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ARBIL, anotaciones de pensamiento y critica

Enseñanzas sobre los 98 de España

Celebremos el 98, porque somos nietos de una generación que se paró en su decadencia final para pensar, embriagarse en su esencia, de los valores que más estimaban y lanzarse al mundo para sentirse orgullosos del linaje que representaban

Este año vuelve a inaugurarse toda una serie de eventos sobre el 98, especialmente sobre el desastre del siglo pasado, y el menos conocido de 1598, fecha del fallecimiento de nuestro más grande monarca, Felipe II. Es curioso, cada 98 celebra dos acontecimientos diferentes. En el más antiguo, la ausencia del monarca prudente, presagiaba nubarrones en la primera potencia mundial, cercada de enemigos, turcos, luteranos, ingleses, franceses, holandeses, berberiscos, moros filipinos, piratas chinos, araucanos...No obstante, los valores cristianos defendidos por los Habsburgo eran aceptados por una sociedad que estaba en la cima del mundo. Los españoles de entonces, estaban en la élite de todos los ambitos políticos, en el mundo cultural, en la plenitud religiosa...
Sin embargo, la imposibilidad de coordinar los esfuerzos de todas las posesiones de la monarquía hispana por el Conde Duque Olivares señalaron el fin que se presagiaba desde años anteriores. Toda una serie de 98 se fue desarrollando con la pérdida progresiva de nuestras posesiones en Europa y con la secesión de Portugal y de su mundo hispánico en Africa y Asia, excepto Filipinas. El 98, del siglo pasado sólo fue el último colofón de la pérdida de peso político de nuestro país en la esferas diplomáticas. Aunque nuestro ejército siguió demostrando con su sacrificio, que en horas aureas o broncineas, la calidad humana de sus integrantes siempre estaba al nivel que se la demandaba. El sacrificio del coronel Vara del Rey, del soldado Eloy Gonzálo en Cuba, como los héroes de Baler en Filipinas, o el suicidio sin esperanzas de la Armada en Ultramar, demostraron sencillamente que el temple heredado era similar al de los caídos en Rocroi, donde los tercios fueron exterminados por los franceses en el siglo XVII, o en los momentos gloriosos de Pavía, Lepanto, Mülberg o Nordlingen.
El último 98 sólo fue el último capítulo de una decadencia iniciada en el XVII, sostenida en el XVIII, pero reiniciada aceleradamente en el XIX, con la pérdida del continente americano, el 98 únicamente fue el fin de nuestra presencia en el mundo. Este toque del fondo del barril sentimental de nuestro nacionalismo, fue lo que propició el nacimiento de una serie de personas con ganas de reiniciar el ascenso del país. Las clases medias clamadas por Joaquín Costa y los intelectuales que buscan el ambiente idóneo para embriagarse de un misticismo histórico que les transforme en profetas de un resurgimiento nacional. Estos hombres de la pluma, venidos de la periferia, hijos de un mundo desarrollado, urbano e industrial, sintieron la necesidad de enamorarse de la Castilla abandonada a sus vientos y pasiones, sus heróicas ruinas embriagadas de hechos históricos, que alimentaron, no, una nostalgia, sino una base sentimental para vertebrar espiritualmente España. Unamuno, Azorín, Baroja, Maeztu, Valle-Inclán, Ganivet... fueron trotamundos ideológicos que buscaron con verdadero frenesí la esencia de España para restaurarla en su esplendor anterior.
Esa búsqueda se trasladó a todas las artes, en la pintura, las luces mediterráneas de Sorolla contrastaban con las pinturas negras de Regoyos, donde un tren, símbolo de la modernidad se internaba en los agrestes paísajes castellanos cuajados de ruinas históricas, restos de los duelos de las dos grandes religiones monoteístas. Tierras donde el tiempo parecía paralizado hasta que se rompiá por la aparición rotunda de un elemnto moderno como el ferrocarril. También Zuloaga se enamoró, como Unamuno, de estos paísajes curtidos por el tiempo, e interpretó los rostros de anónimos ciudadanos, de un país que había dejado de ser importante hacía un par de siglos, pero que mantenían en su mirada el resplandor sereno de una categoría humana que las derrotas no habían logrado palidecer.
Celebremos el 98, porque somos nietos de una generación que se paró en su decadencia final para pensar, embriagarse en su esencia, de los valores que más estimaban y lanzarse al mundo para sentirse orgullosos del linaje que representaban. Aprendamos a ser de nuevo orgullosos de nuestra herencia, pero con el despego de aquellos hijos del XVI que forjaron un mundo nuevo, no, por ambición, sino, para forjar el Adveniat Regnum tuum.

José Luis Martínez *


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