Arbil, apostando por los valores de la civilización cristiana

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Indice de contenidos

Al-Qa´ida y Osama ben Laden: un estudio "definitivo" sin "soluciones finales"
G.K Chesterton y la Europa de su tiempo
Vintila Horia (I). Testigo de la verdad en el tiempo de las mentiras
Editorial
Entre lo pequeño, lo grande
El sueño del general Yagüe
Revolución y 'Cultura de la Muerte'
De la polis griega a la civitas christiana (III). Los albores de la cristiandad
Naturaleza de las organizaciones rosacruces
La contabilidad creativa y las pérdidas contables
Actualidad de la droga
Los nuevos rostros de la "cultura" de la muerte
Católico: ¿Qué quiere decir?
"ETA pro nobis": ¿el pecado original de Iñaki Ezkerra?
San Pedro Canisio, o la ciencia de la caridad
Los Tercios de Infantería Española
Sudáfrica en la sima
¿Puede ser católico el capitalismo liberal?
El planeta amenazado
Reflexión acerca del problema electoral de los católicos
Saliendo del armario
De Gardel a Ricky Martin: un pasito palante María
Los "prudentes"
Democracia, derechos humanos y legitimidad
El totalitarismo Feminista controla la Onu. Quieren obligar a Argentina a legalizar aborto bajo presión económica
Educar con el ejemplo: entrevista al doctor David Isaacs
El cine de Woody Allen
El conflicto en Tierra Santa (I)
Reality Shows: Invasión a la intimidad personal
Sueños de libertad
Una breve historia de la arquitectura y el urbanismo de la España contemporánea
Actividades de Arbil en Chile
El movimiento personalista en España
El personalismo de E. Mounier
Anotaciones críticas sobre el personalismo
Primacía de la incomunicación de la persona
Polo político y polo profético
El gran engaño: derechos del hombre, Iglesia católica y Revolución Francesa
Ocaso y aurora. Perspectiva personalista y Ontología de la existencia


CARTAS

Revista Arbil nº 61

Revolución y 'Cultura de la Muerte'

por Sebastián Sánchez. Tizona

Cuenta Plutarco que en la Grecia antigua se presentaba el recién nacido a los ancianos de la tribu quienes "examinaban al niño [y] si este era bien formado y vigoroso, ordenaban criarlo; si había nacido mal y era deforme, hacían que lo mandaran al lugar llamado Apothetes, precipicio situado cerca de Taygeto". Hoy somos testigos de un nuevo Apothetes más perverso y satánico que el de los antiguos y le ha correspondido a nuestro Sumo Pontífice Juan Pablo II darle un nombre adecuado: cultura de la muerte. En este sencillo trabajo nos interesa exponer algunas cuestiones que explican el fenómeno de esa 'cultura de la muerte' haciendo especial hincapié en su relación con la llamada Revolución Cultural

 

 

Cuando en 1974 Henry Kissinger, a la sazón Secretario de Estado norteamericano, presentó a su gobierno el secreto informe (1) que lleva su nombre, inició lo que se denomina doctrina de la seguridad demográfica, no más que otra forma de nombrar a la cultura de la muerte.

En ese documento Kissinger explicitó, entre otras cuestiones esenciales para comprender este proceso siniestro, la necesidad de apoyar la "promoción de una campaña de reingeniería social para provocar cambios culturales y cambiar las creencias." (2)

La utilización del neologismo reingeniería es vino viejo en odres nuevos, pues se trata de la reformulación, en el lenguaje, de los viejos errores. Pero esta noción se entiende en su verdadera dimensión si se acude a una cuestión que la excede, esto es, la Revolución cultural, método por excelencia de la cultura de la muerte.

A efectos de explicar cabalmente esta revolución nos vemos obligados a recurrir al pensamiento de Antonio Gramsci, una de las luminarias del marxismo del siglo XX. (3)

De Lenin aprendió Gramsci un importante apotegma: "Hay que sustituir el asalto por el asedio".

Aporte valioso para comprender la esencia de la revolución cultural.

Gramsci comprendió que de nada sirve tomar el poder por las armas si antes no se ha trastornado culturalmente a la sociedad civil.

Para tomar el Estado, paso crucial para la Dictadura del Proletariado, era necesario antes conquistar a la comunidad mediante el copamiento de aquellos cuerpos intermedios que le dan vida: la escuela, los medios de comunicación social, los sindicatos, la parroquia.

El P. Sáenz, a quien seguimos en parte de estas reflexiones, describe cómo Gramsci pensó este proceso a partir de tres etapas, a saber:

En principio una ofensiva cultural, una agresión molecular a la sociedad civil, como decía Gramsci.

Esto implica, como hemos adelantado, asediar a la comunidad en sus instituciones, en los cuerpos intermedios. Allí hay que concentrar la acción de la ideología marxista para trocar el sentido común y lograr de esa forma que las personas pierdan paulatinamente el sentido de lo trascendente.

Una vez obtenidos estos cambios, el marxismo se plantea como la nueva ideología hegemónica.

La segunda etapa es un desmontaje que permite acceder a la hegemonía mentada. Para Gramsci será necesario "…destruir la cosmovisión preexistente en una determinada sociedad". (4)

Y no es necesario decir que esa cosmovisión es la católica.

La tercera etapa es el montaje de la ideología marxista en la comunidad asediada.

Una vez hegemonizada la ideología inmanentista y desacralizada se configura el nuevo poder.

Tal es, a muy grandes rasgos, el proceso de la rebelión de la nada, como la menta Díaz Araujo (5).

Es sustancial comprender que Gramsci (y en rigor ningún marxista) jamás negó a la democracia un papel fundamental en este proceso.

Muy por el contrario: es justamente en el marco de la democracia (en su forma liberal o socialdemócrata, como la entendieron Rosseau o los constitucionalistas soviéticos que lo secundaron) en el que se dan las mejores condiciones para el proceso revolucionario que indicamos. (6)

En este marco son muchos los instrumentos de la estrategia gramsciana pero sin duda el más efectivo ha sido el uso del lenguaje.

La cultura de la muerte se ha impuesto gracias a la guerra semántica (7) desencadenada por la revolución cultural.

De esta forma, y merced a la revolución cultural, se enarbolan desde el Estado copado las banderas contra la vida y la dignidad de la persona humana.

No hay contradicción entre ambos términos: la revolución cultural es un medio propicio para la imposición de la cultura de la muerte.

Una vez que Dios ha sido negado (u olvidado que es lo mismo) en el seno de una comunidad, sólo hay un paso a la negación del hombre pues, como dice Chesterton: "Roto lo sobrenatural, sólo que lo antinatural."

Es así como el trabajo ideológico realizado sobre lo esencial de la comunidad, de constante trastocamiento de sus vitales órganos intermedios, tiene su corolario lógico en las leyes inicuas que raudamente salen de un congreso tomado.

Es menester comprender que, en este sentido, no hay matiz alguno entre los postulados del capitalismo liberal y los del marxismo: ¿Qué diferencia objetiva puede establecerse a este respecto entre la ley de aborto de Cuba, Estados Unidos, Holanda, Italia o la que aspira a sancionar la progresía entre nosotros? ¿Cuál es el contraste entre la educación sexual dada aquí, en China o la "muy civilizada" Francia?

El fin es siempre el mismo: llegar al "eclipse del sentido de Dios y del hombre" (8), pues "el 'odio a Dios' latente que los afecta - parafraseamos al P. Castellani - sale afuera en forma de 'odio deicida' al prójimo. " (9)

No otra cosa se esconde en la pretendida 'humanización'.

La meta es, en realidad, alejar al hombre de Dios para animalizarlo y esperar a que se convierta en su propio victimario.

Se trata, en suma, de ceder a la 'lógica del maligno' de la cuál nos habla Juan Pablo II. (10)

Una vez realizado este sucinta reflexión vale la pregunta de rigor: ¿qué hacer? Sólo podemos decir una vez más que es deber luchar.

Luchar denodadamente como si de ello dependiera nuestra existencia, pues no cabe duda de que es así.

Decía el latino Juvenal "considera como el mayor crimen preferir la vida antes que el honor y, por la vida, perder las razones de vivir".

¿Cómo preferir entonces la vida propia siendo al mismo tiempo testigos indiferentes de la destrucción sistemática de la vida de los otros?

La respuesta nos la da el Papa cuando, en un pasaje poco citado de su encíclica, explica el derecho a la legítima defensa.

"La legítima defensa puede no ser solamente un derecho sino un deber grave para el que es responsable de la vida de otro, del bien común de la familia o de la sociedad. Por desgracia sucede que la necesidad de evitar que el agresor cause daño conlleva a veces su eliminación. En esta hipótesis el resultado mortal se ha de atribuir al mismo agresor que se ha expuesto con su acción." (11)

¿Trocaremos entonces la fidelidad al sentido agonístico de la vida cristiana por la adhesión al pacifismo diabólico que anhela la paz del cementerio?

"Hay valores por los cuales vale la pena morir -dice el Cardenal Ratzinger- ya que una vida comprada al precio de semejantes valores se apoya en la traición a las razones de vivir y por lo tanto es una vida aniquilada en su misma fuente [...] donde ya no hay más por lo que valga la pena morir, allí tampoco tiene sentido vivir". (12)

No queda pues más opción que fundamentar nuestra acción en base a la conocida consigna paulina:

"Pues si vivimos, para el Señor vivimos; y si morimos, morimos para el Señor. En fin, sea que vivamos, sea que muramos, del Señor somos" (Rom. 14,8; Flp. 1,20)


Sebastián Sánchez. Tizona


Notas.

1) El título completo del informe es National Security Memorandum 200, Implicaciones del crecimiento de la Población Mundial para la Seguridad de los Estados Unidos y sus intereses en Ultramar y la fecha de presentación Diciembre de 1974.

2) Seguimos en estos datos lo brindado por el P. Juan Claudio Sanahuja en: ¿Salud Reproductiva o aborto?, Suplemento del Boletín AICA N°2232, 29 de Setiembre de 1999.

3) Entre nosotros la obra de Gramsci hizo su aparición pública como herramienta del proceso democratizante alfoncínico durante la década de los '80. El 'retorno a la democracia' aseguró el ascenso al poder de la tristemente conocida 'Coordinadora' que representó una vanguardia en la imposición de la Revolución Cultural. Estos jóvenes "heraldos", hoy presentes en el panorama político, serían quienes anunciarían la llegada de esta nueva forma de revolución luego de fracasada la vía al poder por la lucha armada. Retomamos para este trabajo la obra del P. Alfredo Sáenz: Antonio Gramsci y la Revolución Cultural , Buenos Aires, Gladius, 1997,

4) P. Alfredo Sáenz, Op. Cit, pp. 35 y ss.

5) Enrique Díaz Araujo, La rebelión de la nada, Buenos Aires, Cruz y Fierro, 1983.

6) Al respecto, el Cardenal Ratzinger describe hasta que punto un Estado concebido de esta manera es absolutamente e contrario a la consecución del Bien Común:
"Es posible que un Estado quede sometido a la merced de grupos de poder que convierten la arbitrariedad en ley, aniquilan de raíz la justicia y así, a su manera, crean una 'paz' que, en realidad, es dominio de la violencia. Con los medios modernos del control de masas un estado semejante puede producir una sujeción total y, de este modo, una apariencia de orden y tranquilidad. Mientras tanto, los hombres que no aceptan en conciencia plegarse a tal situación son arrojados a la cárcel o forzados a exiliarse o eliminados." Cf. Ratzinger Cardenal Joseph. Iglesia y Modernidad, Buenos Aires, Paulinas, 1992, pp 40 y ss.

7) Cf. Marta Siebert, "La teoría de género", en: AAVV: La mujer hoy, después de Pekín, Rosario, JC, 1995.

8) Juan Pablo II, Encíclica Evangelium Vitae, Sobre el valor y el carácter inviolable de la vida humana, n°21.

9) El P. Castellani se refiere aquí a los fariseos pero consideramos, humildemente, que la frase es congruente con lo que pretendemos expresar. Cf. Cristo y los Fariseos, Mendoza, Jauja, 1999,. P.16.

10) Evangelium Vitae, n°8.

11) Ibid. n° 55.

12) Ratzinger. Op. Cit., pp. 33.
 


Revista Arbil nº 61

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