Arbil, apostando por los valores de la civilización cristiana

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Indice de contenidos

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Población y soberanía nacional
Nacionalismo, patriotismo y subsidiariedad.
Nuevos Herodes, nuevos Pilatos y... ¡nuevos Quijotes!
Editorial. Hablemos claro: la mayor campaña anticatólica de los últimos sesenta años en España.
Sindicalismo y ultraizquierda; especial atención a la enseñanza
¿Crisis en el nacionalismo vasco?
Las dos Navidades de los cristianos
¿Alguien cree en un gobierno societario verdaderamente democrático?
La Navidad que viene...
Por una educación al servicio de la persona
En la estela de Le Pen: ¿un partido populista en España?
El primer ataque del separatismo peneuvista contra la unidad española
El Peronismo
Por una estética católica
Un catecismo de cine
Los que están detrás en la guerra contra la vida y contra Hispanoamérica
Pastorales
Avaricia, dinero, poder
Los obispos condenan el nacionalismo idolátrico y totalitario: Documento de la Conferencia Episcopal sobre el terrorismo
Desobediencia civil
Fray Bartolomé de las Casas, un agitador con hábito
La Ley frente a la legalidad
Papá Nöel
El origen de la izquierda obrera y la cuestión social en España
Tener paz
Valores que nos unen: educar para la convivencia
La "purificación de la memoria" y la devoción al Corazón Inmaculado de María para la nueva evangelización
Actividades de Arbil-Bilbao
Textos clásicos: Sentido y ubicación de Mexico


CARTAS

Revista Arbil nº 64

El primer ataque del separatismo peneuvista contra la unidad española

por José Luis Orella

La extensión del engaño nacionalista en sus comienzos fue propiciado por el desastre económico-social y la imposición de sistemas políticos ajenos, traidos por el sistema caciquil de la Restauración. Este artículo introduce brevemente en los primeros años del separatismo

 

El desastre del 98 había revitalizado otros problemas, como fue el acentuar las fuerzas centrífugas de las regiones periféricas. Estos, al principio, pequeñas fuerzas, veían en la derrota nacional la oportunidad de desenganchar sus desarrolladas comunidades de una España en el tramo final de la decadencia iniciada en la derrota de los tercios en Rocroi.

Sin embargo, el separatismo peneuvista venía de una crisis anterior a la del 98. A mediados del siglo XIX, la enrevesada crisis social del País Vasco, interpretada en clave de identidad, fue la mejor tarjeta de presentación que facilitó la calurosa acogida que el Romanticismo y sus emociones recibieron en el idílico paisaje vizcaino. La derrota militar del carlismo fue traducida como propia por muchos círculos vascos y la paulatina pérdida de consistencia de los Fueros, rematada con su abolición definitiva por Cánovas del Castillo, daría entrada a uno de los periodos más inestables de la historia del país, que se volvería con sobresalto e inquietud en busca de las señas de identidad guardadas en el fondo del pasado .

El nacionalismo del PNV fue concebido entre delirios románticos y descabellados de exaltación de la raza, el pueblo y la lengua, como rasgos diferenciadores del pueblo elegido con respecto a sus vecinos circundantes. En la cabeza de Sabino Arana, ese combinado estallaría cuajando en una ideología política obstinaz y agónica que arranca del mito de una nación vasca y un pasado irreal idealizado.

Sin embargo, a las puertas del nuevo siglo todo empezaba a ser diferente en un País Vasco cada día más poblado y rico. Un mundo de iniciativas, ideas y proyectos mercantiles dan su carácter a Bilbao, que ya ha saltado sobre su ensanche natural en la margen derecha del Nervión. La villa se expande buscando por su ría la salida al mar transformando las idílicas riberas cantábricas en desembarcaderos de mineral y en puntos de embarque de las fábricas siderúrgicas. Pronto la industrialización dejará arrumbados los modos de vida tradicionales y rurales, al tiempo que una sociedad nueva más heterogénea y plural convertía en puro anacronismo cualquier ideología que pretendiera parar el reloj de la historia. La Fenicia de Ramiro de Maeztu iniciaba su andadura.

La vertiginosa industrialización trajo consigo una marejada política en la que flotaron los restos del antiguo fuerismo, la frustración carlista y un acentuado rechazo a las formas modernas de explotación económica. La presencia en Vizcaya de un tropel de inmigrantes venidos al calor de la industria, causaría una sacudida social en el fundador del nacionalismo peneuvista bajo la forma de crisis de identidad. La conmoción social proporcionará el carácter xenófobo y racista que dará identidad vertebral al nacionalismo del PNV. Sin embargo, aunque Sabino Arana pasó una temporada en la cárcel por haber felicitado al presidente norteamericano por la invasión de Cuba en 1902 creará una Liga Vasca Españolista que defendiese la personalidad regional vasca dentro de España, todo un cambio que sus seguidores mantendrán oculto .

La aparición del nacionalismo peneuvista coincide con la crisis finisecular, incardinada en la pérdida de las provincias de Ultramar, y con el consiguiente movimiento de renovación política y social que suscitó la derrota española ante los Estados Unidos. En esa hora de la necesaria autocrítica nacional, distintos teóricos de la decadencia española elevaron la voz por encima de tanto discurso vacío para empezar a exigir la necesaria regeneración nacional. Aquella España absurda que como denunciaba Pío Baroja, vivía en un ambiente optimista con la ilusión del país pobre y aislado que no podía ofrecer más que un futuro de subdesarrollado y exotismo.

Si la Restauración para algunos pareció providencial para romper la línea de enfrentamientos civiles y decidir el rumbo proteccionista que favoreció los intereses industriales vascos, sin embargo, tuvo numerosos puntos negros. No sería el menor de ellos un sistema político y electoral arrogante y corrupto, dominado por la oligarquía y sostenido en el caciquismo que se alimentaba de la desmovilización y apatía general .

Con la llegada del siglo XX, el discurso de los partidos conservador y liberal sólo servía para proteger a la Corona y mostrar las carencias democráticas del edificio institucional. La marea regeneracionista con su denuncia del artificio del sistema y su falta de representatividad estaba señalando el camino a seguir: la nueva política debería conectar con aspiraciones populares, buscando apoyos en las iniciativas de las clases medias emergentes. En su pretensión de hablar en nombre de todos los vascos, como ocurre con cualquier movimiento nacionalista, los jeltzales proyectaron una política de masas, aun cuando en un principio no pudieron contar con un apoyo popular activo.

Por ello en el haber del PNV se podrá contabilizar la movilización política de amplios sectores de la población vasca a través de cauces electorales, junto con una progresiva educación cívica que trabajaría por desarraigar el caciquismo e implantar la democracia en la vida local. En esta línea los nacionalistas peneuvistas pronto se destacarían por su filosofía municipalista que contribuiría, con el concurso de otras fuerzas, a hacer que las corporaciones locales se acreditaran como auténticamente representativas de la voluntad popular. Pero el nacionalismo iba a sufrir un cambio de rumbo radical con la incorporación de Ramón de la Sota, miembro de la gran burguesía y procedente del fuerismo liberal.

Sota se sacudió el ruralismo campesino y se puso al frente de la aventura industrializadora, sin abjurar de su religión nacionalista. De esta forma, la confluencia de intereses navieros y financieros con la reivindicación étnica y cultural del nacionalismo de Arana tuvo como consecuencia la aparición de una suerte de nacionalismo pragmático pronto abrazado por amplios sectores de las clases medias y pequeños burgueses de la zona bilbaína.

Fruto de esta política de acuerdo y entendimiento con el poder central, los nacionalistas fueron recompensados con la designación, en 1907, de uno de los suyos, Gregorio Ibarreche, como alcalde de Bilbao. En 1910, se adhieren a los carlistas e integristas en las movilizaciones contra "la ley del candado" de José Canalejas, pero un grupo laicista y liberal se escinde bajo el nombre de "Askatasuna". En 1911, los nacionalistas fundan el sindicato Solidaridad de Trabajadores Vascos para evitar el "contagio" socialista al proletariado étnico vasco.

Poco después, la neutralidad de España en la Primera Guerra Mundial repercutía en una creciente prosperidad del negocio vasco. Al monto de la demanda provocada por la contienda se añadieron los efectos de la política proteccionista, el acelerón industrial, la repatriación de capitales cubanos y filipinos, la demanda financiera del Estado, las exportaciones de minerales y el espléndido ciclo de negocios navieros. La euforia produjo un furor autonomista que convulsionó a las fuerzas vivas de la sociedad vasca que no estaban por la labor de compartir los harapos de una España pobre en el centro y enriquecida en la periferia .

En plena guerra mundial, junio de 1916, los nacionalistas participan en Lausana en un congreso, organizado por la Unión de Nacionalidades, y allí oyen lo que deseaban escuchar. Una avanzadilla del derecho de autodeterminación para aquellas comunidades que se consideraban hechos naturales en virtud de factores biológicos, geográficos o históricos.

Pero la gran hora del nacionalismo posibilista llegó en 1918, animados por los resultados municipales y con el apoyo del alcalde de Bilbao y del presidente de la diputación de Vizcaya, se presentan a los comicios generales. Su lenguaje fue el del populismo honesto que se enfrentaba al caciquismo oligarca. Sin embargo, el apoyo nacionalista era la clase media y la oligarquía naviera de los Sota. La victoria en cinco de los seis distritos vizcaínos fue su mayor hazaña, en el distrito de Bilbao, la elección del socialista Indalecio Prieto salvo el pluralismo político vizcaíno. Los nacionalistas en Guipúzcoa únicamente consiguieron un escaño, y en Navarra otro, gracias a la conjunción electoral con carlistas y mauristas.

En el parlamento nacional, el liberal progresista Gregorio Balparda intentó demostrar la ilegitimidad de la elección de Ramón de la Sota por la compra de votos realizada por su hijo, presidente de la diputación . En esta ocasión los diferentes sectores españolistas del abanico vasco, representados por Víctor Pradera e Indalecio Prieto, coincidieron en sus críticas al nacionalismo con el liberal Gregorio Balparda.

En 1921, el nacionalismo peneuvista sufrió la escisión de los aberrianos, que representaban a su sector más independentista, xenófoba y racista. Bajo el liderato de Eli Gallastegui y Luis de Arana, los escindidos fundaron el Partido Nacionalista Vasco, ya que el sector posibilista de Ramón de la Sota utilizaba las siglas de Comunión Nacionalista Vasca. El nacionalismo vasco entraba en el período de la dictadura primorriverista dividido en dos grupos irreconciliables.

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José Luis Orella
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Revista Arbil nº 64

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