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Desde 1985 un millón de abortos quirúrgicos y varios más de abortos químicos, dentro de la legalidad constitucional. No permanezcas indiferente ante una legislación tiránica

Razones para una protesta

por Francisco Torres García

Ha transcurrido un año desde que se presentara en sociedad el nuevo gobierno socialista. La gestión del equipo ZP no puede ser más decepcionante ni más preocupante. A lo largo de estos meses lo que se ha producido es la confirmación de lo que sea anunció en los primeros cien días de gobierno. El gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero, carente de un proyecto definido, ha preferido dejar de lado los grandes problemas nacionales (sanidad, infraestructuras, tejido productivo, inmigración, inversión extranjera…) para centrarse en el inicio de una revolución que derribe los conceptos de Familia, Vida, Moral. Un año en el que, también, hemos percibido la falta de una solución con respecto a la vital cuestión de la organización territorial del Estado y el problema autonómico. Un año en el que se han comenzado a sentar las bases de un nuevo totalitarismo que pretende edificar una nueva Historia oficial y reorientar la educación hacia el adoctrinamiento. Por ello, hoy, son muchos los españoles que, ante la situación, comienzan a protestar en sus casas, en sus puestos de trabajo, en sus reuniones y pronto pueden comenzar a salir a la calle.

Los acontecimientos internacionales, la traslación del eje de interés hacia Roma ha hecho que el primer aniversario del gobierno haya pasado un tanto desapercibido. La muerte de Juan Pablo II la entronización de Ratzinger, el debate en Francia, la regularización de inmigrantes, las elecciones vascas y la convocatoria gallega, aunque sean hechos de importancia muy diferente, han tamizado la reflexión sobre lo que ha acontecido en España a lo largo del último año. El importante complejo mediático que apoya al gobierno, la cada vez más clara utilización de la Televisión (la última muestra ha sido el panegírico a la historia del socialismo en España preparado al efecto por la fundación que dirige Alfonso Guerra), y la falta de decisión en la oposición han permitido desarrollar la tesis de que en este año se ha hecho mucho, se ha mejorado la vida de los españoles y estamos entrando en una nueva fase de progreso.

Bajo las alharacas del primer aniversario, salpicado por increíbles e incontestadas declaraciones ministeriales, queda una realidad distorsionada. Cierto es que muchos españoles están comenzando a sentir en su nuca el aliento amenazante del socialismo; que muchos españoles protestan desde la sociedad civil mientras que su representación política más parece preocupada por mantener cuotas de voto y ampliarlas a costa de los votantes socialistas. No menos incuestionable es el hecho de que esa contestación social preocupa, ya que puede rebasar los estrictos moldes de la representación política, por lo que, incomprensiblemente, se está procurando desmotivarla y desmovilizarla.

Muchos españoles, especialmente los católicos, tienen cada día más e importantes razones para protestar. Una protesta que sólo puede tener un escenario, la calle. Es cada vez más evidente que al socialismo sólo se le puede parar con sus mismas armas, con la contestación popular, con la contestación civil. Sólo esta movilización será capaz de hacer variar una política transida del más insensato de los sectarismos. La izquierda siempre ha blasonado con la idea de que la mayor parte de la sociedad secunda sus posiciones, siendo la demostración más palpable la manifestación continua, el recurso a la pancarta. La mayoría silenciosa, esa que no vota o vota a la oposición, en cuyo seno se sitúan los católicos, no suele recurrir a este tipo de manifestaciones. Es más, muchos de sus dirigentes, políticos, civiles, eclesiásticos o mediáticos suelen ser remisos a explotar este recurso. Quizás por temor a que este tipo de movilizaciones generen un movimiento que reubique correctamente el espectro político español produciendo un pequeño, pero trascendente, seísmo político. A lo más que suelen estar dispuestos es a convocar indirectamente la propuesta cuando las medidas han sido aprobadas y poco se puede hacer contra ellas.

En este año, el socialismo, seguro de su posición y de la falta de decisión por parte de la oposición popular, se ha empleado a fondo en el terreno en el que más claro se muestra su jacobinismo, su anticlericalismo y su sectarismo. Sus propuestas, aquellas que poco cuestan al erario público y que le sirven para esconder la falta de una auténtica visión política al servicio del bien común, han sido muchas pero muchas de ellas aguardan la sanción definitiva. Queda aún tiempo para frenar o modificar muchas de estas propuestas.

José Luis Rodríguez Zapatero, sin obviar su proyecto sectario y revanchista, es un político que vive apegado a las encuestas de opinión. El socialismo no ignora que su victoria de marzo del 2004 fue atípica, producto de la concatenación de las circunstancias y de la manipulación político-mediática. El socialismo, que ahora se esconde tras el logo ZP y la definición de progresismo, es consciente de que comparte y disputa una importante franja de electores con el Partido Popular, y que, al mismo tiempo, también tiene un amplio electorado católico que le vota, pero que un día, si perdiese sus mecanismos de control sociológico, pudiera dejar de hacerlo. Por ello, si el socialismo entiende, si el socialismo ve que puede perder votos en esos decisivos sectores, el socialismo retrocederá en sus propuestas. Es lo mismo que hizo Felipe González, tras su victoria en 1982, moderando su programa. A diferencia de aquel, ZP ha escogido el camino inverso, aupado en su victoria, se ha lanzado a un programa de máximos en aquellos espacios que entiende que la oposición no se atreverá a actuar, porque está también quiere encontrar su acomodo en el seno de la mal llamada ideología progresista.

La protesta pública y notoria, la movilización es ahora más necesaria que nunca. El PSOE tiene prisa por sacar antes de que el calendario político llegue a la estación veraniega una serie de proyectos, muy importantes, para que después cualquier planteamiento de oposición, política o social, tenga unos efectos muy limitados. En su soberbia el socialismo ha creído posible hacer prosperar todas las medidas al mismo tiempo. Lo ha creído porque ante la cascada la oposición parece un púgil prácticamente noqueado. Sólo la movilización civil está obligando a una mayor dureza en las filas populares, pero ésta parece actuar a remolque de la protesta popular y mediática.

El programa sectario y revanchista de ZP ha tenido, desde el principio, un objetivo muy claro: los católicos. Quizás, incluso, pudiera hablarse, a efectos gráficos de persecución. El proyecto de ZP debe conducir a los católicos al ghetto. Se trata no de destruirlos sino de cercenar tanto su libertad interna como su capacidad de influencia en la sociedad. El objetivo de ZP es dar un paso más en la reducción del catolicismo a un mero barniz cultural sin influencia real alguna en la sociedad. En este año ha definido muy bien el objetivo: primero, reducir la influencia de la Iglesia en los campos de la Educación y la enseñanza; segundo, recortar su capacidad de movimientos abriendo u proceso que conduzca a la eliminación de la financiación por parte del Estado; tercero, romper el concepto cristiano, que es el español y el occidental, de la Familia, la Vida y la Moral. La plasmación práctica de esta política han sido las medidas ya puestas en marcha y que son de sobra conocidas: el intento, a través de la reforma educativa, de eliminar o cercenar la enseñanza religiosa dentro del sistema educativo; la advertencia de que es necesario renegociar el tema de la financiación; la aprobación de los matrimonios homosexuales; la autorización para investigar con células madre de embriones humanos; el anuncio de una inmediata ampliación de la Ley de Aborto… Medidas y anuncios que han despertado muchas conciencias dormidas en el seno del catolicismo, que han renovado los movimientos civiles y alumbrados nuevos proyectos políticos que tratan de hacer emerger una voz que hasta ahora carece de representación real en las instituciones; pues, hasta ahora, su peso político, pese al ingente número de votos que representa, es prácticamente inexistente. Sectores sociales que parecen, cada día, más dispuestos a dar contestación a la persecución socialista.

Si la persecución de los católicos, con todo lo que hemos apuntado, constituye el primer escalón para la protesta, el segundo viene determinado por la falta de claridad en la política autonómica. El programa con el que el PSOE concurrió a las elecciones carecía de una clara propuesta con respecto a uno de los temas fundamentales de la política española de las dos últimas décadas: la cuestión autonómica. Sólo se contaba con un mal esbozado apoyo a futuras reformas estatutarias. ZP ha forzado definitivamente al PSOE a situarse, pese a ciertas resistencias internas, dentro del esquema de la España Federal y Asimétrica. Posición que, para muchos, es fruto de la dependencia con respecto a la situación catalana pero que, teniendo en cuenta lo acontecido en este año, parece, en realidad, formar parte del ideario del equipo de Rodríguez Zapatero. Pocos son los que hoy negarían que, plantear la reforma estatutaria sin un proyecto previo, concreto y claro, es un error político de incalculables consecuencias. La edificación de una propuesta sobre la marcha, como está haciendo el socialismo, no contribuye a la estabilización de España sino a su desestabilización. El debate entre las mal llamadas nacionalidades históricas (Cataluña y Vascongadas) y el gobierno central está acrecentando los temores y las incertidumbres. El inventarse nuevos eufemismos como “comunidad nacional”, el fomentar el enfrentamiento y la insolidaridad entre las regiones (cuestión hidrológica), plantear la ruptura del sistema de financiación y solidaridad, abrir la cesión de la Seguridad Social (total o compartida), facilitar la imposición no ya de la inmersión lingüística sino del idioma único, están provocando reacciones pendulares de difícil definición. En muchos puntos de España, los ciudadanos de a pie no alcanzan a comprender el porqué de un debate que fomenta la división y que conduce a reacciones de rechazo de unos españoles frente a otros porque puede acabar creando un nuevo mosaico de desigualdades sociales y regionales.

El tercer escalón para esa movilización es, sin duda, la insensata política de revancha abierta por el socialismo en el seno de una sociedad que hace tiempo que dejó el debate de lo acontecido hace medio siglo al juicio de la Historia. El socialismo se ha lanzado a una política sectaria y revanchista en este terreno que en nada desdice los planteamientos que llevaron a la autodestrucción de la II República y a lo acontecido en la zona frentepopulista durante la guerra civil. En este aspecto el socialismo no ha cambiado: cualquier violencia, cualquier acción, cualquier actuación, por vituperable que fuera, realizada por la izquierda en general y por el socialismo en particular, está justificada, mientras que la realizada por el adversario político es condenable; lo que hizo el socialismo, lo hizo esta avalado por la injusticia y la provocación; lo que hicieran otros no fue más que la manifestación de la opresión y el sentimiento antidemocrático. Conviene no engañarse con respecto a los objetivos reales del socialismo. La destrucción y retirada de estatuas y monumentos es lo anecdótico; lo que se pretende es ir más allá. El socialismo se ha propuesto derribar la propia Historia reutilizando aquella vieja sentencia atribuida a Nerón de “la historia se escribirá según Nerón o no se escribirá”. La deconstrucción de la Historia es vital para asegurar el asentamiento del progresismo como espacio político hegemónico, por eso se ha reescrito, de forma audiovisual, la historia del socialismo; por eso se han desempolvado a figurones de la izquierda; por eso se llevará a las Cortes la denominada “Ley de la Memoria Histórica”, para imponer una única historia oficial. Por debajo quedan los bajos instintos, la vieja tendencia destructora, que no va a respetar ni lugar Sagrado. Y, también aquí, el socialismo sólo se enfrenta a la respuesta de la sociedad civil ya que juzga impensable una oposición eficaz por parte de un Partido Popular poblado de complejos y refugiado en la innecesidad de abordar esta cuestión. Cuestión que el socialismo va a aprovechar para despertar viejas heridas; con ella pretende mantener, al mismo tiempo, la tensión dialéctica, la definición del otro, para mantener cohesionadas unas filas que pueden revolverse por la imposición de las medidas ultraliberales que ZP tiene en cartera y de las que son tímido anuncio sus proyectos sobre la Vivienda.

A lo largo de un año, el gobierno ha conseguido crispar e iniciar la desestabilización de la vida española. A lo dicho se debe añadir: la insensata política de inmigración basada en una regularización masiva, pero sin fondos estructurales para resolver los problemas (Sanidad, Vivienda, Educación, Asistencia Social) que va a plantear en muchos puntos de España. Política que hasta ha merecido una seria advertencia por parte de la Unión Europea y que está sentando las bases de futuros conflictos sociales; la nueva reforma educativa que se orienta hacia el adoctrinamiento directo, la reducción de los niveles educativos, la eliminación de la capacidad crítica y la subversión de los valores tradicionales; el progresivo y ocultado debilitamiento económico de España ya que la reforma estatutaria ha abierto un desmesurado proceso de huida de las inversiones extranjeras que agravará, en el futuro, la situación de un país que parece abandonar la reconstrucción del tejido productivo; la carencia de una política exterior coherente, que ha conducido a España a alejarse de los centros de decisión, a alinearse con países próximos al viejo socialismo, a ser los embajadores particulares de Marruecos o a subordinar nuestra posición en Europa a los intereses del eje franco-alemán; y queda para otra ocasión tanto la demagogia en política de Defensa como la inexistencia de las políticas de fomento, sanidad, vivienda, etc.

Probablemente, muchas más serían las razones que pudieran ir incrementando el descontento que, poco a poco, está asentándose entre importantes sectores de la opinión pública. Las razones para salir a protestar, a rechazar la política del gobierno, son más que evidentes. Sólo la movilización puede aplacar la soberbia del socialismo. Sólo la manifestación puede hacer ver a la progresía que el mundo no es sólo del color de su cristal. A nosotros, desde la sociedad civil y las nuevas organizaciones políticas, nos corresponde actuar.

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Francisco Torres García


Con Benito XVI, por la Verdad, contra el relativismo

 

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