubano y filipino, me remito al enlace http://www.arbil/(75)maso.htm

(3) El curioso nombre con el que es conocido históricamente este episodio se debe al apresamiento por un buque español de un navío de contrabando inglés capitaneado por el británico Robert Jenkins en 1731. Según el testimonio de Jenkins, que compareció en la Cámara de los Comunes en 1738, como parte de una campaña belicista, el capitán español, Fandiño, que apresó la nave, cortó una oreja a Jenkins al tiempo que le decía (según el testimonio del inglés) Ve y dile a tu rey que lo mismo le haré si a lo mismo se atreve. En su comparecencia Jenkins denunció el caso con su seca oreja en la mano. La quizá mayor operación anfibia hasta Normadía fracasó ante la Cartagena de Indias de Blas de Lezo. España salió victoriosa y el corsario sin su oreja.



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