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Indice de contenidos

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Población y soberanía nacional
Nacionalismo, patriotismo y subsidiariedad.
Nuevos Herodes, nuevos Pilatos y... ¡nuevos Quijotes!
Editorial. Hablemos claro: la mayor campaña anticatólica de los últimos sesenta años en España.
Sindicalismo y ultraizquierda; especial atención a la enseñanza
¿Crisis en el nacionalismo vasco?
Las dos Navidades de los cristianos
¿Alguien cree en un gobierno societario verdaderamente democrático?
La Navidad que viene...
Por una educación al servicio de la persona
En la estela de Le Pen: ¿un partido populista en España?
El primer ataque del separatismo peneuvista contra la unidad española
El Peronismo
Por una estética católica
Un catecismo de cine
Los que están detrás en la guerra contra la vida y contra Hispanoamérica
Pastorales
Avaricia, dinero, poder
Los obispos condenan el nacionalismo idolátrico y totalitario: Documento de la Conferencia Episcopal sobre el terrorismo
Desobediencia civil
Fray Bartolomé de las Casas, un agitador con hábito
La Ley frente a la legalidad
Papá Nöel
El origen de la izquierda obrera y la cuestión social en España
Tener paz
Valores que nos unen: educar para la convivencia
La "purificación de la memoria" y la devoción al Corazón Inmaculado de María para la nueva evangelización
Actividades de Arbil-Bilbao
Textos clásicos: Sentido y ubicación de Mexico


CARTAS

Revista Arbil nº 64

El origen de la izquierda obrera y la cuestión social en España

por José Luis Orella

Breve repaso de los sucesos relacionados en el primer cuarto de siglo XX

 

La generación de un nuevo mundo debido a la industrialización que causó hondas transformaciones sociales, provocó la aparición de nuevas fuerzas políticas y sindicales para representar a las clases proletarias. Estas, hasta entonces, se habían mantenido al margen de la vida política por su escaso número. Pero al convertirse en un sector importante de la población urbana por la industrialización moderna, entraron en actividad, como hicieron las clases medias después del desastre del 98. Los movimientos obreros pusieron en serios aprietos al sistema dinástico, que no estaba preparado para asimilarlos.

A fines del siglo XIX, las principales crisis no procedían de la cuestión social, sino de alzamientos militares, movimientos de clase media como los regeneracionistas y los regionalismos centrífugos atentatorios de la unidad nacional. Por el entonces, la mayor parte de las huelgas se perdieron, especialmente las que habían sido planteadas en industrias como ferrocarriles, textiles, mineras y siderometalúrgicas. La falta de una concentración sindical que estuviese articulada en federaciones de industria fue la causa de su fracaso. Según este autor, el periodo de 1900-1910 fue de los más importantes para la comprensión de los fenómenos sociales. Los anarquistas atribuyen a la labor didáctica de Ferrer Guardia, en Barcelona, y López Montenegro, en Madrid, la máxima influencia en la extensión de la huelga como instrumento revolucionario, principio que fue desarrollado por Sorel. Ferrer Guardia publicaría un decenario llamado "la Huelga General" en 1901.

La voluntad de los trabajadores en la primera década del siglo XX era la constitución de federaciones nacionales de industria. La UGT, en cambio, permaneció en la postura de constitución de federaciones de oficios, quizás por esta razón, la fuerza de las dos disciplinas izquierdistas fue tan dispar. En 1899, la UGT contaba con 15.264 afiliados y el ferrolano Pablo Iglesias recién elegido presidente de ella, quien decidió pasar la Comisión Ejecutiva de Barcelona a Madrid. En 1900, en cambio, los sindicatos no pertenecientes a la obediencia del PSOE y con una fuerte presencia anarquista se confederaron en la Federación de Sociedades Obreras de la Región Española, con 50.000 adheridos.

En el campo político, la presencia socialista era todavía minúscula. En 1901, el PSOE obtuvo 27 concejalías, 8 de las cuales en Bilbao, en las elecciones generales de ese mismo año, obtiene 25.400 votos, de los cuales 4.500 fueron en Madrid. La automarginación de Pablo Iglesias impedía al partido despegar y alcanzar la representación parlamentaria. En 1905, los votos fueron 26.000 y dos años después bajaron a 22.000. Sin embargo, el sindicato alcanzaba los 34.537 en 1906, el bajón socialista era debido al agrupamiento de la izquierda producido en torno a la Unión Republicana liderada por Salmerón. Uno de los escasos momentos en que los republicanos lograron resultados electorales apreciables, pero que fueron vanos por las rivalidades internas.

Estas disputas fueron de las que trajeron loco a Pérez Galdós, que decía había que degollarlos a todos para hacer la revolución. El literato fue la figura aglutinante del republicanismo después del fallecimiento del histórico Salmerón. Sin embargo, los socialistas empezaron a acogerse al ejemplo de los socialismos europeos, como el francés Jaures, que habían empezado a colaborar con éxito con las fuerzas del liberalismo progresista, haciéndose un hueco en el arco parlamentario.

Entre tanto, en 1905, su competidor sindical, la Federación de Sociedades Obreras se había disuelto, aunque en 1907 se formó la "Solidaridad Obrera", nombre que parecía rememorar en el mundo del trabajo, la reunión de fuerzas que "Solidaridad Catalana" había realizado en el campo político. Esta organización nació apolítica y neutra, porque sus fundadores provenían de diferentes sectores ideológicos, como socialistas y anarquistas. Pero los socialistas poseedores de su propia estructura sindical no estaban por la labor de contribuir al crecimiento de otro sindicato que escapaba a su control, mientras los anarquistas entraron de forma masiva en él.

El estallido popular de la Semana Trágica provocó una actividad de la masa obrera barcelonesa. La crisis del 98 había vuelto a orientar las miras de España en África. El descubrimiento de yacimientos mineros en el Rif acentuó la necesidad de consolidar el dominio hispano en aquellas tierras, para compensar la pérdida de ultramar y demostrar al resto de Europa que España recuperaba su puesto ante el sol. El gobierno Maura quería ejercer un regeneracionismo desde arriba, por eso con su plan de rearme naval pretendía recuperar la presencia en el mar y fortalecer con sus pedidos los astilleros españoles.

Los sucesos de la Semana Trágica fueron espontáneos y provocaron una gran agitación social que llevó a la quema de numerosas iglesias y escuelas católicas. Su carácter espontaneo impidió que la revuelta fuese predecida por el gobierno, los republicanos de Lerroux no pudieron aprovecharse de la situación, únicamente dirigirla contra el clero, y la CNT no estaba todavía en situación operativa. La muchedumbre urbana demostró que sus fines eran contrarios a una nueva aventura militar como la cubana, donde tanto hijo de clases populares había muerto, mientras los hijos de las clases acomodadas redimían a los suyos con dinero.

La consecuencia fue la pérdida de confianza del rey en Antonio Maura, que tuvo que enfrentarse a los ataques de Segismundo Moret, líder del liberalismo, quien contó con el apoyo de los republicanos y los socialistas. La represión de la revuelta se centró en Ferrer Guardia, el educador anarquista, quien estaba en las miras de las autoridades por sus enseñanzas contra el orden social y por haber sido un empleado suyo, Mateo Morral, el que intentó matar al rey Alfonso XIII el día de su boda. La condena de Ferrer Guardia fue a muerte, en contra de una gran protesta internacional, porque no era culpable físico de la Semana Trágica, pero Maura creyó que lo era moralmente, por haber sido el responsable del mantenimiento de una opinión radical contra el sistema.

La caída del gobierno Maura trajo de nuevo a los liberales al gobierno. Entre tanto, los sucesos de Barcelona habían acercado a los socialistas con los republicanos y su conjunción electoral fue fructífera electoralmente porque sirvió a Pablo Iglesias para conseguir el único escaño parlamentario que el socialismo español tuvo hasta 1918. La conjunción con los republicanos se mantuvo hasta 1919, cuando el PSOE tenía una fuerza parlamentaria suficiente para subsistir sola y el republicanismo estaba agonizando tras divisiones internas. Otra consecuencia de la Semana trágica fue el congreso organizativo de sindicatos obreros no pertenecientes a la UGT. El 30 de octubre de 1910, se reunieron en Barcelona con el apoyo de Solidaridad Obrera, quien después de depurar a sus elementos socialistas, dio origen a la CNT. Esta nueva organización nació con 50 mil afiliados y todavía no tenía un carácter anarquista, sino sindicalista revolucionario apolítico.

Entre tanto, Canalejas, el más lúcido político en 1911, estaba entre la espada y la pared. A cuenta de la "ley del Candado", la derecha católica era su enemiga, pero en la carrera por ocupar las localidades de Larache y Alcazarquivir en el norte de Marruecos, antes de que lo hiciesen los franceses, manteniendo la misma política exterior que Maura, se ganó la oposición del elemento republicano y socialista. Los republicanos se oponían a toda aventura militar por estimar que antes debían realizarse profundas reformas de política interior y no enfrascarse en operaciones de prestigio internacional. Los socialistas porque creían que el expansionismo imperialista únicamente favorecía los intereses del capitalismo e iba en contra de los intereses de la clase trabajadora. Esta debía tener unos intereses comunes por encima de los nacionales, por lo que su internacionalismo determinaba al socialismo a defender un pacifismo militante.

Para colmo de males para el gobierno Canalejas, estalló un motín republicano en la fragata "Numancia" que se saldó con la ejecución de un fogonero, responsable del amotinamiento. Las huelgas generales que se generaron en la cuenca minera vizcaína, en la hullera de Asturias, Zaragoza, Cádiz... obligaron a Canalejas a una política represiva contra los movimientos obreros. Las huelgas estallaron sin el control socialista y estos no pudieron dirigirlas. La crisis causada fue aprovechada por la naciente CNT para lanzarse a la huelga en Barcelona. Cuando los focos primeros estaban apagándose agotados del frenesí huelguístico, la UGT decidió intentar hacerse con la dirección de una huelga general de ámbito nacional. El linchamiento de tres funcionarios públicos en Cullera y la posterior ejecución de uno de los complicados, provocó una fuerte protesta internacional y la condena de republicanos y socialistas contra Canalejas, del mismo modo en que se había llevado contra Maura en el caso Ferrer. El posterior asesinato en 1912 del político liberal hay que circunscribirlo como un acto de venganza contra su política de contención de los movimientos huelguísticos.

En octubre de 1911, los disturbios causados fueron interpretados por un juez de distrito de la Barceloneta como causa suficiente para la ilegalización de la CNT. La organización sindical tuvo que mantenerse en la clandestinidad hasta 1914, que fue de nuevo legalizada con el gobierno Dato en el poder. Este periodo fue aprovechado por la UGT para acrecentar su afiliación de 40.984 afiliados, en 1910; a 128.914, en 1914. La CNT era algo más que un sindicato y su sindicalismo revolucionario se orientaba en otras direcciones que la exclusiva defensa de la clase obrera. En el acto de fundación la CNT había interpretado la huelga general del siguiente modo: "La huelga general ha de ser esencialmente revolucionaria... Una huelga general no debe declararse para alcanzar un poco más de jornal o una disminución en la jornada, sino para lograr una transformación total en el modo de producir y distribuir los productos".

Entre tanto, los trabajadores del campo se organizaron en 1913 en una Federación Nacional Agraria, entre las cuales figuró la de Portugal. Esta organización se declaró apolítica y sindicalista revolucionaria, y mantuvo su independencia hasta 1919, que se integró en la CNT. La UGT se abstuvo de realizar cualquier proselitismo en el área rural hasta 1919, cuando la CNT ya se le había adelantado en el agro del mediodía español. La penetración socialista tuvo dificultades para instaurarse en el campo. El propagandista ácrata, solitario, que se confundía entre los braceros, sembraba las ideas, y seguía su peregrinación. La extensión del anarquismo en el área rural fue más viable por no necesitar de centro de reunión, libro de actas, ni de contabilidad.

Entretanto, el periodo de la Primera Guerra Mundial fue un revulsivo para la economía exportadora española, se liquida gran parte de la deuda exterior, se nacionalizan muchas empresas extranjeras, se mejora la maquinaria, se refuerza el sector bancario con el Central, el Urquijo y el Crédito Industrial y la balanza pasa a tener superávit. En 1915 la mejoría es sobre todo para los sectores del textil, curtido, metalúrgico y naviero. En 1916 se llega al máximo de las exportaciones españolas y al terminar el conflicto bélico se produce el colapso por falta de suministros, pérdida de mercados, aumento de la inflación y falta de competitividad.

Sin embargo, mientras el costo de la vida subió, los salarios no aumentaron conforme al precio de los productos básicos, por lo que la vida para las clases más populares siguió siendo precaria. El empleo total en el campo no existía, perdurando el paro estacionario. La alimentación del jornalero solía componerse de un desayuno a base de migas o maimones, dado por el patrono que lo deducía del sueldo; después venía un bocadillo de pan seco, a las 8 o 9 de la mañana; al mediodía la merienda o gazpacho, con un poco de aceite para mojar sopas; y a la noche, la cena compuesta de un cocido de garbanzos y tocino.

En la ciudad, un obrero podía ganar 3´25 pesetas al día, esto para el hombre, porque la mujer cobraba 1´25 a 2 pesetas y el joven 2´22 pesetas. El gasto habitual de comida y alojamiento en un dormitorio común en 1913, era de 1´65 pesetas al día, el resto del salario era para comer y otros gastos como la ropa. En cuanto a vestuario, un pantalón de obrero de pana podía costar 6 pesetas, si era de confección de cutí las 2 pesetas, una camisa de 2 a 3 pesetas, un par de alpargatas una peseta, pero su duración era de un mes. En Badalona, se desayunaba pan y pescado o un tomate; al mediodía, lo mismo; y a la noche sopa, carne y legumbres, pan y vino. Sin embargo, los recién llegados de los pueblos por ahorrar comían únicamente pan, legumbre y agua. La consecuencia más inmediata era el enfermar por el gasto de energías en el trabajo que no se reponían con esa dieta tan poco calorífera.

En el País Vasco, la rápida industrialización produjo un flujo de inmigrantes desde comienzos de siglo, 60 mil entre 1880 a 1900 y otros 19 mil entre 1910 a 1920. Sus condiciones de vida no eran buenas, muchos mineros vivían en barracas endebles construidas por las empresas y compraban las subsistencias en los economatos de la empresa. Otros vivían por su cuenta en casas construidas de forma deficiente. Estas casas formaban barrios sin servicios de agua, alcantarillado, ni pavimentación, si a esto se junta la masificación, uno puede darse cuenta que con la falta de condiciones higiénicas, los trabajadores eran presas fáciles de cualquier epidemia.

En Asturias, el estallido de la Primera Guerra Mundial ocasionó un profundo cambio en el mundo minero, ya que hasta entonces, los mineros solían ser autóctonos que complementaban su jornada laboral con el trabajo en el campo. Sin embargo, con la conflagración mundial y el aumento de aperturas de yacimientos para el suministro de carbón a los beligerantes, se necesitó un aumento de la mano de obra minera con lo que se inició la inmigración de contingentes gallegos, leoneses y portugueses a las cuencas mineras. En 1914, eran 18 mil y en 1920, llegaban a 39 mil los mineros. Esta migración no solidarizó a los mineros, sino que por el contrario se dividieron por origen geográfico uniéndose únicamente en su desafecto contra los gallegos.

La Gran Guerra dividió al socialismo internacional entre beligerantes y pacifistas, y a los anarquistas entre aliadófilos y pacifistas. En España, como país no beligerante, los socialistas se mantuvieron pacifistas y manteniendo el punto de que el ejército debía abandonar Marruecos. En cuanto al conflicto mundial, en una España dividida entre germanófilos y aliadófilos, los socialistas se posicionaron hacia el lado aliado, porque creían que saldrían mejor situados que con un triunfo de los Imperios Centrales. Sin embargo, Julián Besterio ya preciso que en el caso de que Alemania fuese socialista ellos serían germanófilos. Pero en aquel entonces los liberales, republicanos y nacionalistas se posicionaban de forma mayoritaria por la Entente, mientras, los tradicionalistas y conservadores lo hacían por el Káiser.

En la bonanza de la guerra, el sindicalismo socialista perdió 40 mil afiliados y el partido con 15 mil miembros y un diputado era todavía una fuerza minúscula para hacer nada. Sin embargo, en 1917 el triunfo de la revolución bolchevique va a dinamizar a las fuerzas obreras, aunque en España la CNT estaba reorganizándose y el socialismo era pequeño. Por tanto, cuando al calor de los acontecimientos se preparó un comité revolucionario. Este se hizo en coordinación con los republicanos Melquíades Alvarez y Alejandro Lerroux. En definitiva, aunque la inspiración vendría de Rusia y su situación revolucionaria, el ejemplo venía del Portugal de 1910, que acababa de instaurar la república. La debilidad de la izquierda obrera española le obligaba a participar en un levantamiento que propiciase no una revolución proletaria, sino un cambio burgués de la monarquía constitucional a un sistema republicano, lo cual les parecía podía ser de momento, más conveniente para los intereses obreros.

Cuando todo estaba a punto para una huelga general que apoyase las protestas de la oposición parlamentaria orquestada por Francesc Cambó y el de las Juntas de Defensa del ejército, estalló una huelga ferroviaria en Valencia por el despido de algunos trabajadores. El gobierno de Eduardo Dato y principalmente su ministro de gobernación Sánchez Guerra apoyaron la postura intransigente de la directiva empresarial para estimular la huelga general (13 de agosto) en un momento propicio para el gobierno, ya que Dato ya había admitido las reivindicaciones de las Juntas militares y contaba con su sentimiento monárquico para salvar a la corona de la revolución.

El ejército impidió el triunfo huelguista y el gobierno se mantuvo firme deteniendo al Comité de Huelga, compuesto por los principales cabecillas socialistas. El republicano Lerroux y Prieto pudieron exiliarse evitando ser aprendidos, pero Cambó renegó de sus aliados y entró posteriormente en el gobierno de concentración nacional de Antonio Maura. La huelga general, aunque no consiguió sus objetivos políticos, estuvo lejos de resultar un fracaso, evidenció la debilidad del régimen y rompió con el turno de partidos del sistema canovista, que fue sustituido por los de concentración nacional. La monarquía quedó en pié pero quebrantada.

En las elecciones de 1918, el PSOE en coalición con el Partido Republicano y el Reformista consiguió la elección como diputados del Comité de Huelga (Anguiano, Saborit, Besteiro y Largo Caballero) que tuvieron que ser amnistiados. Prieto y sus compañeros detenidos salieron elegidos por 6 distritos rompiendo la soledad del escaño de Pablo Iglesias.

A partir de 1918, Cataluña, como región clave del desarrollismo capitalista iba a ser el campo de batalla de una guerra social que durará hasta 1923. La burguesía enriquecida con la guerra invierte sus beneficios en operaciones especulativas, mientras los salarios se congelaban. La falta de previsión del futuro en una Cataluña con una media de dieciséis empleados por empresa, creó una gran masa de desempleados, que habían tenido un contacto cercano con el empresario. La sindicación aumentó, y la CNT con su mensaje de acción directa fue la que se llevó la parte de león en aquella región. En el congreso de Sans, en 1918, la sindical catalana decidió romper con el lerrouxismo definitivamente y adoptar el sindicato único como instrumento de acción directa, rechazando intermediarios entra ella y el gobierno y la patronal. Del mismo modo, los empresarios se unieron en la Federación Patronal, aunque ya en Cataluña estaban agrupados en torno al Fomento del Trabajo Nacional.

El gran conflicto que sucedió a continuación y que es conocido como la huelga de "la Canadiense" puso a prueba la capacidad de resistencia del gobierno y el del sindicato. Esta huelga empezó el 5 de febrero de 1919, en la Compañia de Fuerza e Irrigación del Ebro, empresa de capital anglocanadiense que suministraba energía eléctrica a la ciudad de Barcelona. Todo se inició cuando la Compañia trató de reducir los salarios de ciertas categorías de obreros y algunos fueron despedidos al recurrir al sindicato único. La respuesta fue la huelga general del sector eléctrico, poco después se sumaron los textiles. Finalmente el gobierno Romanones aceptó las condiciones, pero como el Capitán General no puso en libertad a los detenidos se declaró la huelga general total.

Los principales dirigentes cenetistas fueron detenidos y la huelga general remitió, los centros obreros fueron cerrados de nuevo y Antonio Maura volvió al gobierno, pero fue derrotado en las elecciones parlamentarias. El gobierno datista de Sánchez Toca consiguió un difícil acuerdo. Sin embargo, en noviembre de 1919, la Federación Patronal acordó un lockout para destruir la organización sindical, pero rompiendo el incipiente dialogo que había conseguido el gobierno. El resultado fue la radicalización del sindicato que marginó a los moderados en beneficio de una nueva generación de activistas revolucionarios.

Entre tanto, Largo Caballero había ofrecido la fusión de la UGT con la CNT, pero esta no estaba de acuerdo debido a que la sindical socialista estaba sometida a la corriente evolucionista socialdemócrata que marcaba el PSOE y creía en la acción de los intelectuales en la masa, mientras la CNT como sindicato revolucionario confiaba en las cualidades revolucionarias de las masas populares. Además, para favorecer su sentimiento insurrecionista, en 1920 la CNT se adhirió a la III Internacional, mandando a Ángel Pestaña como delegado suyo. Sin embargo, este volvió defraudado porque los comunistas eran revolucionarios, pero creían en la instauración de la dictadura del proletariado después del triunfo de la revolución, algo en lo que no estaba de acuerdo Pestaña. Para colmo, la III Internacional decidió que para salvaguardar el carácter revolucionario de los sindicatos, estos debían estar subordinados a los partidos comunistas locales, algo que iba en contra del apoliticismo de la CNT.

Entre tanto, la represión siguió en Cataluña de mano del Conde de Salvatierra como gobernador civil, quien aliado con el gobernador militar Martínez Anido y la Lliga fomentaron la aparición de bandas de pistoleros que actuaban contra los dirigentes sindicales. Mientras el sindicato se vio abocado a una carrera de atentados con el aumento de peso específico en la organización de los pistoleros. Para colmo, la aparición del sindicalismo libre, como aglutinador del proletariado carlista y confesional provocó sobre él una lluvia de atentados anarquistas que querían evitar la escisión de parte de la masa obrera controlada bajo sus siglas.

En enero de 1920, los anarquistas intentaron un levantamiento armado en un cuartel de artillería de Zaragoza, que acabó en fracaso y con el fusilamiento de seis de los conspiradores. La UGT volvió a hacer su oferta de unión a la CNT, pero esta no le creyó por haber reafirmado la sindical socialista su adhesión a la II Internacional. A pesar de todo, el 3 de septiembre, las dos centrales decidieron llegar a un acuerdo de cooperación contra la burguesía y el gobierno.

El ascenso de Dato al gobierno pareció cambiar la situación a través de su programa de legislación laboral y social, pero ante la prosecución de los atentados anarquistas que querían evitar el desmoronamiento de su sindicato en favor de los Libres, Eduardo Dato decidió pasar a la mano dura nombrando a Martínez Anido gobernador civil de Barcelona. Su respuesta no tardó en llegar, 64 dirigentes cenetistas fueron aprendidos y trasladados a Mahón, los sindicatos pasaron a la clandestinidad perdiendo las cuotas de sus afiliados y algunos detenidos murieron al aplicárseles la ley de fugas. Los grupos de acción anarquista respondieron asesinando policías, patronos y sindicalistas católicos, pero, estos a su vez respondieron asesinando a Layret, abogado procenetista, que era republicano y catalanista.

Los anarquistas respondieron con el asesinato del presidente de gobierno Eduardo Dato y la proclamación de la huelga general por la muerte de Layret, pero ante la cercanía de las elecciones, los socialistas se abstuvieron de apoyarla, ya que iban a concurrir a ellas sin el apoyo republicano. Esta acción rompió la cooperación con la CNT, que acusó a los socialistas de traidores a la causa de la revolución. Con la dimisión de Martínez Anido se creyó que se facilitaría la paz, pero no fue así. La clandestinidad, la pérdida de los dirigentes sindicales y la oposición al terrorismo de muchos trabajadores hizo declinar a la CNT.

En septiembre de 1922, el Comité Nacional de Barcelona se trasladó a Zaragoza, donde los más extremistas tenían su feudo. Sin embargo, estos no pudieron optar al control del desorganizado sindicato hasta que los Libres, en represalia por sus asesinados, mataron a Salvador Segui en 1923, uno de los principales dirigentes de la central y único obstáculo que se oponía a la toma de poder por los radicales hermanos Ascaso, García Oliver y Durruti, quienes a su vez lo vengaron matando al cardenal de Zaragoza, Soldevila. El recrudecimiento de la tensión social hizo que la burguesía catalana apoyase al Capitán General de Cataluña, Miguel Primo de Rivera en su golpe de Estado.

Entre tanto, los socialistas se enfrentaron a la división a cuenta de su adhesión o no a la comitern. Antes del congreso extraordinario el partido se quedó sin las juventudes que pasaron a formar el PCE. En abril de 1921, los socialistas se hubieran orientado hacia el comunismo, pero la oposición de Pablo Iglesias, partidario de un compromiso entre las dos Internacionales, consiguió el rechazo de la adhesión a la III Internacional. La minoría tercerista derrotada formó el PCOE, que poco después se unió al PCE.

Los comunistas, como los socialistas, conquistaron a un amplio espacio social, con la oposición a la guerra de Marruecos. En abril de 1922, las juventudes socialistas pidieron el fin de la guerra, la reducción del servicio militar a un año, mejores condiciones higiénicas en los acuertelamientos, reducción del ejército a la mitad y el cierre de las academias militares, entre otros puntos. Estas medidas contra la institución castrense vinieron debidas después de que a consecuencia de los éxitos militares obtenidos en la parte occidental del protectorado por el general Berenguer, el general Silvestre quisiera emularle en la capitanía de Melilla. Sin embargo, después de instalar algunos fortines, el ataque sorpresivo de Abd-el Krim provocó la retirada española que se convirtió en el desastre de Annual, con la pérdida del material y la muerte de miles de soldados.

La derrota de Annual fue una de las más catastróficas de la época colonialista, no superada ni por la derrota italiana de Adua. Esta catástrofe tuvo una gran trascendencia y reforzó a la izquierda obrera por su posición abandonista de Marruecos. Socialistas, comunistas, republicanos y anarcosindicalistas se unieron en pedir responsabilidades políticas y castigar a los responsables del desastre. En cambio, los conservadores y el rey querían minimizar las culpabilidades. La sangría de Marruecos sería uno de los puntos esenciales del programa de Primo de Rivera. Ante la dictadura, el socialismo aprovecho la ocasión para colaborar con el régimen, mientras, que los anarquistas desorganizados y derrotados por tantos años de lucha contra las autoridades pasaron a la clandestinidad. En cambio, los sindicalistas Libres no se vieron favorecidos por el nuevo régimen como podía a primera vista haberse previsto, por ser los socialistas los elegidos para colaborar en el mundo del trabajo.

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José Luis Orella
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Revista Arbil nº 64

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