Arbil, apostando por los valores de la civilización cristiana

Por la Vida, la Familia, la Educación, la dignificación del Trabajo, la Unidad histórica, territorial y social de la Nación, y por la Regeneración Moral y Material de nuestra Patria y el mundo

 


Indice de contenidos

Al-Qa´ida y Osama ben Laden: un estudio "definitivo" sin "soluciones finales"
G.K Chesterton y la Europa de su tiempo
Vintila Horia (I). Testigo de la verdad en el tiempo de las mentiras
Editorial
Entre lo pequeño, lo grande
El sueño del general Yagüe
Revolución y 'Cultura de la Muerte'
De la polis griega a la civitas christiana (III). Los albores de la cristiandad
Naturaleza de las organizaciones rosacruces
La contabilidad creativa y las pérdidas contables
Actualidad de la droga
Los nuevos rostros de la "cultura" de la muerte
Católico: ¿Qué quiere decir?
"ETA pro nobis": ¿el pecado original de Iñaki Ezkerra?
San Pedro Canisio, o la ciencia de la caridad
Los Tercios de Infantería Española
Sudáfrica en la sima
¿Puede ser católico el capitalismo liberal?
El planeta amenazado
Reflexión acerca del problema electoral de los católicos
Saliendo del armario
De Gardel a Ricky Martin: un pasito palante María
Los "prudentes"
Democracia, derechos humanos y legitimidad
El totalitarismo Feminista controla la Onu. Quieren obligar a Argentina a legalizar aborto bajo presión económica
Educar con el ejemplo: entrevista al doctor David Isaacs
El cine de Woody Allen
El conflicto en Tierra Santa (I)
Reality Shows: Invasión a la intimidad personal
Sueños de libertad
Una breve historia de la arquitectura y el urbanismo de la España contemporánea
Actividades de Arbil en Chile
El movimiento personalista en España
El personalismo de E. Mounier
Anotaciones críticas sobre el personalismo
Primacía de la incomunicación de la persona
Polo político y polo profético
El gran engaño: derechos del hombre, Iglesia católica y Revolución Francesa
Ocaso y aurora. Perspectiva personalista y Ontología de la existencia


CARTAS

Revista Arbil nº 61

Entre lo pequeño, lo grande

por Arturo Robsy

Si el drogadicto no tiene libertad ante su droga, el consumista no la tiene ante su deseo y capricho

 

 

Somos, por así decir, inteligencias a la escucha. Se intenta oír y escuchar a Dios, pero hay una maquinaria carísima que substituye la voz divina por la de los locutores y por los artículos de prensa. O sea, por lo pequeño.

Cuántos se han corrompido por lo pequeño y, aunque me llame alguien alguna antigüedad, sostendré siempre que el millón de euros, que los mil millones de euros, que todo el dinero del mundo, es cosa pequeña en proximidad de la Verdad. Aún así, es fundamental atender a lo pequeño, a las palabras inertes y desnaturalizadas, para llegar a lo elevado que se trata de tapar y de olvidar.

Con lo pequeño, bien abierto el ojo del monóculo, se demuestran maravillas del tercer milenio, aunque esta que voy a citar viene de mucho antes. ¿Por qué el Bien, o sea, lo que en sí tiene el complemento de la perfección, es ahora -preguntad y veréis- objeto o servicio en venta: terminología económica?

Nada de "Perfecciones": los bienes sirven para eliminar o paliar necesidades; o sea, si hay hambre, una chuleta de cordero es el bien. Como es natural y lógico, lo contrario de el "Bien" no es el Mal, sino la "Necesidad". Si necesitas, malo. Si tienes, bueno. Un mundo bien sencillo, pero bien falso.

Pese a los milenios de experiencia y a la antigüedad del duelo entre el Bien y el Mal, aquí se nos ha construido un mundo aún más imperfecto que el de antes. No se trata de retirarse a la Tebaida a comer saltamontes (Hola, San Antonio) o pasar la vida como el Estilita, encolumnado, sino de recordar que Dios nos hizo libres y que una sociedad invadida por el mal nos hace siervos.

Ser libre, -Oh, Diógenes- es no necesitar nada. Así se alcanza a ser hombre completo y, por lo tanto, a trascender, a disponer de todo tu para trabajar en lo grande. Cada necesidad quiebra tu libertad: comer mismo. Beber. Enfermar...

Pero ahora (y temo que por los mismos padres de la Globalización) se crean tantas necesidades nuevas como son posibles. Es decir la necesidad de usar esas cosas, de someterte, dicen, "a tu tiempo". Pero cuantas más necesidades te insertan desde lo pequeño, menos libre quedas: en servidumbre a la materia, y eso intentan de modo "malvado" porque si el drogadicto no tiene libertad ante su droga, el consumista no la tiene ante su deseo y capricho.

Este mundo, que es pista de pruebas de almas nobles, se basa ya en necesitar y pagar. En vender y comprar. Quizá no guste a todos, pero el método, con los refuerzos de publicidad y propaganda, crea adicción. Nadie silencia que desear y conseguir es un engaño para que tengamos una efímera sensación de felicidad: consumir lo nuevo deseado.

Yo mismo estoy atrapado por ese vicio, porque necesitaba decir esto. Aunque con buena fe.

Arturo Robsy.
 


Revista Arbil nº 61

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