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Indice de contenidos

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- La objeción de conciencia fiscal aplicada a la cuestión del aborto. Una propuesta ética y cívica
- Categorías de la política: Política, Criptopolítica y Metapolítica (2ª parte). Criptopolítica: desde el orden político natural a la conflictividad moderna. Crisis de valores y de instituciones
- Sufragio universal
- Editorial: Las raíces del debate sobre la presencia de Dios en la Constitución europea
- Nacionalismo vasco y marxismo-leninismo: consideraciones en torno a la naturaleza de ETA (I)
- Coincidir
- Nuevo orden mundial, seguridad demográfica y abortos
- Una entrevista a Eulogio López: Familia y vida, Hispanidad.com y las elecciones del 25 de mayo
- «Superembriones»
- La Vendée campesina y católica, levantada en armas contra los "sin Dios" jacobinos
- Sobre el espíritu emprendedor en España
- Ósmosis brutal, o la inmigración como amenaza
- Ernst Jünger: un católico sobre los acantilados de mármol
- Por un sano realismo católico
- Los jovenes y la New Age
- Campañas en contra y a favor de la droga
- El trabajo como dimensión contemplativa
- Antropología: una guía para la existencia
- España en el mundo
- La Invencible inglesa contra Cartagena de Indias (1741)
- 25 Años de "Iglesia Vasca"
- El ambiente de España que precede a El Debate: el diario El Universo (un esfuerzo de los católicos no afiliados a partido determinado)
- Piotr Arkadevich Stolypin, el Bismarck de Rusia
- Moda y vida moderna: ¡no tengo nada que ponerme!
- Irresponsabilidades e irreverencias
- ¿Qué piensas hacer con tu juventud?
- En los huesos
- El amor a la vida y el amor a la muerte: Anatole France y Teresita de Lisieux
- Para llevar en la cartera: Testamento Vital
- Algunas apreciaciones sobre los santos y su culto en la Iglesia Católica
- Niños pobres y niños ricos
- Carta abierta a Donoso Cortés
- Arbil con Luis Suárez; Pasado y presente vistos desde el Valle
- Arbil en Madrid, con el profesor Pawel Skibinski
- Tertulia Arbil-Santiago de Chile
- Texto de Monseñor Sebastián: Los cristianos y la política
- Texto Clásico: ¿Fue el general Don José de San Martín masón?: Desagravio a San Martin


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Revista Arbil nº 70

Categorías de la política: Política, Criptopolítica y Metapolítica (2ª parte). Criptopolítica: desde el orden político natural a la conflictividad moderna. Crisis de valores y de instituciones

por Primo Siena

Tras un primer artículo en que se trata de los conceptos usados en la ciencia política, en esta segunda parte hace un repaso histórico donde ser ve el pasaje desde una concepción teológica a una concepción puramente antropológica de la política; pasaje que coincide con el deslizamiento de la política desde la cumbre soleada de la metapolítica hacia los niveles ínferos y sombríos de la criptopolítica


En los tiempos antiguos – como hemos visto – la política en su máxima expresión fue de hecho una teocracia, donde el poder civil y el religioso estaban juntos y hasta resumidos en la misma persona, como en Roma.

Con el advenimiento del cristianismo, se produce un cambio fundamental que concierne directamente el sentido político. El poder religioso y el poder civil se separan, en obsequio a la aparente paradoja del Hijo de Dios que proclama: «No he venido a traer la paz, sino la espada» (Mt. 10, 34-39), siendo aquella paradoja la piedra angular del Templo nuevo y verdad del Logos joánico: el Cristo teándrico que habitó entre nosotros para acercar nuevamente la tierra al cielo.

En la Edad Media, en Europa, el poder supremo se manifiesta en dos potestades distintas, pero complementarias entre sí: la potestad del Pontífice romano, quien ejerce lo scire recte de la verdad de Cristo por medio del supremo magisterio religioso; y la potestad del Emperador del Sacro Romano Imperio, quien ejerce el recte ágere por medio de la política y del derecho ajustados al magisterio cristiano.

El Papa cristiano, sucesor del apóstol Pedro y sumo sacerdote de la Iglesia según Melkitsedeq, era partícipe de la dignidad real del Emperador; quien – a su vez – participaba de la misma dignidad sacerdotal del Pontífice romano. La potestad civil y la potestad religiosa entonces estaban separadas, pero no contrapuestas porque ambas tenían su origen en una única fuente: omnis potestas a Deo, según las enseñanzas del apóstol Pablo, interprete del mandamiento evangélico: "Dad al Cesar lo que es del Cesar y a Dios lo que pertenece a Dios".

Siendo la potestad del Cesar una emanación de la potestad de Dios, el mandamiento evangélico asume su veraz y sutil interpretación: Devolved, por medio de la obediencia al Cesar, también todo lo que pertenece a Dios. Con eso se invitaba al mismo César a reconocer en el Logos divino su propia autoridad con sus obligaciones, derechos y limites.

El origen divino de la autoridad y del poder era además recordado en las palabras que en el siglo XII° acompañaban el rito de la consagración de los reyes e y del Emperador, para hacer resaltar que el monarca terrenal era el administrador de un poder recibido del Monarca celeste. La formula de la consagración, pronunciada por la autoridad eclesiástica, recitaba: «Usted es partícipe de nuestro ministerio: así como nosotros somos, en el ámbito espiritual, los pastores de las almas, Usted debe ser, en lo temporal, un veraz ciervo de Dios. Este poder viene otorgado no para dominar, sino para servir».

Romano Guardini, observando las instituciones que dominaban la vida asociada en la Edad Media europea, en su ensayo sobre El ocaso de la época moderna, anota: «El Papa lleva la tiara en la cabeza y las llaves de Pedro en la mano. El Emperador, al ser coronado, viste el manto azul bordado de estrellas que simbolizan la bóveda celeste; y sostiene en su mano el globo imperial, símbolo de la tierra (…). Estado e Iglesia se encuentran el uno en frente a la otra, en una relación de recíprocas concordancias, y la idea que los rige es aquella de una gran unidad: la jerarquía. Entre Iglesia y Estado se desarrollan indudables tensiones que determinan toda la historia de la Edad Media. Pero la disputa entre Pontífice y Emperador asume un sentido mucho más profundo de lo que aparece a primera vista; en ella más que una contienda de poder político exterior, se halla la unidad y el orden de la existencia» (10) .

Más allá de toda tensión y disputa, la Edad Media fue dominada por la convicción que toda estructura de la existencia humana debía ser organizada según el principio de la soberanía trascendente de Dios; principio, este, que Simone da Brisignano reclamaba todavía – ya al finalizar del siglo XII° - para sustentar que el poder imperial procedía de Dios sin ninguna mediación de la potestad papal.

Este principio, que caracteriza el sentido teológico de la política, se quiebra en los inicios del siglo XIV°, cuando el juriconsulto Marsilio de Padua – en colaboración con Juan de Jandun – para sustentar las pretenciones dinásticas de Ludwig el Bávaro, en su Defensor Pacis sostiene la tesis que la fuente del poder político no es Dios, sino el pueblo. Por consiguiente, el Estado se constituye por la necesidad de los hombres de vivir en comunidad facilitando a cada uno seguridad y protección.

Rechazando el principio de la "monarquía de derecho divino", Marsilio fundamenta el ordenamiento constitutivo del Estado en un principio "jusnaturalista" que solo la autoridad coercitiva de un monarca puede imponer. Cuanto a la religión, Marsilio de Padua la reduce al fuero interior del individuo, como un "asunto privado" que el Estado debe amparar por medio de la libertad de profesar la religión que cada cual quiere. En el marco de este pensamiento, Marsilio postula además una concepción "sociológica" y no teológica de la misma iglesia.

Marsilio de Padua marca el pasaje desde una concepción teológica a una concepción puramente antropológica de la política; pasaje que coincide con el deslizamiento de la política desde la cumbre soleada de la metapolítica hacia los niveles ínferos y sombríos de la criptopolítica.

Si la política en la Antigüedad y en la Edad Media, se había manifestado como "teocracia", en la Edad Moderna – inaugurada por el jusnaturalismo marsiliano – se hace "autocracia" que ignora la unidad trascendente, metafísica y espiritual del rito religioso.

La política moderna se reduce a una búsqueda exclusivamente racional que, rechazando cualquier marco religioso, acoge la lucha por el poder provocada por el egoísmo individual o colectivo y que, en casos extremos, tiene como su única motivación un deseo enfermizo de dominación.

Reconociendo – sin otra justificación superior – la lucha por el poder, como su sola finalidad esencial, la política se caracteriza como conflictualidad permanente, según ha demostrado Carl Schmitt en la investigación y análisis de la moderna idea de soberanía, que constituye el meollo de la política a partir del siglo XIV° hasta nuestros días.

Investigando sobre el origen y el comportamiento de la idea moderna de "soberanía", Carl Schmitt logró la convicción que la fenomelogía política se caracteriza por la "conflictividad permanente" entre quien respalda ciertas formas y estructuras políticas y quien las hostiga; por lo tanto las categorías políticas operativas – más allá de las apariencias – se tipifican por el conflicto "Amicus-Hostis", donde aquellos que son favorables a cierto tipo de ideología política, intentan de excluir del ejercicio práctico de la política aquellos que la hostilizan y, por consiguiente, son considerados enemigos de los primeros.

Entonces la legalidad del Estado moderno – observa Carl Schmitt – no descansa sobre valores jurídicos universales abstractos, sino más bien sobre la capacidad decisoria de tipificar al enemigo político: capacidad por medio de la cual el poder afirma de viribus su propia legitimidad.

Según Schmitt, por lo tanto, el origen de la soberanía no brota de una elección racional amparada en la "voluntad general" del pueblo – como pretende el Contrato Social de Juan Jacobo Rousseau – sino de una relación existencial espontánea y directa entre quien posee la facultad de decidir y sus seguidores; los cuales identifican en él la expresión de la valedera autoridad soberana.

Las grandes monarquías absolutas europeas habían asegurado estabilidad al "principio decisional" de la autoridad soberana por medio de la fórmula de la "investidura divina" por la cual ex jure se transformaban en una autoridad carismática de origen divino entre los súbditos.

La desaparición de esas monarquías – que coincidió con el gran naufragio de Europa – dejó inestable el principio de soberanía; y la "voluntad de decisión" de un dictador reemplazó a la autoridad soberana del monarca.

Es aquí que Carl Schmitt introduce una distinción entre los dos tipos de dictaduras que se manifestaron a lo largo de la historia: la dictadura comisaria que reemplaza "pro tempore" las instituciones normales; y la dictadura soberana que se destaca como una institución revolucionaria, sin limites temporales porque apunta a sustituir el orden constitucional precedente por un "nuevo orden".

Carl Schmitt tipifica la dictadura comisaria en el dictador romano Cincinnato, mientras que clasifica como dictadura soberana la "Convención" de la Revolución francesa y los regímenes surgidos desde las revoluciones proletarias o nacionales del siglo XX°, donde la pareja conceptual "amigo-enemigo" (como fue en el caso de las revoluciones marxistas) es alterada en la exasperación de uno de los dos términos (el término de enemigo) en aquel radical de "enemigo absoluto": esto es, el "enemigo de clase" introducido por Lenin.

Según el análisis de Carl Schmitt, el amanecer de la "dictadura soberana" coincide con el ocaso del Derecho Público europeo y el consiguiente deterioro del Estado de Derecho en la realidad sociopolítica de los tiempos modernos; realidad en la que el partido político, por su capacidad de agregación social, se destaca como una expresión concreta de la "soberanía".

Es convicción bastante difundida que la teoría decisionista haya sido introducida en Carl Schmitt por el pensamiento de Donoso Cortés, especialmente a causa de la crítica despiadada del ilustre español tanto al verboso parlamentarismo burgués (la "clase discutidora") como al legitimismo monárquico conservador del siglo XIX°, incapaces los dos de asegurar la vigencia de valores espirituales y jurídicos permanentes en la acción sociopolítica.

Pero, al respeto, me parece oportuno observar que el decisionismo del pensador alemán, si bien tiene matices análogos a aquel del pensador español, todavía se perfila con rasgos propios.

El pensamiento de Juan Donoso Cortés, se destacó en el siglo XIX° como una solitaria teología política, por la cual cada criterio de verdad social se afianza con la teología: "ciencia de Dios" que abarca todas las ciencias y todas las leyes sociales y morales. En la sociología donosiana, por lo tanto, la dictadura coronada expresa una concepción sagrada y trascendente de la autoridad soberana, en la cual se asoma el sueño de Dante por una monarquía universal cristiana.

El decisionismo de Carl Schmitt, a su vez, se tipifica más bien como una antropología política, la cual se limita a destacar la necesidad de un jefe político que se identifica con sus seguidores. Una necesidad, esta, que Carl Schmitt no proclama como una solución de su agrado, porque él sólo evidencia el resultado de una investigación histórica fríamente analizada.

El "decisionismo" schmittiano parece proceder del principio "voluntarista" que en los siglos XVIII° y XIX°, promovió el divorcio entre el espíritu "volitivo" alemán y la tradición jurídica romana, diferenciándose – en cuanto "antropología política " moderna - de la clásica "teología política" de Donoso Cortés.

Reconocemos que Carl Schmitt supo entender cómo, en la época actual, la política militante casi nunca es inspirada – en sus motivaciones y finalidades – por principios y valores perennes y trascendentes; siendo la política actual casi siempre sólo una proyección visible de una acción política sombría, ambigua, corroída por las fuerzas ínferas de la criptopolítica.

Así que desde las investigaciones del eminente pensador alemán aflora el aspecto tenebroso y demoníaco del poder moderno; semejante a aquel de la mítica Medusa que petrificaba a todos aquellos que se atrevían a mirarle el rostro, hasta que la espada del metapolítico Perseo logró, por fin, cortarle la cabeza..

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Primo Siena

 


Revista Arbil nº 70

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