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Desde 1985 un millón de abortos quirúrgicos y varios más de abortos químicos, dentro de la legalidad constitucional. No permanezcas indiferente ante una legislación tiránica

Cada uno con lo suyo

por Miguel Ángel Loma

Conviene recordarle a Ibarretxe que es muy cierto que el Papa perdonó a Ali Agca, pero igualmente cierto es que ni pidió el indulto para su asesino, ni abogó por su excarcelación; porque una cosa es el perdón de la víctima y otra muy diferente, la necesaria actividad de la justicia.

Entre las cosas que se oyen con motivo de la muerte del Papa, hay una que se repite especialmente, lanzada desde ciertos sectores que se presentan como teólogos progresistas, y que sirve de estribillo al plantel de creadores de opinión que ya comienzan a dar muestras indisimulables de hastío por el «excesivo» seguimiento popular y mediático que está teniendo la muerte de Juan Pablo II.

Ese cacareado estribillo imputa al Sumo Pontífice fallecido el alejamiento de la Iglesia de las supuestas vanguardias intelectuales, por su vigorosa defensa de la moral cristiana, que suelen calificar como retrógrada y reaccionaria.

Suspiran porque el futuro Papa inicie una apertura hacia lo que ellos consideran como imperiosas obligaciones de la Iglesia frente al nuevo siglo: legitimación de la investigación con embriones humanos, política contraceptiva y uso cuasi obligatorio del condón; permisividad con un muchito de divorcio, su poquito de eutanasia y su racioncita de aborto; bendición de las prácticas homosexuales y del matrimonio entre personas del mismo sexo; posibilidad de mujeres sacerdotisas, obispas, cardenalas y (llegado el caso) papisas; derecho a que todos los clérigos y clérigas puedan casarse (bien entre sí o bien con elemento seglar devotísimo), y algún que otro etcétera de similares características.

En resumen, aplicar una especie de «democratización» de la Iglesia adaptándola a las nuevas «demandas sociales»; limando molestas aristas que la alejan, según ellos, de los vientos del pensamiento más moderno.

Como seguramente estos teólogos (y teólogas) plantean todo este abanico de ofertas para ayudar a la Iglesia en sus necesidades, desde ese mismo principio democrático que ellos defienden, quiero también yo ofrecerles mi democrática propuesta, por si acaso el nuevo Papa no siguiera sus ilustres reclamaciones.

Si ven de una forma tan nítida que lo que ellos propugnan es la solución para los problemas actuales de la Iglesia, en último caso disponen de dos opciones sumamente fáciles:

Una, fundar una nueva Iglesia y adoptar automáticamente todas esas recomendaciones y consejos como elementos fundamentales de su credo.

O dos: incorporarse a alguna de las confesiones cristianas existentes y que ya han acogido ese tipo de avanzadísimas propuestas.

En este segundo caso no deben desanimarse porque tales confesiones no hayan logrado conectar con el inquieto pueblo moderno atrayendo nuevos creyentes, ni porque además padezcan un incesante «trasvase» de sus fieles hacia la Iglesia Católica.

Tan extraña circunstancia se deberá, muy posiblemente, a que en sus filas no contaban hasta ahora con personas de tan probada sabiduría como nuestros teólogos (y teólogas), pero no hay duda de que tras sus egregias incorporaciones se producirá un efecto llamada que «acolapsará» sus templos.

Del mismo modo, e intentando llevar el agua a su molino electoral, que por algo están en el país vasco en plena campaña, el lendakari Ibarretxe aprovechó su comparecencia en Ajuria Enea tras la muerte del Papa, para recordarnos que Juan Pablo II fue también víctima del terrorismo..., pero que sin embargo perdonó al terrorista que intentó asesinarle.

Como las declaraciones del lendakari las suele cargar el diablo del nacionalismo exacerbado (un nacionalismo condenado por Juan Pablo II), conviene recordarle a Ibarretxe que es muy cierto que el Papa perdonó a Ali Agca, pero igualmente cierto es que ni pidió el indulto para su asesino, ni abogó por su excarcelación; porque una cosa es el perdón de la víctima y otra muy diferente, la necesaria actividad de la justicia.

Como también conviene recordarle que, pese al perdón de Juan Pablo II, Alí Agca nunca le pidió perdón por atentar contra su vida.

Es curioso que quienes, como el PNV, viven de recordarnos continuamente al resto de españoles unos supuestos agravios históricos padecidos por el sufrido nacionalismo vasco, sean precisamente los primeros en invocar el perdón a los demás.

Tan curioso, como que ellos nunca hayan tenido que plantearse perdonar a ningún terrorista, porque nunca han sido objeto directo de atentados asesinos.

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Miguel Ángel Loma


Con Benito XVI, por la Verdad, contra el relativismo

 

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