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Anatomía, fisiología, patología, terapéutica y plerosis de la Nación
Neoesclavitud
Vintila Horia(II): El novelista, escritor de la resignación metafísica
Editorial
Un "Mundo Feliz"
O novo rosto do Terrorismo
La percepción de la inseguridad en España
Demagogia con pólvora del rey
Una consecuencia ineludible del "Plan Ibarretxe"
El humorismo inglés
El aborto y la Constitución
El alcance de la ética procedimental a la luz de la Doctrina Social de la Iglesia
La Masonería invisible, desvelada por Ricardo de la Cierva
Beneficios del matrimonio ("El matrimonio ¡ Qué bicoca!")
Importancia de la formación. Ser hombres de principios y de acción
La Virgen del Pilar y la Guardia Civil
De la Polis griega a la civitas christiana ( y IV)
Origen y fracaso del nacionalismo catalanista de Cambó
Biblia y "teología" gay
El impacto de la inmigración en las prisiones españolas
Historia de la confesionalidad
¿Es tabú hablar de la abstinencia?
El jardín de los monstruos: El mito según la escuela semiótica rusa
El conflicto en Tierra Santa (II)
Méndez, Fidalgo, y el miedo a la libertad
La Edad de Plata en España
Ortodoxos: la otra cara del ecumenismo.
La mafia
Léxico español en el sudoeste de Estados Unidos
El movimiento católico en Italia
El esperanto, ¿una lengua para la Europa unida?
El Rosario: ¿Es solamente una tradición de los hombres?
Textos Clásicos: Filosofía del Quijote: (un estudio de antropología axiológica)


CARTAS

Revista Arbil nº 62

El humorismo inglés

por Ignacio San Miguel

Recurramos un poco al humor mientras tanto, sabedores que este es fruto que no hallaremos nunca en el huerto del sectarismo de cualquier índole.



Siempre que hablamos de humorismo, hemos de referirnos al inglés, pues se trata del humorismo por excelencia. Por su finura y agudeza destaca sobre los demás. Hay en él ironía, suave burla y una confesión implícita y condescendiente de las debilidades humanas, constituyendo una forma agradable de reirse uno de sí mismo.

Pero si se leen textos ingleses de cierta antigüedad, pueden, sí, hallarse evidentes pasajes humorísticos, pero no exactamente con estas características. No hay duda de que el Falstaff de Shakespeare es una figura cómica que hace reir, pero el humor que ofrecen las diversas piezas teatrales en que tiene participación, sobre todo en "Las alegres comadres de Windsor", es directo, rudo, grotesco. Fue algo más tarde cuando lo que se ha dado en llamar humor inglés se fue forjando, convirtiéndose en parte de la idiosincrasia de ese pueblo.

Existían probablemente en su naturaleza fibras íntimas que necesitaban ser tocadas para cobrar vida. Y esto lo consiguió con extraordinario éxito Miguel de Cervantes. Su Quijote alcanzó un éxito universal, pero posiblemente en ningún lugar llegó a ser tan grande como en Gran Bretaña, donde no sólo tuvo importante repercusión literaria, sino que podría hablarse de influencia sobre el carácter nacional.

No hay más que reparar un poco en los parlamentos austeros y grandilocuentes de don Quijote con su escudero, para comprobar que en ellos se encuentra la esencia del humorismo inglés. Más que en las desgraciadas aventuras físicas del hidalgo, el humor rezuma en las elaboradas razones que va exponiendo a su fiel y simplón discípulo. Y a este humor, surgido por otra parte del espíritu serio, desapegado y estoico de un español, le respondió como un eco un humor parejo que eclosionó bajo su influjo en un pueblo bastante distinto del de Cervantes.

Existe una influencia directa de El Quijote en Henry Fielding (1707-54) que se muestra en sus obras Joseph Andrews (1742) y Tom Jones (1749), ambas finamente satíricas, tal como otras de este mismo autor. En la primera citada la influencia se hace explícita con la aparición de un Quijote clerical, Parson Adams.

Tobías Smollet (1721-71), escritor ferozmente satírico, también muestra su vinculación con la obra española con Sir Lancelot Greaves (1762) que es un versión dieciochesca inglesa de Don Quijote.

Laurence Sterne (1713-68) el autor de Vida y opiniones de Tristán Shandy (1760-7) y del conocido Viaje sentimental (1761), se había ordenado sacerdote, pero aunque leyera teología y publicara sermones, también había estudiado la obra de su "querido Rabelais y su aún más querido Cervantes".

Es en 1836 cuando se publica la suprema obra cómica de los ingleses: Pickwick Papers, del gran Charles Dickens. Mr. Pickwick es el Quijote de los ingleses. Un Quijote pequeño-burgués, rechoncho, con levita y chistera, lleno de ideales y buenas intenciones como su modelo español, e igualmente condenado a sucesivos conflictos y frustraciones.

Acompañado de tres amigos, tan cómicos como él, se dedica a viajar por tierras inglesas con objetivos no muy bien especificados pero que han de redundar en beneficio de la Humanidad, según el encargo del Club Pickwick. Los múltiples incidentes y aventuras que les acaecen a los cuatro esforzados caballeros son de una comicidad irresistible. Pickwick tiene un fiel sirviente, trasunto de Sancho Panza. Se trata de Sam Weller, quien le saca con habilidad de muchos apuros. El escudero inglés resulta más avispado que el español, pues nunca cree que de los propósitos de su amo vaya a resultar nada bueno, pero le coge cariño, no le abandona jamás y le ayuda con su buen sentido y astucia.

También es conocida la afición que G. K. Chesterton tenía por El Quijote, aparte de por España. Una de sus obras se titula precisamente: "El regreso de Don Quijote". Y en todas ellas abundan personajes con evidentes rasgos quijotescos. Sobre todo, con el principal: un exaltado idealismo.

Es curioso, aunque no insólito, que en la literatura española el humor de El Quijote no tenga precedentes y tampoco haya creado escuela. Tocó a los ingleses sacar provecho de la genial invención. Y digo que no es insólito, pues España más que país de escuelas y tradiciones estéticas o literarias se destaca por individualidades poderosas, geniales, pero aisladas.

Y resulta gracioso que el mismo Cervantes no apreciara en su debida magnitud su obra cumbre, de cuyo éxito quedó algún tanto sorprendido, y abrigase altísimas ilusiones respecto de "Trabajos de Persiles y Sigismunda", obra tediosa que no añade ningún brillo a la gloria del excepcional escritor.

Es cierto que el carácter del español es más dramático y extremado que el del inglés y su historia ha sido más trágica, circunstancias ambas que se interrelacionan. Esto ha podido la causa de que la expresión de su humorismo sea normalmente más directa, desabrida o brutal que la surgida de la pluma de Cervantes y de los ingleses.

En el siglo XX surgieron en España buenísimos humoristas relacionados todos con el gran maestro Miguel Mihura (1905-77). Pero el tipo de humorismo creado se sustentaba en el surrealismo y el absurdo, suponiendo una desviación del humorismo clásico de Cervantes y los humoristas ingleses. Estos autores merecen capítulo aparte y exclusivo.

Un autor anterior, muy olvidado, Armando Palacio Valdés (1853-1938), muestra rasgos ocasionales de un humor típicamente inglés, derivado directamente de Dickens. Así ocurre en El origen del pensamiento y otras obras.

A quien no se puede dejar de mencionar es a Wenceslao Fernández Flórez (1885-1964). Por la finura de su humor puede equipararse con los ingleses, y su melancolía y escepticismo remiten a Cervantes. Pero es muy personal y no imita, aunque sea dignamente (como Palacio Valdés), a nadie.

Este es un autor también muy olvidado, mejor diríamos marginado, debido a motivos extraliterarios. Sin embargo, en una tertulia literaria radiofónica reciente se calificaba a su obra El bosque animado, por su extraordinaria calidad poética, como una de las cumbres de la literatura española del siglo XX.

La causa de su escaso reconocimiento actual se deriva de que no se llevó mal con el pasado régimen, pero quizás aún más, de su acritud hacia la República.

Es cierto que lo pasó muy mal en el Madrid rojo, y anduvo huído, refugiándose en tal cual legación extrajera. No es extraño que en el mismo año de terminación de la guerra, 1939, escribiese una novela (Una isla en el mar rojo) que, en parte considerable, está basada en sus experiencias personales. Esto es algo que el sectarismo político no le ha podido perdonar.

Los héroes de sus novelas y cuentos no son propiamente quijotes. Son gente humilde, vidas grises, en lucha por sobrevivir y, en el mejor de los casos, mejorar su condición. Aunque a veces se les ocurren ideas descabelladas, como a Carabel (El malvado Carabel), modesto empleado que, influído por películas y folletines, se decide, con objeto de acabar con su situación de pobreza, a emprender el camino del Mal. Los resultados son por demás decepcionantes y ridículos. No es más que un Raskolnikov de pacotilla.

Fernández Flórez solía escribir sus cuartillas, como César González Ruano, en los veladores de los cafés madrileños, y numerosos relatos y crónicas suyos parecen contener algo del especial ambiente donde fueron compuestos. Quizás sea por su gusto por las personas y objetos cotidianos, por las conversaciones vulgares aunque presuntuosas, las ocurrencias anodinas; a todo ello sabía sacar un gran partido con su humor satírico aunque amable.

Ni la literatura ni el arte deben valorarse o depreciarse en función de juicios políticos. Resulta ya aburrido y hasta irritante comprobar cómo se sobredimensionan figuras como García Lorca, hipertrofiando sus méritos indudables, y se desdeña totalmente a Manuel Machado, por ejemplo. Hoy en día resulta difícil encontrar a alguien que se acuerde de que hubo una vez un escritor argentino llamado Manuel Gálvez. Y no se diga nada Hugo Wast... Pero si este último escritor, con las mismas facultades literarias con que contaba (que eran destacadas, aunque no de primer orden), hubiese sido comunista... hubiéramos tenido que oir hablar de él todos los días de la semana. Y lo mismo se puede decir de muchísimos más y de toda clase de artistas. Sería cosa de nunca acabar.

Pues lo propio ha ocurrido con Wenceslao Fernández Flórez. Y eso que no es difícil para cualquier persona medianamente inteligente comprender su postura. No era hombre proclive a ninguna ideología, debido a su desengañado escepticismo, pero se trataba de un hombre civilizado y no resulta arduo comprender que la barbarie que presenció y que en parte tuvo que sufrir lo repeliesen. De ahí que se acomodase bien al nuevo régimen, que le aseguraba ley y orden. Y lo mismo hizo la mayor parte de los intelectuales, aunque para algunos este hecho es difícil de digerir.

Debieran comprender los sectarios que con su estrechez de miras han de ir alimentando sentimientos de oposición. He mencionado el comentario radiofónico. Es nada más que un síntoma, pero con el tiempo es probable que se multipliquen. Y llegará el día en que se reivindicará la memoria de esta y otras figuras injustamente menospreciadas.

Recurramos un poco al humor mientras tanto, sabedores que este es fruto que no hallaremos nunca en el huerto del sectarismo de cualquier índole.

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Ignacio San Miguel .
 


Revista Arbil nº 62

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