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Desde 1985 un millón de abortos quirúrgicos   y varios más de abortos químicos, dentro de la legalidad constitucional. No   permanezcas indiferente ante una legislación tiránica

La oposición católica a José Canalejas

por José Luis Orella

Unos apuntes sobre el anticlericalismo en la I Restauración, que ahora parece resurgir en la II Restauración

Después del 98, la oposición liberal, muy tocada desde el desastre ultramarino, buscaba un leit motiv para unir a sus familias y dar cancha a la hegemonía conservadora que había encontrado en la descentralización y la limpieza electoral los puntos más importantes de su renovación programática. Los liberales constituían un partido problemático. En el plano doméstico, Sagasta había conseguido la unión de un variado abanico de progresistas liberales, no sin dificultades y contestaciones a su liderazgo, con salidas, como la de Cristino Martos, por su izquierda. La muerte de Práxedes Mateo Sagasta planteó una lucha creciente por el liderazgo que trajo consigo la fragmentación del liberalismo. La posterior desaparición biológica de los posibles sucesores, Segismundo Moret y el general Lopéz Dominguez, dejaron el terreno expedito a la nueva figura del liberalismo José Canalejas. Su carisma aglutinó las familias liberales descabezadas en un nuevo intento de liberalización progresista del país, que se truncó con su asesinato en 1912.

En el plano teórico, el campo progresista liberal también daba síntomas de agotamiento. Conseguida la meta democrática del sufragio universal masculino, los liberales carecían de una idea que justificase la supervivencia del partido. Las responsabilidades de los desastres de Ultramar habían caído sobre los liberales progresistas. El partido liberal tenía un futuro negro. Pero aún existía una posibilidad de renovar las energías del liberalismo. El liberalismo progresista agotado su programa había permanecido unido únicamente por la pervivencia de Mateo Práxedes Sagasta como líder del partido. Sin embargo, el discurso del 5 de julio de 1899 de José Canalejas sobre la necesidad de una ley de asociaciones que sometiese a los institutos religiosos al Código Civil, había levantado una incipiente idea del nuevo argumento que aglutinase a los liberales progresistas. El anticlericalismo era la llave que abría la puerta de la renovación ideológica. El desarrollo del reglamento sobre la tolerancia religiosa y la sumisión de las congregaciones religiosas al derecho común, serían el capote rojo que burlaría al toro católico. La pervivencia del liberalismo estaría justificada como la única fuerza capaz de modernizar el país y hacer frente a los fantasmas del pasado [1] . Los sucesos del cese del profesor de Religión y moral de Alfonso XIII, Fernández Montaña por unas declaraciones en el periódico "El Siglo Futuro" contestando al discurso de Canalejas. La expectación causada por la obra "Electra" de Pérez Galdós, que se asemejaba al hecho verídico de Adelaida de Ubao. Una mujer que había intentado entrar en las esclavas del Corazón de Jesús en contra de la voluntad de su madre, siendo representadas en el juicio por Maura y Salmerón respectivamente, abogados de una significación política evidente [2] . El partido liberal fusionista había conseguido en sus turnos de poder introducir la libertad de cátedra, de imprenta, de expresión, plena libertad de asociaciones, ley de jurados y el sufragio universal, pero tras esto había agotado su razón de ser. El anticlericalismo era la única idea que podía reunir aún al progresismo liberal en torno a las siglas del fusionismo.

Sin embargo, la cuestión religiosa que era la única línea divisoria con los conservadores, no fue lo rentable que esperaban. La opinión anticlerical estaba identificada con posiciones más radicales en política que el liberalismo dinástico, que había disfrutado durante 25 años del bipartidismo imperante. Las clases proletarias empezaban a crear organismos de representación política propios y la clase media anticlerical se orientaba más hacia el republicanismo que el fusionismo. Quizá por esto, Canalejas contestó en 1902 a su jefe Sagasta que no estaba dispuesto a abandonar el anticlericalismo a los republicanos, siendo él, el único liberal monárquico de este talante [3] g. Finalmente, las masas populares arrancaron la bandera anticlerical a los liberales, que se habían servido de ella para ocultar las reivindicaciones sociales de estas.

El gobierno Sagasta se encontró por un lado con los anticlericales republicanos y canalejistas favorables a considerar que en la nueva ley de asociaciones debía regir a los institutos religiosos no concordados en el artículo 29 del Concordato de 1851. En cambio, por el contrario, los conservadores y tradicionalistas apoyaron a la Iglesia en la opinión de que todos los religiosos eran materia concordada y, por tanto, nada podía hacerse en consecuencia sin el previo acuerdo con la Santa Sede. La salida más razonable era negociar con el Papa, pero la facción anticlerical del liberalismo se oponía a esto por considerar que la negociación era una renuncia a la soberanía del poder civil.

Sagasta, viejo zorro en estas lides, se dio cuenta que si se mostraba firme con la oposición canalejista perdería la adhesión del programa liberal marginándolo hacia posiciones conservadoras. Mientras, si lo era ante el Papa tenía posibilidades de mantener su partido unido como cabeza del anticlericalismo. A pesar de todo, Sagasta era moderado y no quería correr el riesgo de radicalizar a la opinión pública católica desestabilizando el sistema, que él con Cánovas del Castillo habían fraguado. El presidente riojano siguió su táctica acostumbrada de la dilación, pronunciando graves amenazas públicas contra la Santa Sede y el clero, al mismo tiempo, negociaba y tranquilizaba en secreto a los representantes de la Iglesia, que todo era una campaña para evitar que el anticlericalismo fuese manipulado por los republicanos y otras opciones políticas radicales.

Cuando Sagasta falleció en 1903, el partido se dividió en fracciones entre sus principales prebostes, Moret, Vera, y Montero Ríos con Canalejas y el general López Domínguez. Los gobiernos se sucedieron y hay que esperar a julio de 1906, con la subida al gobierno de López Domínguez, para ver revitalizarse la cuestión religiosa a través de un Canalejas que actuó entre bastidores. El liberalismo se reforzó con el anticlericalismo al considerar la cuestión religiosa un problema real de la España de entonces.

Sin embargo, el anticlericalismo tomaba diferentes formas dependiendo de quien fuera su portador. Canalejas, como católico y anticlerical diferenció la Iglesia de sus instituciones clericales, su formación krausista consideró que para modernizar España era preciso cortar con lo que la retardase, como eran los influjos clericales. La nación si quería equipararse al resto de los países europeos debía sustituir la herencia católica, considerada un arcaicismo, por un sistema laico, liberal y moderno a semejanza de sus vecinos. En cambio, los republicanos eran más radicales en sus proposiciones que llegaban a pedir desde la supresión legal, como Melquíades Alvarez, a la expulsión y extinción de todas las comunidades religiosas, como era la opinión de Lerroux, Nakens, Blasco Ibañez y Pi y Margall, estos últimos debido a su ateísmo militante [4] .

En el terreno ideológico también existía el anticlericalismo; que iba desde el anticlericalismo deista propugnado por Gumersindo de Azcárate y otros profesores de la Institución Libre de Enseñanza, al ateísmo radical de Ferrer Guardia y su Escuela Moderna. Los librepensadores y masones proponían un modelo de educación que se oponía con el católico y consideraban que la formación católica era incompatible con una pedagogía laica y moderna. La Iglesia los tenía como sus peores enemigos en su intentó de mantener el control de la enseñanza, pero este intento de los más integristas era vano, y por eso los tolerantes vieron en la libertad de enseñanza un instrumento válido para defender los intereses de la Iglesia.

La falta de presencia de la Iglesia en las clases bajas fomentó un anticlericalismo social, que fue sustentado por las nuevas fuerzas de la izquierda obrera, como el socialismo y el anarquismo. Sin embargo, se diferenciaban ambos en que para los socialistas el enemigo era el capitalismo y la Iglesia era un enemigo secundario, aunque no renunciaban a un programa laicista para combatir al aliado de los opresores capitalistas. El anarquismo era un rival más formidable para la Iglesia, al proclamar por su ateísmo, la abolición de los cultos y la sustitución de la fe por la ciencia[5].

El mimetismo llevado de la Francia de la III República fue el ejemplo más claro del anticlericalismo español. Sobre todo, el gobierno Ferry de 1880 y el Waldeck-Rousseau de 1901, que con sus legislaciones anticlericales sirvieron de ejemplo a sus afines españoles. Sin embargo, el gobierno López Domínguez poco pudo hacer, el proyecto de ley de asociaciones de Canalejas no se materializó y la política gubernamental únicamente pudo alzarse con el triunfo del establecimiento del matrimonio civil, el cual fue contestado por el obispo de Tuy, que lo tildó de concubinato legal, provocándose un escándalo sonado. El gobierno cayó, pero no por la fuerza de la oposición, sino porque Segismundo Moret no quiso que el gobierno pudiese consolidarse beneficiando a Canalejas como futuro líder liberal.

El anticlericalismo, no consiguió aunar al fusionismo, pero, por el contrario, despertó al adormecido toro católico, que a través del Comité de Defensa Social y de los mítines que dieron conservadores, carlistas e integristas mostró su fuerza de convocatoria. El 9 de diciembre de 1906, 50 mil personas se reunieron en Pamplona para protestar contra la ley, en San Sebastián, lo hicieron 20 mil, quienes oyeron al carlista Víctor Pradera decir que la mitad de España luchara contra la otra, antes que sucumbir ante los ataques de la Iglesia[6]. Dos días antes, Melquíades Alvarez había arengado al público liberal en apoyo de las medidas anticlericales que refrendase el gobierno. La cuestión religiosa hacia aparecer el fantasma trágico de la guerra civil y de las dos Españas.

No obstante, la Iglesia se había convertido en un pilar esencial del sistema restauracionista. El clero se había acoplado de una España rural a un país agrario e industrial, donde la clase media urbana y liberal solicitaba una nueva forma de evangelización conforme a su modo de pensar. Aunque ciudades como Valencia, reducto del republicanismo anticlerical de Blasco Ibáñez, conservaron su antipatía hacia la Iglesia. Las nuevas clases medias urbanas procedentes del liberalismo y conciliadas con la Iglesia ayudarán a vertebrar una sociedad católica conservadora compatible con el sistema parlamentario.

La unidad de los católicos

Desde finales del siglo XIX, el Papa a través de la encíclica "Cum multa" había expresado su opinión favorable a la unión de los católicos para conseguir logros políticos dentro del sistema. Pero en España, esto significaba el abandono de los carlistas de la fidelidad a la dinastía proscrita. La operación de la Unión Católica, que patrocinaron los hermanos Pidal, fue infructuosa en su función de arrebatar la base social al carlismo. Finalmente, los católicos moderados que aceptaron las directrices de la Unión Católica se integraron en el Partido Conservador de Cánovas del Castillo. El carlismo se vio en la necesidad de metamorfosearse en una organización política para poder eludir con eficacia la acción de una organización rival.

Las polémicas en torno a la teoría del mal menor, aceptar el conservadurismo, dividieron a los católicos, al contar con el apoyo favorable de los antiguos pidalinos y de los jesuitas de la revista "Razón y Fe". Pero los integristas y los carlistas rebatieron estas opiniones en la certeza de que el mal nunca podía ser una opción elegible para un católico, aunque aparentemente pudiera aparecer que el perjuicio era menor. Además, los carlistas demostraron su fuerza con concentraciones como la de Zumárraga (Guipúzcoa) en 1907, que reunió a 25 mil personas. La importancia del carlista anónimo era mayor y más activa que la del votante de los grupos políticos liberales. La disciplina jerárquica muy superior a la de los demás organizaciones. La utilización de las masas como instrumento político fue algo novedoso. Los carlistas podían utilizar esa técnica por la peculiaridad de su organización y únicamente en zonas donde su predominio y número permiten la pervivencia de su modelo sociopolítico, como es el caso del País Vasco, Navarra, Cataluña y Valencia. Los actos masivos se concentran en las zonas vasconavarras y en forma de aplechs en las catalano-valencianas. Los mauristas por su parte son los primeros en utilizar las masas ciudadanas y organizar su partido con la intención de atraer a la militancia al ciudadano de la calle.

Quienes harían de argamasa para esa unión de las diferentes derechas fueron los católicos sociales. A principios de siglo, ya habían llegado a España las teorías de Ketteler, Vogelsang, Mun y La Tour du Pin de un corporativismo gremial que volviese a conciliar el interés productor sobre la división de clases. La cooperación y el respeto entre patronos y trabajadores debían ser los principios para construir la nueva sociedad católica del mundo moderno. Esta dialéctica se enfrentaba tanto a las teorías individualistas liberales como a las estatalistas del marxismo.

Pero para que esto fuese efectivo, los católicos debían intervenir en política organizándose en movimientos que defendiesen estos principios y agrupasen a los católicos para hacer fuerza. La consecución de lograr pequeños éxitos arrancados a las autoridades debían de venir de jugar con las mismas armas que los partidos políticos dinásticos y de utilizar la teoría del mal menor. Para ello era fundamental la aceptación del accidentalismo por los católicos. Estos debían ser fieles y obedientes a las autoridades de sus respectivos países, para poder optar de forma legal a controlar el poder y tomar desde allí las medidas necesarias.

Sin embargo, en España esto planteaba un problema grave por la gran disgregación del campo católico. La Unión Católica de Pidal y los intentos del cardenal Cascajares en sucesivos congresos católicos no pudieron quebrantar la obediencia de los carlistas a la dinastía, lo cual les hacía permanecer fuera del sistema. Las formaciones católicas escuálidas sin esta aportación se convirtieron en marionetas de los conservadores.

La Gaceta del Norte, el periódico del la rebeldía católica vasca

El modo mejor que se creyó para poder cuajar esa unidad necesaria de los católicos españoles, salvando sus diferencias políticas, fue la fundación de un periódico católico independiente. En los ejercicios espirituales en Loyola de 1901, el Padre José María Palacio, que había sido rector del colegio de Belén de La Habana (1893-1899) insinuó a los seglares participantes de la necesidad que tenía el mundo católico español de un buen periódico, que estuviese al servicio de la Religión y la Patria. La consecuencia de esos ejercicios ignacianos fue la responsabilidad que varios de aquellos jóvenes tomaron de hacer realidad el sueño del jesuita. Los siete de la fama que fundaron el nuevo periódico fueron José Ramón Moronatti Zuazo, un joven católico muy próximo a los jesuitas. Luis Lezama Leguizamón, de familia adinerada de Vizcaya y que dirigía el carlismo en aquella provincia. Pedro Chalbaud Errazquin, de los primeros nacionalistas vascos. Miguel González Careaga Mon, monárquico dinástico. Wenceslao Andersch y Aburto, José María Basterra Ortiz y José Ortiz Muriel [7] . Ellos fueron los responsables de la salida del primer periódico católico independiente en España.

“La Gaceta del Norte” salió a la calle el 11 de octubre de 1901, día que se convertirá poco después en la festividad de la Virgen de Begoña. Desde el 13 de diciembre de 1909 que se producía el relevo en la dirección de “La Gaceta del Norte”. Un desconocido Aurelio López Becerra pasaba a ser el director provisional del rotativo católico. Mientras, Aurelio López Becerra se responsabilizaba de sacar el periódico, José María Urquijo era el consejero delegado que se encargaba de hacer viable la empresa y esencialmente de dirigir la nave a través de las procelosas aguas de un catolicismo montaraz. “La Gaceta del Norte” desde su origen debía ser un periódico católico, español, independiente de cualquier partido político y defensor de las viejas tradiciones del país vasco. La unidad de los católicos era clave para cualquier acción que se quisiera realizar con éxito ante las medidas anticlericales que los gobiernos liberales realizaban en España. En un momento donde el catolicismo español se encontraba dividido entre carlistas, integristas, conservadores dinásticos y nacionalistas vascos, era necesario una plataforma independiente de católicos que sirviese de punto de reunión a todas las familias políticas católicas. La necesidad de una coordinación de las diferentes fuerzas católicas, era la idea que José María Urquijo pretendía conseguir desde “La Gaceta del Norte”.

El papel de la Iglesia había sufrido un cambio, hasta entonces, la religión católica había tenido la función integradora de la identidad nacional. Así pues, fe católica y patriotismo español habían ido de la mano en las formulaciones del magisterio de la Iglesia con un palmario objetivo clerical de hacer interactuar el sentimiento católico y la progresiva conciencia nacional. Pero la llegada de la Restauración había obligado a una tímida apertura al pluralismo religioso. Por ello la Iglesia se había debatido, a lo largo del periodo restauracionista, entre su deseo de ocupar en exclusividad el espacio y las limitaciones que trataba de imponerle una sociedad oficialmente tolerante.

Aún más, la Iglesia española, recuperada del susto de su primer encuentro con el liberalismo y a impulso de las nuevas orientaciones romanas de colaboración pública, se esforzó en convertirse en un eficaz órgano de presión del poder civil. En definitiva, a lo largo de los primeros años del siglo XX, España continuó siendo, pese a la tolerante constitución canovista, una verdadera cristiandad. La mayoría católica buscó la defensa de sus intereses formando un bloque unido, y este fue el fundamento principal de los seis Congresos Católicos Nacionales, celebrados entre 1889 a 1902, y la fundación de “La Gaceta del Norte” en Bilbao.

Las diferentes leyes desarrolladas por los gobiernos liberales, pusieron a prueba la capacidad movilizadora de los católicos. José María Urquijo fue quien desde la presidencia de la Junta Católica de Vizcaya movilizó a las masas católicas contra las medidas dadas por José Canalejas. El dirigente ferrolano, ya líder indiscutido de las familias liberales por la desaparición de los cabecillas más importantes, había subido a la presidencia del gobierno en 1910. En la cuestión religiosa decidió disolver las comunidades que no estuvieran dadas de alta en el Código Civil, que serían pocas, y reducir el número de institutos religiosos, algo que incluso llegó a decirlo San Pió X, debido al exceso de fundaciones de enseñanza y caritativas se habían ido desarrollando de forma anárquica en toda Europa.

Sin embargo, las relaciones entre católicos y el gobierno de Canalejas se rompieron y el detonante fue la llamada "Ley del Candado" que imposibilitaba el establecimiento de nuevas comunidades religiosas en el territorio nacional. La actividad de la Iglesia asustó a los liberales que querían regularla, para evitar así su crecimiento y subordinarla al poder civil. La oposición católica surgió con la energía de 1906, pero más organizada al contar con instrumentos de propaganda como "La Gaceta del Norte", que de manos de José María Urquijo llevó parte de la polémica. Especialmente< en el norte la movilidad de la población fue general y en "La Gaceta del Norte" se llegó a decir: Vizcaya es buena y tendrá héroes, si héroes necesita. Tendrá mártires si la causa de la religión lo exige [8] . Como colofón se llamó a una concentración monstruo en San Sebastián, apoyada por todas las asociaciones sociales y de apostolado católicas y con la colaboración de las organizaciones políticas carlista e integrista. Pero el gobierno lo prohibió y bloqueó las comunicaciones terrestres y marítimas, envió dos regimientos de caballería, setecientos guardias civiles y preparó seis mil soldados para actuar en Guipúzcoa en caso de levantamiento. Los convocantes suspendieron el acto y las aguas volvieron a su cauce.

Cuando las tensiones se relajaron, la ley se aprobó, pero después de esperar un plazo dilatorio y cuando la mayoría de las órdenes religiosas habían formalizado su situación en España. “La Gaceta del Norte” mantuvo su oposición a ultranza al gobierno liberal y Canalejas moderó a partir de entonces su carácter anticlerical. La cuestión religiosa le había hecho ver el peligro que había corrido de iniciar una guerra civil, con la nación dividida en dos partes irreconciliables. Después de esto, el anticlericalismo volvió a dormitar hasta el gobierno de Manuel Azaña de 1931.

Según el Cardenal Merry del Val, que fue secretario del Estado Vaticano (1903-1914), el liberalismo económico e intelectual manejó la miseria popular contra la Iglesia para no afrontar la cuestión social [9] . El problema social se hacía candente. La izquierda de signo marxista creció y su oposición a la guerra de Marruecos hizo que aumentase su popularidad. En 1910 Pablo Iglesias consigue acta de diputado y los socialistas tuvieron ochenta mil federados en el partido. El socialismo era real y no algo teórico, su importancia se hizo cada vez mayor. El liberalismo progresista, con el corazón a la izquierda y el bolsillo a la derecha, inventó el anticlericalismo para evitar el corrimiento de las bases progresistas al socialismo. Las masas se hicieron anticlericales, pero no se quedaron en el liberalismo.

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José Luis Orella



[1] Juan María Guasch Borral, El Debate y la crisis de la restauración 1910-1923, Pamplona, 1986.p. 33

[2] Ídem. Pág. 681.

[3] I. Fernández de Castro: De las Cortes de Cádiz al Plan de Desarrollo. París, 1968. Pág. 130.

[4] M. Revuelta S.J.: “La recuperación eclesiástica y el rechazo anticlerical” en España entre dos siglos (1875-1931). Madrid, 1991. Pág. 221.

[5] Ídem, Págs. 225-227.

[6] El Pueblo Vasco del 15 de enero de 1907.

[7] A. Saiz de Valdivieso: Triunfo y tragedia del periodismo vasco 1900-1939. Madrid, Ed. Nacional, 1977. Pág. 44.

[8] La Gaceta del Norte del 3 de agosto de 1910.

[9] José María Javierre, Merry del Val, Barcelona, 1961. p. 390


Con Benito XVI, por la   Verdad, contra el relativismo

 

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