Arbil, apostando por los valores de la civilización cristiana

Por la Vida, la Familia, la Educación, la dignificación del Trabajo, la Unidad histórica, territorial y social de la Nación, y por la Regeneración Moral y Material de nuestra Patria y el mundo

 


Indice de contenidos

- Texto completo de la revista en documento word comprimido
- ¿Nadie es culpable en la expansión del sida?
- Una táctica del nacionalismo vasco: hartar al enemigo
- La toma de Bagdad. Crónica sobre una guerra
- Editorial: Viajes en el silencio: La voz y el desierto
- El tema de la vida y la muerte
- La fiscalidad como moneda electoral
- Principio antrópico
- Chile y el "Partido Popular"
- Sin miedo a destacar
- Regeneración y modernización cultural de España
- Diario de un skin: una incursión en la periferia de la sociedad
- La otra guerra
- Salvar al soldado Chirac: el petróleo, Sudán y la libertad religiosa
- La actualidad vasca en nuestros días, de Felipe González a José María Aznar
- El Partido Liberal, FPÖ (Freiheitliche Partei Österreichs)
- Algunas notas para votar con sentido
- "Tiempo sin horas: angustia de vivir"
- Algunas controversias vistas tras una guerra finalizada
- Aconfesionalidad, laicidad y laicismo: A propósito de la declaración de la Plataforma para una sociedad laica
- Una fecha
- Un catolico ante la muerte
- Revisión de la Guerra Civil Española
- XLI Encuentro de Universitarios Católicos
- «No me arrepiento de nada»
- Ejemplos de cómo una Nación se plantea la moralidad de una acción política o militar
- Católicos en la vida pública en Pamplona: por una presencia activa y transversal en política
- La Misa, un milagro de amor
- Cena de Arbil con el exdirector de los servicios informativos de RTVE
- Texto clásico: Historia General de las Indias de Francisco López de Gómara

Especial Celebración de la V visita de Su Santidad el Papa Juan Pablo II a España:

- Cristianos del canto del gallo
- Juan Pablo II, el Papa del Tercer Milenio
- Esperando a Juan Pablo II
- Los mártires beatificados y canonizados por el Papa Juan Pablo II. Una reflexión española
- El Papa de los Movimientos
- La Europa de Juan Pablo II, del telon de acero a la bandera de la Inmaculada
- ¡Viva el Papa!
- "Cum Petro", "sub Petro" hacia la civilización cristiana en el tercer milenio
- Dios parece que "recupera" su protagonismo en la cultura occidental
- El Concilio Vaticano II en el Magisterio Pontificio de Juan Pablo II
- Mi viejo Papa


CARTAS

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Revista Arbil nº 68

Regeneración y modernización cultural de España

por José Luis Orella

Los desastres originados por la derrota militar del 98 produjeron una frustración histórica y una crisis de identidad nacional en la conciencia de los españoles. Este suceso propició que las mentes más preclaras de España intentasen desde sus puntos de vista dar las soluciones precisas para cerrar el ciclo decadente español. Para ello, unos buscan fuera y otros dentro, pero todos están de acuerdo que el sistema de entonces no es el apropiado para canalizar las energías regeneradoras del país

 

Algunos serán de la opinión que España necesitaba una europeización y que había que fijarse en modelos extranjeros para extirpar de España los cánceres de la nación. Que estaban centrados en el caciquismo, la Iglesia y el ejército. Por otro lado, los tradicionales o casticistas buscaron en el pasado esplendoroso la solución de los males. De este modo, se vuelve a redescubrir España, y los rincones más lejanos de nuestra geografía se convirtieron en puntos de referencia. La literatura sobre temas provincianos procuró resaltar como las provincias eran la reserva de los moldes tradicionales. Para los casticistas el mundo rural será la fuerza regeneradora de la ciudad corrupta. Para los europeístas, la provincia era el último reducto de la reacción que representaban los "burgos podridos" que eran los sustentadores del poder corrupto. Todos coincidían en los males, pero recetaban medicinas diferentes.

La crisis de fin de siglo había puesto en entredicho el sistema dinástico. Los intelectuales regeneracionistas capitaneados por Joaquín Costa denunciaron el caciquismo y el liberalismo político que sustentaba un régimen semejante al francés, al que acusaron de la pérdida del prestigio internacional después de la derrota militar que eliminó los últimos vestigios del antiguo Imperio. En realidad, lo que deseaban en general todos los autores de estos planes curativos era sacar a España del marasmo en que, al parecer, la había sumido la derrota, y ello mediante un proyecto nacional capaz de aunar todas las energías, y que todos los intelectuales del momento se habían lanzado a buscar, si bien algunos de ellos se distanciaron en seguida, como hizo Miguel de Unamuno en 1899 (1). Pero aunque algunos pidieron el entierro de una nostalgia imperial mal entendida, sus protestas fueron reformistas y como burgueses no quisieron provocar una subversión revolucionaria.

Las palabras de Pablo Alzola, ingeniero y representante cualificado de los intereses industriales vizcaínos fueron elocuentes: "España necesita dos cosas esenciales si ha de reconstituirse; celebrar los funerales de D. Quijote de la Mancha aventando sus cenizas y adoptar como lema de su regeneración el apotegma de que es preciso ser fuertes persiguiendo este fin primordial en un largo periodo de orden, de paz, de recogimiento, de moralidad y de trabajo que acreciente el patrimonio nacional hasta alcanzar la riqueza y el saber, bases imprescindibles para la fortaleza de las naciones" (2).

Por tanto, la defensa de unos valores burgueses podía ser compatible con lo defendido por los más tradicionalistas. Ambos buscaron en el pasado la identidad nacional, pero unos para reconstruir la antigua España, y los contrarios una nueva. Pero el fracaso de los regeneracionistas de la Unión Nacional y los siguientes proyectos replegaron a muchos de aquellos profesionales a sus campos laborales. Sin embargo, el advenimiento de la problemática social con su llamamiento al cambio revolucionario producirá en ellos diferentes comportamientos. Aunque algunos intelectuales como Jaime Vera optaron por la disciplina socialista, la mayor parte de la generación del 98, por ejemplo, prefirió orientarse hacia el conservadurismo.

Por un lado esa crítica de la generación del 98 favoreció opiniones preautoritarias que conformaron la necesidad de un "cirujano de hierro" que enmendase lo que los políticos habían destrozado. Por el otro, era la primera vez que los elementos cultos provenientes de las clases medias habían salido de los claustros profesionales para aportar soluciones desde sus puntos de vista. A los profesionales, catedráticos, periodistas y escritores se les sumaron los técnicos y juristas. Nuevas profesiones de moda en la Restauración como los ingenieros industriales y los geógrafos rompieron la corriente intelectual tradicional al incorporar nuevas filosofías aparecidas en la Mitteleuropa.

Estos intelectuales se identificaron con la conciencia del pueblo, aunque éste se hallaba preocupado por otras cuestiones más prácticas. La aparición de un elemento técnico, racionalista, con visión científica de las cosas y admirado de los pensamientos filosóficos germánicos, llevó a la búsqueda de una formación moderna y laica de la sociedad, que rompiese con el monopolio católico de la educación. A la vez, sus compañeros creyentes, pero con las mismas ansias de solucionar los problemas de España, lo hicieron desde el neotomismo filosófico y el catolicismo social de León XIII. Curiosamente, la mayor parte de los intelectuales procedían de las clases medias y debían su formación a la enseñanza recibida por los grandes colegios religiosos fundados en las capitales de provincia en el periodo canovista de fines del siglo XIX.

En parte debido a que a la falta de una permeabilidad comprensiva de una sociedad campesina y trabajadora con escasa preparación. Los intelectuales empezaron a convencerse del papel dominante en la historia de las élites activas en la conducción de sus pueblos, como algunos autores del momento habían desarrollado. Aunque debemos tener en cuenta que su posición crítica hacia el régimen provenía de su independencia con respecto a los poderes de la época. La mayor parte de ellos malvivieron con unos ingresos escasos y pasaron estrecheces.

Las diferencias entre ellos fueron notables, Miguel de Unamuno fue afín a los socialistas, a su modo, y tuvo una lucha interior constante sobre la Fe religiosa. Antonio Machado fue el ejemplo claro de la formación educativa laica y anticlerical de la Institución Libre de la Enseñanza. Mientras Valle Inclán glorificaba el pasado imperial español en los carlistas, que Ganivet había defendido desde su posición precursora entre los regeneracionistas de fines del siglo XIX. Baroja, Maeztu y Azorín fueron elementos que desde posiciones muy personalistas criticaron no sólo a la España oficial, sino a todo lo que impedía como un lastre el desarrollo de España. Una de esas consecuencias fue el anticlericalismo juvenil de algunos de ellos.

Un símbolo de su actitud será su negativa a homenajear a Echegaray cuando le sea concedido en 1906 el premio Nobel de Literatura. Mientras, la generación del 98 glorificaba a la figura de Larra por su independencia intelectual del poder de entonces. Los miembros de la generación del 98 se oponían a la situación de la España restauracionista y su hecho expresivo fue el ya citado contra el teatro de Echegaray o la poesía de Campoamor. Mientras a través del homenaje a Larra, se intentaba conectar con el pasado real que desde el Arcipreste de Hita y a través de Góngora llegaba a Larra.

La postura de estos intelectuales aprende y se apoya en las críticas a la moral oficial de la burguesía y del clero en "Electra" de Pérez Galdos y "La Regenta" de Clarín. Como en sus obras de ensayo. Unamuno emparenta con el regeneracionismo a través de su obra "En torno al casticismo". El llamamiento a concurso de la masa silenciosa del país buscando en el poso tradicional del pasado el método reformista que proporcione una nueva España para el futuro.

En definitiva es una protesta que rompe con el convencionalismo de la literatura oficial, con el parlamentarismo, con la moral eclesial, el caciquismo y el mundo académico. Unamuno desde su posición socialista personal defiende una visión del hombre que vive y muere, del hombre de carne y hueso. Azorín que desde un espíritu rebelde y anarquizante activo tiene una similitud al Maeztu desclasado, rebelde y crítico, pero favorable a una revolución burguesa radical que industrializase la meseta. Baroja que desde una germanofília solitaria defiende al hombre nuevo nietzschechiano donde la técnica, la ciencia y la modernidad sustituyen los viejos valores burgueses y de caridad cristiana.

Sin embargo, sus caracteres irán templándose con el tiempo. Unamuno desde su cátedra salmantina y alejado del Bilbao industrial socialista heredero de un liberalismo sitiado por los carlistas. Azorín se repliega a un conservadurismo guardián del orden por su volubilidad, como Maeztu, que desde su vuelta de Inglaterra, defenderá el orden frente a la revolución proletaria, que el sistema canovista no había podido evitar. Su fe en la España eterna le hace salir del escepticismo en el que había caído y critica tanto el individualismo egoísta del liberalismo como el totalitarismo socialista.

Valle Inclán desde su carlismo estético alabará las virtudes del hidalgo y del pueblo frente a la burguesía farisea. Como un nuevo Balzac ataca desde un pasado idealizado los males del presente, pero dejando a su vez una puerta abierta a una visión progresista del futuro. Baroja con sus personajes marginales los exalta por encima de los considerados normales, en la necesidad de una reforma radical del alma del país. Es un liberal individualista que lucha contra todo dogma frente a la Iglesia y al Estado, y por este orden.

El siglo XIX que había terminado fue para los miembros del 98 un periodo decadente que debía ser pasado por la génesis de otro que rectificase la política emprendida por los hombres de la Restauración. Maeztu, Baroja, Azorín y Unamuno lucharon por derrocar una España oficial que no se correspondía con la real. Esta dualidad que el bilbaíno Unamuno intentó solucionar buscando en la intrahistoria la comunicación con el pueblo, que era la búsqueda de las esencias nacionales, se asemejaba a la dualidad de Charles Maurras o a la polaridad de Eduardo Mallea con su Argentina visible e invisible (3).

El intelectual pretendía ser el portavoz de la realidad del país, pero se encontraba distante tanto de la clase dirigente como de la sociedad popular. Del mismo modo, Baroja atacó a los literatos restauracionistas acusándoles de representar el espíritu decrépito decimonónico. Para don Pío, estos hombres eran caciques de la cultura con las mismas culpas y defectos que sus equivalentes en la política electoral. Sus acciones no fueron únicamente de salón, apoyaron la presentación de "Electra" de Pérez Galdos, escribieron en la revista "Germinal" y protestaron contra el gobierno por las torturas infringidas a los terroristas anarquistas de la Procesión del Corpus. Todo un símbolo de una generación neorromántica con una veta de rebeldía anticlerical, que representaban a una juventud estudiosa que pedía su participación en la dirección del país.

Baroja, Azorín, de forma más militante y Maeztu fueron los representantes de un periodismo radical antisistema de tonos incluso anarquizantes, sobre todo en Azorín. Unamuno, entre tanto, abandonó un socialismo ortodoxo por un individualismo personal que le llevó a una situación de lucha interior entre el racionalismo y el sentido contemplativo de la vida. Valle Inclán no ejerció una autocrítica tan fuerte, en cambio, camufló su origen burgués en otro de hidalgo abolengo para criticar la sociedad burguesa desde la arcadia feliz de un pasado medieval con otra pauta de valores diferentes. Sus obras "Águila de Blasón" de 1907, "Romance de lobos" de 1908 y la trilogía sobre la guerra carlista de 1908 a 1909 fueron testimonio de estas ideas.

Todos ellos con el punto en común de sentir soledad y marginación en una pérdida de identidad social de la pequeña clase media burguesa, de la cual son originarios, entre una oligarquía prepotente del sistema, que defiende sus intereses a través de los partidos dinásticos e hicieron fracasar los intentos de compartir el poder con las clases medias representadas por Costa y Alba, y el naciente proletariado que ve en el socialismo y el anarquismo sus cauces de expresión, pero que a su vez marcan el fin del periodo de radicalización de los vástagos de la generación del 98.

Este resurgimiento del arte español no se podía pensar sin el contacto con artistas extranjeros, y este florecimiento se dio en todas las ramas. En la música con Enrique Granados y Manuel de Falla, en la pintura con Rusiñol, Casas, Nonell, Utrillo y Zuloaga, y en la arquitectura el gran Antonio Gaudí. Pero en la pluma no había que olvidar que Maeztu, Valle Inclán, Clarín y otros menos conocidos tradujeron al español varias de las obras más importantes del momento, que de este modo se pudieron conocer en el ámbito cultural español.

Esto ayudó a la difusión de ideas de otros países y reforzó la politización del escritor convertido en intelectual comprometido. A semejanza de los franceses con el caso Dreyfuss, los escritores españoles llevaron su compromiso respaldando a los encausados por el atentado del Corpus. La politización y el populismo fueron dos de los legados importantes de los miembros de la Edad de Plata. El periodismo, las novelas breves y las revistas literarias se convirtieron en los medios más utilizados por los intelectuales para llegar a la sociedad y no quedar recluidos a los grupos oficiales de entendidos. En la segunda década del siglo aparecieron editoriales de pequeño tamaño que ayudaron a la renovación de la moda literaria.

En el mundo universitario, la crítica iba dirigida a convertir las instituciones educativas en centros de impulso intelectual y no en fábricas de títulos. La educación fue el punto crucial señalado por los intelectuales, por la necesidad de reformar el carácter nacional. Para ello era necesario rebuscar en la tradición española, argumento que posibilitó tanto un regeneracionismo tradicionalista como otro reformista burgués e izquierdista.

Uno de sus frutos fue la entrada de los hombres de la Institución Libre de Enseñanza en la política y en los claustros universitarios, obligando a una renovación ideológica a sus contrarios católicos. Por influencia de los krausistas se organizó la Junta de Ampliación de Estudios e Investigaciones Científicas presidida por Ramón y Cajal. Esta institución becó a varios jóvenes para estudiar en el extranjero. Los estudiantes optaron preferentemente por Alemania y no por Francia que hasta entonces había sido el país más admirado. La razón de la preferencia estaba en que la nación teutónica había desarrollado más sus avances técnicos, científicos y filosóficos. Estos jóvenes fueron de un gran valor cultural para España, porque de ellos salieron, Antonio Machado, Ramón Pérez de Ayala, José Ortega y Gasset, Manuel Azaña y otros. En definitiva la base de la generación clásica del 14. Además, la Junta de Ampliación de Estudios fundó el Centro de Estudios Históricos que renovó esta disciplina y la Residencia de estudiantes de Madrid, que a su vez fue la base de la generación del 27.

Este renacimiento cultural no estuvo protagonizado por intelectuales originarios de la capital. Por el contrario, casi todos, por no decir todos eran naturales de la periferia. Madrid fue el símbolo de la España oficial decadente, por tanto, los jóvenes de "provincias" fueron los que buscaron esa revitalización española en las diferentes ramas del saber.

En Cataluña, el nuevo modernismo de sus escritores se vio beneficiado al surgir como respuesta a la demanda de la burguesía comercial condal (4). El catalanismo político orientó las energías culturales de su región hacia un renacimiento de la literatura catalana, que se centró en temas rurales como una nostalgia de la burguesía urbana por una arcadia feliz en un ambiente campesino.

En cambio, en el País Vasco la imposibilidad de la lengua autóctona, especializada en el mundo rural, de asumir los modos modernos de la literatura canalizó a los autores vascos a un florecimiento de la lengua común española. Unamuno, Baroja y Maeztu en la generación del 98, fueron buena muestra de ello. Pero Bilbao con la industria había transformado su aldeanismo en una urbe cosmopolita y su naciente burguesía demandaba un arte que mostrase el esplendor de una nueva clase social, eran los gustos de los nuevos ricos. De este modo, surgieron valores pictóricos como Ignacio Zuloaga, Manuel Losada y Anselmo Guinea, y en los musicales Jesús Guridi. Además, la nueva fenicia vizcaína demostró su vigor cultural con la fundación de la revista "Hermes" en 1917, que fue el exponente de los gustos artísticos locales en busca de una expresión autóctona.

En Galicia, la literatura en las dos lenguas desarrolló una visión populista del mundo rural interior y atrasado. Un modo de vida enfrentado al de las ciudades burguesas de la costa. Fue un gusto por el individualismo, el pesimismo y la nostalgia de un mundo rural con sabor a tradición celta. Del mismo modo al catalán, la literatura en lengua gallega se vio instrumentalizada por revistas como "Nos" que incentivando la cultura gallega pretendía el nacimiento de un nacionalismo político gallego en semejanza al de la Lliga y el PNV.

La búsqueda del pasado llevó a esta generación de intelectuales a una visión romántica de una España desconocida para ellos, como era el mundo rural, incomunicado, tradicional y exótico. Esta observación se materializó en la pintura realista de 1910 a 1930, que mostró el casticismo popular de esa España redescubierta.

La nueva intelectualidad del 14

En 1914, irrumpe una nueva generación de intelectuales en la vida pública española. Estos nuevos valores formados en los colegios religiosos de la Restauración y formados en las universidades alemanas, gracias a la Junta de Ampliación de Estudios, se replantearon el modo de levantar la nación. Si la anterior generación era romántica y vitalista, esta será denominada clásica. Sin embargo, a semejanza de la anterior, estos intelectuales eligieron entre el clericalismo y el laicismo los valores de la secularización.

Con respecto a la anterior generación, Ortega y Gasset, uno de los más representativos de la nueva generación del 14, se enfrentó y rechazó el romanticismo aristocrático de Valle Inclán, el voluntarismo o individualismo de Maeztu, la insociabilidad de Baroja y el populismo provinciano de Unamuno (5). Ortega y Gasset, proveniente de la gran burguesía, defendió el elitismo y la superioridad de la capital madrileña sobre los puntos temáticos antagónicos de Unamuno.

Ellos fueron quienes en su defensa de la europeización de España, a pesar de la formación germana recibida, proporcionaron la base intelectual de los aliadófilos. Una de las posturas de tertulia de café en que España se polarizó a consecuencia de la Primera Guerra Mundial. Algunos de ellos agrupados en la revista "España", que fue dirigida primeramente por el socialista Luis Araquistain y posteriormente por Manuel Azaña, consiguieron que fuesen tomados por sinónimos los términos de izquierdista y aliadófilo (6).

Otro miembro de esta generación, como Ramón Pérez de Ayala fue un buen exponente de la crítica a la educación católica desde la óptica de un antiguo alumno de los jesuitas. Además, para él "el problema de España era la patética inadecuación del país para la convivencia civil, la irrefrenable tendencia a la incivilidad y la propensión a la envidia" (7).

Esta generación del 14 también vio la crisis espiritual de España, pero en vez de optar por una salida revolucionaria como era la posición romántica y rupturista de algunos del 98, su posición fue más comedida. Los hombres del 14 procuraron buscar en la mediación y el consenso una vía constructiva para el renacer del país. Por esta misma actitud, la función del intelectual también fue distinta. Si los escritores del 98 llevados por un vitalismo irracionalista vieron al intelectual como un guía profético del pueblo, los de la nueva generación, lo vieron como una misión educativa de la masa popular, formando parte de una élite pedagógica creadora de opiniones que ayuda a canalizar hacia unos fines concretos.

En virtud a esta labor pedagógica los hombres del 14, ven posible la autorredención del individuo. Esta visión de la vida que cree en la autodeterminación ética de la persona se basa en un concepto kantiano, que es el que sirve de inspiración a Ortega y Gasset. Según este presupuesto ideológico, si el hombre es capaz de autorrealizarse es preciso cambiar los principios metafísicorreligiosos imperantes de la sociedad restauracionista, por un nuevo concepto ético secular que se vea plasmado en la cultura.

Este sería el campo donde el hombre podría realizar su autorredención. Por tanto, en vez de la crítica desgarradora del 98, de la cual formaba parte la visión reformista de la religión de Unamuno. Los hombres del 14, desde su visión clásica y, por tanto, universalista conciben la razón como el instrumento de autodeterminación del individuo. La cultura desde de la ciencia, la moral y el arte deben labrarse en un nuevo sentido de la vida, donde la norma, el orden, la reflexión, la racionalidad, la serenidad y el equilibrio, den una armonía a través de la medida y la proporción.

Si el problema de España era la ignorancia, la nueva generación se veía en una misión semejante a los romanos para civilizar y europeizar el país en el sentido de su aprendizaje en las universidades germanas. Pero ello llevó, como ya vimos, el enfrentamiento con el nacionalismo casticista de los hombres del 98. Sin embargo, por ejemplo Ortega y Gasset era favorable a "una cultura de integración del pathos trascendentalista germánico y el pathos sensualista mediterráneo" (8).

El ideal de integración fecundadora vino por la creencia orteguiana, acreedora de la fenomenología de Husserl, que la nueva España no podía realizar una cultura vigorosa sin respetar su propia personalidad. Con la variante de la integración Ortega consideró a la cultura una función de la vida, porque "la vida debe de ser culta y la cultura vital" (9). Del mismo modo, la razón es una función vital y en vez de creer que son elementos antagónicos, creyó que era posible su coordinación y buscó la armonía creada entre racionalismo y vitalismo. Por el contrario, Unamuno se encontró en una lucha metafísica entre los polos de razón y vida.

Por un camino diferente, el catalán Eugenio D'Ors intentó como Ortega y Gasset descubrir una tercera vía equidistante tanto, del racionalismo como transcendentalismo vitalista. Sin embargo, mientras Ortega y Gasset luchó por integrar la razón en la vida para darle una proporción. D'Ors hizo lo contrario, buscar lo disperso, lo diverso y lo fragmentado que él atrapaba para elaborar una filosofía como un puzzle. El vitalismo asimilaría cierta racionalidad como una vacuna para ayudar a una mejor contemplación de la realidad. D'Ors lo que busca finalmente es la armonía y esta es orden, y el orden fue el principio de la realidad, es el orden y no la razón el "símbolo de inteligibilidad del mundo" (10).

De forma paralela a Ortega y Gasset, Manuel García Morente siguió el mismo camino que su coetáneo. Formado en Francia, quiso superar el positivismo para redescubrir la filosofía, porque el idealismo de Bergson no le llenaba. Como Ortega y Gasset en Alemania, se mantuvo fiel a la filosofía kantiana, pero en su búsqueda de armonizar vida y razón llegó a la fenomenología. Con una clara influencia orteguiana, García Morente defendió que la renovación necesaria de la cultura debía hacerse tomando como génesis creadora el propio Yo. O sea, la cultura debía renovarse después de un proceso de interiorización para conocerse así mismo e intensificar la cultura. Su renovación estaría en el propio individuo.

Por otro lado, uno de los puntos más importantes en que García Morente ayudó a definir de diferente modo fue la idea de progreso. Desde el positivismo imperante el progreso había sido calificado como una realización tomando en parte el transcurrir del tiempo y la acumulación de acciones en ese periodo. Sin embargo, García Morente afirmó desde un planto existencial que el progreso avanzaba o retrocedía según se cumpliesen los valores que formaban parte de la meta o finalidad a llegar. Por tanto, "el progreso no sería el ser más, sino el valer más" (11).

Pasando esa visión a la vida social, García Morente criticó la identificación de progreso con el avance tecnológico consumista que devoraba la naturaleza obligando a la sociedad a acumular medios, mientras, ésta estaba perdida sin un horizonte donde orientarse. La velocidad del falso progreso había hecho perder el sentido de la vida y, por tanto, según la opinión de García Morente esta idea proveniente de la Ilustración había provocado un espejismo que había llevado a un retroceso y no un avance del progreso del hombre.

La solución sería clarificar la vida poniendo ésta insertada en los valores a seguir. Su conversión al catolicismo le ayudaría a definirlo con las virtudes del caballero cristiano, discrepantes de los valores burgueses de la sociedad restauracionista.

Otro nuevo valor de esta generación será el oriotarra Juan de Zaragüeta. Este filósofo se formó en la Universidad Católica de Lovaina, donde el cardenal Mercier, a través del neotomismo pretendió articular una respuesta filosófica que defendiese el catolicismo de las nuevas teorías heterodoxas con la coherencia y nivel de calidad que obligaba el tiempo de entonces.

Con una distribución innovadora de los argumentos escolásticos, Juan de Zaragüeta, también, de forma semejante a Ortega y Gasset, pretendió la integración de los términos razón y vida. En este caso, el vasco denominó moral y ciencia, que él definió como "dos lineas paralelas", pero que a pesar de las dificultades lógicas de relación conseguían "enlazarse entre sí en la vida interior del hombre" (12).

Según él, la crisis ideológica venía del predominio del conocimiento científico por encima del moral. Para recobrar la lucidez perdida, había que retomar el ideal de un humanismo integrador donde la racionalidad ordena la vida animal del hombre, y la sobrenatural restaura el orden moral perdido con el pecado original (13). Por tanto, no había oposición, la integración de Zaragüeta se explicaría como el humanismo cristiano que culminaría la realización moral y racional del hombre.

Un discípulo directo de Ortega y Gasset fue Joaquín Xirau, quien desde un planteamiento platónico-agustiniano subrayó la importancia del amor como fuente del conocimiento. Su obra pretendió recuperar el amor por ser una parte importante y necesaria del conocimiento para formar nuestra conciencia. Algo problemático, en un periodo histórico dominado por una mentalidad racionalista que consideró el amor disuelto y sin peso específico en la conciencia de un hombre racional. Xirau pretendió con esto tener una visión de la realidad más allá del puso pragmatismo.

Por último, Xavier Zubiri, alumno de la Universidad Católica de Lovaina, influenciado por Ortega y Gasset, buscó también a través de la fenomenología el camino más objetivo para ver la realidad, sin caer en el pragmatismo, ni en el transcendentalismo, sino tomando elementos de ambos. A pesar de todo, aunque Zubiri inició sus trabajos en este periodo y defendió su tesis doctoral en 1921, "Ensayo de una teoría fenomenológica del juicio" sus elaboraciones más importantes pertenecieron a épocas posteriores, donde fue el máximo inspirador de la generación de pensadores del 36.

Otro prototipo de la generación clásica fue el doctor Gregorio Marañon, fiel exponente del humanismo liberal. Este hombre huyó de las especialidades, al no saber nada de los demás campos del saber, y también del enciclopedismo, que lo definió como el intento de saber de todo, pero de forma incoherente, para buscar un nuevo humanismo renacentista. Por ello, en un intento de dar sentido universal a su vida, se orientó hacia el humanismo, que él lo definió como el intento de saber únicamente lo esencial, por lo que lo que se sabía de los diferentes campos de la sabiduría estaba unido por un sentido que era la finalidad de esa esencialidad.

De este modo, huyendo de los dogmatismos intentó conciliar la ciencia, de la cual era un claro prohombre como médico, con su humanismo moral, por el cual desarrolló amplios estudios en otros campos como el ensayo y la biografía histórica.

Gregorio Marañon desde una profunda crítica de la situación decadente de España orientó su solución hacia la vocación. Esta adquisición del término religioso sería el instrumento necesario en la sociedad secular para realizar los deberes a los cuales cada uno estaba obligado. Algo importante si se tiene en cuenta que la generación anterior únicamente había protestado contra la sociedad oficial restauracionista reivindicando los derechos a los cuales decía tener derechos pero olvidando sus deberes, que Marañon recordó. Para realizarlos eran necesarios generosidad, sacrificio, disciplina, entusiasmo... virtudes todas ellas que emanaban de la vocación. Sin ésta no se podía cumplir los deberes que eran necesarios para levantar al país de su crisis espiritual.

La visión social de Gregorio Marañón es tolerante, se sintió liberal por conducta y no por política, ser liberal para él no era pertenecer a un partido liberal, sino una conducta referente en respetar la opinión del contrario y nunca justificar los medios por el fin.

Del mismo modo, Ortega y Gasset creyó que debía restaurar España no desde el liberalismo político restauracionista, sino desde uno nuevo, más social y progresista. Su visión de reformista laico concebía el liberalismo como un ideal de la razón, era una postura sobre la vida. Con su concepción kantiana de autonomía personal del hombre. Este debía ser libre para cumplir con su destino individual y el liberalismo le ayudaría a reforzar su potencial creativo. Por tanto su idea de liberalismo ayudaría a potenciar la personalidad individual contra la creciente despersonalización venida de la sociedad de masas (14).

En correspondencia con esta interpretación del liberalismo, Ortega y Gasset le dio un sentido social al reconocer que el trabajo creaba en los hombres una relación común. Este planteamiento le acercó a un socialismo de tipo lassalliano muy diferenciado del marxista. Al concebir un híbrido de liberalismo y socialismo reformista esencialmente antirrevolucionario.

Si en filosofía su piedra clave fue la integración, en política también lo fue al querer articular las fuerzas sanas de la sociedad burguesa en una postura regeneradora de la vida política española. La solidaridad de todos, orientados por la élite intelectual era el único modo de levantar el país. Una burguesía de nuevo cuño sin intereses comunes con la oligarquía restauracionista debía ser quien dirigiese las reformas necesarias de la nación española como una empresa común. España concebida por Ortega y Gasset como una comunidad de destino muestra en esto una clara influencia del socialismo de Lassalle. Esta idea pasará posteriormente a nuevos sectores políticos que surgirán en el periodo de la II república. Su postura de una vertebración del nacionalismo español enfrentará al pensador madrileño con los posicionamientos de los independentismos periféricos.

En Eugenio D'Ors el término de integración también va a ser importante, pero el catalán no va a resaltar el papel de la nación como empresa común, de clara inspiración orteguiana. Por el contrario, D'Ors va a luchar por la idea de Imperio, que era una imagen más universal y aglutinadora de elementos diversos, mostrando un recuerdo por el Sacro Imperio Romano Germánico. Una institución clásica que ordenaba lo informe haciendo desaparecer las fronteras nacionales obra del hombre. Del mismo modo, la individualidad del trabajador la integra en el sindicato para crear un orden armonioso entre los intereses individuales del obrero y los sociales de su corporación.

Pero si en la mayor parte de los miembros de la generación del 14, hemos visto, que lo principal era la búsqueda de un camino objetivo para que el hombre se realizase en su destino, aunque cada uno lo hiciese por caminos diferentes. Julian Besteiro y Fernando de los Ríos creyeron que el socialismo era el camino político más idóneo para la regeneración del país desde un punto de vista racionalista, laico y que creyese que el hombre libre con su autonomía personal podría efectuarlo.

Sin embargo, sus planteamientos filosóficos resultaron ser antagónicos porque mientras De los Ríos fue heredero de esa corriente reformista laica que desde el kantismo, el krausismo y el liberalismo orteguiano pretendía reformar España. Besteiro fue un empirista científico que volvió a retomar el marxismo como orientador de su visión de la vida. Aunque con la diferencia que nunca creyó desde su planteamiento la necesidad del camino revolucionario, y creyó óptimo el reformista que le ofreció la democracia burguesa. Esta actitud le acercó al resto de los componentes de la generación del 14.

Sin embargo, el único miembro de esta generación que intentó de forma activa llevar a cabo sus ideas en los más importantes puestos de la política española fue Manuel Azaña. Este pensador fue un fiel exponente de liberal jacobino, creyente en el papel reformador del laicismo, en "su" libertad del hombre, y en la labor dirigente de la inteligencia racional en la sociedad. Extremadamente sensible por la decadencia española, sintió repulsión por los criterios radicales del 98. Su visión fue clara, España estaba atrasada debido al lastre tradicional y reaccionario de su herencia católica y ese peso debía ser cortado de raíz.

El pasado debía ser olvidado para elaborar una nueva España desde los presupuestos laicos y precisos de la razón. Pero para ello, el intelectual no debía ser un profeta, como era la opinión de Unamuno, o ser un simple consejero orientador, como creía Ortega y Gasset. La impresión de Azaña era que el intelectual debía integrarse en el pueblo y tomar un papel político activo como el que él llevó en la II República. Por el contrario, Ortega y Gasset que había fracasado con su Liga de la Educación Política, volvió a intentarlo en el periodo republicano con la Asociación por la República, pero asumiendo una labor más consultiva que protagonista como pretendía Azaña.

Su pasión por remedar la situación de España, hizo de Azaña un furibundo anticlerical, porque en su creencia del Estado educador creyó que su principal misión debía ser la implantación de una educación laica similar a la francesa. De este modo se estirparía de las nuevas generaciones los valores del pensamiento católico imperante en el periodo de la Restauración. Si otros fueron moderando sus opiniones, como los miembros de la generación del 98, Azaña, por el contrario, se fue radicalizando.

Su creencia en que estaba en la razón le llevó a impedir la integración de los que no tuviesen sus ideas. En contra de la idea de integración del resto de los componentes de su generación. Azaña, llevado de su radicalismo político excluyó totalmente a todos los que representasen cualquier tipo de pensamiento opuesto a su ideal liberal democrático. Su misión estaba clara, la instauración de un Estado liberal acreedor a los principios fundamentados en la Revolución francesa.

Todo lo que pasase esos límites debía ser eliminado desde la raíz por el bien del futuro. Su papel político y su mayor radicalismo fueron protagonistas en la década de los años treinta. Pero su modo de pensar, la base intelectual sobre la cual alzó su construcción ideológica la inició en el periodo restauracionista. Azaña mostró un amplio desprecio por aquella España oligárquica y aunque militante del reformismo de Melquíades Álvarez, decidió como casi todos los miembros de su generación desbrozar su propio camino para la regeneración de España.

Después del desastre ultramarino, los pintores del 98 recordaron la pintura del Greco y ellos mismos descubrieron la solemnidad y tristeza del negro, como si hubiesen querido guardar luto por el hundimiento español. Autores como Ignacio Zuloaga, Darío de Regoyos y José Gutiérrez Solana reflejaron con sus pinceles una España negra, lúgubre que parecía sacada de los tiempos de la decadencia imperial, tres siglos anteriores.

Por el contrario, en los círculos catalanes y valencianos la luz fue la protagonista. Joaquín Sorolla fue el más representativo pintor de unas imágenes claras, rítmicas, con amplias gamas de luz y color, que eran del gusto de la sociedad restauracionista. Del mismo modo, en el País Vasco, Ricardo Baroja, Francisco de Echeverría, Francisco de Iturrino y otros reflejaron temas rurales clásicos popularizando unos motivos cotidianos, pero que eran del gusto de la burguesía local deseosa de temas autóctonos. En este elenco participará el retratista Jesús Olasagasti, quien luchará durante la guerra en una bandera falangista.

En el campo musical, París fue la Meca de los músicos como lo fue del de otras disciplinas. Además, dos de los principales exponentes de un tardío romanticismo español como Albeniz y Granados vivieron en la capital gala, donde dieron una imagen de la España soñada por ellos. En la ciudad del Sena se les reunieron Manuel de Falla y Joaquín Turina, los dos autores andaluces que se hicieron eco de un cierto regeneracionismo nacionalista musical proveniente de la catástrofe del 98. Junto a ellos, Bilbao, San Sebastián y Barcelona aportaron a varios músicos de calidad provenientes de las numerosas corales y orfeones con arraigo en esas tierras. Guridi, Usandizaga y Arriaga pusieron un tono de gusto autóctono contribuyendo a la música española..

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José Luis Orella


Bibliografía

- Calvo Serraller, F. (2001): Las cien mejores obras del siglo XX. España Nuevo Milenio. Madrid.
- Llera, L. (1992): Religión y literatura en el modernismo español, 1902-1914. Actas. Madrid.
- Llera, L. (1996): La modernización cultural de España 1898-1975. Actas. Madrid.
- Mainer, J. C.(1975): La Edad de Plata. Cátedra. Barcelona.
- Mainer, J.C. (1981): Falange y literatura. Labor. Barcelona.
- Menéndez Pidal, R (1993): Historia de España. Tomo XXXIX. Espasa-Calpe. Madrid.
- Montsalvatge, X.(1989): Breve síntesis de la historia de la música española. Academia Marshall. Barcelona.
- Serrano, C. (1991): 1900 en España. Ariel. Madrid.

Notas

1) Vid. Serrano: (1991: 94 )
2) Vid. Serrano (1991: 92)
3) Vid. Mainer: (1975: 77)
4) Vid. Mainer (1975:108)
5) Vid. Mainer (1975:152)
6) Vid. Mainer (1975:158)
7) Vid. Mainer(1975: 167)
8) Vid. Menéndez Pidal (1993:233)
9) Vid. Menéndez Pidal (1993: 238)
10) Vid. Menéndez Pidal (1993:243)
11) Vid. Menéndez Pidal (1993:253)
12) Vid. Menéndez Pidal (1993:256)
13) Vid. Menéndez Pidal (1993:257)
14) Vid. Menéndez Pidal (1993:283)

 


Revista Arbil nº 68

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