Arbil, apostando por los valores de la civilización cristiana

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Indice de contenidos

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Editorial
Entre lo pequeño, lo grande
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Católico: ¿Qué quiere decir?
"ETA pro nobis": ¿el pecado original de Iñaki Ezkerra?
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Democracia, derechos humanos y legitimidad
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El conflicto en Tierra Santa (I)
Reality Shows: Invasión a la intimidad personal
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Una breve historia de la arquitectura y el urbanismo de la España contemporánea
Actividades de Arbil en Chile
El movimiento personalista en España
El personalismo de E. Mounier
Anotaciones críticas sobre el personalismo
Primacía de la incomunicación de la persona
Polo político y polo profético
El gran engaño: derechos del hombre, Iglesia católica y Revolución Francesa
Ocaso y aurora. Perspectiva personalista y Ontología de la existencia


CARTAS

Revista Arbil nº 61

¿Puede ser católico el capitalismo liberal?

por José María Permuy

Análisis de las posturas de los "católicos" capitalistas y refutación de sus argumentos a la luz del Magisterio de la Iglesia

 

 

No pocos economistas, empresarios, banqueros e incluso clérigos católicos, llenan las páginas de prestigiosas publicaciones católicas con alegatos a favor del capitalismo liberal, que estiman ser un régimen económico acorde con los postulados esenciales de la Doctrina Social de la Iglesia.

Aunque no todos coinciden en todos ellos, he aquí algunos de los presupuestos y de los argumentos que tales pensadores esgrimen a favor de su tesis católico-liberal:

- Los católico-liberales suelen definir el capitalismo compatible con el cristianismo como un sistema que defiende la propiedad privada de los medios de producción, la libre iniciativa individual y el libre mercado.

- Consideran que este modelo es el que responde al modelo actual de capitalismo predominante en gran parte del planeta, y que está muy alejado del llamado capitalismo manchesteriano o capitalismo salvaje de aquellos lejanos tiempos en que los obreros, incluso niños y mujeres vivían hacinados en las fábricas, trabajando largas horas en condiciones pésimas. Según muchos de ellos, pues, hoy no se dan tales situaciones inhumanas.

- Por otro lado, y no obstante la crítica a ciertos excesos del capitalismo decimonónico, suelen creer los católico-liberales que, en comparación con el estado en que vivían las gentes antes de la aparición del capitalismo, el sistema capitalista supuso una mejora para los trabajadores con respecto al orden social preexistente.

- Algunos sostiene que, de los distintos tipos de liberalismo, sólo el liberalismo filosófico -aquel que proclamarla autonomía de la libertad frente a la verdad objetiva- sería el condenado por la Iglesia desde Pío IX en el Syllabus hasta la Octogessima Adveniens de Pablo VI; mientras que el liberalismo político de Locke, y el liberalismo económico de Adam Smith no estarían incluidos en la condena eclesial.

- Los católico-liberales no parecen tomar en serio la posibilidad de una alternativa real entre el capitalismo y el socialismo. Para ellos todo lo que no sea capitalismo no puede ser otra cosa que socialismo, en mayor o menor medida, desde el llamado Estado del Bienestar hasta los Estados colectivistas marxistas.

- La principal diferencia entre los socialismos y el capitalismo, consiste, para ellos, en que aquéllos, mediante el intervencionismo del Estado, ahoga la libertad de iniciativa individual, desincentivando a los productores, que aplican la ley del mínimo esfuerzo, con lo cual no se genera riqueza; mientras que el capitalismo estimula la inversión, la producción y la creación de riqueza de manera libre y espontánea

- Tratan de demostrar, basándose sobre todo en la Encíclica Centessimus Annus de Juan Pablo II, que la Iglesia es partidaria de la economía capitalista. Para ello aducen parte de unas frases -sacadas de contexto- de la mencionada Encíclica, en las que el Papa parece justificar cierto capitalismo, si por tal se entiende un modelo económico que defienda la propiedad dentro de un contexto de libertad encuadrada dentro de un orden, modelo que, según los liberal-católicos, coincide con el que ellos defienden.

- Los liberal-católicos aseguran que el capitalismo es consecuente los principios fundamentales de la Doctrina Social: el principio de que la propiedad privada es un derecho natural del hombre; el principio de la hipoteca social o función social de toda propiedad; y el principio de subsidiariedad.

· En cuanto al derecho a la propiedad, sostienen que la Iglesia la defiende como un derecho natural. Ciertamente reconocen que la Iglesia nunca lo ha considerado como un derecho absoluto, sino que sobre la propiedad grava una hipoteca social, es decir, que debe cumplir una función social para estar totalmente legitimada. Ahora bien, según ellos, la propiedad capitalista cumple este requisito, pues consideran que no hay mayor beneficio social que el de la creación de empleo y la generación de riqueza, características -para los católicos-liberales- del sistema capitalista.

· En cuanto al principio de subsidiariedad, también estiman que el capitalismo es congruente con él, pues desde su punto de vista, tal principio consistiría en que el Estado debe abstenerse de intervenir en la economía cuando la iniciativa privada funcione eficazmente, y limitarse tan sólo a crear un marco jurídico adecuado para que el mercado y la libre empresa funcionen, supliendo a la iniciativa privada únicamente en los casos en los que ésta no quiera o pueda meterse.

- Los católico-liberales no ven ninguna relación entre la actual crisis de valores y el liberalismo económico.

Piensan que no existe una vinculación directa entre la génesis y desarrollo del capitalismo y el nacimiento y difusión del protestantismo.

Y no creen que tengan por que ir unidos al liberalismo filosófico, el liberalismo político y el liberalismo económico.

- Por último, los católico-liberales admiten que el sistema capitalista liberal puede tener fallos y dar lugar a abusos, pero no por un defecto intrínseco del sistema sino por falta de educación y de asimilación de principios morales en los individuos. La solución está, para ellos, en inculcar a todos, empezando por empresarios y financieros, las virtudes humanas y cristianas.

Vistos los razonamientos de los católico-liberales a favor de la conciliación entre capitalismo y cristianismo, cabe hacer las siguientes objeciones y puntualizaciones:

- Es cierto que la Iglesia propugna la propiedad privada, incluso de los medios de producción, como un derecho natural de todos los hombres. Pero que la Iglesia ha enseñado en distintas ocasiones que la propiedad tiene su origen en el trabajo humano, pues como el trabajo, la propiedad es un atributo humano. Los católico-liberales, por el contrario, dan por supuesto que sólo el capital da derecho a la propiedad de los medios de producción.

Es verdad también que la Iglesia reconoce al capitalista ese derecho a la propiedad, en tanto en cuanto considera al capital como acumulación de trabajo (concepto, por cierto, difícilmente explicable en el caso del capital no proveniente directamente el esfuerzo de su poseedor sino de la especulación). Pero en todo caso, este reconocimiento no excluye el derecho de los que sólo aportan su labor, sea física o intelectual, a la propiedad del fruto de su trabajo. Este derecho, por cierto, viene recogido en la primera Encíclica social, la Rerum Novarum de León XIII.

- Por otro lado, la Iglesia recomienda encarecidamente e insistentemente que la propiedad se difunda entre el mayor número de personas. Pío XI enseñaba en la Quadragessimo Anno, que era muy bueno sustituir el contrato de trabajo propio del régimen de salariado por el contrato de sociedad. Juan Pablo II, en la Laborem Exercens propone introducir en las empresas fórmulas de participación de beneficios y de cogestión.

- Es paradójico que los partidarios del capitalismo insistan en defender el derecho de los propietarios a conservar su propiedad privada y no hablen del derecho de los desposeídos a participar en alguna forma de propiedad si lo desean, incluyendo la de los medios de producción.

- Los católico-liberales olvidan decir que, históricamente, y hasta hoy mismo, el sistema capitalista ha dado lugar a la concentración de la propiedad o el dominio del dinero en manos de cada vez menos personas, a costa de proletarizar a una enorme cantidad de pequeños artesanos, labriegos y comerciantes, que no pudieron competir con el poderío económico de los grandes capitalistas. Y en este sentido, el capitalismo no sólo no ha sido proclive a la propiedad privada, sino que, por el contrario, ha sido uno de sus mayores enemigos.

- La propiedad privada, incluso la de los medios de producción, se hallaba más extendida entre la sociedad antes de la aparición en escena del liberalismo económico. Dos de los objetivos más codiciados por los liberales de los siglos XVIII y XIX fueron la desarticulación del sistema gremial en las ciudades, y la desamortización de los bienes de la Iglesia y de las tierras municipales comunales.

El sistema gremial, aunque susceptible de perfeccionamiento, posibilitaba el acceso a la propiedad y a los beneficios generados en los talleres a todos los que intervenían en la producción, incluyendo al aprendiz, sin necesidad de tener que disponer de una gran cantidad de capital. Las tierras comunales, podían ser utilizadas como pastos o campos de cultivo por aquellos campesinos que no eran poseedores de su propia tierra.

La expansión del capitalismo acabó con todo ello y fue dejando a su paso masas sumidas en la pobreza y la miseria.

No es cierto, pues, que la situación económica y social que precedió al capitalismo liberal fuera peor que la de tiempos posteriores.

Evidentemente el desarrollo técnico no había llegado a lograr los avances que conocemos hoy día. No existían los coches, los frigoríficos, las lavadoras, las televisiones y tantos otros inventos que hoy hacen más cómoda y confortable nuestras vidas. Pero todo esto es previsible que hubiéramos llegado a crearlo igualmente con el tiempo, sin necesidad de implantar un orden económico como el capitalista.

- Cuando los católico-liberales afirman que el capitalismo ha creado riqueza como nunca se había creado, se están refiriendo a la situación de unas cuantas personas en unos determinados países. Pueblos enteros viven en África y en Asia, después de haber padecido en sus suelos la implantación del capitalismo, en la más absoluta indigencia, pasando hambre como no la habían pasado antes de la llegada del imperialismo económico capitalista.

- No es razonable que los empresarios capitalistas puedan justificar la función social de sus propiedades por el solo hecho de crear puestos de trabajo.

No lo es, primero, porque quien tiene que estimar si la propiedad cumple o no la función social, no son los propietarios, sino la sociedad misma. De lo contrario sería como si un presunto delincuente tuviera que juzgar por sí mismo si es culpable o no.

Segundo, porque no basta con dar trabajo. Hay que tener en cuenta qué tipo de trabajo y en qué condiciones se crea.

Si el sólo hecho de crear empleo fuera motivo suficiente para cumplir con la sociedad, los antiguos propietarios de esclavos serían unos señores muy benéficos, y la esclavitud, probablemente, la manera más eficaz de hacer justicia social y acabar con el paro.

- Además ha de tenerse en cuenta que es doctrina pontificia que para que un salario sea justo, no basta con que éste sea libremente pactado entre el trabajador y el capitalista, ya que muchas veces el trabajador acepta las condiciones que le impone el capitalista por temor a un mal mayor. La libre contratación no es suficiente para que la retribución sea justa.

- Hay una idea reiteradamente expuesta en la Doctrina social de la Iglesia que curiosamente los liberal-católicos no mencionan, y en la cual se encuentra la clave de la ilicitud moral y la injusticia del capitalismo. Es la idea de la primacía del trabajo sobre el capital. El trabajo, dice la Iglesia, no puede ser comprado como una vulgar mercancía. El capital, que es un factor necesario para el proceso productivo, no puede sin embargo erigirse hegemónicamente en único protagonista del mismo, ni disponer arbitrariamente el fruto del trabajo. El trabajo es un atributo humano, y por ello más merecedor de respeto que el capital.

Siendo esto así cabe preguntarse: si el beneficio obtenido por una empresa, que es la conjunción del trabajo y del capital que cooperan en el logro de un objetivo lucrativo común, es el fruto de la concurrencia de ambos factores, ya que el uno y el otro se necesitan mutuamente, ¿por qué la parte del beneficio que corresponde a la aplicación del trabajo queda íntegramente en propiedad del capitalista, que dispone de ella a su antojo? ¿Por qué a los trabajadores no se les permite intervenir en la gestión de esa parte del beneficio que ellos mismos han generado?

Esto no quiere decir que no se tenga en cuenta el riesgo que asume el empresario cuando invierte su dinero en la empresa. Se ha de tener en cuenta, y se le debe retribuir un interés en función de ese riesgo.

Tampoco quiere decir que no se tenga en cuenta que los trabajadores no podrían acaso dar fruto si no fuera porque están disponiendo de unas instalaciones, una maquinaria y unos medios materiales que el empresario ha puesto a su disposición. Por eso también habría que remunerar al empresario una cantidad por ese concepto. Lo mismo que si un señor quiere abrir una tienda, y no dispone en principio de dinero y de un local, acude primero al Banco, el Banco le concede un crédito, arriesgando un dinero. Luego, con ese dinero alquila un bajo, monta el negocio, se pone a trabajar, obtiene unos beneficios, y con esos beneficios va pagando el crédito, y va pagando el alquiler. Lo que no parece justo y razonable es que el Banco o el propietario del bajo, además de cobrar el uno su interés, y el otro su mensualidad, quieran disponer también del beneficio de la actividad laboral de su cliente y arrendatario.

En todo caso, parece lógico que no se puede obligar por fuerza al trabajador a tomar parte, para bien o para mal, en los beneficios o en las pérdidas de su empresa, y en la gestión de los mismos. Posiblemente haya muchos trabajadores que prefieran seguir siendo asalariados, por comodidad o por lo que sea. Pero lo que sí sería conveniente es que a todo trabajador se le diera la opción de poder escoger entre uno u otro modelo de contrato. Actualmente no existe esa posibilidad, con lo cual no hay tampoco verdadera libertad en ese sentido.

- Con respecto a la misión del Estado en lo concerniente a la economía, los católico-liberales propugnan que el Estado no intervenga en el mercado, que respete el principio de subsidiariedad, y que establezca un marco jurídico adecuado para que el sistema funcione.

Todo eso son generalidades, que así, sin más explicaciones, podrían ser perfectamente aceptadas desde una interpretación católica de la vida. Pero, en la práctica, el inmenso poder económico acumulado por los grandes capitalistas ha logrado imponer tal presión sobre los gobiernos que las legislaciones se han hecho y se hacen a favor de sus intereses y no del bien común, y en contra de los cuerpos intermedios; con lo cual, de hecho, consiguen que los Estados no se abstengan, sino que intervengan en la economía, pero a su favor, impiden la creación de marco jurídicos adecuados, y se cargan la subsidiariedad.

- Los católico-liberales ocultan que tanto Juan Pablo II como sus predecesores han condenado explícitamente el capitalismo moderno y contemporáneo, así como el liberalismo económico y político (no sólo el filosófico), y advertido que la injusticia y el fracaso del socialismo no hace del capitalismo una alternativa válida para la construcción de un orden social cristiano.

José María Permuy.
 


Revista Arbil nº 61

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