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Desde 1985 un millón de abortos quirúrgicos y varios más de abortos químicos, dentro de la legalidad constitucional. No permanezcas indiferente ante una legislación tiránica

Un mundo para todos

por Ángel Gutiérrez Sanz

Hay que pensar que la migración, más que un fenómeno económico, es un fenómeno social, al menos en Europa. Ello hace que las dificultades que se han ido acumulando en torno a él tengan su origen en razones de tipo étnico o cultural

El siglo XXI aparece ante nuestros ojos como un viaje fascinante cargado de expectativas. Los acelerones de la historia nos tienen acostumbrados en los últimos tiempos a unas profundas transformaciones que hacen pensar que lo que es útil para hoy no sirve ya para mañana. En menos de 20 años hemos podido ser testigos de cómo el campo de la informática ha puesto boca arriba, formas de vida, usos y costumbres. El mundo sigue evolucionando cada vez más de prisa y en ocasiones la realidad supera la misma imaginación. ¿Qué sucederá en las próximas décadas? Expectativa, mucha expectativa; pero la expectativa no es la nota distintiva con la que se presenta este nuevo siglo que acabamos de estrenar. Expectativas las ha habido siempre en los comienzos de un nuevo siglo, incluso más; recuérdense las famosas expectativas del año mil. Lo verdaderamente significativo de este nuestro siglo, a mi modo de ver, lo encontramos en la actitud y el papel que los hombres van a jugar ante los acontecimientos venideros.

En los siglos anteriores los acontecimientos eran interpretados bajo un cierto signo de providencialismo o fatalismo ciego. Los hombres esperaban un porvenir más o menos incierto de los cuales no se sentían dueños. Eran otras fuerzas las que estaban por encima de las posibilidades del hombre. En cambio hoy el hombre se siente más autosuficiente, se siente más dominador. Nunca como ahora se ha tenido una conciencia tan clara, una actitud tan desmesuradamente osada, de que el hombre puede llegar a ser la medida de todas las cosas. Sorprende el modo en que se hacen las previsiones de futuro, casi todo está programado y se dan plazos de realización, que en ocasiones resultan ser más cortos de los que se había pensado. Como todo lo desconocido genera miedo y esperanzas; pero están cifradas en la libertad del hombre, que ésta sí que es impredecible. En gran medida el siglo XXI habrá de ser lo que el hombre quiera que sea, el problema está en qué habrá de querer el hombre del siglo XXI. El hombre libre se siente dueño de su destino; en manos de Dios, pero libre. Los hombres del siglo XXI han depositado en le propio hombre sus esperanzas; pero al mismo tiempo también el causante de sus miedos más profundos. Muchos asuntos pendientes, muchos retos que afrontar, en el campo laboral, en el de la investigación, en el desarrollo técnico, en el de la medicina, en el de la economía, en el de la industria, etc.

Uno de estos retos que a mí me parece más fundamental es conseguir que los hombres lleguemos a humanizarnos, a respetarnos unos a otros, que lleguemos a comprender que hay algo que nos hermana, cual es la naturaleza humana que todos compartimos en común y que nos otorga los mismos derechos y deberes fundamentales, la que nos hace ser sujetos de un mismo destino y nos hace sentir los mismos miedos y tener las mismas esperanzas. La situación en la que nos encontramos al comenzar este siglo nos obliga a pensar en los demás, más aún nos obliga a ser justos y solidarios. Ésta sin duda sería una de las obligaciones más urgentes. El mundo no fue hecho para unos pocos, es obra de Dios creada para todos, cuando la triste realidad es que sólo unos cuantos son los que la disfrutan. Llegado es el momento de abrir las puertas a quienes hasta ahora las han tenido cerradas y borrar del diccionario la palabra marginación, comenzar a pensar en una igualdad en los derechos y en los deberes de las personas en razón de su dignidad, repartir los bienes de la tierra según una justa proporcionalidad y prestar más atención a quienes en su día lo dieron todo por los demás. Tan apasionantes son los tiempos que nos esperan que aunque no estén exentos de miedos bien podría decirse que representan un reto cargado de esperanzas

solidaridad con los pobres del tercer mundo

Acabar con el injusto desequilibrio existente entre Norte y Sur, entre ricos y pobres, bien pudiera ser uno de los retos prioritarios para el siglo XXI. Cualquiera que tenga delante las negras estadísticas estaría de acuerdo con ello. La publicación de Fernando Al mansa y Ramón Vallescar titulada “La pobreza en el tercer mundo y su erradicación” nos ofrece una dolorosa estampa, que es fiel reflejo de lo que está pasando. De la mano de estos dos miembros de la fundación Intermón nos iremos introduciendo en el Tercer Mundo, para ser testigos de la deplorable situación en la que se encuentran millones de pobres y marginados.

Las frías estadísticas nos hablan de que una cuarta parte de la humanidad vive en estado de pobreza absoluta y decir pobreza es decir que se carece de aquellos elementos indispensables para poder vivir dignamente. En el mundo hay 1000 millones de personas que no pueden adquirir el alimento necesario para una vida activa. 1300 millones de personas no tienen acceso al agua potable. 35000 niños mueren diariamente por causas directamente relacionas con la pobreza. 130 millones de niños no reciben educación básica. Todo esto y mucho más está sucediendo en el Tercer Mundo que representa el 80% de la población del planeta, condenado a vivir con el 20% de la riqueza mundial, cuya distribución es tan injusta que no puede por menos que causarnos sonrojo. Un 15% de la población del mundo posee el 79% de la riqueza mundial y para el 85% sólo queda el 21% restante. De los 23 trillones de las antiguas pesetas del Producto Interior Bruto (PIB ) 18 los consumen los países desarrollados que representan el 20% de la población mundial , quedando sólo 5 para repartir entre el 80% de la población de la tierra . En manos de de 358 familias millonarias se encuentran fortunas, cada una de ellas es superior a los ingresos anuales de países donde vive casi la mitad de la población de la tierra.

Añade aún más dramatismo el hecho de que esta sangrante situación va empeorando y la desigualdad en aumento hasta el día de hoy en que el 20% de la población mundial que vive en los cinco países más pobres del mundo reciben sólo el 2% de los ingresos globales. De esta forma la diferencia entre ricos y pobres se ha doblado en los últimos 30 años. Ésta es la escandalosa situación en que nos encontramos. Nadie se inventa nada. Ahí está la India, Paquistán, Camboya, Líbano, gran parte del Continente Africano y muchos países de Iberoámerica,ahí están, soportando con su pobreza el desarrollo de países industrializados, con una materia prima tirada, una mano de obra baratísima, mercados de fácil acceso, con bajos niveles de competitividad. Nadie se inventa nada cuando dice que son muchos los enfermos sin atención médica, niños sin escuela, familias sin techo, millones de gentes que se contentarían con lo que en los países desarrollados se arroja a la basura. El problema está ahora en saber si en este siglo que acabamos de estrenar se va a hacer algo por remediar la situación. No se trata de dar una limosna de subsistencia, sino de proporcionar la ayuda necesaria a estos pueblos marginados, de darles la oportunidad de incorporarse al círculo del desarrollo económico y humano. La situación no se arregla simplemente con lamentos y solemnes proclamas, hace falta poner en práctica la solidaridad y conseguir que el realismo político se doblegue ante las exigencias de la justicia. No sirve hablar de un nuevo orden mundial, hay que llevarlo a la práctica. Naturalmente antes de ponernos a combatir la pobreza hemos de saber cuales son las causas que la originan.

Existen unas relaciones comerciales que son desiguales, descaradamente más favorables a los pueblos ricos. El mercado es más libre para unos que para otros. La aparición de las Compañías Transnacionales ha venido a empeorar la situación. Por si esto fuera poco desde hace 15 años muchos de los países más pobres están atrapados en una deuda externa que no podrán pagar. En algún país el 25% de los ingresos de sus exportaciones ha de destinarse a al amortización de la deuda externa, en virtud de la cual los países del Sur han pasado a depender de las grandes Instituciones de la economía internacional (Fondo Monetario Internacional, Banco Mundial). No nos hemos de olvidar de la injusta distribución de las riquezas en el interior mismo de los países pobres. Es frecuente desgraciadamente, que los gobiernos nacionales del Sur respondan a los intereses de las minorías privilegiadas. Además la pobreza no es sólo la pobreza, sino que va asociada a inestabilidad social, crecimiento descontrolado de la población, degradación ambiental etc. Aún con todo, en general podríamos decir que esencialmente la pobreza tiene su origen en una relación injusta entre grupos humanos, bien sean de dentro o de fuera de las fronteras: “La seguridad de unos pocos, decía N. Mandela; es la inseguridad de todos.

Conocidas las causas será más fácil ir tomando soluciones para erradicar la pobreza, tarea por cierto nada fácil, porque la pobreza es un entorno con barreras que tiene aprisionadas a las personas y del que es difícil salir, de alguna manera tiende a perpetuarse de generación en generación, estructuralmente está tan arraigado que hay quien piensa que no es posible erradicarla; pero no hay que perder las esperanzas. Técnica y humanamente el hombre puede acabar con la pobreza si se lo propone seriamente, naturalmente para a ello se requiere la acción conjunta de los que viven en la pobreza y de los que viven en la abundancia. Con datos en la mano ha quedado suficientemente probado que existen recursos suficientes en al tierra para todos, lo que habrá que hacer es reducir los gastos militares, lo que habremos de intentar es una mejor redistribución de las riquezas. Sin renunciar a nuestra bienestar podemos prescindir de banalidades, de ostentaciones inútiles e incluso de perjudiciales consumismos, lo que supondría un ahorro que pudiera remediar muchos males y permitiría pensar en el final de esta situación dramática. Si no lo hacemos será porque de alguna manera somos condescendientes con esta situación de pobreza en el mundo.

Al tratar de estos asuntos tan graves es obligado ser optimista y mirar al futuro con esperanza. Sin dejar de asumir la historia, hay que saber también romper con situaciones anteriores y buscar nuevos caminos para el tercer mundo. Hay que establecer un nuevo sistema de relaciones, aunque ello suponga un enfrentamiento con los grupos del poder con los que de alguna manera todos somos algo cómplices. Bueno sería la existencia de algo así como un Consejo Controlador del Desarrollo que regulara la actividad de las Compañías Transnacionales. Repárese en que se han hecho estimaciones según las cuales las transacciones alcanzan 140 billones de las antiguas pesetas al día; pues bien si se aplicara un impuesto sobre las mismas del 0’5% generaría 210 billones de las antiguas pesetas al año. Esto unido a un impuesto de solidaridad aplicado a las grandes fortunas del mundo podría ser un argumento convincente para la erradicación de la pobreza en el mundo. La cuestión es que todos debiéramos comprometernos con un nuevo Orden mundial, que implicara un gran pacto mundial y una reestructuración de Naciones Unidas y su forma de actuar. Entre todos hemos de lograr un nuevo orden de la ética que se coloque por encima de la economía global y sea capaz de dirigirla. La U.E. debiera impulsar la cultura de la solidaridad, haciendo que los sentimientos humanitarios no queden totalmente desligados de la economía

No acabaría aquí la cosa, se podría pensar en que a los países del Sur se les permitiera acceder libremente a un intercambio en los mercados internacionales, sin presiones y sin privilegios para nadie. En cuanto a la deuda pública se podría hacer un esfuerzo y condonarla o al menos reducirla y sin más dilación hacer efectivo el compromiso del 0’7 % del PIB: de ayuda al desarrollo por parte de los países industrializados y que actualmente está en 0`35%. Quisiéramos saber por qué no se está cumpliendo la recomendación que tiempos atrás hiciera la ONU a los países desarrollados de contribuir con este 0`7%, Nos avergüenza tanto egoísmo insolidario, que está contribuyendo a que se perpetúe la escisión Norte-Sur. Nos está faltando ese espíritu de solidaridad, capaz de abrir cauces de cooperación y de fomento de los programas de desarrollo. También los países depauperados deben realizar sus propios esfuerzos para salir de esta situación. Entre otras cosa deberían de comenzar por reducir los gastos militares y desterrar las injusticias, privilegios y discriminaciones intolerables dentro del país. El problema como ya se ha dicho es de todos y lo que está pidiendo es más austeridad a unos, más responsabilidad en las tareas de gobierno a otros, más compromiso a los organismos internacionales, hemos de exigir a las administraciones públicas, a los sindicatos, a los partidos políticos, a las iglesias, a las organizaciones civiles , a las ONG, una actuación más firme y solidaria.Este es el reto del siglo XXI.

Acogida a los inmigrantes

Querámoslo o no, la inmigración es un fenómeno que está ahí, que posiblemente vaya a más y que está pidiendo algún tipo de solución. Tal como están las cosas hay que comenzar a ver el fenómeno migratorio como una necesidad que nos acompañará durante mucho tiempo. Estados Unidos de Norteamérica lleva ya 150 años intentando desembarazarse de él; pero el problema persiste. En España a su vez le está viendo crecer de forma alarmante. En los últimos años han entrado de forma legal o ilegal cerca de dos millones de personas de la más diversa procedencia. Difícil es predecir el rumbo que este fenómeno ha de tomar en los próximos años. Lo que sí se puede adelantar, con toda seguridad, es que habrá de ser uno de los retos importantes con los que los hombres del siglo XXI tendrán que enfrentarse.

Si tenemos en cuenta la situación sociopolítica y económica de los países involucrados nos es fácil comprender que muchas personas en su legítimo deseo de conseguir una vida digna, se lancen a explorar nuevos mundos. Con bastante frecuencia se le ve al inmigrante como un ser inferior al que se desprecia. Su presencia en nuestras calles y plazas nos desagrada. En el fondo nos resistimos a aceptarle porque le vemos como una amenaza, le vemos como ser procedente de una cultura diferente a la nuestra, que consideramos por debajo. Semejante actitud por nuestra parte no deja de ser preocupante, como preocupante es que el rechazo lejos de disminuir vaya en aumento. Así en España esta actitud hacia el inmigrante creció del 8% al 32 % en el periodo comprendido de 1996 a 2004. Lo que equivale a multiplicarle por 4, según el Estudio realizado por Mª Angeles Cea, socióloga de la Universidad Complutense. Nada tranquilizador es así mismo que el rechazo se manifieste sobre todo en personas mayores, especialmente jubilados, que debieran conocer por propia experiencia el sabor de esta amarga medicina.

Ciertamente a la búsqueda de soluciones al grave problema de la inmigración, la del rechazo indiscriminado sería una de las peores. Lo que está haciendo falta son políticas que sin perder de vista el Bien común, acaben con la injusta discriminación, que pongan fin al abuso y marginalidad, al tiempo que se fomenta una auténtica integración, desde donde, con toda seguridad, será más fácil la pacífica convivencia. Hay quienes piensan que poseen buenas razones para justificar el rechazo al extranjero, hay quienes ven en ellos los principales causantes de la inseguridad ciudadana; pero incluso aunque así fuera, ello nos llevaría a averiguar qué es lo que hay detrás de ese proceder delictivo. No hace falta ser muy agudo para adivinar que las tensiones para la pacífica convivencia, comienzan cuando este tipo de personas se ven rechazadas y con dolor se dan cuenta de que se le cierran todas las puertas. Seguramente, en gran medida, la delincuencia en las calles se reduciría si se comenzara a reconocer los derechos fundamentales de estas pobres gentes, que en su mayoría son dignas de compasión. Nadie pone en duda quelos flujos inmigratorios deben ser debidamente regulados; pero una vez atendidas las exigencias y necesidades internas del país de acogida, atendidos así mismo los intereses del Bien común, se hace indispensable que a lo largo de estos años se vaya trabajando en la cultura de la acogida.

A los extranjeros que llegan de otros países se les está utilizando como mano de obra barata, a ellos se ha tenido que recurrir para llenar los espacios vacíos dejados por los trabajadores nacionales en ciertos sectores productivos, una función que ellos están llevando a cabo en condiciones duras: hacinamientos, jornadas agotadoras, desprotección, bajos salarios y miserables condiciones de vida, todo ello en contraste y clara desigualdad con el resto de la población. Vistas a sí las cosas no parece que pueda ser considerado como un usurpador, como si fueran ellos los que dejan sin trabajo a la población autóctona. Esto no parece ser muy cierto, toda vez que los trabajos que normalmente ellos realizan son los que no han querido los demás.

Aparte de esto cabe hacer una consideración que generalmente no se tiene en cuenta, cual es la de que los inmigrantes son agentes de producción en las sociedades donde se instalan, crean puestos de trabajo, sin olvidarnos que también son sujeto de consumo. Todo lo cual acaba repercutiendo positivamente en la marcha económica del país. A lo largo de la historia no son pocas las civilizaciones que han salido favorecidas con las particiones de los inmigrantes.

En contra de la extranjería se está esgrimiendo un argumento económico que apunta a que el hacerles partícipes de ciertos derechos, afectaría al coste presupuestario, argumento que a parte de tener poco de humanitario y mucho de crematístico, resulta además que es poco creíble. Repárese, por ejemplo, en la asistencia sanitaria, cuyo reconocimiento se cifraría en 7.500 millones de las antiguas pesetas, según datos publicados, en tanto que las aportaciones de los inmigrantes a la Seguridad Social se elevaría al orden de 275.000 millones de pesetas.

En cualquiera de los casos hay que pensar que la migración, más que un fenómeno económico, es un fenómeno social, al menos en Europa. Ello hace que las dificultades que se han ido acumulando en torno a él tengan su origen en razones de tipo étnico o cultural. Es claro que los países de origen y los de destino responden a distintas realidades. Por ello a la hora de dar soluciones hemos de tener en cuenta este dato, sabiendo además que las vías de convivencia pacifica pasan no por el rechazo, sino por el reconocimiento de los derechos personales.

Las vías para avanzar hacia la convivencia pueden ser tres: la asimilación que supone la transformación del emigrante hasta convertirse en un ciudadano más del país de acogida. Naturalmente esto sólo puede producirse cuando se pierde la propia identidad, para adquirir otra nueva en consonancia con las nuevas formas de vida. Una segunda vía podría ser la de integración por la que el emigrante asume los valores, formas o costumbres, del nuevo país donde se ha instalado pero sin perder la identidad. Es una forma intermedia de poder convivir en paz sin que se produzca la fusión. Y por fin existe lo que se conoce con el nombre de inserción por la que el inmigrante sin pérdida de identidad y siguiendo con sus valores, tradiciones, incluso esquemas mentales sea capaz, a través de la negociación, de seguir manteniendo el equilibrio en la cuerda floja sin que exista violencia o el enfrentamiento. Es un estar físicamente presente dentro de un territorio, estando psicológicamente ausente. Está por ver cuál haya de ser la forma de solución, según los casos, que a este grave problema de la inmigración se le vaya dando, por lo que a España se refiere. Este fenómeno inmigratorio es todavía relativamente reciente y habrá que ir acumulando experiencias hasta estar seguros cuales hayan de ser esos cauces idóneos por los que deba discurrir. Es pronto incluso para saber si los españoles somos o no racistas.

Como se puede ver el problema es complejo; pero mucho dependerá de la voluntad de los hombres para llegar a buen puerto, todo ello lo que le convierte en un apasionante aventura que ha de tener lugar en este siglo que ya hemos comenzado.

Nuestra sociedad plural está condenada a asumir las diferentes realidades culturales. Hemos de olvidarnos de una uniformidad rígida e ir pensando en las bases que hayan de servir para armonizar las distintas posibilidades, para lo cual hemos de conocer las culturas de procedencia de la inmigración. Si hasta ahora las leyes no han acabado de dar en el blanco no por eso hemos de desesperar. Todo será más fácil cuando detrás del inmigrante veamos al hombre, sepamos quien es, cuales son sus raíces, cual es la ayuda que precisa. Con alguna frecuencia atravieso un pasillo en el que hay colgado un poster, que cuando le miro me hace sonreír. Dice así: “ Si tu Dios es judío, tu coche japonés, tu pizza es italiana, tu gas argelino, tu café brasileño, tus vacaciones marroquíes, tus cifras árabes, tus letras latinas ¿ como te atreves a decir que tu vecino es extranjero? Es de esperar que a las generaciones que vayan naciendo en el país de acogida les sea más fácil la integración.

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Ángel Gutiérrez Sanz


Con Benito XVI, por la Verdad, contra el relativismo

 

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