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Planto, Amor Cortés, Erudición Prerrenacentista y tema del Ubi Sunt en las Coplas Por La Muerte De Su Padre de Jorge Manrique.

por Gonzalo Fernández,

Las Coplas por la muerte de su padre constituyen la obra más famosa de Jorge Manrique. No suponen un escrito original. Se insertan en la tradición del planto. Dos notas caracterizan ese género literario. Una radica en que sus ejemplos consisten en textos en verso destinados a ensalzar a una persona difunta de noble linaje. El segundo rasgo estriba en que el planto arranca de la figura del muerto o muerta objeto de loa y deriva hacia unas consideraciones generales de tipo moral.

A la memoria del P. José Forcada de la Compañía de Jesús.

Jorge Manrique nace hacia 1440 y muere en 1479. En Castilla diversos poetas componen plantos en el siglo XV vg.: Álvarez de Villasandino, Fermín Gil, Ferrán Sánchez de Calavera, el compilador del Cancionero de Baena, Pérez de Guzmán, el Marqués de Santillana (Iñigo López de Mendoza) y Gómez Manrique (tío de nuestro vate).

Ferrán Sánchez de Calavera introduce el tema del Ubi sunt? en las letras castellanas. Los dos plantos de Pérez de Guzmán recalcan los asuntos de las virtudes del caballero y la fugacidad de la vida. Santillana escribe dos plantos dedicados a don Enrique de Villena y a la muerte de la Reina doña Margarida. El primero muestra un claro sentido alegórico. En el segundo el Marqués hace intervenir a Venus para que convoque a los amantes más famosos de la Historia y canten la belleza de la soberana difunta.

El planto de Gómez Manrique por la defunción del Caballero Garci Lasso representa el precedente más cercano a las Coplas por la muerte de su padre de Jorge Manrique a consecuencia de su ideología y la naturaleza anovelada del relato (muy poco frecuente dentro del género). La Elegía al Marqués de Santillana utiliza los mismos términos que el homenajeado usaba en sus escritos y muestra una alegoría dantesca.

Todos los plantos tienen un doble objetivo. El primero es señalar el carácter inevitable de la Muerte y la urgencia de dirigir la vida hacia ese hecho. El segundo fin estriba en conceder la posibilidad de sobrevivir en la literatura a los difuntos que lo merezcan por sus obras.

Ernst Robert Curtius señala dos elementos continuos en los plantos. Uno es la Muerte y otro el menosprecio del mundo (de contemptu mundi en latín) que se consigue en base al juego de esos tres factores: la Muerte que no cesa, el tiempo que no para y la Rueda de la Fortuna que no se detiene. Los modelos inmediatos de Jorge Manrique son don Sem Tob, Álvarez de Villasandino, Ferrán Sánchez de Calavera, Pérez de Guzmán, el Marqués de Santillana, Juan de Mena, los poetas del Cancionero de Baena y Gómez Manrique.

La Copla I presenta una llamada de atención al lector, un verso de transición, unos matices explicativos y exhortativos por medio de unas anáforas y acaba con la célebre sentencia:

Como a nuestro parecer,
Cualquiera tiempo pasado
fue mejor.

La llamada de atención al lector responde al eco en Manrique del De oratore de Cicerón donde se exponen las ideas de prodescere, deleitare y movere que han de dirigir la génesis de toda obra literaria. Entre las Coplas II y VI el poeta analiza las razones que impulsan a las personas a efectuar acciones erróneas. La Copla VII introduce los tópicos del paso del tiempo, la Rueda de la Fortuna y la Muerte. Desde la VIII a la XIII Jorge Manrique observa las consecuencias del paso del tiempo en la belleza y formas corporales, la nobleza y la sangre (a las que reputa provistas de alguna apariencia mayor), los estados y riquezas (algo más firmes aunque atacados de continuo por la Rueda de la Fortuna) y los placeres y dulzores. Ello le impulsa a constatar la destrucción del cuerpo y el reforzamiento del espíritu. Sin embargo Manrique no ve al mundo malo por sí magüer su crítica a su excesivo aprecio con olvido del alma.

La Copla XIV recoge el tema de la Danza de la Muerte de las que sólo ha llegado a nuestros días un único ejemplo dentro de la literatura castellana. En la Copla XV Manrique cae en la cuenta de que sus referencias resultan indiscriminadas en el espacio y el tiempo y así no sigue el precepto ciceroniano de mover a sus lectores. Por tanto, entre la Copla XVI y la XXIV circunscribe los efectos de la Muerte en algunos personajes como el Rey don Juan, los Infantes de Aragón, el Condestable don Álvaro de Luna, dos hermanos maestres y el rey don Enrique. Las principales actividades de aquellas figuras se realizan de 1402 a 1446. Son conocidos por los contemporáneos del poeta. Sus oyentes o lectores coetáneos podían sentirse impresionados por las tragedias de sus vidas y de paso apreciar la idiosincrasia niveladora de la Muerte. Manrique no sólo cita personajes sino también otros aspectos de la vida cortesana de su tiempo como los juegos, las damas y las llamas de los fuegos encendidos de amadores (versos 4 – 6 de la Copla XVII).

Aquí Jorge Manrique demuestra mayor aprecio a sus obras doctrinales que a la práctica de la cortesanía amorosa en otros poemas suyos. La lírica cortesana se caracteriza por perseguir el fin de amor. Pero el amor de los poetas cortesanos se basa en la sumisión a la dama practicada por gentes decorosas. Así Alfonso de Baena, compilador del Cancionero de Estúñiga, indica que el poeta se tiene que preciar o fingir enamorado. El amor para los vates cortesanos supone un genuino código con estas premisas:

1)      El amor es fuente de todo bien pero ha de estar lleno de insatisfacción

2)      Existe una filosofía de la Naturaleza expresada por medio del sentimiento

3)      El amor se fundamenta en el amor y la pena pero por esto mismo se trata de un amor gozoso

4)      Consiste en un amor de lejanía que a nada aspira. Alfonso de Baena dice que el que más ama es el que menos desea el que deseando se contenta. En este sentido preludia la dicha de estar lejos que cantará Goethe

5)      El silencio doloroso y apasionado representa la forma más perfecta de amar

6)      El amor objeto de la lírica cortesana radica en un amor de amicitia, nunca en un amor sexual al que se moteja de felino

El amor cortés origina un sentimiento de felicidad basado en el sufrimiento. Lleva consigo rendir culto a la mujer y un estado de amante basado en la agonía. Es curioso que Santa Teresa de Jesús dará un sentido trascendente y místico a esa postura agónica del cortesano amoroso en sus famosos versos:

Vivo sin vivir en mí
y tan alta vida espero
que muero porque no muero.

El orto de la cortesanía amorosa se relaciona con la metamorfosis en el siglo XV de la nobleza que se trueca de guerrera en palaciega. Así el sadomasoquismo de los viejos aristócratas en la batalla se reemplaza por el masoquismo de sus descendientes (transformados en cortesanos) ante las mujeres. El amor cortés en Castilla se inspira en el que se produce en la literatura francesa. Los escritores de la Península Ibérica no asumen los elementos más discutibles de la cortesanía amorosa que acaece en el país vecino como el adulterio soslayado por medio del matrimonio (vg. en la Tragicomedia de don Duardos de Gil Vicente).

La cortesanía amorosa supone un nuevo episodio de la pugna entre obras misóginas y misófilas que se da a lo largo del entero Medievo y llega al Renacimiento. Las misóginas nacen de la unión de una corriente occidental de fuentes eclesiásticas con otra oriental por influjo de la Escuela de Traductores de Toledo. La primera tiene a la mujer por origen de todo pecado y se vincula a la mayor responsabilidad que el Génesis achaca a Eva en el Primer Pecado. Algunos sermones de la Alta Edad Media llegan casi a exculpar a Adán quien no hubiera comido del Árbol de la Ciencia y del Mal de no haberle instigado Eva.

En los frescos de Santa Cruz de Maderuelo (Museo del Prado en Madrid) se representa el momento en que Eva tienta a Adán. Éste último se lleva la mano a la barbilla como síntoma de perplejidad. Esa representación de la duda pasará al Gótico donde será muy frecuente a la hora de plasmar la figura de Pilato. La incidencia de las obras misóginas de Oriente se percibe de forma muy clara en Calila e Dimna y el Libro de los engaños y ansayamientos de las mujeres. En la literatura castellana adoptan una actitud hostil a las mujeres en el siglo XV el Libro de exiemplos por el ABC y los Preceptos que un sabio da a sus hijas donde aparece el tema de los deberes de la esposa. Durante los primeros años del XVI Cristóbal de Castillejo es antifeminista.

En nuestras letras aparece una tendencia profemenina. Dos motivos la explican. Uno es religioso con el auge del culto a Nuestra Señora cuyos momentos estelares son la declaración del Dogma de su Maternidad Divina por el Concilio de Éfeso en 431, el reinado de Justiniano en Constantinopla, el triunfo final de la Iconodulia en las Querellas de las Imágenes al ser los iconodulos fervientes devotos de la Virgen (vg. San Juan Damasceno), la reforma del Císter sobre todo con San Bernardo de Claraval y la génesis de las Órdenes Mendicantes de manera que San Francisco de Asís inaugura la costumbre del Belén Navideño y proclama a la Virgen María Reina de la Orden Franciscana y Abogada de la Familia Seráfica y Santo Domingo inventa el Santo Rosario aunque su sistematización en Misterios Gozosos, Dolorosos y Gloriosos sea obra del Beato Alano de la Roche en el siglo XV (época en la que San Francisco de Paula cuando reforma la vida conventual de índole contemplativa nombra a Nuestra Señora corregidora de sus monasterios). La otra causa de la aparición en la Península Ibérica de una literatura que simpatiza con las mujeres es más mundana. Su germen se halla en El caballero Cifar. Su autor localiza todas las virtudes en la dama a la que aspira el protagonista.

En la literatura hispánica y hasta el período renacentista tienen simpatía por las mujeres Alfonso X el Sabio (Las Siete Partidas), Fray Hernando de Talavera, el Condestable Álvaro de Luna (De las claras y virtuosas mujeres) y Suero de Ribera (Coplas en defensa de las mujeres). Una postura intermedia es la representada por Don Juan Manuel y el Arcipreste de Hita (Juan Ruiz) en el siglo XIV y Pérez de Guzmán en el XV: el primero distingue entre mujeres buenas y perniciosas; el segundo demuestra una envidiable ternura filial a la Virgen en el Libro de Buen Amor y alaba a la mujer chiquita pese a considerar a las féminas objetos de reprobación agentes del mal amor; el tercero no muestra una antipatía absoluta al género femenino en la Relación a las señoras grandes e dueñas aunque insiste en la pretendida incapacidad científica de sus representantes.

Inclasificable resulta el Corbacho o Reprobación del Amor Mundano de Alfonso Martínez de Toledo (el Arcipreste de Talavera) quien vive en el siglo XV. A primera vista el libro parece un brutal alegato misógino. Pero su maldición en la última página a quien jamás yació con mujer rompe el esquema. Se ha interpretado o como retractación o a manera de una supina hipocresía o bien a que el Arcipreste de Talavera pensó que se había propasado en sus críticas. Dentro de la literatura renacentista de índole profeminista es necesario referirse a las novelas pastoriles, las novelas caballerescas donde las heroínas empujan a sus protagonistas a la acción y la defensa de las virtudes de las mujeres que aparece en Juan Luis Vives (De institutione feminae christianae) y Fray Luis de León (La perfecta casada). En ese escrito postrero Fray Luis de León se anticipa a Sigmund Freud cuando constata que las hijas tienden al padre y los hijos a la madre.

Manrique había practicado la cortesanía amorosa. Incluso llega a inspirarse en la liturgia católica en la composición titulada De don Jorge Manrique quejándose del dios de amor, y cómo razonan el uno con el otro bien que su hondo cristianismo le vete escribir las parodias casi sacrílegas que otros líricos cortesanos hacen en sus misas y letanías de amor cuya fuente son las Letanías Lauretanas en honor de la Virgen.

Jorge Manrique indica el mismo carácter fugaz que pueden tener los caballeros medievales al traspasar las flechas de la Muerte los muros de sus castillos (Coplas XXIII y XXIV).

Las Coplas XXVII y XXVIII han sido muy criticadas. En su contenido Jorge Manrique compara a su padre con personajes ilustres de la Antigüedad Romana. Menéndez Pelayo las califica de alarde de conocimientos bastante pedantesco. Por el contrario Pedro Salinas las vincula al gusto poético del siglo XV. Cierto que el interés del relato decae con ellas. Ernst Robert Curtius señala su valor histórico y significado lírico. Asimismo prueba su dependencia de un canon establecido por los centones de la época. En la Copla XXIX se advierte una referencia a los partidarios de la alianza entre Castilla y Portugal en la Castilla de Enrique IV frente a la amistad aragonesa preconizada por el sector primero alfonsino y luego isabelino de la nobleza. Entre éstos últimos se cuentan los Manriques quienes participaron en 1465 en la Farsa de Ávila con la deposición en efigie de Enrique IV y la entronización del Infante don Alfonso (hermano de padre y madre de la futura Reina Católica). En las Coplas XXX, XXXI y XXXII Jorge Manrique se decanta hacia una política conservadora en su critica a las excesivas dádivas de los Trastámaras hacia los nobles bien que deje a salvo el honor de su padre.

La Copla XXXIII encarrila el poema a la muerte del Maestre al decir

En la su villa de Ocaña
vino la Muerte
a llamar a su puerta
.

Don Jorge aplica la técnica de los autos al diálogo entre la Muerte y su padre (Coplas XXXIV – XXXIX). La Copla final que lleva el número XL cierra la elegía indicando la necesidad por todos de resistir las tentaciones del Mundo y aceptar la Muerte.

Un elemento importante es el origen del tema del Ubi sunt? visible en toda la obra aunque de modo especial entre las Coplas XVI y XXIV. Augusto Cortina pone su ejemplo más antiguo en la profecía veterotestamentaria de Baruch. Su origen más remoto es una obra egipcia que se fecha durante el Primer Período Intermedio y se titula Canto del arpista. Su autor se pregunta dónde están el príncipe Horhedeb, Imhotep o los Grandes Constructores de Pirámides. Lega a la sombría respuesta de Nadie vuelve después de haberse ido. El eco del Canto del arpista en el Libro de Baruch representa una nueva muestra de los influjos de la literatura egipcia sobre la judía. Otros exponentes son el Himno a Atón del faraón Akenaton donde se inspira el Salmo 104 de la Sagrada Escritura (el 103 de la Vulgata), la literatura sapiencial del País del Nilo en los libros sapienciales de la Biblia y el relato de la creación del hombre a manera de un muñeco de arcilla por el dios alfarero Min al que Ptah insufla la vida.

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Gonzalo Fernández,



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