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Población y soberanía nacional
Nacionalismo, patriotismo y subsidiariedad.
Nuevos Herodes, nuevos Pilatos y... ¡nuevos Quijotes!
Editorial. Hablemos claro: la mayor campaña anticatólica de los últimos sesenta años en España.
Sindicalismo y ultraizquierda; especial atención a la enseñanza
¿Crisis en el nacionalismo vasco?
Las dos Navidades de los cristianos
¿Alguien cree en un gobierno societario verdaderamente democrático?
La Navidad que viene...
Por una educación al servicio de la persona
En la estela de Le Pen: ¿un partido populista en España?
El primer ataque del separatismo peneuvista contra la unidad española
El Peronismo
Por una estética católica
Un catecismo de cine
Los que están detrás en la guerra contra la vida y contra Hispanoamérica
Pastorales
Avaricia, dinero, poder
Los obispos condenan el nacionalismo idolátrico y totalitario: Documento de la Conferencia Episcopal sobre el terrorismo
Desobediencia civil
Fray Bartolomé de las Casas, un agitador con hábito
La Ley frente a la legalidad
Papá Nöel
El origen de la izquierda obrera y la cuestión social en España
Tener paz
Valores que nos unen: educar para la convivencia
La "purificación de la memoria" y la devoción al Corazón Inmaculado de María para la nueva evangelización
Actividades de Arbil-Bilbao
Textos clásicos: Sentido y ubicación de Mexico


CARTAS

Revista Arbil nº 64

Pastorales

por Ignacio San Miguel

Ciertas críticas a los prelados nacionalistas son las excusa para atacar a la Iglesia

 

Cuando el obispo emérito Setién entraba en el local donde se celebraba la reunión de la Conferencia Episcopal Española, a las preguntas de un reportero sobre su opinión, contestó con displicencia no disimulada: "¿Y qué quiere usted que le diga? ¿Yo qué sé lo que están tramando?" Esto pudo verse y oirse en la televisión.

Son palabras muy significativas, porque señalan el concepto que le merecen a Setién sus otros compañeros obispos y, por añadidura, la propia Conferencia Episcopal. Para él, los obispos son gente que hace tramas y la Conferencia el lugar del contubernio. Claro está que este juicio se expresaba al suponer, o saber, que la Pastoral que iba a producirse iba a resultar desfavorable para sus posiciones políticas. De lo contrario, sus compañeros obispos se hubiesen convertido ipso facto en hombres de Dios. Por lo demás, Setién es hombre que nunca trama nada, como todos sabemos. Es inocente como una paloma.

Este incidente motivó un artículo de Iñaki Ezkerra en "La Razón". Un escrito vitriólico, como suelen ser con frecuencia los suyos. No olvidemos que su último libro se titula "Eta pro nobis". Y resulta difícil no estar de acuerdo con la mayor parte de lo vertido en este artículo, así como con otros de colegas de Ezkerra.

Sin embargo, no conviene identificarse mucho con estos escritos, y sí pasarlos por tamiz del juicio propio. Debemos considerar desde qué planteamientos éticos se producen tales críticas y qué alcance tienen éstas. Ezkerra y otros son hombres de izquierda, de la izquierda liberal, socialista o marxista, y sus críticas, en este caso a Setién, no sólo son provocadas por el comportamiento de este prelado (en lo que estarían acertadas), sino que acrecientan su bilis por la circunstancia de que se trata de un obispo. Y no porque no les guste que los obispos se porten mal, sino porque no les gustan los obispos.

La crítica que manifiestan no está, por tanto, exenta de sectarismo y no puede convenir, si analizamos su fondo, a una persona no sectaria. Proviene de un ancestral anticlericalismo que se ha mantenido incólume a través del tiempo. Y su objetivo no es exactamente la persona de Setién, que les sirve de pretexto, sino toda la institución eclesiástica. En realidad, apuntan a la misma religión. Y apuntan a ella por lo que tiene de constrictiva de los instintos, por su condición normativa y encauzadora de la conducta humana.

Una prueba de esa intención de denigración generalizada, proveniente de un ciego anticlericalismo, emerge del hecho de que Ezkerra mete en el mismo saco de la crítica a Setién, Sebastián y Rouco Varela, personas muy distintas entre sí. Pero se da el caso de que los tres son obispos.

A estos hombres de izquierda les gusta presentarse en el País Vasco como los herederos de la Ilustración, en lucha contra el oscurantismo clerical y el fascismo representados por los nacionalistas terroristas. Esto es una enorme falacia que nace de un hecho muy simple: los terroristas les atacan también a ellos.

Como no quieren admitir que los terroristas sean marxistas, como lo son la mayor parte de estos hombres de izquierda herederos de la Ilustración, les motejan con los epítetos consabidos de fascistas y oscurantistas clericales. Esto simplemente no se corresponde con la realidad y lo cierto es que los terroristas se han manifestados siempre como marxistas. Y que en su entorno haya curas no quiere decir nada, pues la mayoría están marxistizados. Si hay oscurantismo, se trata de un oscurantismo marxista. Que, por cierto, no tiene nada que ver con el antiguo carlismo del XIX, con el que lo quieren identificar los susodichos herederos de la Ilustración. El carlismo es contrario por completo al marxismo. Inversamente, los "herederos de la Ilustración" sí tienen mucho que ver con el marxismo. Tanto es así que, si uno es malicioso y fuerza un poco las cosas, podría decir que el contencioso que tienen con los terroristas estos hombres de izquierda constituye un pleito familiar.

Además, presentando el meollo de la lucha antiterrorista como una pugna Ilustración versus Oscurantismo (clerical), cometen otro fraude escandaloso. Porque ¿dónde queda la derecha española? ¿Es que no existe? Mucho les gustaría que no existiese, claro está. Pero el hecho es que los votantes del PP en el País Vasco (la derecha, de momento, no vota a otro partido) superan en bastante número a los votantes de los "herederos". Pero éstos no tienen en cuenta en sus elucubraciones teóricas a esta gran masa de gente. Pareciera que el hecho de no ser herederos directos de la Ilustración les despojase de la condición humana. Y esto resulta más hiriente cuando se da el caso de que son las principales víctimas del terrorismo. En cuanto a su ilustración (con minúscula) la tienen tan buena (o tan mala) como los izquierdistas.

Es necesario también puntualizar que, sin negar que estos izquierdistas sean herederos de la Ilustración, debemos considerarlos como "herederos degenerados". Y no se trata de insultar, sino de constatar un hecho. ¿Tienen acaso mucho que ver estas personas de hoy con aquellas de la Ilustración? Algo tendrán que ver, sin duda ¿pero hasta dónde llega la identificación? ¿Acaso aquellos hombres del XVIII contemplaban en sus ilusiones utópicas una dictadura benéfica, la del proletariado? Muy lejos estaban de ello. Y, es más ¿habrían callado los gigantescos crímenes de esa dictadura de haberse producido en su tiempo, como callan los izquierdistas de hoy los crímenes más enormes de la Historia cometidos por los regímenes comunistas soviético y chino? Sinceramente, creo que no. Eran otro tipo de hombres, aunque estuviesen equivocados. ¿Es que anidaba en sus intenciones legalizar la homosexualidad, dándole el mismo tratamiento que a los matrimonios normales, promover la pornografía, alentar la promiscuidad sexual de adolescentes, manipular embriones, establecer legalmente el aborto en masa y utilizar los fetos abortados para aplicaciones médicas? Está claro que no.

Y eso a pesar de que es cierto que aquellas ideas ya centenarias contuvieran ya el gérmen de estas derivaciones modernas. El mismo Rousseau, quien tuvo varios hijos naturales de una criada, los ingresó en la inclusa. Conducta despreciable, sin duda. Pero lo cierto es que no se le ocurrió que su querida pudiese recurrir al aborto.

Estas consideraciones sirven para concretar el origen y el alcance de críticas que en su expresión externa pueden ser las de uno mismo, pero no en su trasfondo. Es este trasfondo el que he intentado explicar.

La carta pastoral surgida de la Conferencia ha resultado satisfactoria, pues ha expresado con mayor nitidez que lo habían hecho nunca antes los obispos, la índole del terrorismo, condenándolo sin paliativos. Sin embargo, y pese a que no hubiesen podido pergeñar algo tan clarificador con sus propias modestas plumas, ya han surgido algunas críticas desde el sector izquierdista. En este caso se ha pretendido lamentar que los obispos no hubiesen sido capaces de conseguir un consenso en torno al tema del terrorismo, concluyendo con que todo había quedado igual que antes. La realidad es precisamente la contraria. Antes se había tratado de conseguir a toda costa el consenso y los documentos emanados de éste no habían satisfecho a nadie. Ahora las cosas han cambiado, y los obispos han tenido la valentía de proclamar sus convicciones sin prestar atención a los turbios disidentes. Pero es inútil tratar de que la verdad penetre en las mentes sectarias.

No obstante, no es posible evitar una sugestión derivada de la realización de esta Conferencia. Existe una realidad sangrante que bien merecería también una carta pastoral. Me refiero al aborto. Los clericales a ultranza alegarán que "la Iglesia ya se definió al respecto en su día". Pero a esto bien se puede decir que también se definió, no una vez sino en repetidas ocasiones, sobre el terrorismo y esto no ha sido óbice para que de una vez por todas hayan redactado un documento definitivo. Lo cierto es que en España, como en casi todos los países de Occidente, se está ya abortando en masa (200 abortos diarios en la actualidad con tendencia a aumentar el número velozmente). Y esto se hace legalmente, lo cual multiplica la gravedad de la situación. Con independencia de la perversidad intrínseca del crimen (palabras empleadas por los obispos para referirse al terrorismo), se constata el lamentable resultado de que la población autóctona disminuye, la nación se va esterilizando, y aumenta progresivamente la inmigración de gentes de diversa cultura y raza, sobre todo musulmanes.

Es legítimo sospechar que si hasta ahora la Conferencia Episcopal no ha dado a este tema el mismo tratamiento que al del terrorismo, tampoco tiene intención de hacerlo en el futuro. Mucho me gustaría equivocarme. Pero aún si fuese así, habría que lamentar el tiempo perdido y las vidas perdidas.

Pero si no lo hace, confirmando sospechas inevitables, también será legítimo pensar que su firme decisión respecto del terrorismo no se debió exactamente a motivos éticos, sino a la presión ambiental creada por los medios de comunicación y partidos políticos a raíz de la negativa de la Conferencia a sumarse al Pacto Antiterrorista. Y que, como esta presión ambiental no existe respecto del aborto, no se creen los obispos constreñidos a movilizarse. Pues los motivos éticos no son suficientes. Son precisas las presiones materiales de la opinión pública y de los poderes públicos, de quienes, por otra parte, dependen las subvenciones. Esta lamentable conclusión podría inferirse de la pasividad y el silencio de los obispos.

Como se ve, existe otra forma de emplear el juicio crítico distinta de la de los izquierdistas. Es evidente que ellos por este camino no nos van a seguir. Pues son abrumadoramente permisivistas en el plano moral y defensores del aborto totalmente libre.

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Ignacio San Miguel
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Revista Arbil nº 64

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