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- Categorías de la política: Política, Criptopolítica y Metapolítica. (1ª parte). Política: sentido y función de la Politeia
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- Lo que queda del mensaje (en torno a las palabras de Juan Pablo II en España)
- El Papa en España: como lo reflejó la prensa
- Sobre el Estado?
- La pluralidad de partidos católicos
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- La historia de España realidad vivificante para el futuro
- Prolegómenos a la filosofía del futuro
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- La participación del trabajador en la empresa
- Historia de América
- Fundamentalismo islámico, terrorismo y guerra en Oriente Medio: de la cuestión palestiana a la cuestión iraquí?
- La Constitución Española a la luz del Magisterio político de la Iglesia
- Una entrevista a Julián Gómez del Castillo: la posición del Movimiento Cultural Cristiano
- La Monarquía de España y la guerra de Mesina (1674-1678)
- La ausencia del padre en nuestra sociedad?
- El padre: el gran ausente
- Fundación Gratis Date: 15 años socializando el saber
- El hedonismo o la muerte de Occidente
- 25 años de fecundación artificial
- La promoción de los laicos en la vida y Misión de la Iglesia
- Cien años de un periódico de la monarquía: ABC, dossier para una investigación
- Política y Vanidad
- La pintura en España de Velázquez a Dalí
- Soldados de Salamina
- El ser humano es un ser religioso
- Oración por la Patria
- ¿Cómo se formó el genio de Santo Tomás?
- Remembranzas de Argentina
- El Evangelio según los evangélicos
- Cien años de La Gaceta del Norte
- PSOE y memoria histórica
- Ante la cultura sin alma
- "Fernando el Católico y los falsarios de la historia"
- Presentación de "Fernando el Católico y los falsarios de la historia en Pamplona"
- Tertulia en Arbil-Madrid
- Texto Clásico: Defensa de la Hispanidad


CARTAS

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Revista Arbil nº 69

Prolegómenos a la filosofía del futuro

por J. Escandell

¿Qué perspectivas, qué futuro tiene la filosofía? Una aproximación a la respuesta a esta pregunta tendrá lugar en tres fases. Primero se destacan algunos rasgos de la filosofía, de lo que ella es en todo caso. Luego se refiere a las formas como puede encajar la filosofía en la sociedad humana y en la historia. Y finalmente se presenta lo que se entiende son las líneas generales de orientación de una filosofía verdaderamente postmoderna. En pocas palabras, y simplificando un poco: 1º qué es filosofía; 2º qué puede ser la filosofía; 3º qué debe ser la filosofía.


Prolegómenos a la filosofía del futuro

Se ha extendido en el mundo occidental la idea de que nos encontramos en un momento cardinal de la historia. Se dice que hay una crisis cultural y que estamos a la espera del brotar de unos nuevos tiempos.

No obstante, esa conciencia puede ser un espejismo. Quizás no sea más que una forma de adaptación a los resultados de la II Guerra Mundial, antes que una crisis del proyecto emancipatorio de la Ilustración. Quizá no sea más que la sensación de desconcierto que, en alguna medida, ha acompañado a la caída del imperio comunista soviético. Quizá no sea más que una artimaña de la modernidad para sobrevivir a su propio desgaste... Las ambigüedades de los signos hacen pensar que la valoración de la altura de estos tiempos sólo podrá hacerse cuando alguna de las tendencias profundas de la historia haya triunfado. Nos falta perspectiva y, además, como se suele decir, (casi) siempre la historia la escriben los vencedores.

El que en realidad pueda ser verdad que no estamos en un momento crítico, en una crisis de la historia, es en el fondo irrelevante para el objetivo de mi intervención, siempre y cuando no se pierda de vista que, en cualquier caso, nuestros tiempos, tan pacíficos durante tantos años para las grandes naciones occidentales, son en realidad tiempos de contienda, de auténtica pugna frontal entre concepciones globales del hombre, del mundo, de Dios. Me atrevo a añadir que, además, hay un bando en clara ventaja sobre el otro. A diferencia de los tiempos en que las tensiones históricas se han resuelto con un enfrentamiento definitivo, en estos no hay guerras en los países desarrollados, aunque son ellos escenario de la pugna por la conquista del corazón del mundo. Cabe percibir en el occidente próspero una original combinación de profundas grietas religiosas y antropológicas con una apariencia y fachada de orden, tranquilidad y paz. Es lo que en términos cortantes, quizá estridentes, puede reconocerse en las siguientes palabras, que Soloviev pone en boca de uno de sus personajes: «Usted quiere decir, en esencia, que los tiempos han cambiado: primero eran Dios y la guerra, mientras que ahora en su lugar están la cultura y la paz» (1).

Dado este marco, ¿qué perspectivas, qué futuro tiene la filosofía? Mi aproximación a la respuesta a esta pregunta tendrá lugar en tres fases. Primero quiero destacar algunos rasgos de la filosofía, de lo que ella es en todo caso. Luego me referiré a las formas como puede encajar la filosofía en la sociedad humana y en la historia. Y finalmente quiero presentar lo que entiendo que son las líneas generales de orientación de una filosofía verdaderamente postmoderna. En pocas palabras, y simplificando un poco: 1º qué es filosofía; 2º qué puede ser la filosofía; 3º qué debe ser la filosofía.

Algunos rasgos de la filosofía

No pretendo, al comenzar hablando del ser de la filosofía, escamotear el asunto del que me he propuesto tratar y que el título anuncia: «Prolegómenos a la filosofía del futuro». No es ésta una estratagema para refugiarme en generalidades y vaguedades. Quiero, por el contrario, comenzar así porque es importante traer ante la mirada los fundamentos que dan su matiz de inquietud al título de mi texto. Porque, en el fondo, ¿pasaría algo si la filosofía desapareciera de la faz de la tierra? ¿Qué pasaría si, una vez que la filosofía ha comenzado a existir entre los hombres, hace poco más de 2.600 años, se extinguiera y quedara en puro fósil y pieza de arqueología? ¿Es la filosofía igual que la ftiriología, esa «ciencia de los piojos» para la cual quería crear una cátedra universitaria un personaje de Papini? (2)

Mi respuesta es terminante: no, la filosofía no es tan prescindible, ni tan necesaria, como lo puede ser la ftiriología. Al mismo tiempo, es más necesaria la filosofía que la ftiriología. Procuraré justificarme, para lo cual será oportuno recordar algunos rasgos esenciales de la filosofía.

En nuestra cultura antidogmática ha tenido éxito la idea de que la filosofía consiste primordialmente en la actitud crítica, una actitud que, como Cronos, gusta de comerse a sus propios hijos. Del mismo que Midas convertía en oro cuanto tocaba, el pensador crítico somete a crítica todo pensamiento. Entiende que toda afirmación ha de ser siempre mirada con recelo, ha de ser siempre mantenida a alguna distancia de la evidencia. Esta actitud es parecida a la de quienes vienen sosteniendo que el filosofar está más en el preguntar que en el responder. Que hay más profundidad filosófica en las preguntas y que apenas se pueden encontrar respuestas filosóficas.

Estos modos de enfocar la filosofía constituyen una deformación de la actitud socrática, la cual, en lo que se refiere al ser de la filosofía, es un punto de referencia esencial e ineludible. Como todo el mundo sabe, Sócrates situó a la entrada de la filosofía la conciencia de la propia ignorancia. Ese «sólo sé que no sé nada» es la llave del filosofar. Porque, según Sócrates, sin el reconocimiento de la propia ignorancia no es posible ni siquiera sospechar dónde se halla la filosofía. Ante quien se cree saber, la filosofía desaparece. Por eso, el instrumento docente de Sócrates es la mayéutica, cuyo primer objetivo consiste, precisamente, en provocar en el discípulo la crisis que le lleve a la conciencia de su propia ignorancia.

Ahora bien, la conciencia de la propia ignorancia no es la meta o, mejor, no es toda la meta. La filosofía no persigue la ignorancia, sino la sabiduría. Sin embargo, la filosofía nunca puede coincidir con ella. Como ha subrayado Millán-Puelles «la filosofía es una participación humana de la ‘sabiduría ideal’» (3) . La filosofía nace en la ignorancia y vive siempre con ella como compañera.

La filosofía nunca es ni podrá ser la sabiduría, sino sólo una sabiduría humana, sapientia humana (4) . La filosofía no es dudar, ni criticar, ni preguntar, sino saber, aunque saber nunca completo y pleno, sino siempre limitado y perfectible, a la medida de las posibilidades del conocimiento humano. La filosofía tal y como es entendida en la tradición que se remonta a Sócrates, Platón y Aristóteles, es decir, entendida como sabiduría humana, es siempre sabiduría participada. Un conocer auténtico y genuino, pero un conocimiento siempre insatisfecho y nunca concluido del todo. Por lo tanto esta sabiduría humana deberá comenzar por conservar, sin suprimirla jamás, la conciencia de que la ignorancia del hombre es permanente.

En fin: la filosofía no es ni un craso ignorar ni un completo comprender, sino un mixto cuya circunferencia es la medida de la capacidad natural y finita del entendimiento humano.

De todo ello se infiere, entonces, que, siendo sabiduría, la filosofía no puede tener el mismo valor que los demás conocimientos de los que el hombre es capaz. El hombre, seguramente, puede vivir feliz sin saber nada de piojos, pero sin duda esto no es del todo posible por lo que respecta a la filosofía. ¿Puede el se humano vivir al margen de la sabiduría?

Aristóteles, buen discípulo de Sócrates y de Platón, tiene una interesante respuesta a esa pregunta. Comienza su Metafísica con una frase que contiene, a pesar de su aparente trivialidad, un hallazgo fantástico: «Todos los hombres desean por naturaleza saber» (5) . Es verdad que a todos los seres humanos nos agrada conocer. Sin embargo una vez concedido esto en el comienzo, hay un final inevitable. Si los seres humanos aspiramos a conocer, ello se verificará de la manera más plena y satisfactoria en la forma de conocimiento que, a su vez, sea más plena y satisfactoria. Por lo tanto, el ser humano tiene inscrita en su naturaleza una inclinación hacia la modalidad plenaria del conocer, cuyo nombre propio es «sabiduría», el conocimiento de las primeras causas y principios (6) .

Debe saberse, por otra parte, que la sabiduría así concebida es, para Aristóteles, un saber contemplativo, desligado de compromiso alguno con la acción o con la utilidad. El Estagirita sostiene, en efecto que la sabiduría «comenzó a buscarse cuando ya existían todas las cosas necesarias y las relativas al descanso y al ornamento de la vida. Es, pues, evidente que no la buscamos por ninguna otra utilidad, sino que, así como llamamos hombre libre al que es para sí mismo y no para otro, así consideramos a ésta como la única ciencia libre, pues ésta sola es para sí misma» (7).

Este detalle es importante porque el hecho de que la filosofía sea, para Aristóteles, valiosa por sí misma y la mejor de las ciencias (8) , es una razón decisiva para que en ella consista la mismísima felicidad del hombre, como pormenorizadamente manifiesta en la Ética a Nicómaco (9). Esta sorprendente conexión de conceptos es la que me interesa dejar bien dibujada. La filosofía es sabiduría humana, la forma suprema de conocimiento de la que el hombre es capaz. Pues bien: por ser ella la actividad más valiosa y elevada que el hombre puede hacer, en ella reside, justamente, la felicidad, la modalidad de vida más satisfactoria y coherente con la naturaleza humana.

Volvamos ahora sobre la cuestiones que dejé planteadas. La filosofía tiene la misma necesidad que tiene la felicidad ¿Es necesario que la humanidad sea feliz? La respuesta a esta pregunta satisface, a su vez, la cuestión relativa a la desaparición de la filosofía. Si en la filosofía está la felicidad y la filosofía desaparece, la felicidad, sencillamente, se hace imposible.

La filosofía ante Dios y ante la humanidad

Pasemos a la segunda fase de mi texto, una vez enlazada y de la manera más intima y estrecha, la filosofía con la felicidad del hombre. Entre las perplejidades y preguntas que la posición aristotélica, tan rápidamente descrita, puede suscitar, reparemos ahora tan sólo en una: ¿qué ha sucedido con los hombres que han existido en tiempos en los que no había filosofía? ¿Qué se hizo por ejemplo de los persas, o de los hombres prehistóricos? ¿Acaso no pudieron ser felices (puesto que no nos consta que tuvieran filósofos)? Lo que, a mi modo de ver, es dudoso es que la filosofía no se haya dado nunca al margen de los veintiséis siglos que median entre nosotros y los griegos presocráticos. Como fruto de la natural inclinación de todo hombre, también pudo el mismísimo hombre de Cromagnon, a su modo y según sus circunstancias, haberse aproximado a la filosofía, por mucho que quizá no escribiera una Crítica de la razón pura.

Por otra parte, si la filosofía constituye el supremo esfuerzo del hombre por saber, habrá que pensar que en los tiempos en los cuales los auténticos frutos de la filosofía han sido abundantes, es que ha sido mucha, globalmente, la felicidad de la humanidad. Y a la inversa, los tiempos en que la filosofía ha sido abandonada, despreciada o atacada y combatida, han sido los tiempos deprimidos de la historia, en los cuales ha sido escasa la felicidad y, por consiguiente, pobre e imperfecto el orden social. (Debo insistir en que «filosofía» no se tome ahora como equivalente de «filosofía académica», de modo y manera que su relevancia histórica se pueda medir adecuadamente, por ejemplo, en correlación con el volumen total de publicaciones filosóficas).

Deberemos pensar también que, si la historia es el debatirse de la humanidad en el tiempo, la calidad de la filosofía en cada época, el aprecio y la orientación que hacia ella se tenga, es el indicador más significativo. Ahora bien, la historia, como escenario del desenvolvimiento de la humanidad del hombre, no es algo que el hombre pueda controlar a su antojo, y este hecho debe ser tenido en cuenta. A mi entender, aunque cada hombre es sujeto de la historia, ésta se desarrolla no sólo según las decisiones de los hombres, sino también en virtud de factores incontrolables, como puede ser el clima, los encuentros, las casualidades, etc. Por ello, no le es posible al ser humano, a ningún ser humano, una acción histórica esencial, porque la historia no está del todo, nunca, en sus manos. Ni siquiera los más poderosos de la tierra pueden decidir del todo el rumbo de la humanidad.

Este modo de pensar se contrapone al de quienes tienen un concepto mágico de la historia, es decir, a quienes, como los revolucionarios marxistas, se conciben capaces de conjurar los vientos de la historia para que se sometan a sus voluntades revolucionarias. No todo está en la mano del hombre.

Y siendo la filosofía de la obra más delicada de la que el hombre es capaz, ella brota cuando las circunstancias se lo permiten, en un marco, necesariamente de estabilidad y paz. A ello se orienta, precisamente, la vida de la sociedad. De acuerdo con la vieja filosofía aristotélica, un hombre en solitario no puede lograr la felicidad; es más, el vivir en sociedad es un ingrediente de la felicidad del hombre. La sociedad cumple esencialmente una función felicitaria.

Unamos ahora los cabos que hemos ido devanando hasta ahora.. Me parece que a nuestros coetáneos les debe parecer como si fuera un extraterrestre alguien, como Millán-Puelles, que afirma, sin más, que «la sociedad y la política son en último término para la vida especulativa»(10). No perdamos de vista que al mismo planeta habría que enviar a Aristóteles y a Santo Tomás, a cuyas autoridades se acoge el propio Millán-Puelles en este punto. Para todos estos autores de lo que se trata es de que la vida de la sociedad «de tal forma se establezca y lleve a cabo, que se haga posible la vida especulativa, alcanzando cada cual a su medida y a su modo, la respectiva participación en las verdades más altas del hombre natural» (11) . O en otros términos: «…no nos debemos limitar a los negocios de la vida práctica, y [...] hay que desarrollar las posibilidades superiores que nos abre nuestro entendimiento ...» (12).

En contraste con este modo de pensar, cuyas raíces son la naturaleza humana y la índole de la especulación sapiencial tal y como anteriormente las he presentado, es fácil detectar en las orientaciones más visibles de nuestras sociedades desarrolladas importantes objeciones. Por un lado, la sociedad moderna no suele ser entendida como una organización dependiente por esencia de un bien común integrado por dimensiones que le pertenecen por naturaleza, sino que es más bien entendida, en muchas ocasiones, como una agregación puramente convencional de personas radicalmente autónomas. Con ello se establece un hiato insalvable entre la voluntad pura de los hombres y de la sociedad, y las exigencias y recomendaciones de la naturaleza humana y de la historia.

Por otro lado, la razón humana se ha hecho hoy «razón instrumental». Hay una mentalidad técnica, eficientista y productivista dominante, como ya denunciara, por ejemplo, M. Heidegger. Hoy se tiene como principal y más digna la razón que produce, no la razón que contempla. Triunfan los ingenieros, los economistas los abogados y todas las profesiones cuyo producto es un servicio tangible. Correlativamente, la contemplación, la teoría se transforma en vacaciones, ocio y diversión. Cuando el ocio, ya no es la superación del negocio, sino su interrupción, el hombre acaba poniendo el vértice de sus aspiraciones en el poder, el dinero o el placer. Se abandona por completo la contemplación porque es incomprensible, completamente absurda desde la perspectiva de la eficacia y la producción, y cabe sospechar que el desenlace de esta historia no puede ser sino el puro hedonismo.

Debo subrayar con la mayor claridad que estas observaciones sobre nuestro momento histórico no son arcanas. Con toda nitidez, con grotesca y monstruosa patencia se advierte en documentos tan relevantes como es la LOGSE (la ley que regula las enseñanzas primarias y medias en España), en el prólogo de la LOU (que regula las universidades), o en el documento de Bolonia relativo al futuro de la enseñanza superior. El tiempo del profesionalismo y del sentido práctico de la vida es la muerte de la filosofía. Ahora bien: eso, al mismo tiempo, es renunciar a la felicidad de la humanidad.

La filosofía puede hoy sucumbir bajo la espada del pragmatismo. También corre riesgos de otra naturaleza. En particular los que pueden desembocar en el «teologismo» (término que tomo del profesor L. Clavell). La filosofía es la más alta obra de la razón humana. Pero, como sabemos, la razón humana es capaz, con ayuda especial, de lograr conocimientos superiores. Al aceptar la gracia de Dios, la razón del hombre es elevada y puede realizar actos de fe, cuyo contenido genuino son conocimientos inalcanzables por el hombre en condiciones sólo naturales. Con esto es superada la filosofía, pero también es superada la felicidad que el hombre, con sus medios, y con suerte, puede alcanzar en esta vida. Esta situación tiene algo de desconcertante y surge la tentación de abandonar, con el «hombre viejo», todo lo que procede de la naturaleza y antecede a la fe, como si creer implicase un «borrón y cuenta nueva». Pero eso no es verdad.

En la justamente célebre encíclica Fides et ratio, de S.S. Juan Pablo II, se lee: «El Magisterio no se ha limitado sólo a mostrar los errores y las desviaciones de las doctrinas filosóficas. Con la misma atención ha querido reafirmar los principios fundamentales para una genuina renovación del pensamiento filosófico, indicando también las vías concretas que se deben seguir» (13) . Pero ¿como iba a tener interés positivo el Magisterio de la Iglesia en la filosofía si no viera en ella, a su vez, algo en sí mismo positivo y valioso? Porque, en realidad, el Magisterio de la Iglesia defiende que «la gracia no destruye la naturaleza, sino que la perfecciona» (14). Es decir la filosofía es confirmada en su condición de «sabiduría humana» por obra de la fe, que es principio de sabiduría divina. Es lo que Juan Pablo II expresa con estas palabras: «Para estar en consonancia con la palabra de Dios es necesario, ante todo, que la filosofía encuentre de nuevo su dimensión sapiencial de búsqueda del sentido último y global de la vida» (15). La gracia confirma y realza, no suprime, lo que Dios ha creado en el hombre.

Rectificaciones

Detengámonos ahora un momento. ¿Qué hemos conseguido hasta aquí? He afirmado la conexión esencial, en primer lugar, entre la filosofía y la felicidad. Pero he señalado también, en segundo lugar, bajo qué condiciones históricas, sociales y religiosas puede tener lugar la filosofía en el mundo. Queda ahora por abordar la tercera y última fase de mi proyecto: ¿Qué debe ser la filosofía?

Habida cuenta de la íntima conexión que Aristóteles descubre entre la filosofía y la felicidad, cuesta mucho admitir que los hombres, por mucho que hayan tenido que afrontar dificultades y escollos, no hayan filosofado nunca hasta la llegada de los griegos del siglo VI antes de Cristo. La indagación en las cuestiones últimas y decisivas del hombre, del mundo y de Dios ha debido suceder siempre, desde que el hombre es hombre.

Pero hay tiempos más densos de filosofía y tiempos más pobres. Lo que hoy se puede estudiar como historia de la filosofía, y que ofrece las enseñanzas de los filósofos profesionales que han dejado noticias suyas escritas (por si o por otros), sólo es la historia visible de la pugna intemporal, muchísimo más larga en el tiempo, del hombre por alcanzar la sabiduría, oscilando entre el soberbio endiosamiento de quienes quieren poseerla por completo y el abandono irritado y engreído de quienes desesperan de lograr algún atisbo de ella. Hay también en esta historia que dejar consignado el caso de los enemigos de la filosofía, como los sofistas o los cientifistas, filósofos en contrafigura y por negación.

No hay, evidentemente, en la historia de la filosofía, desde sus orígenes hasta nuestros días, ninguna unanimidad, sino el aparentemente escandaloso espectáculo de discusiones sin término que han llevado a más de uno al escepticismo y al desprecio de la filosofía. Hay sin embargo, una «secreta unidad», podríamos decir, de la filosofía en su historia. Lo diré con palabras, una vez más, de Millán-Puelles: «No es posible forjar un concepto que, de una manera material (es decir, atenta al contenido y la dirección propia de cada sistema), logre reunir todas las definiciones históricas dadas [de la filosofía]; por la obvia razón de que las direcciones y las concepciones filosóficas de los diversos sistemas son, en cuanto tales, irreductibles a una doctrina común. Es un empeño vano el de conciliar las doctrinas de las múltiples corrientes filosóficas, y tal empeño, más que profundidad, revela una superficial comprensión de las cosas, que acaba en ocasiones en un despreocupado eclecticismo. Pero es igualmente cierto que todas las doctrinas filosóficas coinciden, de una manera formal, en ser precisamente eso: filosóficas. Y su carácter filosófico estriba en la índole ‘sapiencial’ que para si recaban, cada cual a su modo» (16).

En su inverosímil recorrido, la filosofía ha dejado en el tiepo un rastro bien vivo. Pero, ¿está hoy languideciendo?

Se ha hecho un tópico para tirios y troyanos que la filosofía occidental se vertebra alrededor de dos ejes: la Escolástica católica cristiana del siglo XIII y la Ilustración racionalista del siglo XVIII. Con más o menos detalles se distingue entre la filosofía ligada al cristianismo, generalmente realista y metafísica, y la filosofía anticristiana, a veces idealista y a veces empirista y que domina en el mundo hasta la actualidad. Suele darse por sentado también que, en estos momentos, la filosofía moderna ilustrada ha desembocado en el nihilismo y en la «muerte» de la filosofía misma. Tomás Melendo ofrece una síntesis clara de esto último: «Plantear la cuestión con radicalidad, atendiendo tal vez a las manifestaciones más visibles del espíritu de la época, equivale a bucear hasta los fundamentos mismos de la opción existencial moderna. Y esto no es hacedero sin adentrarse simultáneamente hasta su cimiento primordial metafísico, y de resultas, antropológico y moral. O, mejor, hasta el origen de la actitud anti-metafísica, pues casi toda la modernidad podría caracterizarse, tras las huellas de Heidegger, por su rechazo del ser; anti-antropológica, por cuanto el pensamiento moderno, llevado también a la práctica, despersonaliza al hombre, para después levantar acta de su defunción tras las declaraciones más o menos retóricas de la muerte de Dios; y anti-ética, ya que los epígonos de la tardomodernidad, siguiendo en esto también a Nietzsche, proponen como criterio de conducta un ‘egoísmo racional’ o un ‘individualismo responsable’, en el que el sujeto humano se cercena como persona, y que constituye la contrahechura y la antítesis de la verdadera moral, para adentrarse en el oscuro vacío del nihilismo» (17).

La filosofía hoy parece nadar en la nada en la que se ha instalado, por la que ha optado la cultura contemporánea. ¿Cómo evitar, entonces, la muerte de la filosofía? Antes que nada, desde una perspectiva cristiana de la filosofía, es necesario recordar una vez más que la filosofía es la obra de Abel, es decir, un sacrificio que, de suyo, es agradable a los ojos de Dios, porque es obra buena (18) Pero, ¿somos hoy capaces de hacerlo?

Una orientación antinihilista de la filosofía, y que deberá coincidir con una sociedad internacional libre de los perjuicios ilustrados es una filosofía verdaderamente post-moderna. Para su fundamentación no hay nada nuevo que aportar, sino la restauración de los viejos principios del realismo metafísico. Para los efectos de esta exposición, que no debe alargarse más, los esquematizaré en la siguiente lista:

1º.- La materia es real, es un tipo de realidad, como lo es el espíritu, Materia y espíritu son formas de realidad y por lo tanto tienen un factor común. No están entre sí metafísicamente separadas. En consecuencia la materia admite un conocimiento filosófico y no sólo empírico o científico-positivo. Y también el espíritu.

2º.- El conocimiento humano alcanza a «morder» en la realidad. Mientras que los sentidos se limitan a lo material concreto, nuestra inteligencia es capaz de la verdad acerca del ser de las cosas. Es más, se define por su capacidad para alcanzar el ser de las cosas, aun cuando lo haga a través de los sentidos y aun cuando en ocasiones yerre.

3º.- La voluntad humana, que es guiada por la inteligencia, es capaz de autodeterminación. En eso consiste el libre albedrío. Pero la libertad humana de ningún modo se reduce a la libertad de coacción.

4º.- El hombre puede conocer a Dios con la sola razón. El hombre es criatura.

5º.- Todos los conocimientos humanos pueden integrarse, por su propio contenido en una unidad coherente.

A partir de esta nómina de tesis se dispone de un armazón suficiente para sostener la especulación filosófica entendida como sabiduría humana. Una tarea que el hombre no puede abandonar sin abandonarse a sí mismo.

·- ·-· -··· ·· ·-··
J. Escandell

Notas

1) V. Soloviev, Los tres diálogos y el relato del Anticristo, Scire, Barcelona, 1999, p. 106.

2) G. Papini, Gog, Espasa, Madrid, 2001, pp. 216-220.

3) A. Millán-Puelles, Fundamentos de filosofía, Rialp, Madrid, 13ª ed., 2000, p. 22.

4) A. Millán-Puelles, op.cit., pp 23-24.

5) Met. I, 1, 980 a 21. Trad de V. García Yebra, ed. trilingüe, Gredos, Madrid, 2ª ed., 1982, ad loc.

6) Cfr. Met. I, 1, 981 b 28-29.

7) Met. I, 2, 982 b 22-28.

8) «Así, pues, todas las ciencias son más necesarias que ésta; pero mejor, ninguna», Met. I, 2, 983 a 10-11.

9) Vid. Eth. Nic. X, 7, 117 a 12 -1178 a 8.

10) A. Millán-Puelles, La función social de los saberes liberales, Rialp, Madrid, 1961, p. 171.

11) Id., p. 173.

12) Id., p. 175.

13) S. S. Juan Pablo II, Encíclica Fides et ratio (14-IX-98), Librería Editrice Vaticana, Ciudad del Vaticano, 1998, n. 57; vid. n. 63.

14) Id., n. 75.

15) Id., n. 81.

16) A. Millán-Puelles, Fundamentos..., cit. p. 24.

17) T. Melendo, Entre moderno y postmoderno. Introdcción a la metafísica del ser, Cuadernos de Anuario Filosófico, Pamplona, 1997, pp. 7-8.

18) Vid. Génesis, IV, 3-7.

 


Revista Arbil nº 69

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