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ARBIL, anotaciones de pensamiento y critica

Los "intelectuales" y el poder.

El doble papel del "intelectual" debería ser el de ideólogo y crítico y la naturaleza de sus relaciones con el Estado de disidencia y contrapoder pero los actuales "intelectuales" en nuestro país son complices arribistas de los poderosos.

De generación en generación, con una frecuencia que podríamos caracterizar como cíclica se produce la incorporación del "intelectual" al Estado. Es así como resulta frecuente observar al joven ­que a los veinte años comienza a darse a conocer con un discurso crítico de tintes radicales­ instalado, después de los cuarenta, en un confortable puesto burocrático, desempeñando las mismas funciones, realizando los mismos actos que el mismo criticó en sus años mozos. Esta actitud parece ser la que predomina entre nuestros "intelectuales" como lo prueba la casi total ausencia en nuestro país de intelectuales críticos e independientes. ¿Cómo explicar esto? Para ello habría que precisar tanto la función del"intelectual"como la naturaleza de sus relaciones con el Estado. Aquí sólo nos proponemos enumerar algunos aspectos que deben ser tomados en cuenta si se quiere llevar a cabo un estudio profundo y detallado de la relación ­harto sospechosa­ del"intelectual"con el poder.

Doble papel del "intelectual": como ideólogo, como crítico

Las funciones que desempeña el "intelectual" lo colocan en una situación ambigua y en muchos casos contradictoria: tanto puede volverse abiertamente un ideólogo del poder que elabora representaciones cuyo objeto consiste en hacer que el individuo "interiorice" las relaciones de dominación existentes, esto influye sobre el imaginario social, instituyendo valores, creencias, signos que tienen como fin institucionalizar la relación de poder a través de un consensus; puede asumir como tarea el análisis crítico que impugna al poder instituido, luego denuncia sus mecanismos enajenantes y opresivos.

Escisión entre el discurso (crítico) y la ambición personal; el arribismo como meta.

Si por una parte el saber sirve al "intelectual" como instrumento que le permite enjuiciar críticamente la realidad (conocer los diversos elementos que la conforman, la manera como estos últimos se interrelacionan, se interpenetran e influyen recíprocamente; las tendencias implícitas así como lo esencial de lo secundario); por otra parte, el conocimiento le sirve como medio para hacer una carrera, labrarse un estatus. Por lo demás, el propio "intelectual" atribuye a su desempeño una gran importancia, siente que su papel (interpretar, dar ideas y sentido) debe trascender a la acción y no simplemente limitarse al análisis crítico; pero siempre piensa que su actuación debe ser de dirigente (tanto de guía, consejero, como de organizador, planificador); la elevada imagen que tiene de sus propias capacidades lo lleva fácilmente a creer que por ello merece honores y privilegios, buenos empleos y buenas retribuciones.

En el camino que lo lleva al poder, al prestigio y a la consideración el "intelectual" en ascenso necesita emplear un lenguaje, de izquierda, radical y hasta incendiario; esto le permite irse haciendo de un nombre ­para ello, escribir en la prensa sirve bastante­, obtener una cierta influencia sobre un público generalmente joven y universitario que lo escucha de buena fe, prestigio y notoriedad que difícilmente conseguiría si prescindiera de su discurso crítico. Sin embargo, este último poco a poco va perdiendo sus matices radicales para convertirse más bien en consejos, advertencias que señalan las situaciones peligrosas, los riesgos que puede correr el propio poder, hasta volverse una crítica cortesana (loyal opposition) que jamás toca lo esencial de los mecanismos de poder y más bien los oculta. Ahora bien, el discurso del "intelectual" integrado también puede conservar sus matices radicales ­esto contribuye a dar al poder una apariencia democrática­ pero el discurso se vuelve inofensivo, usa meros "clichés", se sirve de enunciados retóricos, que por ser tan generales no afectan al Poder. La distancia que se produce entre el discurso (crítico) y su ambición personal llega a producir una verdadera esquizofrenia en el intelectual.

La fascinación por el poder; el estatalismo.

Si en sus comienzos pudo haber en el "intelectual" una indignación sincera frente a la pobreza, la corrupción y la injusticia reinantes, en él domina la creencia de que para superar esta situación, para el cambio deseado, sólo puede mediar la existencia de un Estado fuerte y autoritario. Esta creencia lo induce fácilmente a integrarse a este como una posibilidad para actuar y ser "útil y eficaz", sin embargo ya dentro del Poder su actitud se transforma, su espíritu se obnubila, empieza a adoptar posturas conformistas y oportunistas; autoritarias hacia los de abajo y sumisas frente a los de arriba; el esprit de corps" (sentido de solidaridad) burocrático: como detentadores y monopolizadores de razón y de la autoridad que emana de la razón, termina por imponerse en él, lo que no impide, como ya hemos dicho, que en ciertos casos siga usando un discurso aparentemente crítico.

Naturaleza de las relaciones entre el "intelectual" y el estado; complicidad y complementariedad o disidencia y contrapoder.

El Estado en el siglo XX ha multiplicado sus funciones y con ellas no sólo interviene en la economía sino pretende el control de la sociedad. Bajo una imagen protectora, el Estado decide, dispone de la sociedad y de sus recursos, impone su poder sobre la sociedad a la que manipula, quiere tenerla aplastada, sumisa y dependiente, para lo cual necesita reducir los conflictos que emanan de ella (económicos, políticos, regionales, culturales, intelectuales, etc.) asimilarlos hasta volverlos inofensivos. La educación, la ideología, los medios de comunicación son los instrumentos, entre otros, de los que se sirve el Estado para que las relaciones de dominio que instituye sobre la sociedad se interioricen y sean aceptadas como algo dado por sí, algo evidente e indiscutible. En esta tarea, la labor del"intelectual"es esencial, este proporciona los instrumentos ideológicos que no sólo lo legitiman y le dan un consensus, sino ocultan su naturaleza profunda, que es la violencia. El Estado necesita, pues, del Saber, pero de un saber institucionalizado que no mine las bases de su hegemonía; que le sirva tanto de saber operatorio, técnico, planificador o como expresión cultural y artística, mismas que confieren una apariencia respetable, civilista y culta. Institucionalizado, el saber se vuelve dependiente y en consecuencia, controlado (por las instancias burocráticas). El saber que pone en circulación el Estado, se vuelve una mezcla conocimiento e ideología, de representaciones, mistificaciones que políticamente le son útiles, lo consolidan y le dan cohesión.

La disidencia y el conocimiento crítico

El Estado prefiere tener al "intelectual" incorporado burocratizado otorgarle puestos directivos, honores premios, a tenerlo como opositor, como crítico independiente. Para el Poder, el pensamiento crítico es más peligroso que la crítica violenta a la que puede contraponer la violencia estatal, por eso prefiere integrar al "intelectual" que reprimirlo. Los medios de los que se vale para incorporarlo son diversos, van desde los directos, a través del desempeño de funciones burocráticas o indirectos mediante premios y subvenciones. La meta es la de asimilar al "intelectual" o mantenerlo en un silencio cómplice. Para evitar que surja una crítica independiente, el Estado corrompe por múltiples medios y de manera sistemática al"intelectual"que comienza a sobresalir, por lo demás no hay que olvidar, como lo vimos al principio, que por su parte el"intelectual"se deja corromper.

Los pocos intelectuales de talento se ven condenados aislamiento, la pobreza y, en última instancia, a ser reprimidos. El silencio que los rodea comienza a hacerse entre sus propios colegas, quienes censuran, sin confesarlo, la actitud crítica y sin compromisos del primero, pues esta posición es ya en sí misma una acusación contra su propio conformismo y oportunismo. Por fortuna, estos intelectuales independientes, aunque escasos, existen. El germen de un pensamiento independiente y crítico no ha desaparecido, entre los universitarios encontramos intelectuales íntegros y modestos que no han abdicado y que intentan hacer el análisis lúcido de nuestra realidad.

Frente a los mecanismos de control, las tácticas de seducción, las mordazas reales o figuradas que el poder impone y que el "intelectual" acepta de manera cobarde y cómplice, urge crear, fortalecer una corriente de pensamiento independiente, contestatario, disidente, capaz, teóricamente sólido; que sepa analizar y denunciar las lacras del poder que nos ahoga y corrompe, que sea un verdadero contrapoder al poder asfixiante del Estado, que denuncie los mecanismos a través de los cuales este mantiene a la sociedad explotada y sometida, muda y embrutecida. Evidentemente, su tarea debe comenzar por el enjuiciamiento crítico de la función del intelectual y de sus privilegios, a fin de volverse una crítica radical y sin compromisos con los poderes que oprimen y explotan.

Andrea Revueltas


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