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Maternidad-Gene-Eugenio García-Ruiz Alarnes
Maternidad-Gene-Eugenio García-Ruiz Alarnes

La maternidad beneficia a la totalidad de la sociedad y, como tal, debe ser apoyada por el Estado. Por ello se debe legislar para procura las mejores condiciones de compatibilidad entre la vida familiar y laboral de las madres de forma que familias no se vean condicionadas ni perjudicadas en su opción libre de tener hijos

Del bien público y el contrato social

por Gustavo Morales

Minorías combativas han conseguido mediante una acción continuada la conquista de parcelas de poder político y mediático muy superiores a su proporción en la población. La ley de matrimonios del mismo género, la ley del aborto, las leyes de protección de los políticos, etc. no responden a exigencias de la sociedad, a un clamor popular expresado en acciones multitudinarias, sino a la acción decidida de minorías activas en una sociedad inerte y desarmada ideológicamente. Cuantos anteponen el bien común a la ventaja de la facción, tienen que desarrollar una acción sin apocarse ante el guirigay de los medios de comunicación de costumbre

La política del bien público

El concepto de política está devaluado, lo recogen muchas expresiones del idioma, como la del mismo perro con distinto collar. Los políticos no son valorados positivamente por sus compatriotas. Ahí están las encuestas y el decir de la calle. Esto produce un alejamiento constante de la política de muchas personas que se vuelven a su entorno desentendiéndose del común, de la res publica. Sin embargo, la política es más que importante, es inevitable. Participemos o no sufriremos la acción del Gobierno al frente del Estado. Por ello, es necesaria una reivindicación de la política, de la participación en la definición de bien común y de su aplicación. “Si el problema fundamental de la sociedad es que las demandas son infinitas y los recursos limitados, la ciencia de las ciencias es la política y no la economía” [1] .El Estado totalitario murió en el siglo XX, intentaba crear una sociedad nueva sin conflictos.

La política es una actividad humana porque es específica del homo sapiens. Personal porque responde a la persona, no al individuo, es decir, al hombre en relación con su entorno social del que no puede desligarse sino para caer en el racionalismo estéril o el mito de Robinson Crusoe. Quizás quien mejor comprenda esta diferencia es el Derecho, encargado de hacer normativa de las relaciones humanas. “El único habitante de una isla no es titular de ningún derecho ni sujeto de ninguna jurídica obligación. Su actividad sólo estará limitada por el alcance de sus propias fuerzas. Cuando más, si acaso, por el sentido moral de que disponga. Pero en cuanto al derecho, no es ni siquiera imaginable en situación así (...) La personalidad, pues, no se determina desde dentro, por ser agregado de células, sino desde fuera, por ser portador de relaciones.” [2] Es decir, “mi identidad, sin embargo, es algo tanto individual como social. Es individual porque es únicamente mía, pero en realidad está compuesta por una serie de reconocimientos mutuos con otras personas en un contexto social”. [3]

La vida política es inevitable, un imperativo de la polis al que no podemos sustraernos porque es nuestro medio de desarrollo y convivencia. Libre porque la libertad legitima de forma más sólida el proceso de elección de gobierno y la crítica a su actuación.

La participación de todos y el gobierno de pocos están justificados en cuanto su objetivo es el bien común, de otro modo es oligarquía cuando menos. Monseñor Sebastián, arzobispo de Pamplona, sintetiza: «La vida política, en su conjunto, la de los votantes y la de los dirigentes, es una actividad humana, personal y libre, cuya legitimación moral está en la promoción y defensa del bien público». ¿La legitimación moral de qué?, La de ser dirigentes, la de gobernar sobre iguales; la de elegir pensando en el bien común y no de facción o geografía.

Para santo Tomás el bien público es la finalidad última del Estado, el fin social. Es sabido que justifica el tiranicidio. Sin duda, ha sido a través de los caminos de Roma como se extendió el cristianismo en Europa. El humanismo cristiano y el Derecho romano sustentan el moderno Estado demócrata. El cristianismo difunde la idea de la igualdad ante Dios, de la libertad para elegir entre el bien y el mal, de la fraternidad entre prójimos. No sólo palabras. Como ejemplo menor, miles de monjes copiaban a mano textos griegos y árabes que superan la pestilente Alta Edad Media europea y convierten al subcontinente en la primera potencia en filosofía. El peso del cristianismo es indiscutible en los valores europeos.

Sebastián, obispo además de Tudela, recuerda: “Los principios que rigen la vida democrática han nacido del cristianismo. La igualdad y los derechos de las personas, la soberanía de los pueblos, el concepto de autoridad como servicio al bien común y no como simple dominio o imposición, la igualdad de todos ante la ley, todo esto, nace históricamente de la experiencia cristiana y de los valores morales del cristianismo. Incluso cuando semejantes ideas se afirman contra la Iglesia, quienes las defienden son hijos de la tradición y de la cultura cristianas” [4] . La Iglesia perdió poder temporal pero una idea cristiana tomó su relevo: el libre albedrío, justificado en la relación directa con el Creador, sin intermediarios: “Sólo a través de mi se llega al Padre”. Las tesis de Lutero contra cierta corrupción vaticana de su tiempo sirvieron para una reforma protestante, la primera a que se aplica el término fundamentalismo. También dieron justificación y bandera a los ambiciosos príncipes alemanes para romper la unidad imperial romano-germánica, al teñir de ideología las ambiciones por dominios y gabelas en el floreciente comercio de Flandes. Sus aires se respiran en el nacimiento del liberalismo. Democracia y filosofía, dos fenómenos que no se producen en territorios con otras religiones mayoritarias. La idea es de Gustavo Bueno.

El Estado egoísta

El abandono de una acción moral por parte del Estado florece en la mente de un hijo de la Iglesia, que puso su patria por encima de su fe: el cardenal Richelieu. A partir de la razón de Estado como argumento supremo, la Revolución posterior pretende construir un nuevo mundo con una nueva moral. Tras la edad de las catedrales, cuando los hombres escribían en piedra dice Víctor Hugo, llegó la de los comerciantes cuyos intereses afianzaron la presencia de Europa en ultramar. El Renacimiento fue un puente para el homocentrismo. Una nueva ideología, el liberalismo, se expande en el siglo XIX, combate en el XX y entra victoriosa en el siglo XXI. La nueva hegemonía proclama el dogma del egoísmo individual, al que transmutan de vicio privado en virtud pública. Con la caída de la Unión Soviética y hasta la extensión del integrismo islámico las instituciones del liberalismo celebraban el fin de la Historia.

El liberalismo dice que el bien público es la simple suma de los intereses individuales de personas y grupos: reduce al Estado al papel de gendarme que evite la anarquía y sea el depositario de la soberanía nacional instrumentalizada en las leyes. “Nace el Estado liberal cuando triunfaba en Europa la cultura <racionalista>. Una Constitución es ante todo un producto racional, que se nutre de ese peculiar optimismo que caracteriza a todo racionalista: el estar seguro de la eficacia y el dominio sobre toda realidad posible, de los productos de su mente” [5] . Es una muestra más de la soberbia racionalista. Desde la Revolución Francesa el hombre al nacer se supone realiza un presunto contrato social para aceptar los límites a su libertad a cambio de las ventajas del Estado. Las constituciones liberales son la expresión escrita del contrato social.

Esta idea falla en tanto no es la suma de los egoísmos individuales la que construye el bien público. El trabajador es libre de no aceptar las condiciones laborales. El emigrante es libre de quedarse en su país. El tendero es libre de no fiarles comida. La entidad financiera es libre de invertir y prestar a quien quiera. Pero el ejercicio de esas libertades tiene consecuencias: paro, miseria, carestía y fuga de capitales. El liberalismo ondea la bandera de la libertad para ocultar los intereses más egoístas, las apetencias más mezquinas. El nuevo marco mundial tras la derrota del fascismo en Europa hizo prioritario para el liberalismo dirigir la voluntad de los trabajadores-consumidores-votantes desde la segunda mitad del siglo XX, como venía haciéndose desde finales del siglo XIX en Estados Unidos. Los intervencionistas norteamericanos desde el presidente Wilson defendían la idea de evangelizar el mundo con un sistema político tan justo y perfecto como el suyo. Para eso crearon Naciones Unidas. El bien público lo definía en cada momento la opinión pública, a la postre, la opinión publicada. “La violencia y el terror necesarios para conseguir la unanimidad no son más humanos cuando se aplican en nombre de la democracia que cuando el objetivo es la pureza racial o la igualdad económica” [6] . Alexis de Tocqueville habla del “despotismo democrático”: “Ausencia de gradaciones en la sociedad (...) un pueblo compuesto de individuos muy semejantes (...) esa masa informe que es reconocida como el único soberano legítimo ha sido cuidadosamente despojada de toda facultad que pueda permitirle dirigir, o por lo menos supervisar, el gobierno.” [7]

Un hecho, una crítica y casi una alternativa:

El sistema liberal no redistribuye. Quinientas personas del mundo tienen más dinero que 400 millones de occidentales. Sin incluir a 400 millones de indios con menos de medio dólar diario, tantos africanos, más asiáticos y algo menos de hispanos. Uno es demasiado.

Una crítica. Las mayorías no deciden sobre la verdad y la mentira ni pueden cambiar el bien por el mal con leyes y comisiones. Azaña se salió de una votación del Ateneo sobre si existía Dios: “Son ustedes unos idiotas”. La democracia no es la exigencia de que todos comulguemos con las mismas ruedas de molino. “De ninguna manera debemos aceptar que para ser un buen demócrata haya que ser relativista en lo religioso y en lo moral”[8] . Las creencias no están a merced de los votos. El Gobierno no puede pedir a las entidades sociales, y la Iglesia lo es, que se circunscriban al ámbito de lo privado cuando sus leyes son ofensivas para una parte importante de la población. El Estado prima a las minorías religiosas sobre una mayoría social cristiana indudable.

Utopía. El bien común facilita a cada persona su búsqueda de la felicidad en un ambiente tolerable al promocionar el bien y proscribir el mal. Un Estado administra ese bien público, da servicio a todos, de forma más acusada a quienes más lo necesitan.

En cambio, la vida parlamentaria con sus servidumbres en listas cerradas y disciplina de voto, teje continuos ataques de facción, alianzas postelectorales y el endiosamiento de la ley cada vez más ajena a la justicia. Los diputados están al servicio de parte. No reciben más los necesitados sino quienes disponen de fuerza parlamentaria para pactar, poderosos a la postre. La ley de ese Estado defiende menos a los más de los comunes que a los menos comunes. Cede ante la razón de la fuerza de secesionistas interiores y reductores exteriores. Los votos se sientan con las pistolas en la mesa de negociaciones. Olvidan que el Estado de Derecho es respetable cuando esa ley expresa la justicia, no cuando la ofende. La obediencia debida murió en los juicios de Nuremberg.

Púlpito audiovisual

Ahora la sociedad light prima el individualismo menos fraterno y la satisfacción en sensaciones instantáneas y fugaces. El culto al egoísmo corresponde hoy al modelo de cultura audiovisual donde se instalan los nuevos púlpitos, cuya razón se basa en mayorías manipuladas. “Tan responsable como el dominador es quien admite la dominación”, adujo el imam Alí. Otras plumas ya escriben mejores trabajos sobre políticos y política individual. Estas líneas valoran la acción del público inerme e inerte a quien el decano Patxi Andión cantaba a finales de los años setenta del siglo pasado: “Quiero insultar a esos hombres que estando en el escenario no son más que decorados”.

Es un público bien atendido con su soma diario. El aumento del ocio ha multiplicado la oferta audiovisual. Buena parte de la vida ha pasado del hecho personal al espectáculo para las masas. Imagen, sonido y titulares bombardean con las leyes del consumo al individuo donde se refuerza su condición de espectador. La vida reflejada en los medios de masas induce modelos de comportamiento y conducta en los espectadores. Un nuevo modo de vida se universaliza al ser visto como algo normal en cine y televisión. La libertad de los ajenos al poder y la gloria se reduce a la elección de canal. “La aparente libertad anónima será espejismo (...) donde sólo las clases propietarias e ilustradas tendrán vida y actividad reales.” [9] Gran parte del resto de la gente dedica su ocio creciente a la contemplación de vidas ajenas.

La homogeneización del público, mediante pautas de conducta emitidos por los medios, facilita la producción masiva de bienes de consumo abaratándose por su globalización. Este proceso de imposición de gustos no crea un vínculo distinto al de consumidores. La globalización requiere que esa masa esté invertebrada, compuesta por individuos aislados cuyo asociacionismo sea inocuo. Para romper la resistencia, se acaba con las entidades más naturales podando a la persona para dejarla en individuo. Finaliza el proceso de trasformación de comunidad a sociedad basada en el contrato social. Esa cultura general alcanza incluso a quienes constituyen la nomenclatura del poder político y comprenden el proceso, son cómplices. “No sólo son individualistas los meros ciudadanos que van por libre: también el político lo es en la medida en que su oficio ha dejado de ser un claro servicio público para ser un servicio a los intereses de un partido o de una clase profesional”. [10] El bien común queda relegado por el interés del partido o del gremio ante la indiferencia social.

Los nuevos predicadores están en los medios audiovisuales y generan opinión. Los medios no son fundaciones culturales sino empresas a la búsqueda de beneficios. Sus emisiones responden a objetivos en términos de obtención de clientela para ventas publicitarias o electorales. Influyen de modo importante sobre las decisiones y tomas de actitudes de cuantos forman la sociedad.

Persona

La persona trasciende al individuo aislado cuando se encarna en la humanidad y dentro de una cultura con la que no hay contrato social previo sino armonía o conflicto. Es obvio que nadie elige nacer en un entorno concreto, no se negocia. Sí en cambio es posible una participación personal en el gobierno del común. En palabras de Maurras, “la sociedad es, pues, un «agregado natural», que se rige por las leyes de jerarquía, selección, continuidad y herencia. Su desarrollo consiste en la elevación del grado de sociabilidad desde la familia hasta la nación” [11] . En cada uno de esos segmentos, de vida y tarea, participa la persona. Es la vertebración que Ortega añoraba en España. El Derecho que ya vimos regula esas relaciones humanas, no es inocuo. Se construye para alcanzar objetivos. “El Derecho es, ante todo, un modo de querer, es decir, una disciplina de medios en relación a fines, ya que todo ingrediente psicológico de la voluntad es ajeno al concepto lógico del Derecho (...) Sus normas, además, se imponen a la conducta humana con la aquiscencia o contra la aquiscencia de los sujetos a quienes se refieren; es decir: que el Derecho es autárquico”. [12]

Decimos que la aceptación de la relación entre persona y sociedad marca la integración en la Historia humana. La rebelión contra esa relación con éxito hace la Historia. Son revoluciones que aceleran un proceso incluso cuando fracasan, como le ocurrió al comunismo que impuso un bien público en nombre de una sola clase internacional.

En resumen, la vida política es ineludible como seres humanos, en ella estamos cuando menos de financieros vía impuestos y receptores de la acción del Estado, distributiva y represiva. La vida política debe mantener como polar un imperativo moral, tanto para representantes como representados, a favor del bien público alejando banderías. Los gobiernos que reciben la confianza política de la mayoría deben administrar y distribuir conforme al interés común de la nación, no de una parte u otra de ella geográfica o sectorial. Estas palabras son cánticos etéreos y no realidades.

La sociología nos dice que España es una país cristiano, también hay mayoría entre los diputados. “La vida política ha estado y está dirigida por gobiernos en los que participan decisivamente partidos, grupos y políticos supuestamente cristianos, muchos de ellos católicos [...] Un político católico, si no es un oportunista no puede disociar sus creencias religiosas de su actividad política. En conciencia, no puede aceptar ni colaborar en la cada vez más numerosa legislación anticristiana, como la abortista o la favorable a la eutanasia, o la que ataca de diversas maneras a la persona o destruye la familia [...] Dada la participación activa en la vida política de tantos católicos y que una gran proporción de votantes lo son también de buena fe, de ser medianamente atendida, provocaría una revolución en los usos políticos” [13] .

Minorías combativas han conseguido mediante una acción continuada la conquista de parcelas de poder político y mediático muy superiores a su proporción en la población. La ley de matrimonios del mismo género, la ley del aborto, las leyes de protección de los políticos, etc. no responden a exigencias de la sociedad, a un clamor popular expresado en acciones multitudinarias, sino a la acción decidida de minorías activas en una sociedad inerte y desarmada ideológicamente. Cuantos anteponen el bien común a la ventaja de la facción, tienen que desarrollar una acción sin apocarse ante el guirigay de los medios de comunicación de costumbre. Se produce lo que Joaquín Estefanía califica de “efecto Queipo de Llano”, los partidarios de las ideas predominantes al expresarse con fuerza y seguridad desde los medios de masas producen la sensación de ser abrumadoramente mayoritarios frente a las personas que apenas se atreven a expresarse públicamente y que transmiten la sensación de representar opiniones menos valiosas y extendidas. Se sienten minoritarios y evitan expresiones públicas por temor a la marginación social. Es sabido que la libertad de prensa “se convierte en privilegio (...) ya que su ejercicio queda reservado a quienes cuentan con los cuantiosos medios materiales que se necesitan para disponer de uno de esos medios de comunicación” [14] .

Debemos asumir quela transformación social que propugnamos busca precisamente la organización y la solidaridad de los españoles.” [15] Ese es el bien público.

Tenemos derecho a nuestras creencias y a movilizarnos por ellas.

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Gustavo Morales



[1] Bernard Crick En defensa de la política KRITERIOS Tusquets, Barcelona, 2001, página 185.

[2] José Antonio Primo de Rivera “Ensayo sobre el nacionalismo. La tesis romántica de nación” Revista JONS, nº 16, abril de 1934.

[3] Bernard Crick Obra citada, página 265.

[4] Fernando Sebastián, arzobispo de Pamplona, en Iglesia en democracia. http://www.iglesianavarra.org/6104democracia.htm

[5] Ramiro Ledesma en la revista Acción Española, nº 24. Marzo de 1933.

[6] Bernard Crick Obra citada, página 68.

[7] < Bernard Crick Obra citada, página 71.

[8] Fernando Sebastián, arzobispo de Pamplona, en Iglesia en democracia. http://www.iglesianavarra.org/6104democracia.htm

[9] Francisco J. Palacios Romeo La civilización de choque Centro de Estudios Políticos y Constitucionales. Madrid, 1999, página 168.

[10] Victoria Camps Paradojas del individualismo Crítica, Barcelona 1993.

[11] Pedro C. González Cuevas “Maurras en Cataluña” Razón Española http://www.galeon.com/razonespanola/re85-mec.htm

[12] José Antonio Primo de Rivera “Derecho y política” Arriba nº 21, 28 de noviembre de 1935.

[13] < Dalmacio Negro “Conducta política de los católicos” El Rotativo, número 70.

[14] Luis Suárez “El hecho concreto de una desideologización”. Altar Mayor nº 81. Agosto 2002, página 690.

[15] < Ramiro Ledesma Nuestra Revolución. Julio 1936 http://www.ramiroledesma.com/nrevolucion/rnr.html


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