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Indice de contenidos

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- La objeción de conciencia fiscal aplicada a la cuestión del aborto. Una propuesta ética y cívica
- Categorías de la política: Política, Criptopolítica y Metapolítica (2ª parte). Criptopolítica: desde el orden político natural a la conflictividad moderna. Crisis de valores y de instituciones
- Sufragio universal
- Editorial: Las raíces del debate sobre la presencia de Dios en la Constitución europea
- Nacionalismo vasco y marxismo-leninismo: consideraciones en torno a la naturaleza de ETA (I)
- Coincidir
- Nuevo orden mundial, seguridad demográfica y abortos
- Una entrevista a Eulogio López: Familia y vida, Hispanidad.com y las elecciones del 25 de mayo
- «Superembriones»
- La Vendée campesina y católica, levantada en armas contra los "sin Dios" jacobinos
- Sobre el espíritu emprendedor en España
- Ósmosis brutal, o la inmigración como amenaza
- Ernst Jünger: un católico sobre los acantilados de mármol
- Por un sano realismo católico
- Los jovenes y la New Age
- Campañas en contra y a favor de la droga
- El trabajo como dimensión contemplativa
- Antropología: una guía para la existencia
- España en el mundo
- La Invencible inglesa contra Cartagena de Indias (1741)
- 25 Años de "Iglesia Vasca"
- El ambiente de España que precede a El Debate: el diario El Universo (un esfuerzo de los católicos no afiliados a partido determinado)
- Piotr Arkadevich Stolypin, el Bismarck de Rusia
- Moda y vida moderna: ¡no tengo nada que ponerme!
- Irresponsabilidades e irreverencias
- ¿Qué piensas hacer con tu juventud?
- En los huesos
- El amor a la vida y el amor a la muerte: Anatole France y Teresita de Lisieux
- Para llevar en la cartera: Testamento Vital
- Algunas apreciaciones sobre los santos y su culto en la Iglesia Católica
- Niños pobres y niños ricos
- Carta abierta a Donoso Cortés
- Arbil con Luis Suárez; Pasado y presente vistos desde el Valle
- Arbil en Madrid, con el profesor Pawel Skibinski
- Tertulia Arbil-Santiago de Chile
- Texto de Monseñor Sebastián: Los cristianos y la política
- Texto Clásico: ¿Fue el general Don José de San Martín masón?: Desagravio a San Martin


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Revista Arbil nº 70

Algunas apreciaciones sobre los santos y su culto en la Iglesia Católica

por Gregorio Silanes Susaeta

Notas sobre cuestiones en torno al culto que se debe tributar a los santos en la Iglesia, tanto de forma pública como privada (siempre sometidos a mejor criterio del Magisterio)


Durante la Edad Media existió un gran culto a los santos, en ocasiones mucho más apreciados por sus poderes para aplacar pestes, enfermedades y epidemias que por las virtudes por las que habían sido canonizados o propuestos como modelo, y por las que debían ser imitados. Como dice Huizinga

"la individualidad de los santos era robustecida aún por la función especial que asumían muchos de ellos en la fe popular: a éste se dirigían las gentes en una determinada necesidad; a aquel para sanar cierta enfermedad" (1).

El hombre inculto tendía a derivar hacia la credulidad, degradando el contenido de la fe. Basaba sus creencias muchas veces en ritos mágicos. Este rudimentario pensamiento religioso estará presente en toda su vida.

En el siglo XVI, cuando se fundan numerosas cofradías en honor de determinados santos intercesores, sobre todo para luchar contra las ideas de los reformadores protestantes, que abolieron el culto a los santos con la coartada de algunas desviaciones como el excesivo poder que una parte del el pueblo les atribuía, casi divinizándolos. El Concilio de Trento definió la doctrina católica sobre este culto: A los santos se los puede y debe venerar, pero no adorar, puesto que ese honor sólo se le debe tributar a Dios.

El Concilio de Trento por tanto, no prohibía que se siguiera cultivando la devoción a los santos, sino que establecía la forma correcta como se debía realizar, declarando saludable esta práctica.

El propio Martín de Azpilcueta y Jaureguízar (1492-1586), el Doctor Navarro –paisano mío-, teólogo y canonista, cuyo pensamiento influiría tanto en las concepciones de la Reforma católica, no se oponía a la tradición tan extendida de la especialización de los santos (santa Apolonia para el dolor de muelas, san Blas para las afecciones de garganta, san Ramón Nonato para lograr un buen parto, santa Quiteria contra el mal de rabia, san Sebastián o san Roque contra la peste, san Gregorio Ostiense de Navarra -mejor denominarlo san Gregorio de la Berrueza-, contra las plagas agrícolas, etc.).

Sin embargo criticó algunos abusos en uno de sus discursos sobre la buena y la mala oración. Las innumerables devociones que tienen los católicos "por evitar tribulación o alcanzar prosperidad temporal" son malas si el fiel toma esos bienes por "fin principal".

Pero si los toma por "fin menos principal", entonces son buenas. Pueden ser buenas las oraciones, procesiones, limosnas y ayunos, romerías y disciplinas aplicadas por la curación de un enfermo, la benevolencia del tiempo, etc., pero son malas las prácticas supersticiosas que existen en algunas aldeas en que, para alcanzar la lluvia, se sumerge en el río cabeza abajo, normalmente (el capucete navarro), a determinadas imágenes. Algo de esto se hacía también en Tudela, por ejemplo, según cuenta el filólogo tudelano José María Iribarren en su Vocabulario Navarro, hace ya bastante tiempo (2).

Martín de Azpilcueta cree que el culto a la Virgen y a los santos despierta la fe en la inmortalidad, que lleva a su perfección el amor mutuo entre los miembros de Cristo.

El Doctor Navarro ve, como Erasmo, en este culto, una transposición de costumbres paganas, pero reconoce en él un valor positivo. Por ello desea que el cristiano venere las reliquias.

Condena lo supersticioso que toma a menudo la oración a determinados santos, considerando un error el invocar a los santos de España, desdeñando a los de Francia, por ejemplo.

También sería un error creer en la especialización de estos intercesores de manera exclusiva, de modo que se llegase a pensar que un determinado favor no se podría alcanzar sin la intercesión exclusiva de ese determinado santo especialista.

En su obra Los santos y su culto, tratando sobre esta cuestión en la actualidad, que es el tema que realmente nos interesará a partir de ahora, el jesuita P. Paolo Molinari, dice textualmente:

"Este [culto], por otra parte, muchas veces no tiene la mira de llegar, a través de la ayuda e intercesión de los Santos, a una adhesión más profunda y sincera a Dios, y se transforma en un recurso mezquino a los Santos para obtener toda suerte de ayudas, excepto el aumento de la verdadera religiosidad y devoción cristianas. Como consecuencia de semejante deplorable ignorancia y reprobable actitud, tenemos esas tradiciones y prácticas hechas de manifestaciones exteriores, donde el verdadero espíritu queda sofocado y desnaturalizado" (3).

El citado trabajo de Molinari que, a mi juicio, era muy necesario, aclara muy bien cuestiones fundamentales en torno al culto que se debe tributar a los santos en la Iglesia, tanto de forma pública como privada, y responde con creces a las cuestiones que se propone al comienzo de la parte II, la más fundamental si cabe, de su obra que hemos leído y tratado de analizar.

El contenido del libro está bien pensado, redactado, y madurado, con una exposición clara y ordenada de las ideas, lo que facilita mucho su lectura.

El autor utiliza de manera acertada la Metafísica como elemento auxiliar para su exposición, lo que clarifica sobremanera los propios contenidos teológicos, sobre todo al tratar el tema aparentemente espinoso de la perfección humana de Cristo y su imperfección en cuanto que comparte la misma naturaleza que el resto de los hombres, excepto la lacra del pecado.

La obra sirve para aclarar algunas cuestiones en torno a la justificación, como el modo en que el hombre puede, como dice san Pablo, completar lo que le falta a los padecimientos de Cristo (COL. I, 24). Para leer en la clave adecuada los párrafos que siguen, hay que partir siempre de la premisa, y esto se da por sentado, de que la Obra de la Redención realizada por Dios a través de Jesucristo –se trata de una obra divina ad extra-, es perfecta en sí, en cuanto divina, y nada se le puede añadir o en algo completarla.

Pienso que era necesario un trabajo de este género sobre el tan controvertido tema teológico del culto a los santos aunque esto mismo ya se hubiera tratado antes, como hemos visto, sobre todo en tiempos de la Reforma Protestante, que se oponía a este culto.

Consideraciones teológicas sobre la naturaleza, el espíritu y los límites del culto a los santos

En la segunda parte de su libro el P. Molinari se plantea resolver si es legítimo, conveniente y necesario que los santos tengan una parte del culto católico, tanto público, como privado, cuál es la naturaleza del culto que se les tributa, cuál el espíritu que lo debe animar, y cuáles sus límites. Parte de que hay colectivos que tienden a disminuir y hasta querer abolir el culto a los santos, quizá por reacción a esos otros que se lo tributan de manera deformada.

¿Qué es el culto a los santos? Sería más bien una actitud de culto hacia Dios mismo, como operante y viviente en ellos, considerado bajo un aspecto particular. La Iglesia, a pesar de las deformaciones, o también ausencias, que se han producido en este sentido, siempre ha favorecido un culto correcto a los santos. En su obra el P. Molinari se propone investigar teológicamente la naturaleza y el espíritu auténtico de este culto, porque en su forma genuina y verdadera enriquece, acrecienta y completa al mismo culto cristiano en sus orientaciones y características fundamentales: el cristocentrismo y el teocentrismo. Todo aquello que obstaculizara alguna de estas dos características debería ser eliminado. Pero, ¿cuál es la forma más perfecta y completa de vivir ese cristocentrismo y teocentrismo? Esto es lo que tratará a lo largo del libro de resolver el P. Molinari, probando sobradamente que para ello no sólo será legítimo, sino incluso conveniente y necesario el culto a los santos. En efecto estos forman parte del Cuerpo Místico de Cristo, que los ha hecho partícipes de su vida divina y vivificado por el Espíritu Santo, por lo cual están unidos entre sí y a Cristo como Cabeza, y forman por Él, con Él y en Él el Cristo total, "Caput et Membra", el "Novus Vir Perfectus", en el que todo es de Cristo, como Cristo es del Padre.

Consideraciones Generales sobre la naturaleza de las relaciones vitales existentes en el seno del Cuerpo Místico.

El P. Molinari hace en este apartado, y en los subsiguientes, bastante referencia a la encíclica de Pío XII Mystici Corporis (1943).

Si los hombres forman parte del Cuerpo de Cristo, ello es posible porque Cristo les comunica Su vida, les infunde la facultad de sentir y de moverse, los ilumina con la infusión de la luz de la fe. La naturaleza de esta dependencia es tan profunda e íntima que produce un verdadero lazo ontológico de pertenencia de los miembros al Cuerpo y, sobre todo, a la Cabeza por la cual están vivificados.

No hay que caer en el error de considerar a las personas incorporadas a Cristo como miembros de su Cuerpo físico, nacido de la Virgen María, que ahora está en el cielo a la derecha del Padre, y en la tierra, bajo las especies eucarísticas. El Cuerpo que constituyen los hombres redimidos por Cristo y a Él debidamente unidos, tiene de propio y de singular el que sus miembros, aun siendo verdaderos miembros vivificados por la Cabeza y vitalmente unidos entre sí, gozan de una personalidad propia. La transformación por la que cada uno de estos miembros forma parte del Cuerpo Místico de Cristo y participa en la vida de la Cabeza, se realiza en lo más íntimo de la persona misma.

El Cuerpo Místico de Cristo no es un cuerpo físico, ni meramente moral, sino un cuerpo absolutamente único y singular que une en sí, de modo superior, las cualidades más típicas de ambos: sus miembros son a un tiempo miembros y personas; deben vivir al modo de personas sus relaciones de miembros con Cristo Cabeza y con los demás miembros.

El culto de los santos y nuestro ir a la plenitud de Cristo.

1. Debido a la complementación aportada por los miembros del Cuerpo Místico a la perfección humana de Cristo Cabeza.

El hombre corresponde a la invitación de Dios al entregarse a Cristo, y es elevado y capacitado para cumplir la función que ha sido llamado a realizar. Todo hombre que conscientemente participa en esta vida contribuye a la intención de Cristo de atraer hacia Sí a los hombres, para que el género humano, y cada persona en particular, sea vivificado sobrenaturalmente por Él y unido a Él, y pueda ofrecer a Dios la glorificación humana más perfecta y completa, que procede del Novus Vir Perfectus, del Cristo Total, "Caput et Membra".

Según esto, en virtud de lo que afirma la encíclica Mystici Corporis, se puede hablar de un completamiento de Cristo y de su obra por parte del Cuerpo Místico y de los miembros que lo forman. Esto no supone un completamiento de la perfección de la divina Persona del Verbo, ni de su ser como Redentor y único Mediador, sino únicamente de la perfección de su Humanidad. Cristo en su Humanidad fue in ómnibus similis nobis, excepto peccato. En ella asumió una naturaleza singular e individua y por lo mismo limitata y completable. Haciéndose hombre como nosotros, se ha sometido a la ley que deriva de la constitución metafísica del hombre, que, como ser espiritual-material, personal-individual, tiene todas las características de la riqueza y de la perfección única e irrepetible del ser personal, y al mismo tiempo todas las notas y características de la limitación y de la completabilidad del ser individual.

En virtud de esta condición metafísica expuesta anteriormente, el hombre, en cuanto ser individual, puede y debe recibir de los demás hombres, y ser completado por ellos. También Jesucristo, en cuanto verdaderamente hombre como los demás (excepto peccato) es un ser humano individual que puede y debe recibir de los otros hombres, y ser por ellos completado. Ningún hombre puede en cuanto individuo vivir todos los modos concretos en que puede existir la perfección específica, y únicamente el conjunto de los hombres que mutuamente se integran hace que se realice el máximo de la perfección humana. Ni siquiera el hombre Cristo Jesús, por tanto, en cuanto ser individual, realiza por sí solo, en su Humanidad, todos los modos concretos en que puede existir la perfección humana. Según esto, los santos prolongarían la santísima Humanidad de Jesucristo y su obrar, configurándose con Él, cristificándose por la fuerza transformadora del Espíritu Santo que opera en ellos.

Si los hombres están elevados a vivir y de hecho viven como miembros del Cuerpo Místico que completan a la Cabeza, es debido a su unión con Cristo, a la gracia que Él les confiere. Así pues, la capacidad de completar a la Cabeza, deriva fundamental, radical y enteramente de Cristo mismo, que vivifica y une en Sí a los hombres, para hacer suyo lo que ellos son y hacen como personas.

Esta pertenencia a Cristo de las personas incorporadas a Él, este "Ser de Cristo", es lo que asegura y hace comprender cómo el dirigirse a ellas, no significa realizar actos que substraigan algo a Cristo y disminuyan en alguna manera nuestra unión con Él, sino, al contrario, significa hacer algo que contribuye a una actuación más plena de nuestra unión con Él. Unirse a los que viven de su vida quiere decir unirse a Él también en cuanto que vive en sus miembros.

El modo en que nos dirigimos a los miembros, de todas formas, no es igual en cada caso: no es lo mismo dirigirse a los que están unidos todavía a prueba, que a los que ya lo están indefectiblemente. Esos actos con que nos dirigimos a ellos constituyen el culto de los Santos, culto de dulía, culto subordinado al de Cristo y al de Dios, por cuanto al dirigirnos a ellos, como a personas humanas y creadas, se reconoce una grandeza que siendo suya personal lo es al mismo tiempo de Cristo.

2. Debido a la complementación aportada por los miembros del Cuerpo Místico a la obra salvífica.

Si los santos, como miembros preeminentes del Cuerpo Místico, contribuyen de un modo particular a la mayor perfección del Cristo total, nos brindan la oportunidad de unirnos a ellos para actuar mejor nuestra unión con Cristo y hacer más plena y perfecta nuestra glorificación, "por, con y en Cristo", es claro que el dirigirnos a ellos con actos explícitos de amor, admiración y alabanza, más que oponerse y derogar a la ley fundamental del culto cristiano se conforma plenamente a la misma.

Viviendo y obrando en sus miembros mediante su Espíritu, Cristo mira a extender y prolongar en el tiempo y en el espacio su vida y actividad entre los hombres; quiere, en efecto, vivir en ellos los modos concretos de existencia, de actividad, de amor, que su naturaleza concreta e individua no ha podido actuar, y completar así de este modo la obra salvífica, ampliarla, consolidarla y acrecentarla extensiva e intensivamente.

El cristiano que, como persona humana, según se deduciría de lo anterior, vive su sufrimiento en cuanto incorporado a Cristo, da al mismo la posibilidad de "completar" la pasión, de vivirla en una forma y de un modo nuevo, o sea, también según las características peculiares en que sólo esta persona puede vivirla: por eso, su sufrimiento, en un sentido verdadero y profundo, es también sufrimiento del mismo Cristo, vivido no en su naturaleza humana individual, hipostáticamente asumida por la Persona del Verbo, sino en una persona humana incorporada a su humanidad y sobrenaturalmente vivificada por su gracia. Este es el sentido en que el cristiano da verdaderamente cumplimiento en su carne a "lo que falta a los padecimientos de Cristo" (Col I, 24).

Así pues cuanto más la persona, vivificada por la gracia y hecha miembro vivo del Cuerpo Místico, se asocia libre, consciente y generosamente a la vida de Cristo Cabeza, tanto más completa la obra salvífica de Cristo a favor de los demás hombres, sea de los ya incorporados, y, por lo mismo, miembros vivos, sea de los que han de ser aún incorporados; y tanto más éstos disfrutan de la obra redentora de Cristo porque Él, mediante la colaboración de sus miembros, encuentra cómo comunicar su gracia y aplicar los frutos de su actividad, pasión y muerte.

Los santos son mediadores e intercesores. Sin su cooperación, sin su contribución personal de trabajo, de oración, de sufrimiento, no se nos hubiera dado lo que hemos recibido; luego, inmediata y directamente, debe ir a parar a esas personas la expresión de nuestro agradecimiento, sin que ello quite nada a Cristo; antes bien, esta manifestación glorifica aún más a Cristo, porque aunque se dirige a una persona humana creada por lo que ella ha hecho, se dirige a ella en cuanto miembro de Cristo y, por consiguiente, a Cristo, que en ella y por ella ha otorgado la gracia. Estos miembros íntimamente unidos a Cristo pueden obtener con sus méritos la aplicación de los méritos infinitos de Cristo a los hombres de una manera más abundante y rica. Mediante ellos se pide a Dios que quiera obtener para nosotros numerosos beneficios.

El culto a los santos y la plenitud de nuestro ir a Cristo y a Dios.

Los santos ofrecen a Jesucristo la oportunidad de desarrollar en su misma naturaleza humana, singular e individua auténticas posibilidades de perfección que sin ellos no podría actuar.

1. Debido a la contribución aportada por los contactos con los hombres a la perfección del conocimiento y del amor humanos de Jesucristo hacia el Padre.

Es la misma constitución metafísica del hombre, ser espiritual-material, personal-individual, la que hace que ningún individuo pueda realizar en sí todos los modos posibles de perfección humana; pero esta misma constitución del hombre hace que ningún individuo pueda desarrollar y actuar toda la perfección humana de que como persona es capaz si se encuentra solo, privado de la ayuda de los otros, de los cuales, como ser social, tiene necesidad, y privado asismismo de las relaciones personales e intercambios mutuos que son el manantial más rico de perfeccionamiento humano. También Jesucristo, como perfecto hombre individual, tiene la posibilidad de enriquecerse y ser completado por otros en su vida individual, cognoscitiva, afectiva. Los hombres, en su libertad, pudieron y pueden optar por adherirse a Jesucristo y cooperar con Él y su Obra, o rechazarlo. En este segundo caso, los contactos humanos no contribuyeron positivamente al enriquecimiento humano de Cristo; si lo hubo, esto habría que achacarlo únicamente a la perfección del mismo Cristo Jesús hombre.

Por todo ello, plantear en la debida forma relaciones directas con los Santos y establecer con ellos lazos de amistad, no hace sino enriquecer nuestro movimiento hacia Cristo, y "por Él, con Él y en Él" hacia la Trinidad.

2. Debido a la contribución aportada por los contactos con los demás a la perfección de nuestro movimiento hacia Cristo y hacia el Padre.

Los contactos e intercambios humanos, aun siendo útiles con todos, resultan particularmente fecundos cuando se entablan con personas superiores a nosotros, con personas a las que admiramos y estimamos por sus dotes superiores a las nuestras o por sus cualidades intelectuales y morales, que exceden a las de la mayoría. Es bien sabido cuánto bien produce en la vida humana el encontrarse junto a quien es mejor, a quien es bueno. Si, movidos por nuestra inferioridad respecto a ellos, por nuestra indigencia y miseria, pasamos a invocarlos para que nos ayuden a mejorar, no quedaremos ciertamente defraudados en nuestra esperanza, y experimentaremos muy pronto cuán preciosa y eficaz es su intervención.

Cuanto más grande es nuestra certidumbre de su santidad, de su capacidad, y presteza en socorrernos, de la eficacia de su ayuda, tanto más fundada es la conveniencia y la utilidad de nuestra asociación con ellas y de volvernos a las mismas con objeto de actuar y aprovechar, en el modo más perfecto posible y para la mayor gloria de Cristo y de Dios, las riquezas inherentes a los contactos directos entre persona y persona. También con los santos habrá que entablar relaciones dirigiéndonos a ellos, entrando en un diálogo directo y personal. Sólo el ponernos en su presencia tiene un influjo benéfico y elevador. La ejemplaridad de su vida constituye además un llamado al deber que incumbe a todos de vivir cristianamente y de una manera cada vez más perfecta. Además a través de dicho contacto intensificaremos nuestra ascensión a Cristo y a Dios.

Los santos conocen los actos que se dirigen a ellos, y en consecuencia responden prestando atención benévola y operante a quienes los buscan. Si no fuese así la práctica de la Iglesia de rogar a los Santos dirigiéndose, sea a toda la corte celestial, sea a alguno de ellos en particular, sería una práctica carente de sentido y de valor. La voluntad de ellos está enteramente fundida con la de Dios, de tal modo que su interés e intercesión por quienes se dirigen a ellos, dependerá de la mayor o menor correspondencia de las intenciones de quien pide con la Voluntad de Dios. Además sentirán de este modo el gozo que toda persona buena siente al poder ayudar a los demás en la ascensión a Cristo y a Dios. Los santos vienen a participar desde luego en la mediación única de Cristo ya que están investidos de la bondad operante de Dios y por eso mismo asociados a su actuación en la Iglesia.

La misma Iglesia nos sugiere a los Santos no sólo señalándolos como ejemplo para una determinada categoría de cristianos, sino hasta declarándolos patronos de esa categoría, que confía a sus cuidados particulares. Además nunca se escoge un nombre entre los cristianos por cuestiones puramente circunstanciales, sino por determinada vinculación o simpatía con algún santo, y siempre se tiene más simpatía y afecto humanos, lo cual es normal, hacia los santos de la misma ciudad, región o nación, o de la misma profesión, a los que a veces se instituye como patronos, etc.

Necesidad del culto de los santos.

El auténtico culto de los santos, por su misma naturaleza está totalmente subordinado y en función del teocentrismo y del cristocentrismo, como no podía ser de otra forma, pero aporta a los mismos una contribución que es indispensable. Hay que tener presentes las dos formas del culto: el de la Iglesia en cuanto tal, y el particular de los fieles. En virtud de la Comunión de los Santos, la Iglesia militante peregrina en la tierra necesariamente tiene que relacionarse con los miembros de la triunfante y dirigirse a ellos.

Esta contribución indispensable hace del culto público a los santos necesario ad salutem. De hecho la Iglesia "como tal", muchas veces se vuelve directamente a los Santos (piénsese, por ejemplo, en la letanía de los santos y en el uso que de la misma se hace para diversas funciones solemnes litúrgicas; en los himnos que la Iglesia canta en honor de ellos, en la oración pública y oficial del Oficio divino; y hasta en el supremo culto de la celebración eucarística, donde se los conmemora explícitamente de manera honorífica, o se dirige a ellos, por lo menos implícitamente, sabiendo muy bien que en ese acto, más que en ningún otro, está ella vitalmente unida a la Iglesia Triunfante y a los Santos).

No se puede afirmar que el culto privado de los Santos sea necesario ad salutem, pero debe admitirse que, si, un cristiano suficientemente instruido, descartase sistemática y deliberadamente todo acto de culto hacia la Iglesia triunfante en general y hacia algún Santo determinado en particular, no sólo faltaría a la reverencia, cortesía y caridad hacia sus hermanos glorificados, sino al mismo tiempo se privaría de una ayuda preciosa y no aprovecharía todas las posibilidades que Dios le ofrece para subir cada vez más plenamente hacia Él. .

·- ·-· -··· ·· ·-··
Gregorio Silanes Susaeta

Notas

1) HUIZINGA, J.: El otoño de la Edad Media, Madrid, 1989, 242. Cfr. también VAUCHEZ, A.: La espiritualidad del Occidente medieval, Madrid, 1985, 27.

2) IRIBARREN, José María: Vocabulario Navarro, Pamplona, Diario de Navarra, 1997
Efectivamente, en la voz Mengüete se lee lo que sigue:
Mengua: descenso de las aguas después de una crecida. A propósito de esta voz, existe un dicho proverbial con el que suele zaherirse a los tudelanos: Santa Ana, mengüete, si no, capucete, y que obedece a un suceso ocurrido en Tudela hace bastantes años. Con motivo de una avenida de las más alarmantes del Ebro, el Regimiento y el Cabildo tudelanos acordaron, como era costumbre en tales casos, sacar en rogativa la imagen de Santa Ana, patrona de la ciudad, a la entrada del puente. Y en ocasión en que la muchedumbre imploraba de la divina imagen el descenso de las aguas embravecidas, un hortelano "mucho bruto", clamó con vozarrón que oyeron todos: ¡Santana, mengüete, si no, capucete! Quería decirle: O mengua el Ebro o te damos un remojón.
En Cirauqui tenían una imagen de san Cristóbal, a la cual le cantaban en épocas de sequía: Cristóbal, Cristobalete, si no llueve, capucete (Voz Capucete)

3) MOLINARI, Paolo, SJ: Los santos y su culto, Madrid, Razón y Fe, 1965, 69

 


Revista Arbil nº 70

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