Arbil, apostando por los valores de la civilización cristiana

Por la Vida, la Familia, la Educación, la dignificación del Trabajo, la Unidad histórica, territorial y social de la Nación, y por la Regeneración Moral y Material de nuestra Patria y el mundo

 


Indice de contenidos

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Población y soberanía nacional
Nacionalismo, patriotismo y subsidiariedad.
Nuevos Herodes, nuevos Pilatos y... ¡nuevos Quijotes!
Editorial. Hablemos claro: la mayor campaña anticatólica de los últimos sesenta años en España.
Sindicalismo y ultraizquierda; especial atención a la enseñanza
¿Crisis en el nacionalismo vasco?
Las dos Navidades de los cristianos
¿Alguien cree en un gobierno societario verdaderamente democrático?
La Navidad que viene...
Por una educación al servicio de la persona
En la estela de Le Pen: ¿un partido populista en España?
El primer ataque del separatismo peneuvista contra la unidad española
El Peronismo
Por una estética católica
Un catecismo de cine
Los que están detrás en la guerra contra la vida y contra Hispanoamérica
Pastorales
Avaricia, dinero, poder
Los obispos condenan el nacionalismo idolátrico y totalitario: Documento de la Conferencia Episcopal sobre el terrorismo
Desobediencia civil
Fray Bartolomé de las Casas, un agitador con hábito
La Ley frente a la legalidad
Papá Nöel
El origen de la izquierda obrera y la cuestión social en España
Tener paz
Valores que nos unen: educar para la convivencia
La "purificación de la memoria" y la devoción al Corazón Inmaculado de María para la nueva evangelización
Actividades de Arbil-Bilbao
Textos clásicos: Sentido y ubicación de Mexico


CARTAS

Revista Arbil nº 64

Nacionalismo, patriotismo y subsidiariedad.

por José J. Castro Velarde

Lo que se pretende en este artículo es estudiar, desde el punto de vista de la Doctrina Social de la Iglesia, los conceptos, fenómenos, hechos,..., del patriotismo y del nacionalismo; su juicio moral en las enseñanzas del Magisterio; y su mayor o menor compatibilidad con el principio de subsidiariedad, tal y como también es definido por dicha Doctrina Social. Para ello se analizarán algunas dificultades que existen para estudiar con la mayor objetividad posible esta materia; se tratará de acercarse a los términos que se incluyen en el título del artículo a la luz del Magisterio de la Iglesia;, y, en virtud de ese acercamiento se juzgará si el nacionalismo y el patriotismo son o no compatibles con el principio de subsidiariedad.

 

El tema objeto del presente artículo, "Nacionalismo, Patriotismo y Subsidiariedad", goza indudablemente de una grandísima actualidad. Asimismo es una materia que se caracteriza, en esta "magnífica y dramática hora de la historia" (1), por su urgencia, sobre todo en España.

No es posible permanecer indiferente ante los sucesos que están ocurriendo en todo el territorio nacional pero especialmente en las provincias vascas, donde gran parte de la sociedad no disfruta de la libertad mínima necesaria para defender sus ideas, y la práctica totalidad se encuentra amedrentada por un colectivo violento y asesino, hasta el punto de que autorizadas personalidades, defienden permanecer en el statu quo actual, renunciando a la búsqueda de la justicia, con la finalidad de evitar males mayores, actitud que poco tiene que ver, con la forma de ser noble y valiente de los vascos, amantes de sus libertades, por las que siempre han sabido pelear conforme a ese carácter hispánico de morir de pie antes que vivir de rodillas.

En cualquier caso adelanto ante las posibles divergencias que puedan surgir entre los mismos católicos, que esta urgencia no debe impedir la colaboración entre nosotros en otros aspectos de la vida pública de igual importancia (vida, familia, educación, etc.). Por último, me gustaría señalar que, en el presente caso, la urgencia que caracteriza al problema de los nacionalismos en España, no está reñida con su importancia.

Los conceptos sobre los que voy a hablar marcan la vida de las personas, sociedades y colectivos. Y son especialmente importantes para los católicos, que si bien sabemos que no tenemos morada definitiva en la tierra, reconocemos que el hombre es un ser histórico, que necesita un arraigo (2), y que es necesario defender la identidad cultural de cada pueblo, aunque abierto siempre al servicio y aprendizaje de las otras culturas.

El cuarto mandamiento de la Ley de Dios establece, entre otras, las obligaciones que tenemos con nuestra Patria, que muchas veces son olvidadas, como si el hombre solo tuviera deberes con los otros hombres individualmente considerados pero no con los colectivos.

Problemas iniciales

Como he mencionado en la Introducción, diversos son los problemas con los que se encuentra el que pretende acercarse a este tema con objetividad. Entre los mismos destaco los siguientes:

a) Dificultad de definición de los términos a analizar: No hay autor que analice esta materia que no se encuentre con la dificultad de que determinadas palabras clave para el estudio de la misma carecen de un significado homogéneo en el colectivo de personas que pueden ser destinatarias de su obra (3). Así muchos identifican Patria, Nación e incluso Estado, y consideran prácticamente sinónimos, los conceptos nacionalismo y patriotismo. Por el contrario, otros atribuyen a estas palabras significados muy diferentes, lo que les lleva a condenar el nacionalismo mientras consideran una virtud el patriotismo. Es este un problema universal, y sabemos que muchas discusiones baladíes se centran en el uso de las palabras, no por los conceptos en sí, sino por los términos que identifican dichos conceptos, como ya señalaba el Africano que hacían los malos filósofos. Sin embargo para poder dialogar es necesario precisar lo que cada uno entiende por estos conceptos. Desde mi punto de vista, sería conveniente el que a comportamientos diferentes (amor ordenado y desordenado a una misma realidad) se les identificara con términos distintos, ya que de esta forma la comunicación sería mucho más sencilla. Para explicarme usaré lo que para mí supone una manipulación del lenguaje en la que podremos estar de acuerdo: debíamos negarnos a hablar de matrimonio, cuando se trata de una persona que va por su segunda, tercera, cuarta,...pareja, habiéndose divorciado de las anteriores, porque los que tenemos fe, sabemos que un matrimonio es para toda la vida. Sin embargo el lenguaje nos engaña y seguimos hablando de matrimonio cuando a los ojos de la fe no deja de ser una unión ajena a tal institución. Algo similar pasa con los términos nacionalismo y patriotismo, el amor tiene un orden, que empieza por Dios, y cuando no está ordenado deja de ser amor y se convierte en un vicio. Por ello el amor ordenado y desordenado a la propia patria debía recibir nombres distintos.

b) Profunda carga pasional que encierra esta problemática y la actual situación española donde parte de los católicos se declaran nacionalistas vascos y catalanes especialmente, mientras que otros no solo son contrarios sino que condenan estas posiciones. La carga pasional, entendida como la parte humana que tendemos a localizar en los sentimientos y en el corazón, nuestra parte afectiva, no me parece muy problemática. Ya Von Hildebrand (4) nos enseñó la importancia de esta faceta en el hombre, y considero un vicio y no una virtud, el que ante la herencia que le ofrece su familia, y su patria, no anhela sentimientos de agradecimiento y permanencia. Eso sí, estas pasiones y sentimientos deben ser conformes a la razón y no contrarios a ella. En cuanto a la segunda cuestión creo que puede superarse mediante una adhesión sincera a la fe, tratando de evitar su manipulación, y acudiendo a las enseñanzas magisteriales como auténticos hijos deseosos de aprender y no tratando de buscar argumentos para la defensa de una posición decidida apriorísticamente. Asimismo es absolutamente necesario evitar una posición que entienda que la Iglesia no debe orientar a sus fieles en esta materia, lo que sería sinónimo de que cada cristiano pudiera pensar absolutamente lo que le diese la gana en la misma. Por otra parte, y si bien no hay que excluir a nadie de la comunión salvo por la autoridad competente, se debe hacer un esfuerzo, superando posturas maniqueas, para buscar sinceramente la verdad, reconociendo al mismo tiempo que posturas decididamente contrarias y de acuerdo al principio de identidad, no pueden ser verdaderas. Quizás fuera prudente y oportuna una declaración conjunta de todos los Obispos españoles.

También es conveniente tratar de ponerse en el pensamiento del que en principio parece contrario. Los que aceptan el patriotismo y enfocan todo su amor al conjunto, España, deben entender que en determinadas regiones (o naciones) españolas haya un sentimiento de gran identificación hacia sus peculiaridades, que quizás ellos hayan perdido al tener una ascendencia o caracteres más plurales, como algo positivo y digno de alabanza; y no deben olvidar que el amor especial o más sentido a una parte de la familia, siempre que no lleve al desprecio y mucho menos al odio hacia las demás, no deja de formar parte de ese amor filial en que el patriotismo consiste. Los que se consideran nacionalistas, debían darse cuenta de la perplejidad de gran parte de sus propios vecinos que no comparten sus ideas, y que por ello muchas veces en sus propias regiones no se les considera auténticos naturales, como si el hecho de defender la unidad de España y su existencia, fuera sinónimo de renunciar a su propio ser regional. Asimismo debían considerar que si se juzga legítimo un nacionalismo periférico, también debía serlo uno que fuera español, cuando éste suele automáticamente rechazarse por sinónimo de centralista (y seguramente lo sea), pero no deja de ser una incoherencia aceptar la legitimidad de uno y negarla al otro (que quizás solo se pueda entender si se niega la existencia de España como nación, lo que nos llevaría a un problema complejo que no podemos analizar aquí, pero del que no quiero dejar de manifestar mi opinión: negar la realidad existencial de las Españas o reducirla a una mera configuración político-administrativa, es indudablemente ir contra la Historia y el sentido común). De forma similar, los que invocan el mal llamado derecho de autodeterminación para su propia región de forma exclusiva (negando a su vez los posibles que entidades menores dentro de ellas tuvieran), deben comprender que están negando el derecho de autodeterminación del conjunto, España, privando de voz y voto a aquellos que juzgan que ésta y no ninguna de sus partes sea su Nación. Para resolver estos problemas, al menos al nivel español, podemos citar al profesor Canals, "quienes no profesamos el principio de las nacionalidades, apoyado en el concepto romántico e idealista de nación, ni admitimos el unitarismo rígido implícito en el concepto jacobino de Estado, tenemos que tratar de hacer comprender a nuestros contemporáneos, en medio de la aludida confusión de términos, un lenguaje más tradicional y más respetuoso con la tradición histórica de España" (5). En el plano práctico podemos poner como ejemplo a los navarros, celosos guardianes de su identidad incluso frente al terrorismo pero que no necesitan negar la historia y la patria común para defender su forma de ser y sus libertades.

c) Fraternidad y familia universal: Quizás nos encontremos más que ante un problema inicial, ante una objeción de fondo en la toma de posición ante nacionalismo y patriotismo. Dado que no podemos realizar un análisis muy exhaustivo de este problema, considero adecuado tratarlo en este epígrafe. Ha sido y es frecuente (en un programa anterior al verano de la cadena TMT perteneciente al Arzobispado de Madrid, en el que se abordaba el estudio de los conceptos que estamos analizando, una documentada profesora de una gran Universidad como es la Francisco de Vitoria, defendía un carácter negativo del concepto de patria frente a un concepto de ciudadanía universal), considerar que el patriotismo, que aún no hemos definido pero que comúnmente se identifica con el amor a la patria, es algo que va contra la necesaria fraternidad universal que el cristianismo preconiza. Es esta una objeción bastante antigua, pero poco defendible. Así lo ha dado a entender Juan Pablo II en uno de sus discursos a la ONU: "esta tensión entre particular y universal se puede considerar inmanente al ser humano. La naturaleza común mueve a los hombres a sentirse, tal como son, miembros de una única gran familia. Pero por la concreta historicidad de esta misma naturaleza, están necesariamente ligados de un modo más intenso a grupos humanos concretos; ante todo la familia, después los varios grupos de pertenencia, hasta el conjunto del respectivo grupo étnico-cultural, que, no por casualidad, indicado con el término "nación" evoca el "nacer", mientras que indicado con el término "patria" ("fatherland"), evoca la realidad de la misma familia. La condición humana se sitúa así entre estos dos polos - la universalidad y la particularidad - en tensión vital entre ellos; tensión inevitable, pero especialmente fecunda si se vive con sereno equilibrio" (6).

Otra cita de Juan Pablo II que puede verter más luz sobre este asunto es la siguiente: "La universalidad, dimensión esencial en el Pueblo de Dios, no se opone al patriotismo ni entra en conflicto con él. Al contrario, lo integra, reforzando en el mismo los valores que tiene; sobre todo el amor a la propia patria, llevado, si es necesario, hasta el sacrificio; pero al mismo tiempo abriendo el patriotismo de cada uno al patriotismo de los otros, para que se intercomuniquen y enriquezcan" (7)

Los términos "nacionalismo" y "patriotismo" en la Doctrina Social de la Iglesia.

Es difícil, sobre todo por los problemas mencionados en el epígrafe anterior, hacer una generalización de lo que entiende la Doctrina Social de la Iglesia, por los términos "nacionalismo" y "patriotismo", pero creo que cualquier lector y estudioso de la misma no puede más que concluir que mientras que al primer término se le suele dar (no siempre pero mayoritariamente) una valoración negativa, aunque ciertamente ese carácter negativo sea debido en muchas ocasiones a la presencia de un calificativo que señala una cualidad viciosa, lo que podría dar a entender que cabría un nacionalismo no negativo (8), el segundo (aquí sí en la inmensa mayoría de los casos, y salvo que se le añada un adjetivo que lo descalifique) recibe un trato positivo del Magisterio permanente de la Iglesia.

Así concluye un maestro tan autorizado y prudente como José Luis Gutiérrez García, "lógicamente, el juicio del Magisterio sobre el nacionalismo es en todo momento condenatorio y negativo. Es el responsable mayor de las guerras últimas y el que puede llevar al mundo a conflagraciones tal vez mortales para la civilización humana" (9).

En cualquier caso baste una cita para comprender la posible problemática del asunto:

"En este contexto es necesario aclarar la divergencia esencial entre una forma peligrosa de nacionalismo, que predica el desprecio por las otras naciones o culturas, y el patriotismo, que es, en cambio, el justo amor por el propio país de origen. Un verdadero patriotismo nunca trata de promover el bien de la propia nación en perjuicio de otras. En efecto, esto terminaría por acarrear daño también a la propia nación, produciendo efectos perniciosos tanto para el agresor como para la víctima. El nacionalismo, especialmente en sus expresiones más radicales, se opone por tanto al verdadero patriotismo, y hoy debemos empeñarnos en hacer que el nacionalismo exacerbado no continúe proponiendo con formas nuevas las aberraciones del totalitarismo. Es un compromiso que vale, obviamente, incluso cuando se asume, como fundamento del nacionalismo, el mismo principio religioso, como por desgracia sucede en ciertas manifestaciones del llamado "fundamentalismo"" (10).

Cuando Juan Pablo II habla de "nacionalismo peligroso" parece dar a entender que cabe un nacionalismo no peligroso. Sin embargo líneas más abajo, indica, "el nacionalismo especialmente en sus expresiones más radicales, se opone por tanto al verdadero patriotismo", es decir, que cuanto más radical más se opondrá, pero que todos ellos se oponen al verdadero patriotismo. Una línea más abajo habla de oponerse al totalitarismo del "nacionalismo exacerbado", lo que podría entender a algunos que no hay que oponerse al que sea moderado. Por último critica incluso que dicho nacionalismo, sin adjetivo aunque pueda parecerse al de la frase anterior, esto es, "exacerbado", tenga un fundamento religioso.

Sin embargo, hasta los más acérrimos defensores de la existencia de un nacionalismo positivo acaban por reconocer que su uso en el Magisterio no es muy usual: "No niego, evidentemente, que en los textos pontificios se utilice muchas veces dicho término (nacionalismo) de modo peyorativo; pero a la vez afirmo -y así pienso mostrarlo- que los textos magisteriales también usan el vocablo nacionalismo en sentido positivo, aunque de forma muy minoritaria" (11); "...el Magisterio usa mayoritariamente el término nacionalismo sin ninguna adjetivación para designar una concreta ideología de corte substancialmente negativo..." (12)

Quizás es más llamativa por exacta y clara la siguiente afirmación de un Obispo emérito catalán quien declara: "Sería bueno que no hubiera nacionalismos y no fuera necesario ninguno. Bastaría con el amor patrio justo, equilibrado y eficaz a la propia nación y, además, con el amor y respeto a las otras naciones, particularmente a las más pobres..." (13)

Creo por tanto razonable poder concluir que el magisterio da un juicio negativo acerca del nacionalismo, juicio que abarcaría todo nacionalismo, tanto el que defiende un Estado-nación que con afanes expansionistas pretende dominar o servirse de otros atentando contra la necesaria solidaridad (14), o que en nombre de una falsa unidad pretende acabar con toda manifestación de vida autónoma de la comunidad social, desde la familia, hasta los municipios, comarcas, regiones o cualquier otra entidad natural (15), como el nacionalismo que pretende dentro de una comunidad política existente y basada en una realidad histórica, romper dicha unidad invocando el denominado "derecho de autodeterminación", olvidando en la totalidad de los casos que también la realidad social y política a la que pertenece tendría como mínimo, el mismo "derecho de autodeterminación" que ella (16).

Dado que este último peligro es, a mi juicio, el que hoy más nos acecha a los habitantes de esta piel de toro, es conveniente recordar la carta que dirigió Juan Pablo II a los Obispos italianos con motivo de las tensiones secesionistas en el norte de Italia: "...se trata de la herencia de la unidad, que, incluso más allá de su específica configuración política, consolidada a lo largo del siglo XIX, se halla profundamente arraigada en la conciencia de los italianos que, en virtud de la lengua, de las vicisitudes históricas y de la misma fe y la misma cultura, siempre se han sentido miembros de un único pueblo. Esta unidad no se mide por años, sino por largos siglos de historia... Me refiero especialmente a las tendencias corporativas y a los peligros de separatismo que, al parecer, están surgiendo en el país. A decir verdad, en Italia, desde hace mucho tiempo, existe cierta tensión entre el Norte, más bien rico, y el Sur, más pobre. Pero hoy en día esta tensión resulta más aguda. Sin embargo, es preciso superar decididamente las tendencias corporativas y los peligros de separatismo con una actitud honrada de amor al bien de la propia nación y con comportamientos de solidaridad renovada. Se trata de una solidaridad que debe vivirse no sólo dentro del país, sino también con respecto a toda Europa y al tercer mundo. El amor a la propia nación y la solidaridad con la humanidad entera no contradicen el vínculo del hombre con la región y con la comunidad local, en que ha nacido, y las obligaciones que tiene hacia ellas. La solidaridad, más bien, pasa a través de todas las comunidades en que el hombre vive: en primer lugar, la familia, la comunidad local y regional, la nación, el continente, la humanidad entera: la solidaridad las anima, vinculándolas entre sí según el principio de subsidiariedad, que atribuye a cada una de ellas el grado correcto de autonomía" (17)

Para terminar el análisis del concepto nacionalismo quiero recordar que el Magisterio en muchas declaraciones manifiesta principios universales que en su aplicación pueden diferir en cada parte del planeta; mientras que en otras ocasiones se refiere a situaciones concretas (por ejemplo la de la raza negra en EE.UU. o la de los aborígenes australianos en su tierra), cuyo paralelismo con la historia y la situación actual española es bastante dudoso.

Hemos llegado a la conclusión de que el nacionalismo merece un juicio negativo. Esta condena que realiza el Magisterio es la que lleva a juzgar a muchos que el amor a lo propio es, en general, algo negativo, y tratan de invocar un universalismo o una fraternidad universal que por abstracta deja de ser humana. Ya hemos mencionado que la necesidad de arraigo es una de las más importantes que tiene el ser humano, y que el hombre es hijo de una historia, de una tradición que no puede obviar ni desdeñar. Por ello considero que indudablemente el hombre debe amar a su familia, a los más cercanos, a aquellos que han creado y le han legado un ambiente y una cultura en los que él se ha desarrollado. Este ambiente es lo que en nuestro pensamiento político emanado de un sustrato católico se ha conocido como Tradición (18), y que ha llevado a algún autor a afirmar que "los pueblos no son "naciones", son "tradiciones"" (19).. Es un amor de agradecimiento. Y es un deber de no dilapidar el patrimonio que nos ha sido legado (20). Para aclarar la necesidad de este amor patrio, de su necesidad, de su naturaleza, etc. acudo al Doctor Común de la cristiandad:

"El hombre es deudor respecto de otro en diversos grados que corresponden, por una parte a la excelencia de las personas, por otra parte a la importancia de los beneficios recibidos. Bajo uno y otro aspecto, Dios ocupa el primer lugar puesto que él es a la vez el mejor de todos los seres y el primer principio al que el hombre se lo debe todo. Pero los principios secundarios de la vida humana son los padres y la patria. Por lo tanto a ellos, después de Dios, es a quienes el hombre es principalmente deudor. De modo que después de la virtud de la religión, cuyo papel es rendirle un culto a Dios, viene la virtud de piedad, que rinde un culto a los padres y a la patria" (21).

Es decir que es un deber de justicia, al ser deudor, estar agradecido y devolver en la medida oportuna a los padres y a la patria lo que nos han dado. El catecismo de la Iglesia católica nos ha ratificado la relación de los deberes hacia los padres y la patria cuando, de acuerdo a la tradición de la Iglesia, ha incluido a ambos en el cuarto mandamiento: "el cuarto mandamiento se dirige expresamente a los hijos en sus relaciones con sus padres, porque esta relación es la más universal. Se refiere también a las relaciones de parentesco con los miembros del grupo familiar. Exige que se dé honor, afecto y reconocimiento a los abuelos y antepasados. Finalmente se extiende a los deberes de los alumnos respecto a los maestros,...., de los ciudadanos respecto a su patria,..."(22).

Ahora bien, nos encontramos con un problema práctico, ¿cuál es mi Patria? A esta pregunta, y atendiendo a esa índole de la virtud de la piedad que comienza por los mismos padres y que acaba en toda la humanidad, ("el cuarto mandamiento ilumina las demás relaciones en la sociedad. En nuestros hermanos y hermanas vemos los hijos de nuestros padres; en nuestros primos, los descendientes de nuestros abuelos; en nuestros conciudadanos, los hijos de nuestra Patria; en los bautizados, los hijos de nuestra Madre, la Iglesia; en toda persona humana, un hijo o una hija del que quiere ser llamado "Padre nuestro") (23), podemos responder con la teoría de los círculos ascendentes y concéntricos, o con la necesidad de recordar, ya que podrá dar mucha luz a este asunto, la denominada teoría de la superposición y evolución de los vínculos nacionales y que tiene su origen en el ilustre pensador Vázquez de Mella. Según esta teoría en los vínculos que determinan la existencia de un pueblo se da un progreso en el sentido de una mayor espiritualización o alejamiento del factor material, sea racial, económico o geográfico. De esta forma de una unidad basada simplemente en la generación, se va pasando a otras que une pueblos de raza, medio o vida diferentes en torno a unos elementos históricos comunes. De acuerdo a Mella, la influencia del factor físico sobre el hombre está en razón inversa de la civilización. Es decir, que en lo que en un origen pudo estar separado, y de acuerdo a ese deseo y realidad de que todos seamos uno, se forjan unos lazos que van configurando lo que entendemos como Patria.

Dentro de esta Patria hay componentes, al igual que en una familia hay distintos miembros. Y siguiendo el símil al igual que en una familia de forma natural se ama a todos pero sobre algunos se puede tener una cierta predilección, el amor a la Patria también puede tener diversos intensidades en sus componentes, amando quizás alguno más a la comarca, otros al municipio, otros a la nación, etc.

Lo que creo que urge es superar esa dialéctica del conflicto que para Hegel y Marx es el motor de la historia. A pesar de que el marxismo en su vertiente práctica se derrumbó con la caída del muro, ha dejado su huella de la búsqueda del conflicto (jóvenes contra padres, mujeres contra hombres; etc.) y también parece que a nivel nacional para defender lo propio haya que criticar lo ajeno, que haya que creerse mejor que los demás, cuando considero que esta idea está muy alejada de aquella que pronunció el insigne Pradera: "Amo a mi patria porque amo a todas las patrias".

Eso sí al igual que una familia la predilección no puede convertirse en injusticia tampoco el amor a alguna parte de la Patria puede ir en contra del amor que se tiene a la misma, porque precisamente amando la parte estamos amando necesariamente al todo y viceversa.

Por ello ese conjunto de pueblos, regiones y naciones que han confundido parte de su vida en una unidad superior, más espiritual, que se llama España, no está constituida por algo material (geografía, raza, lengua...) sino por una causa espiritual, y que en la historia concreta de España, es esencialmente religiosa.

Este vínculo mirando hacia atrás es un producto de la historia, al presente un elemento vivo de unidad. Sin embargo, y de acuerdo a un concepto dinámico de la Tradición, no puede proyectarse al futuro como algo acabado y permanente, porque entonces se diseca la tradición que nos ha dado vida.
El proceso de integración ha de permanecer siempre abierto, estando al final de este proceso, como vínculo de unión de todos los hombres, la unidad superior y última de toda la catolicidad. Esto se opone a la teoría revolucionaria de la soberanía nacional y al principio de nacionalidades. (24)

Relación de nacionalismo y patriotismo con el principio de subsidiariedad

Me limitaré a recoger la definición dada por Juan Pablo II en la encíclica Centesimus Annus nº 48 "una estructura social de orden superior no debe interferir en la vida interna de un grupo social de orden inferior, privándole de sus competencias, sino que más bien debe sostenerle en caso de necesidad y ayudarle a coordinar su acción con la de los demás componentes sociales, con miras al bien común" (25). Hemos de aclarar que la subsidiariedad abarca también al respeto de la autonomía de la persona sobre el colectivo.

De acuerdo a la misma y a las nociones estudiadas en el punto anterior creo que podemos concluir que el nacionalismo es contrario a la subsidiariedad bien porque pretende crear una nación uniforme acabando con los derechos de las entidades intermedias, cuerpos sociales, regiones y minorías; bien con sus fines expansionistas desea acabar con una vida en principio autónoma; bien porque pretende acabar con una unidad superior identificando nación con estado en base al principio de las nacionalidades revolucionario, pero olvidando que por debajo de ella misma, no hay tan solo una suma numérica de individuos amorfos, sino comarcas, municipios, corporaciones y familias (lo que sería similar al primero pero en un territorio más reducido).

Gran parte de la problemática nacionalista española actual está en el reparto de competencias, como si la subsidiariedad se refiriese simplemente a criterios de racionalidad administrativa. No dudo que sea necesario buscar la misma y tratar de acabar con ineficiencias pero hemos de recordar que tanto el Gobierno o administración central como las Comunidades Autónomas, son Estado, y el principio de subsidiariedad, aunque pueda hacer referencia a entidades administrativas, lo hace en función de las realidades sociales que subyacen a las mismas.

Lo que queremos decir es que la subsidiariedad, como señala la definición introducida, es ante todo social, y que debe empezar por la familia, célula básica de la sociedad. El reparto de competencias, como sucede seguramente en el Tratado de Mastrique, no asegura esta autonomía de lo social, porque prácticamente es igual un centralismo desde Madrid que desde cada una de las capitales de las distintas comunidades.

Llama fuertemente la atención la resistencia a realizar lo que se ha venido a llamar "segunda descentralización", la que se debe realizar hacia los Municipios, mucho más cercanos a la vida diaria de sus habitantes. Y es la violación de un derecho, la actual situación de la familia española cuya libertad en campos tan importantes como la educación y la vida está claramente reducida.

Por el contrario el patriotismo, al ser un concepto que se incardina en la virtud de la piedad y que va desde lo más cercano hasta lo más lejano puede indudablemente servir de base para llevar a la práctica el principio de subsidiariedad. Es un amor que nace en la propia familia y se va desarrollando a través de los distintos cuerpos sociales hasta el amor universal, ya que como nos ha recordado Juan Pablo II el amor a la patria no excluye sino al contrario fomenta la necesaria solidaridad mundial.

Conclusiones

1) El tema objeto de la presente comunicación presenta graves y varias dificultades en su estudio: la confusión de significados de los términos protagonistas de la misma, ya que es frecuente identificar como sinónimos Nación, Patria, e incluso Estado; la carga emotiva y sobre todo la al menos aparente división entre los católicos españoles; las posibles objeciones a un amor local en medio de la construcción europea y la globalización.

2) Tras un estudio serio y detenido de la Doctrina Social de la Iglesia podemos concluir con Joan Costa: "...el Magisterio usa mayoritariamente el término nacionalismo sin ninguna adjetivación para designar una concreta ideología de corte substancialmente negativo...". Por el contrario existe un juicio positivo del patriotismo. Así, Juan Pablo II, "... es necesario aclarar la divergencia esencial entre una forma peligrosa de nacionalismo, que predica el desprecio por las otras naciones o culturas, y el patriotismo, que es, en cambio, el justo amor por el propio país de origen. Un verdadero patriotismo nunca trata de promover el bien de la propia nación en perjuicio de otras... El nacionalismo, especialmente en sus expresiones más radicales, se opone por tanto al verdadero patriotismo...".

Hemos de matizar, evitando posturas maniqueas, que la condena no se extiende a todos los que se denominan nacionalistas, ni la alabanza a todos los que se autocalifican de patriotas, ya que en el primer caso haciendo uso de un término a mi entender equivocado, pueden darle un buen contenido, mientras que en el segundo, usando un término en principio positivo, pueden pervertirlo. En cualquier caso, creo necesario identificar por términos distintos comportamientos distintos (amor sano y extralimitado a la patria).

3) El nacionalismo, en la medida en que usa la diferencia para separar, y no para ponerla al servicio de los demás, y no reconoce los rasgos comunes con otros pueblos y tierras, o en la medida en que trata de ahogar cualquier diferencia dentro de una nación, es antisubsidiario.

Ninguna unión puede fundamentarse en el nacionalismo de sus miembros. Por el contrario, el patriotismo, que tiene su origen en el amor filial o piedad que se origina en los padres y la familia, y va ascendiendo de forma natural en las diversas comunidades o sociedades a las que la persona y su familia pertenecen, es una virtud que ayuda a una aplicación correcta del principio de subsidiariedad.

Por último defiendo la denominada teoría de la superposición y evolución de los vínculos nacionales, en virtud de la cual pueblos, etnias, grupos sociales que en principio estaban separados por rasgos físicos, se van uniendo, tendiendo a esa unidad a la que está llamado el género humano en la denominada Civilización del Amor, mediante una cada vez mayor espiritualización de los vínculos que les unen.

De acuerdo a esta teoría y sin renunciar a la correcta autonomía de sus diversos componentes considero que debiera articularse la futura Unión Europea.

·- ·-· -··· ·· ·-··
José J. Castro Velarde

Notas

1 JUAN PABLO II, Chistifidelis laici, Ediciones Paulinas 1989, página 12.

2 JUAN VALLET DE GOYTISOLO, Raíces espirituales, intelectuales, existenciales,...de la Patria, en Patrias, Naciones, Estados, Actas del Congreso de Lausanne 1970, Speiro 1970, página 7.

3 En este sentido puede consultarse JOAN COSTA BOU, Nación y nacionalismos. Una reflexión en el marco del magisterio pontificio contemporáneo, AEDOS-Unión Editorial, 2000, Capítulo I; MIGUEL AYUSO TORRES, El ágora y la pirámide, Criterio Libros. Madrid. 2000, páginas 249-250

4 DIETRICH VON HILDEBRAND, El corazón, Biblioteca Palabra, 1997.

5 FRANCISCO CANALS, Países, naciones y Estados en nuestro proceso histórico, en su Vol. Política española: pasado y futuro, Barcelona, 1977, páginas 70 y siguientes.

6 JUAN PABLO II, Discurso ante la ONU, 5 de octubre de 1995, punto 7.

7 JUAN PABLO II, Discurso a los Obispos de Argentina, 12.6.1982, 6, en Insegnamenti di Giovanni Paolo II, vol. V/2 (1982), páginas 2207-2219.

8 En este sentido es recomendable una lectura detenida del capítulo II de JOAN COSTA BOU o.c. El autor, demostrando un gran conocimiento de las manifestaciones diversas del Magisterio, cita distintos textos en los que se puede entender que cabe una interpretación sana del nacionalismo. Sin embargo, podemos observar como en la mayoría de los mismos se contrapone el patriotismo, como un hábito bueno, al nacionalismo, calificándolo o no. Y cuando en algún caso puede utilizarse el término nacionalismo sin compararlo con el patriotismo, y dándole un sentido positivo, como en el texto que dirige Pío IX a los alumnos de Propaganda FIDE (página 107), creo que sin alterar el magisterio, podíamos decir: "hay patriotismo y nacionalismo", de acuerdo a la enseñanza permanente de los Papas. En este sentido los que tratan de salvar al nacionalismo lo identifican con el patriotismo, por ejemplo Antoni M. Oriol, en el prólogo del libro citado: "la virtud del nacionalismo, equivalente a la virtud del patriotismo,..." (página 13). Es decir, si consideramos que los dos términos son sinónimos el nacionalismo recibe evidentemente la misma calificación moral que el patriotismo. Por el contrario, si entendemos que nacionalismo, es un amor exagerado a uno mismo o a lo suyo, que lleva al desprecio de los otros y de las particularidades propias de cada lugar o región en mayor o menor medida, como creo que ha podido verse a lo largo de la Historia y las enseñanzas magisteriales nos ratifican, no cabe más que un juicio negativo acerca del mismo. Estamos de lleno en el problema analizado en el punto anterior, en donde concluía que era necesario llamar de forma diferente a cosas diferentes.

9 JOSE LUIS GUTIÉRREZ GARCÍA, La concepción cristiana del orden social, Madrid, 1978, página 241. Siguiendo a Joan Costa de quien hemos tomado la cita, aunque él la use para criticarla, podemos citar también a HILARIE, Y-M., Los Papas del siglo XX frente a los nacionalismos", Communio 2 (1994), página. 148.

10 JUAN PABLO II, Mensaje a la ONU 5.10.1995, punto 11

11 JOAN COSTA BOU, o.c. página 72

12 Ídem., o.c. página 79

13 MASNOU BOIXEDA, R., Carta sobre nacionalismos, p. 27, citado por JOAN COSTA BOU o.c., página 74.

14 Véase PÍO XI, Discurso a la Curia Romana, 24.12.1930, tomado de JOAN COSTA BOU o.c. página 105, "...nacionalismo egoísta y duro, es decir, el odio y la envidia en lugar del deseo mutuo del bien, la desconfianza y la sospecha en vez de la confianza fraternal, la rivalidad y la lucha en lugar de la concorde cooperación, la ambición de la hegemonía y de preponderancia en vez del respeto y de la protección de todos los derechos, incluso los de los débiles y de los pequeños"; o la siguiente crítica a la política nacionalista de Pío XII, Ecce Ego, Radiomensaje Navideño de 1954, punto 26: "La substancia del error consiste en confundir la vida nacional en sentido propio con la política nacionalista: la primera, derecho y gloria de un pueblo, puede y debe ser promovida; la segunda, como germen de infinitos males, nunca se rechazará suficientemente. La vida nacional es, por sí misma, el conjunto operante de todos aquellos valores de civilización que son propios y característicos de un determinado grupo, de cuya espiritual unidad constituyen como el vínculo. Al mismo tiempo, esa vida enriquece, como contribución propia, la cultura de toda la humanidad. En su esencia, pues, la vida nacional es algo no político...", tomado de Doctrina Pontificia II, Documentos Políticos, BAC 1958.

15 Véase Juan XXIII, Pacem in terris 95-6, "En esta materia ha de proclamarse con toda claridad el principio de que toda política que tienda a contrariar la vitalidad y la expansión de las minorías constituye una grave falta contra la justicia, mucho más grave aún cuando tales intentos pretendan la destrucción misma de la estirpe. Por lo contrario, lo más conforme a la justicia es que los Poderes públicos cooperen con la mayor eficacia para mejorar las condiciones de vida de las minorías étnicas, principalmente en lo que se refiere a su lengua, cultura, tradiciones, recursos y empresas económicas".

16 Ídem. Punto 97. Crítica a las minorías que no colaboran en el bien común: "Ha de advertirse, no obstante, que los miembros de tales minorías -ya por reaccionar contra su actual situación, ya por recordar sucesos pasados- no raras veces se sienten inclinados a realzar más de lo justo sus propias peculiaridades, hasta ponerlas por encima de los valores humanos universales, como si el bien de la familia humana entera debiera subordinarse a los intereses de su propio pueblo. Lo racional sería que los tales ciudadanos supieran reconocer también ciertas ventajas que les vienen de esa su especial situación, pues contribuye no poco a su propio perfeccionamiento el contacto permanente con una cultura diversa de la suya, cuyos valores propios podrán así ir poco a poco asimilándose. Ello se obtendrá tan sólo cuando quienes pertenecen a las minorías procuren participar amistosamente en los usos y tradiciones del pueblo en medio del cual viven, y no cuando, por lo contrario, fomenten los mutuos roces, de los cuales se derivan grandes pérdidas y el consiguiente retraso en la civilización de los pueblos".

17 JUAN PABLO II, Mensaje del Santo Padre a los obispos italianos sobre las responsabilidades de los católicos ante los desafíos del momento histórico actual, 1994.

18 Sobre la Tradición puede consultarse. RAFAEL GAMBRA, El verbo de la Tradición, textos escogidos de Juan Vázquez de Mella, Scire/Balmes 2001, Cáp. II; EVARISTO PALOMAR MALDONADO, Sobre la Tradición, significado, naturaleza y concepto, Scire Balmes 2001.

19 MIGUEL AYUSO TORRES, o.c. página 253 refiriéndose a FRANCISCO ELÍAS DE TEJADA, La causa diferenciadora de las comunidades políticas: tradición, nación e imperio, revista General de Legislación y Jurisprudencia, tomo LXXXVII, nº 2 y 4 (1942), páginas 113-136 y 342-365; Id., Historia de la literatura política en las Españas, tomo I, Madrid, 1991, páginas 24 y siguientes.

20 En este sentido puede consultarse LUIS SUÁREZ FERNÁNDEZ, Nación, Patria, Estado. En una perspectiva histórica cristiana, AEDOS-Unión Editorial, 1999, páginas 133-5.

21 Recogemos la cita de R.P. RAPHAEL SINEUX, O.P.., Compendio de la Suma Teológica de Santo Tomás de Aquino, Segunda Parte, Segunda Sección, Tradición México, 1976, páginas 165-6.

22 Catecismo de la Iglesia Católica, nº 2199.

23 Catecismo de la Iglesia Católica nº 2212.

24 He seguido libremente la descripción realizada por RAFAEL GAMBRA o.c. páginas 30-32.

25 PONTIFICIO CONSEJO "JUSTICIA Y PAZ, Agenda Social, Colección de textos del Magisterio, Librería Editrice Vaticana, 2000.
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Revista Arbil nº 64

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